Hegel (VI) – La razón observadora

Hegel (VI) – La razón observadora

noviembre 29, 2021 0 Por Alberto Buscató Vázquez

La razón

       La conciencia ya ha alcanzado el momento de captarse a sí misma como objeto, pero todavía lo observa como distinta de sí misma. Para unificar el objeto con la conciencia hay que ascender a la razón, pues esta se identifica con lo que conoce, es decir «su pensar mismo es, de manera inmediata, la realidad; se comporta como un idealismo frente a ella», pues en el idealismo se explica el objeto en base a las estructuras contenidas en la mente del sujeto que lo conoce. De esta manera se resuelve la dialéctica anterior entre el ser en sí y el ser para la conciencia, es decir, entre el objeto en sí mismo y el objeto en tanto que conocido por el sujeto, mediante la unidad de ambos, pues aquí «lo que es, o lo en sí, solo es en tanto que para la conciencia, y lo que para esta es, también es en sí». Y esto se realiza en base a leyes (de la naturaleza, de la sociedad…). Pues, la «razón» busca la unificación de la totalidad de la realidad en base a leyes, igual que el «entendimiento» en base al concepto.

       En este momento, la «realidad pensante», piensa gracias a una serie de «categorías», que constituyen su esencialidad y que provienen de la razón. «Es por lo tanto la unidad del yo y del ser, la categoría», pues permiten al yo conocer al objeto en base a una serie de principios que esta misma posee y que se aplican al objeto. Una categoría, por ejemplo, el ser «uno» o el ser «múltiple» no se encuentran en el mundo exterior, sino que son formas de pensar de la conciencia que se aplican sobre el mundo exterior. Así, la razón piensa las cosas como «una» o como «múltiples», que son sus propias estructuras mentales, situándose más alla de la diferencia entre la conciencia y el objeto. Y si bien estas categorías son múltiples, remiten a su vez a una «categoría pura» única, a la propia idea de categoría.

       «Sin embargo, esta realidad es todavía enteramente lo general», es decir, puramente formal y, por lo tanto, vacía de contenido, por lo que la razón pura requiere del empirismo que le suministre la información del exterior. De otra forma, estas categorías no serían más que esquemas formales que no explicarían nada más allá de la propia razón. Por eso contamos aquí también con los niveles anteriores del desarrollo de la conciencia, que nos permiten captar la realidad externa a través de los sentidos y pensarla mediante conceptos. Pero aquí la conciencia va un poco más allá, a pensar las realidades complejas mediante la aplicación de sus propias leyes del pensamiento al exterior.

       Para ello, la razón pasa por varios momentos, a saber, la razón observadora (de la naturaleza inorgánica, la orgánica y el individuo) y la realización de la razón, repitiendo los mismos pasos que realizaba la conciencia: a saber, la certeza sensible, la percepción y el entendimiento.

La razón observadora

       La razón observadora capta en primer lugar en lo inorgánico, donde se aplican las primeras leyes de la naturaleza a características del mundo exterior (como la caída de los cuerpos o la dureza de los minerales). Pero aquí no se puede captar la unidad de características diversas (lo duro aparece como distinto de lo blanco o de lo áspero), y esta unidad se da en una gran cantidad de seres: los seres vivos.

       Aquí la razón observadora pasa a captar lo orgánico, que explica la asociación de características distintas (ciertas propiedades de cuerpos naturales aparecen siempre juntas, como las escamas y las branquias, que siempre se dan en un ser orgánico que llamamos pez). Sin embargo, las características externas no son suficientes para explicar la complejidad de un ser vivo.

       Describir lo orgánico en función a sus propiedades físicas (por ejemplo, la presencia de corteza o escamas, así como de pelo o un caparazón) no te explica la totalidad de fenómenos de la vida orgánica como, por ejemplo, las interacciones entre individuos o los rituales de apareamiento. Para ello es necesario adentrarse en la psicología del individuo, lo cual nos permite entender los fenómenos más complejos de este, pero la razón sigue presuponiendo que el exterior es lo mismo que el interior, lo cual no es cierto. Para acceder a esa interioridad se debe llevar a cabo la realización de la conciencia.

