Parte IV: Varanasi, la ciudad más sagrada del mundo

Parte IV: Varanasi, la ciudad más sagrada del mundo

diciembre 2, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 18. Varanasi, la ciudad sagrada
Día 19. Yoga y meditación, un lugar de estudio
Día 20. Manikarnica, la ceremonia de cremación
Día 21. La otra cara de Varanasi
Día 22. Trae la luz a la oscuridad
Día 23. El auténtico maestro
Día 24. Salidas por Varanasi: el Sarnath y la vida nocturna
Día 25. Varanasi – Kolkata

 

Día 23. El auténtico maestro

  • Establecer las reglas de la luz en el lugar de la oscuridad es meditación. Despertar la conciencia es meditación. Yo, mío, mí… son palabras confusas, que crean una distancia irreal. ¿Entiendes, Alberto?

Me encontraba distante. No conseguía empatizar con el gurú ni seguir la clase, no por su dificultad, sino porque esta historia me la conozco. Ya sé lo que me está contando, necesito experimentarlo. Vivirlo.

  • Sí, maestro –dije.
  • Todo cambia, el yo perece, porque es múltiple. Yoga es la unión con el uno. Entender que no hay dos, es la verdadera sabiduría.

Con el yoga me ocurrió lo mismo. Repetimos la misma clase todos los días, lo cual es habitual en la India, acostumbrados a interminables rezos, repeticiones constantes de mantras o a plasmar incansablemente los mismos motivos en pintura, música y las demás artes… Pero a mí esta forma de proceder es… insoportable. Creo que voy a dejar las clases. He venido hasta aquí buscando un maestro y me he dado cuenta de que el auténtico guía sólo puede ser uno mismo. Siento que estos han producido en mí un efecto muy claro: saciar la necesidad de un gurú que creía tener mostrándome que no tengo tal necesidad. Como diría Lechowski: “Llevaba días arrastrándome sediento por el abrasador desierto cuando, de pronto, vislumbré un oasis. Pero al llegar al verde remanso para hundir el cuenco de mis manos y sorber el agua límpida y fresca descubrí que mi sed era un espejismo”. Creo que continuaré este camino yo solo.

Perdido en mis pensamientos, salgo del Yoga ashram academy en dirección al hotel. Recto, por la empinada calle principal, acabo encontrándome con un callejón sin salida. ¿Pero qué…? Vuelvo para atrás y, tras callejear un poco, encuentro el ghat del hotel, que ya me es familiar. De repente, una mujer intenta llamar mi atención desde el suelo. Acostumbrado a que me intenten vender algo unas doscientas personas al día, no suelo ni contestar, pero la reconozco por el rabillo del ojo. Llevo un par de días comiendo fruta, por el estómago, y a esta mujer le compré una papaya hace un par de días. Me ofrece fruta haciéndome gestos y sonriendo, con lo que consigue ganarme. A pesar de que estas tienen un precio fijo, te la pesan con una balanza de equilibrio tradicional que sujetan con la propia mano. ₹40, más ₹10 por un vaso de zumo de azúcar, la bebida de los dioses.

Desde que ayer me afeitara la cabeza, la gente me grita baba por la calle, sonriendo. No dicen nada más, solo llaman mi atención, me saludan y continúan andando. Notan que no soy indio, pero tengo toda la pinta y eso les hace gracia.

Después de comer algo me dirijo al sur de la ciudad de nuevo. Andando. Esta vez quiero llegar al Assi ghat, perdiéndome a propósito entre las callejuelas de Varanasi. Puestos de artesanía, de chucherías u hoja de betel, ghats menores, cremaciones, pequeños templitos, niños correteando por las calles, unos búfalos bañándose en el Ganges, vacas comiendo lo que encuentran por las calles… Típico.

[…]

Las calles de Varanasi poseen un gran encanto, pero también pesa sobre ellas un oscuro encantamiento. Se trata de una de las versiones más poderosas del conjuro de movilidad urbanística, como el que aparece en la gran escalera de Howards en Harry Potter. Este fue invocado por los fundadores de la ciudad y abarca desde Godowlia Crossing hasta Assi Road y la orilla del Ganges. Por eso las calles cambian de lugar constantemente, moviéndose de forma imperceptible pero constante.

A veces unas calles se fusionan con otras, convirtiendo pequeños callejones en largas avenidas, desatascando calles cortadas o formando callejones sin salida. En otras ocasiones las calles se estrechan tanto que hacen desaparecer temporalmente puestos y tiendas que reaparecen poco más tarde a decenas de metros de distancia. El rasante del suelo también varía, por lo que cuestas y escaleras se mueven de lugar o invierten su dirección y más de una vez algunas calles se han retorcido hasta cortar a sus anteriormente paralelas vecinas.

Los ciudadanos locales, acostumbrados a este fenómeno, no se percatan de él, ya que inconscientemente perciben los cambios en las calles y saben siempre qué camino tomar para llegar a su destino. Forman, por así decirlo, parte del hechizo. Los turistas tampoco son capaces de notar su presencia por su desconocimiento del terreno, pero para ellos es frustrante perderse constantemente en calles que creían conocer. Puedes recorrer la calle que ayer te llevaba al mercado y, para tu sorpresa, acabar en el Ganges o frente a un templo que antes no estaba ahí. Quizás salgas del hotel por la mañana en dirección norte y, para volver a él por la tarde, tengas que continuar andando hacia el norte.

En una ocasión, paseaba lentamente por una calle cuando empecé a darme cuenta de que sus paredes se iban estrechando poco a poco. Conseguí salir de ella a tiempo, cuando los comercios de uno y otro lado prácticamente se tocaban y los tenderos se refugiaban en su interior para evitar la maquinaria que, bajo la ciudad, mueve los edificios. Esto puede ser un verdadero incordio en el templo Kashi Vishwanath, ya que las colas son tan largas y lentas que de vez en cuando los que llevaban más tiempo esperando se han visto desplazados por el juego de calles hacia la parte trasera de la cola, teniendo que volver a hacerla de nuevo sin apenas moverse del lugar.

En fin… la fiebre.

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