Departamento de Quetzaltenango

Departamento de Quetzaltenango

Nos vimos atraídos por la capital de este departamento debido a su fama de cuna de la cultura guatemalteca. Cultura colonial, se entiende, ladina, pero cultura al fin y al cabo. Su nombre original, Xelajú Noj, (ya que Quetzaltenango –que significa «lugar-bello»– es el nombre que los aztecas aliados con los ejércitos españoles le otorgaron) en maya kiché’, significa «bajo la sabiduría de diez montañas». Sin embargo, el tiempo puede con todo…

Xelajú Noj

Nuestra primera visita, continuando con la experiencia de Las tejedoras tz’utujiles, fue visitar el museo Ixkik’ del traje maya. Hasta las diez de la mañana no abren, pero vamos, que las diez tampoco es que estén abiertos. A las diez y media, once menos cuarto… según el día. El tiempo en Guatemala es… distinto.

Rodrigo Díaz

Pero eso puede dar lugar a nuevas oportunidades. Paseamos por el lugar hasta encontrarnos con una pequeña puerta entreabierta en cuyo interior hablaba por teléfono un curioso personaje, de apariencia tan formal como caótica, igual que la sala que le rodeaba, repleta de cuadros, lienzos y demás materiales de pintura junto con algunos libros. En cuanto nos vio, se despidió de su interlocutor y nos invitó apresuradamente a entrar.

–Buenas, soy Rodrigo Díaz. ¡Pasen, pasen!

Nos enseñó su taller, galería y almacén, tres realidades obligadas a compartir espacio debido a los recortes que los políticos han puesto en los últimos años a la cultura. Nos comentó que se habían cerrado todas las galerías de Quetzaltenango, que apenas quedaban museos para visitar y que las exposiciones habían desaparecido. Incluso la apertura de una galería de su maestro, Efraín Recinos, que Rodrigo Díaz llevaba años preparando, se había visto dificultada porque los políticos habían mandado colgar las obras de «el mayor artista guatemalteco» en sus despachos.

–Sólo para eso les importa el arte…

Anteriormente, esta sala, antigua estación del ferrocarril, albergaba varias de las máquinas usadas en los trenes de la ciudad. Ahora los artistas locales están luchando para convertirla en una sala de exposiciones de artes plásticas. Sin embargo, la municipalidad (esto es, el alcalde) ha decidido reservarla para hacer eventos religiosos o para que la alquilen particulares, porque así genera más dinero.

Nos enseñó parte de su obra, donde tanto motivos regionales de Guatemala como de Europa servían de excusa para estudiar el color, campo en el que había hecho la mayor de sus investigaciones según sus propias palabras.

–El color es una matemática que entra al pensamiento. Me ha llevado décadas descifrarlo, miles de obras… Antes pintaba muy esquemático, con la cabeza. Pero si piensas mucho, no pintas bien. Y eso me pasaba a mí. Yo antes pintaba racionalmente, me tomaba mucho tiempo terminar un cuadro. E hice buenas obras, pero no eran tan buenas… Ahora pinto por intuición, puedo permitírmelo porque mi etapa de vender y complacer al cliente se ha acabado. Ahora hago lo que me da la gana

Conversando con Rodrigo hicimos tiempo hasta que llegó la encargada del museo del traje maya, que llegó cuando buenamente pudo.

El museo Ixkik’ del traje maya

En Guatemala viven alrededor de 22 grupos culturales distintos, dentro de los cuales hay subdivisiones y claras diferencias. Los trajes de una gran cantidad de ellos están representados en este museo, desde los cuellos con los veinte glifos del náhuatl bordados de Patzun o las faldas tradicionales de los guerreros y cofrades de Sololá, hasta los creados con telares de pedal en comunidades mam, o la gabacha y las capas de estilo europeo de Poqoma.

El simbolismo de los trajes es espectacular, mostrando al curioso la importancia que tiene saber entender la realidad que le rodea, descifrar sus códigos y ser sensibles a ellos. En Zunil, por ejemplo, como veremos más adelante, la base del tejido es blanca y gris, reflejando el clima de la geografía local, que suele nublarse todos los días. También los vestidos marcan el estado civil de la mujer, mediante el llamado perraje.

No obstante, hay una idiosincrasia común expresada en los trajes mayas. En primer lugar, sorprenderá al occidental saber que las prendas de vestir se hacen sin tallas. Estas se adaptan al cuerpo de cualquier persona, por lo que no es necesario hacer (ni discriminar) a estas por su tamaño corporal. También comparten casi todas las comunidades el reflejo de su cosmovisión a nivel astronómico en sus ropas, pues el sol se suele representar alrededor del cuello (algo que desaparece en el luto) y las cuatro estaciones se despliegan en sendas direcciones a partir de él.