Lo inorgánico

       El primer objeto sobre el que se aplica la razón es la naturaleza. Así, la única forma de entender esta naturaleza es mediante la aplicación de leyes y categorías racionales. Sin embargo, la naturaleza se capta y se percibe mediante los sentidos, pero de esta manera la conciencia solo puede captarla en base a características generales, como un caos incomprensible que se puede intentar describir, pero no se hace satisfactoriamente debido a la «infinita particularidad de los caóticos animales y plantas, de los tipos de montañas o de los metales, minerales, etc., solo expuestos mediante violencia y técnica».

       Para comprender adecuadamente cada una de estas entidades hay que captar la «característica diferencial» [Merkmal] de cada cosa, «aquello, por lo que las cosas son reconocidas», con lo que se consigue diferenciar lo esencial de lo inesencial tanto en la cosa misma como para el individuo. Determinar qué es lo esencial en un objeto es una aplicación de las estructuras de la razón a la realidad (pues en la realidad inorgánica no hay algo más esencial qu eotro), pero es necesario porque solo de esta forma se encuentra un principio de ordenamiento de la naturaleza que permite el desarrollo de un sistema artificial para su comprensión que le haga justicia, pues «el sistema artificial debe ser acorde al sistema mismo de la naturaleza y expresarle solo a él».

       Esto es labor de la «razón instintiva», capaz de encontrar las «leyes» que rigen la naturaleza, extrapolando las observaciones particulares de los sentidos a un comportamiento general. Pero este comportamiento se aplica más allá de lo observado, a casos no experimentados, para predecirlos con una mayor o menor «probabilidad». Es decir, a partir de la observación de un comportamiento natural (como la dureza de un mineral), la razón obtiene una ley que rige el comportamiento de estos (los minerales con esta estructura tienen tal dureza), permitiendo predecir comportamientos nunca antes observados (los minerales similares tendrán una dureza similar). No obstante, aunque esta probabilidad «sea tan grande como quiera, no es nada frente a la verdad», la razón la considera como verdadera, pues entiende que lo que capta no es un comportamiento estadísticamente probable, sino la esencia de una realidad natural, es decir, una ley de la naturaleza. Aquí vemos la capacidad activa de la razón para comprender la realidad, su intromisión en el conocimiento de lo externo.

Lo orgánico

       En este primer acercamiento a la naturaleza, las propiedades de los cuerpos naturales son comprendidas como independientes (la dureza es distinta al tamaño y al color, por ejemplo). Sin embargo, cuando una serie de características esenciales de una realidad se dan siempre unidas en sí mismas aparece la realidad orgánica. Así, un tipo de hoja, de corteza y de flor (y las características asociadas a cada una de ellas, como dureza o color) aparecen siempre juntas, lo que la razón comprende como una unidad orgánica. Y es que «en la entidad orgánica, todas las determinaciones a través de las cuales está expuesto para el otro, están vinculadas bajo la unidad orgánica simple». Lo orgánico aquí es, de nuevo, una categoría o ley o, si se quiere, un esquema de pensamiento de la razón que le permite comprender a los seres vivos, pues aunque estos están conectados con ciertas características inorgánicas (el agua influye en la forma del pez como el aire en la del pájaro), estas son muy pobres para describir adecuadamente dichos seres, como había explicado Kant.

       Con lo orgánico, la razón observadora puede explicar una gran cantidad de características, pero lo hace en función a la finalidad externa (el hecho de que un ser orgánico exista para el bien de otro). Así se entiende que las ovejas dan lana para el hombre y carne para los lobos, igual que la hierba crece para que estas coman. Y así la razón explica, en este estadio, las características de los seres vivos. Es más, esta finalidad externa se entiende como parte constitutiva de los seres vivos, aunque no lo sea, permitiendo comprenderles mejor.

