La mujer en las epopeyas de la antigüedad

La mujer en las epopeyas de la antigüedad

febrero 13, 2020 1 Por Alberto Buscató Vázquez

     No es adecuado analizar un texto de manera anacrónica, en base a unos valores y una cosmovisión de siglos o milenios posteriores a aquellos en los que este se enmarca. No obstante, sí es legítimo preguntarse por el origen de las ideas y comportamientos de nuestra sociedad actual, para lo cual hay que recurrir a los textos fundacionales, es decir, sobre los cuales se ha construido nuestra cultura y nuestra mentalidad y preguntarnos por la relación entre las ideas vivas de nuestra sociedad y las palabras muertas de nuestros ancestros. Especialmente, cuando el análisis es obvio y de vital importancia.

     A ese respecto, analizar los textos clásicos griegos e indios en base al feminismo moderno (sea lo que sea este movimiento, todavía bajo una intensa construcción), es desolador y, en muchas ocasiones, inapropiado. Famosa es la crítica actual a un Aristóteles que, a pesar de haber creado la mayoría de los grandes pilares de nuestra sociedad, que han dado lugar a centenares de campos en la ciencia y en la filosofía, asentando las bases para unos movimientos por los derechos civiles y sociales muy, pero que muy posteriores, a pesar de eso –digo– creía que las mujeres no tenían voluntad política. Quizás Aristóteles hubiese hablado con todas y cada una de las mujeres atenienses (lo que en la Atenas de Filipo II serían unas pocas decenas de miles) y ninguna hubiese mostrado mayor interés por la política (sea por la razón que fuere).

     En ese sentido, si bien es evidente que la inmensa mayoría de la cultura occidental (al menos) es patriarcal, incluyendo sus instituciones, sus textos y su narrativa, hay que diferenciar entre un patriarcado basal, presente en elementos secundarios y cuyas implicaciones son discutibles y de corto alcance, y el galopante, o ferviente, o como nos queramos referir al hecho de que el machismo sea parte esencial de una historia.

La Odisea y Peleponea

     Así, la Odisea, por ejemplo, es un texto patriarcal a nivel basal. Es cierto que la historia va sobre un héroe, no una heroína; que estas prácticamente no aparecen en la trama y no tienen mayor importancia; que incluso son reprimidas y menospreciadas en muchas ocasiones, como cuando Telémaco le dice a su madre que les deje en paz porque «el hablar le compete a los hombres»… (IL I.355-359).

     Pero también es cierto que hay una figura femenina relevante, Penélope, presentada con una grandísima dignidad, con un conflicto interno profundo y rico, así como con valores, actitud crítica y fuerza. También una diosa, Atenea, juega un papel fundamental en la historia como guía y protectora de Ulises. Además, las labores tradicionalmente asociadas a las mujeres en la Odisea, como es el arte de tejer, está muy valorado, siendo tan importante a la hora de agasajar a los invitados como el oro y las joyas. No en balde, fue la mismísima diosa Atenea quien les entregó a las mujeres «el saber de labores preciosas» (IL VII.110-111).

     También es verdad que todo lo que hace Penélope en la obra es esperar a que vuelva su marido a casa, mientras intenta quitarse de encima a una panda de pretendientes impresentables. De hecho, espera a que su marido venga a salvarle de dichos individuos y a solucionarle los problemas que ella sola no puede afrontar. Y también es cierto que Atenea juega un papel importante en la obra porque su padre (que no su madre), Zeus, el mayor de todos los dioses (y diosas, claro), está ocupado con menesteres más importantes. Patriarcado basal.

La Ilíada y Helena, nacida en Esparta

     No obstante, la Ilíada es un texto esencialmente machista. Su historia (y todo el ciclo de literatura troyana) trata sobre la guerra entre los aqueos y los troyanos en la cual se intenta «recuperar» a Helena (nacida en Esparta, pero llamada de Troya o griega, según cada cual), la cual decide irse con Paris, cansada de su marido, Menelao. De hecho, incluso Homero, que en todo momento juzga las decisiones de Helena (haciendo que esta se llame a sí misma «perra» en varias ocasiones, verbigracia VI.344), dice que «la diosa le infundió el dulce deseo de su anterior marido [Menelao]» (IL III.139-140), lo que nos dice que no tenía dicho deseo durante toda la narración y que solo lo adquiere por intervención divina. Algunas versiones (y la Ilíada en algunos momentos) dice que fue raptada, sin embargo, durante los diez años que dura la guerra, esta no se escapa en ningún momento… «Yo allí no pienso ir» (IL III.410), llega a decir sobre la posibilidad de volver con su marido. Por algo será.