El museo también expone algunas piezas de cerámica, artefactos coloniales, máscaras, utensilios de cocina… que fuimos viendo mientras la guía nos explicaba su origen y su significado. Nos habló de la ancestral complementariedad del hombre y la mujer en la fabricación de los textiles, pues el primero da la forma final a la prenda que las segundas tejen; de cómo los tejidos coloniales actuales cambian los motivos mayas tradicionales por estampados de flores; de cómo los códices de Dresde, Paris y Madrid (de los pocos documentos mayas que se salvaron de la quema propiciada por los españoles –aunque fueron frailes, también españoles, quienes salvaron estos tres códices…–); y, finalmente, de cómo actualmente se están recuperando muchas tradiciones.

Esto ha sido posible gracias a un proceso largo y todavía inacabado, pues la educación ha sido controlada (e instaurada, en cierto sentido) por las comunidades ladinas desde la colonización, obviando las realidades nativas y locales. No es hasta los tratados de paz, en la década de los noventa, cuando se reconoce la multiculturalidad y el multilingüismo del país. Sin embargo, incluso ahora los profesores menosprecian las lenguas y las culturas nativas. Esto también se refleja en los trajes, y una sala del museo muestra cómo las reinas de los concursos de belleza de Guatemala han ido cambiando su aspecto, desde la copia de una reina europea con coronas, vestidos de cola, cetros… hasta la representación de la mujer nativa guatemalteca, notable en el ixcap (cinta de veinte metros de longitud y trece flecos –en clara referencia al calendario lunar náhuatl–) con la que se recogen el pelo y sirve como símbolo distintivo.

Desde las más claramente occidentales, hasta las reinas con mezclas de motivos nativos y coloniales contrastan con la actual tendencia a la representación 100% nativa. Imágenes de archivo.


Xela… ¿qué?

Buscando los últimos restos de cultura que sobreviven en la ciudad, fuimos al Museo de Ciencias Naturales. Siendo honestos, no merece la pena. El museo te recibe con un feto humano disecado frente a una sala dedicada a la taxidermia, tras lo cual hay varias salas de aparatos viejos, documentos históricos y algunos restos arqueológicos. Destaca la Constitución de Los Altos, un intento de dependencia de los departamentos de Quetzaltenango, Totonicapán y Sololá. Vale los seis quetzales que cuesta, pero poco más.

Continuamos pateando la ciudad con una visita a la biblioteca municipal, donde estuvimos ojeando varios libros de Miguel Ángel Asturias y de cuentos tradicionales de Guatemala; fuimos al teatro a por entradas para una representación de danzas y música maya para la noche; y, por último, intentamos entrar en la Casa Noj, una de las principales salas dedicadas a las exposiciones artísticas que quedan en la ciudad, pero estaba cerrada porque preparaban una nueva exposición y no abrirían hasta dentro de un par de meses… ¿Cuánto se tarda en montar una exposición? En fin.

Al llegar la hora, nos dirigimos al teatro municipal para ver al grupo Sotz’il, quienes están dedicados a la «investigación, creación y fomento del arte maya kaqchikel. Las imágenes, en esta ocasión, valdrán más que las palabras, aunque permítanme decir que interpretaron varias canciones con claras referencias naturales (sonidos de viento, lluvia, pájaros…) en tonos propios de su cultura, desafinados para el oído occidental, además de tres danzas de guerreros. En la siguiente lista de reproducción tienen los videos de 1) música Sotz’il, 2) danza guerrera, 3) música de la naturaleza Sotz’il y 4) danza del jaguar.

 

«Para nosotros, la música es todo sonido, palabra y silencio del universo».

En un momento determinado, uno de los músicos dijo: «hay que dejar de folclorizar nuestra cultura e introducirla en este tipo de espacios», pero yo no podía dejar de pensar en este tipo de música y danzas alrededor de un fuego en una aldea pequeña. En fin, que para terminar el día compramos algo de comer en el mercado central y fuimos a cocinarlo en la cocina el hotel «Casa del viajero». En el mercado había tanto carne como verduras y… bueno, cada uno come lo que quiere.

Subida al volcán Santa María y Fuentes Georginas

La ciudad parecía no ofrecer mucho más, por lo que nos dispusimos a visitar distintos parajes naturales del departamento. Despertamos a las cinco y cuarto para llegar pronto al volcán Santa María, desde donde pensábamos ver las erupciones del Santiaguito. En Xela nos habían pedido 250 quetzales por llevarnos al volcán, pero el autobús cuesta tres y te deja a unas pocas calles. Malditos mercaderes…

Por el camino nos encontramos un par de agricultores, una mujer que subía con su criada llevándole la mochila detrás, un grupo de mujeres agoreras que contaban historias de brujos y secuestros… Al final nos separamos de todos ellos para ir hasta el mirador del volcán, pero cuando llegamos, a pesar de que eran las nueve de la mañana, ya estaba nublado. Poco más tarde nos dijo un agricultor que era peligroso estar ahí más tiempo, porque alrededor de las doce empieza a granizar y a caer rayos que, según este señor, han matado a varias personas…