       Pero al pensar en base a la finalidad externa, la razón observadora comprende un ser en función a otro, por lo que el otro tiene prioridad como fin, aunque cada individuo se considere un «fin en sí mismo». Para ello hay que adentrarse en la interioridad del individuo. Y esta interioridad no es comprensible en base a sus sistemas biológicos, los cuales no captan la vida del organismo en sí misma, es pura anatomía. Para comprender al organismo en sí mismo hay que adentrarse en el individuo, en su psicología.

El individuo

       La forma más desarrollada de entender a un ser vivo es en base a su psicología, es decir, la comprensión de la interioridad de un individuo. En este individuo se encuentran las «leyes del pensamiento», que son las formas en las que este entiende la realidad y que explican la forma en la que actúa. Pero el acceso a esta interioridad está velado, pues la razón observadora no puede captar la unidad interna de cada ser vivo, no puede acceder a la interioridad, a la conciencia, de otro ser. Sin embargo, se rige por la idea de que la estructura externa refleja la realidad interna, o sea, que «lo externo es la expresión de lo interno». Esto se observa, por ejemplo, en el caso de la expresión facial: sabemos si alguien piensa algo en serio o si lo dice en broma a través su rostro.

       Así plantea una serie de facultades básicas del alma, es decir, de la interioridad del individuo o de su psicología básica: «sensibilidad», «irritabilidad» y «reproducción». La sensibilidad recoge la capacidad del organismo de reflexionar en sí mismo; la irritabilidad es su capacidad de reaccionar; y la reproducción, la de perpetuar su «especie». Estos comportamientos se pueden entender gracias al «pensamiento de una ley», pues la mera percepción o certeza sensible no los captan, sino que solo observan diversos fenómenos que quedan explicados por la relación a una de estas características. Lo que se observa es un ser vivo tocando a otro y a este otro alejándose del primero, pero de ahí se razona (es decir, la razón establece) que el segundo ser vivo tiene una sensibilidad.

       Pero estas leyes son muy generales, y al intentar profundizar en ellas, encontramos de nuevo una gran puralidad. Y es que este «individuo concreto» es, como ocurría en la conciencia propia, un extremo frente al género del que forma parte: «uno de los extremos es la vida general en tanto que general o en tanto que género, pero el otro extremo es la misma en tanto que individual o en tanto que individuo general». Y esto explica la dialéctica que encontramos en la pluralidad de leyes del pensamiento que configuran al individuo. Y es que si bien estas están formadas tanto por el propio individuo y su «carácter originario», también están determinadas por toda una serie de influencias externas. Es decir, «los momentos que forman el contenido de la ley, son por un lado la individualidad misma, por otro lado su naturaleza general inorgánica, a saber, las situaciones, lugares, hábitos, costumbres, religión, etcétera… encontrados». Con otras palabras: los comportamientos de un individuo dependen de leyes que crea en base a su propia forma de ser (su temperamento, su naturaleza, su psicología individual…), pero también en base al entorno en el que se encuentra (el acceso a unos minerales u otros, la facilidad para obtener agua, la presencia o ausencia de otros seres en el entorno…).

       La razón en este punto se fundamenta en la idea de que el exterior expresa el interior, pero el exterior no es el interior. No se trata, por lo tanto, de acceder a la interioridad velada de un individuo, sino a juzgar sus comportamientos, pues solo los actos hablan de esta supuesta interioridad: «el hecho es un simple-determinado, general, comprensible en una abstracción; es muerte, robo o buena obra, acto valiente, etcétera, y de él puede ser dicho lo que él es», es decir, a los hombres se les puede juzgar por sus actos, porque es lo que estos son. Por eso podemos «afirmar más bien que el individuo es solo el hecho en tanto que su ser genuino».

       Esto es lo que nos permite intentar explicar (y preveer) los comportamientos psicológicos de los individuos en base a características físicas (por ejemplo, la estructura del cráneo). Sin embargo, estos intentos no tienen la validez que pretenden, pues «lo externo no es lo interno mismo, sino solo la expresión de él». Por eso ni la fisionomía ni la craneotomía permiten prejuzgar al hombre.

       Y es que para ello es necesaria la realización de la conciencia.

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