     El caso es que… ¿estamos locos? ¿Una guerra de diez años con innumerables muertos, una ciudad entera asediada, un montón de familias abandonadas en los lugares de origen de guerreros de todas partes de Grecia y Asia menor… todo para recuperar el honor caballeresco de Menelao? Porque en ningún momento se plantea los intereses de Helena ni sus sufrimientos ni sus deseos. De hecho, es juzgada por ser «culpable» de la guerra, como cuando un novio celoso intenta suicidarse porque le deja su pareja, o pega al nuevo novio de su ex… ¿Quién es el culpable? El único responsable de la guerra de Troya es Menelao, pues es de él de quien surge la decisión de comenzar esa guerra. Helena y Paris, así como los que siguen a Menelao, los que defienden a Helena y a los troyanos y demás personajes son solo causas accidentales, materiales o segundas, responsables por analogía, quizás. Pero el culpable es Menelao. Quizás le faltó un amigo sabio que le dijera: «tranquilo, Menelao, estas cosas pasan». Nos han pasado a todos y a todas, seguirán pasando, es ley de vida y, además, está bien que ocurran. Quiero decir, si las cosas no funcionan, no funcionan. «Ni tú eres mía, ni yo soy tuyo, así que, si veo que algo me inspira, si quiero, huyo», dice un poeta moderno…

     El argumento principal del ciclo troyano es machista, pero también lo son innumerables elementos secundarios. Por ejemplo, las mujeres son un claro botín de guerra de los «valerosísimos» soldados (I.133, I.275-275, VIII.289-291, XIII.363-369): «que nadie se apresure aún a regresar a casa antes de acostarse con la esposa de alguno de los troyanos» (IL II.354-356). De hecho, la Ilíada empieza con una discusión entre Agamenón y Aquiles por una mujer, Briseida, que siendo esclava de Aquiles es «robada» por Agamenón para resarcirse de haber tenido que devolver a quien era su esclava anterior, Criseida, arrebatada de los brazos de su padre injustamente. Como quien intercambia cromos en el patio del colegio.

     Lo mismo se ve en el papel de la mujer en la pareja y su absoluta dependencia del hombre. Pareciera que lo único que hacen estas es esperar en casa a que sus maridos vuelvan de la guerra a protegerlas y a hacerles caso: «sentirás un renovado dolor por la falta de marido que te proteja del día de la esclavitud» (IL VI.462-463), así como en la utilización del femenino para insultar a los hombres: «¡aqueas, que no aqueos!» (IL VII.96), «no me trates como a un débil niño o como a una mujer» (IL VII.235-236), «por qué estás lloroso, Patroclo, como una niña» (IL XVI.7).

     También ocurre lo propio en las esferas celestes, según la mente de Homero. Así, este nos narra cuando Zeus, hablando con Hera, su mujer, dice: «siéntate en silencio y acata mi palabra» (IL I.565), tras una respuesta suya, ante lo cual Hera «se sentó en silencio, doblegando su corazón» (IL I.568-569) y tuvo que escuchar a su hijo, Hefesto, decir: «A mi madre yo exhorto, aunque ella misma se da cuenta, a que procure complacer al padre Zeus, para evitar que vuelva a recriminarla» (IL I.577-579). Tras estas profundas y motivadoras palabras, coge una copa y, poniéndosela en las manos de su madre, añade: «soporta, madre mía, y domínate, aunque estés apenada» (IL I.586). ¡Habrase visto!