Sea como fuere, bajamos y tomamos un autobús para ir a las fuentes georginas de Zunil. Tras varias horas en autobús, una hora en taxi a través de la niebla y varios minutos andando, llegamos hasta las fuentes. Hacía un frío inusual para Guatemala, la humedad helaba los huesos y no había ninguna instalación con calefacción. No obstante, estaban las propias fuentes, manantiales de agua sulfurosa caliente que se filtran a través de la piedra. Y ahí que fuimos de cabeza (nunca mejor dicho).

El agua nos quitó el frío y trajo consigo el cansancio acumulado del día. Teníamos pensado quedarnos en los bungalows del lugar, ya que habíamos visto que costaba 190 quetzales por habitación. Resulta que eran 190 quetzales por persona… Como saben que no vas a dar la vuelta y recorrer tres horas hasta la ciudad o un pueblo cercano, te piden lo que sea. Guatemala tiene esas cosas. Al menos nos habían dejado unos cuantos palos para encender la chimenea por la noche. Good enough.

La leña parecía un detalle para amenizar la estancia, pero se volvió imprescindible. Por la noche, las temperaturas bajan considerablemente, lo que unido a la humedad y a las paredes de piedra maciza, que parecían exhalar frío como si se tratase de la boca de un gigante de hielo, te obligaba a meterte bajo todas las mantas que te dan y acercarte lo más posible al fuego. Nos acostamos pronto, por lo que a la mañana siguiente nos despertamos antes de que hubiese nadie en el recinto, ni el conserje, ni los camareros, ni nadie. Sólo había un tío que barría el suelo al que le pedimos leña, y nos pidió 40 quetzales por ella… Después de haber pagado el doble por la habitación y diez veces más por la entrada (al ser extranjeros), nos parecía una tomadura de pelo. Así que decidimos meternos en el agua hasta que empezase a despertar el lugar.

La mañana fue un compendio de las típicas formas de actuar de las gentes de Centroamérica. Nunca hay que generalizar, pero sí existen comportamientos habituales. Por ejemplo, cuando bajábamos, nos encontramos un taxista que subía y le preguntamos que si podía acercarnos al pueblo. Nos dijo que no, porque tenía que ayudar a su actual pasajero a llegar hasta la misma entrada de las fuentes, ya que era una señora en silla de ruedas y necesitaba que el taxista le empujase desde la entrada hasta las fuentes. OK, es comprensible. Continuamos andando hasta que el mismo taxista pasó junto a nosotros en dirección al pueblo y se quedó mirándonos. Le dijimos que si se lo había pensado mejor y nos repitió que no, que no podía llevarnos, que sólo iba a aparcar el taxi. No le habíamos si quiera preguntado, pero… OK. La señora de la silla de ruedas había desaparecido, seguramente se habría bajado un poco más arriba y estaría esperándole. Pocos metros más abajo, el taxista nos está esperando y nos pide 50 quetzales por llevarnos, de nuevo, sin que se lo pidamos… Ok, pero, ¿qué ocurre con la señora de la silla de ruedas? «Va con su hija, no me necesitan», responde. No sé yo…

Nos dejó en un sitio distinto al de la parada del autobús a Xela, lo que no fue un problema porque un autobús que pasaba con el cartel incorrecto y por la ruta equivocada nos dijo que nos llevaría a la ciudad, en concreto, al parque de Centroamérica. Después de que la policía les parase y multase, vete tú a saber por qué, nos dejó en medio de la ciudad y dijo que no nos dejaba en el parque porque el centro es peatonal (mentira) y que, de todas formas, estábamos a dos cuadras (mentira también)… El desayuno, el hotel, las fuentes… les ahorro las historias, pero créanme: así fue todo.

Laguna de Chicabal

En septiembre, durante la estación húmeda, la laguna de Chicabal se nubla todos los días a media mañana, por lo que decidimos pasar el día anterior en el pueblo más cercano a la laguna, San Martín Chile Verde, para subir por la mañana temprano. En el bus de camino a San Martín nos tocó un predicador evangelista, algo más común de lo habitual, que están alrededor de una hora soltándote un sermón. Entre píldoras de sabiduría, que habría leído en algún sitio, se colaban pensamientos demenciales, que habría escuchado por ahí:

«Dios aborrece al pecado, pero ama al pecador. Dios es un ser educado […] Si tienes una enfermedad, ve al médico si gustas, pero recuerda que el único que cura es Dios».