El Mahabharata, la historia sin Kundi

     En el Mahabharata y en el Ramayana, también hay casos de machismo basal y machismo fragrante. Entre los casos del primero, que son innumerables, encontramos que las obras van sobre héroes, mientras que las figuras femeninas están relegadas a un segundo plano y no son muy numerosas: básicamente Draupadi (esposa de…) y Kundi (madre de…) en el Mahabharata y Sita (esposa de…) en el Ramayana. Además, la mujer es presentada como un ser débil y cobarde (MB I.39, IV.8, IX.4, RM I.12), dedicada a cuidar la casa y a su marido (MB P.1, I.39, II.13, RM II.12, II.13, II.16), entregadas como regalos (MB I.36, IV.20, RM I.26) y violadas por hombres y dioses (MB I.12, I.15, IV.9, RM IV.13, VI.1, VII.1, VII.19). Incluso hay una especie de pecado original dirigido contra todas ellas, por parte de uno de los personajes principales:

«Yudhishthira nunca podría perdonar a su madre por la injusticia que había cometido con Radheya y con todos ellos, y a consecuencia de ello maldijo a todas las mujeres. Dijo que de entonces en adelante, ninguna mujer podría guardar un secreto, porque fue debido a que Kunti supo guardar el secreto tan bien que aquella calamidad les había sobrevenido» (MB XII.1).

     Aunque también es cierto que en ocasiones se plantea que pegar a una mujer, en cualquier ámbito, es impensable y miserable, y las mujeres aparecen mayoritariamente representadas con una gran dignidad. «Si esto es lo que aprueba la ley, si soy dueña de mi misma, entonces escucha…» (MB P.1).

El Ramayana y el Sitayana

     No obstante, el Ramayana es otra historia. Sita, la esposa de Rama, es presentada como una mujer digna, respetable y de elevadísima presencia y rectitud y la mayor parte del poema consiste en el intento de recuperarla del malvado Ravana, quien la ha secuestrado. No obstante, cuando consiguen recuperarla (tras provocar innumerables muertes, bajo la recurrente idea de que las mujeres son las causantes de que los hombres cometan locuras), en lugar de reencontrarse y celebrar la felicidad recuperada… Rama la desprecia, apelando a la posibilidad de que ella haya perdido su castidad. Es decir, si te raptan y te violan, dejas de tener valor y eres rechazada por tu marido:

«Puesto que tú fuiste ceñida por los brazos de Ravana, ¿cómo podría aceptarte de nuevo, habiendo sido deseada por otro? Tu presencia en este momento me causa el dolor que causan los rayos del Sol a los ojos de quien lo contemplan de frente, mientras se queman. Mi corazón ya no se encuentra apegado a ti; puedes partir o ir donde gustes» (RM VI.21).

     Sita demuestra su castidad lanzándose al fuego, bajo la idea de que al ser impura este le quemaría, pero no en el caso contrario. Por suerte ocurre esto último, y Rama (quien es la representación de la bondad en todos los demás casos) la acepta y vuelven a reinar juntos. Sin embargo, el pueblo, tan machista como sus gobernantes, mira a Sita con malos ojos por haber sido –recordemos– presuntamente violada por Ravana (algo que no ocurre, porque este dice que «yo no te tocaré a menos que tú correspondas a mi amor» [RM V.3]). No obstante, para ganarse el respeto de su pueblo, destierran a Sita a una ermita alejada de la ciudad, donde tendrá que pasar su vida haciendo las tareas domésticas del santo de turno… ¡Habrase visto!

Entonces, ¿qué?

     Como decía al principio, este no es un análisis de los textos comentados, sino del origen de nuestras ideas actuales. Las epopeyas antiguas no deben analizarse en base al feminismo moderno porque no van de eso. Tratan otros temas, tienen otra intención y otra preocupación. La Odisea nos habla de la búsqueda de uno mismo, el Ramayana nos habla del reencuentro con nuestra verdadera realidad, el Mahabharata es una crítica a la guerra y a los conflictos, mientras que la Ilíada enseña que los eventos más nimios pueden tener consecuencias desmesuradas. Entre una infinidad de mensajes fundamentales para nuestra sociedad. Leansé estos textos, de gran valor, a pesar de… Y analizensé las ideas actuales, la profundidad a la que están enraizadas en nuestro pensamiento y los orígenes ancestrales en las que se basan. Aunque, quizás, además de leer habría que escribir nuevas historias…

 

Nota: Ilíada (IL canto.verso), Mahabharata (MB libro.capítulo) [versión de Kamala Subramaniam], Ramayana (RM libro.capítulo) [versión de Bhaktivinod Aloy y Harinam Ashram].

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