Llegamos al pueblo con el dinero justo, pensando en sacar efectivo en los bancos y cajeros de la zona, donde nos dijeron que no era posible sacar dinero en diez kilómetros a la redonda. Así que tocó subirse a un tuctuc para que nos llevase al pueblo más cercano, lo que se demoró alrededor de una hora dado que el vehículo se ahogaba constantemente y hubo que parar a cambiar las bujías… En fin, que echamos el día entre una cosa y otra.

A la mañana siguiente, nos dirigimos temprano hacia la laguna. Hubo que ir andando al centro del pueblo, buscar un taxi hasta el parqueo donde paran los 4×4 (15 quetzales) y allí esperar a un todoterreno que nos llevase hasta arriba (75 quetzales). Tardamos varias horas en llegar.

Eso sí, merece la pena, y llegamos en un momento ideal.

La Laguna de Chicabal está formada en el cráter de un volcán inactivo. Esta laguna ha sido considerada sagrada desde hace milenios, y cuenta la leyenda que su localización actual se debe a una huida de la laguna para evitar que los ciudadanos la usasen para sus actividades diarias, dejando la llamada «laguna seca» desértica. Desde entonces, el agua de la laguna no se puede usar y, además, los nativos le hacen ritos y ceremonias para ganarse sus favores. Para bajar a sus aguas hay que descender los quinientos escalones que salvan la altura del volcán. Sin problema. Lo difícil es luego subirlos…

Después de darle la vuelta a la laguna y descansar un rato en sus orillas, cuando comenzamos a subir, un grupo de mayas mam empezaban un rito. Subimos oyendo sus cánticos hasta poco antes de las once de la mañana, cuando la laguna empezaba a nublarse, justo en dirección a los nativos que, con sus plegarias, parecían llamar a la niebla.

Por el camino nos encontramos con una familia guatemalteca y entablamos conversación con ellos. Habían subido en su propio transporte y nos ofrecieron llevarnos hasta el pueblo, ahorrándonos los 75 quetzales que te cobran los taxis… Si a eso le sumas los 50 quetzales que pagamos los extranjeros, frente a los cinco que pagan ellos, es una sangría, y nosotros estamos acostumbrados (siempre machacan al turista), pero los nacionales se escandalizan de la situación. Llamé al taxista con el que habíamos quedado a las once para decirle que ya no hacía falta que viniese a por nosotros. La conversación… en fin, lo típico:

–Buenas, ¿has salido ya?
–No, no, estoy aquí abajo todavía, salgo ahora.
–Llamaba para decirte que no hace falta, que bajamos por nuestra cuenta.
–Ah, ¡pero si ya estoy llegando!

Te dicen lo que sea para cobrarte lo que puedan. Al final les calas de lejos. Bajamos charlando con la familia, que nos contaban que solían hacer turismo los fines de semana por su propio país. Conocían las cosechas, el clima, la geografía… En un momento determinado, al ver a unos trabajadores que cargaban kilos de madera en sus espaldas, la chica más joven, recién graduada en pedagogía, dijo: «¡mirá papá, como nosotros de pequeños!».

San Andrés Xucul

Sin apenas detenernos en el pueblo más que para recoger nuestra mochila, nos dirigimos a San Andrés Xecul, donde teníamos pensado hacer noche y visitar la famosa fachada de la Iglesia Maya. Los coloridos atraen a muchos turistas, sin embargo la fachada es de mala calidad, puro estuco burdo, sin excesivos detalles ni cuidados.

Además, nos encontramos con un párroco que no debía haber leído muy cuidadosamente sus textos sagrados. Estaba lloviendo y se hacía tarde, por lo que decidimos preguntarle si conocía algún sitio donde poder dormir. No había hoteles en varios kilómetros a la redonda, el único que había antaño en el pueblo tenía sus puertas cerradas por mandato judicial, ya que le habían pillado defraudando, según nos contaron los vecinos de la zona. Le preguntamos si sabía dónde podíamos quedarnos a dormir, si había algún otro hotel, si conocía a alguien que pudiese tener hueco… incluso dejamos caer la posibilidad de pernoctar en la parroquia por una noche, pero nos mandó al pairo.

–Es que venimos desde San Martín Chile Verde y llevamos todo el día en autobuses… ¿No habría alguna posibilidad…?
–No se preocupe –nos dijo–, que pasan autobuses hasta las seis de la tarde de vuelta a Xela.

Otra hora esperando el autobús, con la mochila en la espalda y resguardados en un soportal; dos horas de camino de vuelta en un transporte sin amortiguadores por carreteras de tierra. Eso sí, cuando nos despedimos nos dijo: «vayan con Dios», a lo que mi madre respondió con una sonrisa y un «gracias por su hospitalidad».

«¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?» Isaías, 58:7

Mejor será quedarse con lo bueno, olvidarse de lo malo, y poner rumbo al próximo destino: Departamento de Huehuetenango.

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