Aristóteles (VI) – El conocimiento científico

Aristóteles (VI) – El conocimiento científico

       La ciencia es el conocimiento cierto por causas, pues «Creemos que sabemos cada cosa sin más […] cuando creemos conocer la causa por la que es la cosa, que es la causa de aquella cosa y que no cabe que sea de otra manera» (AII 71b10). Así cada cosa proviene de sus causas, que serían las premisas de dicha cosa (la cual sería la conclusión): «Toda enseñanza y todo aprendizaje por el pensamiento se producen a partir de un conocimiento preexistente» (AII 71a1). Es decir, en toda demostración, «necesariamente se demuestra algo, acerca de algo y a partir de algo» (Met. 997a5). «La ciencia se ocupa fundamentalmente de lo primero, es decir, de aquello de que las demás cosas dependen» (Met. 1003b15) y es un conocimiento superior, ya que al ser universal «es más aplicable» (AII 85b5), por lo que «el que sabe lo universal sabe más» (AII 85b10), además porque «las cosas incorruptibles están entre aquellos» (AII 85b15), por lo que «es más demostración de la causa y del porque» (AII 85b25), incluso «El que posee la demostración universal conoce también lo particular; en cambio, el que conoce esto no sabe la demostración universal» (AII 86a5), y «es mejor aquella demostración que parte de menos postulados, o hipótesis, o proposiciones, [… ya que] se dará el conocer más rápido: y eso es preferible» (AII 86a30). Y por eso es preferible el conocimiento científico (en base a los universales) al conocimiento sensible.

       Estas premisas son o bien presupuestas (es decir, postuladas sin seguridad de su verdadera existencia) o simplemente enunciados que hay que entender (como en el caso de las definiciones): «El conocer previo necesario es de dos tipos: en efecto, para unas cosas es necesario presuponer que existen, para otras hay que entender qué es lo que se enuncia, para otras, ambas cosas» (AII 71a10). También se puede usar como premisa una conclusión de una deducción anterior. Pero no toda conclusión puede provenir de unas premisas anteriores, por lo que debe haber unos principios indemostrables por definición: «es necesario también que la ciencia demostrativa se base en cosas verdaderas, primeras, inmediatas, más conocidas, anteriores y causales respecto de la conclusión» (AII 71b20). De hecho, el conocimiento de estos constituye la más alta sabiduría: «Es, en efecto, ignorancia el desconocer de qué cosas es preciso y de qué cosas no es preciso buscar una demostración. Y es que, en suma, es imposible que haya demostración de todas las cosas» (Met. 1006a5), por lo que «El principio de la razón no es la razón sino algo superior» (EE 1248a25). De ahí la utilización de la palabra «principio», que implica su indemostrabilidad: «Llamo principios, en cada género, a aquellos que no cabe demostrar que son […] los principios es necesario darlos por supuestos, y las demás cosas, demostrarlas» (AII 76a30), por eso son inmediatos, pues no pueden deribarse (no están mediados) a partir de premisas anteriores (por eso son, literalmente, «principios»): «El principio es una proposición inmediata de la demostración, y es inmediata aquella respecto a la que no hay otra anterior […] no es posible demostrar» (AII 72a10-15).

       Pero establecidos estos primeros principios, la ciencia procede a través de razonamientos demostrativos, por lo que (aceptando la veracidad de los primeros principios y de sus premisas) es siempre verdadera: «lo que se sabe con arreglo a la ciencia demostrativa habrá de ser necesario» (AII 73a20). Esto se aplica a todas las ciencias, pues parten de ciertos principios indemostrables por definición, unas «causas incausadas» (AII 76a20), si bien «unos son propios de cada ciencia, y otros son comunes» (AII 76a35). Es decir, los principios de la ciencia de la naturaleza son distintos de los principios de la geometría, y los de la metafísica son distintos a los de la física, por ejemplo, pero también hay una serie de principios comunes a todas las ciencias (como, por ejemplo, el principio de no contradicción).

       Sin embargo, los principios comunes son pocos y los de cada ciencia son limitados, por lo que que ellos solos no nos permiten derivar todo el conocimiento posible. Además, mediante es necesario tener alguna forma de obtener estos primeros principios, que no vienen dados. Esta es la experiencia: «es propio de la experiencia el suministrar los principios correspondientes a cada cosa» (AI 46a15). Esta experiencia se obtiene mediante dos vías, la sensación y la intuición, donde la primera nos permite conocer el entorno, mientras que la segunda es la facultad de captar inmediatamente los primeros principios. Y es que las cosas más cognoscibles en sí mismas son las más alejadas de la sensación (las más universales), sin embargo, los humanos conocemos más fácilmente las más cercanas a la dicha sensación: «Llamo anteriores y más conocidas para nosotros a las cosas más cercanas a la sensación, y anteriores y más conocidas sin más a las más lejanas» (AII 72a1).

       Es, por lo tanto, esta sensación el inicio del conocimiento científico, pues «captamos lo universal a raíz de ver [los individuales]» (AII 88a10), pero no es en sí misma este conocimiento, ya que «de las cosas corruptibles no hay demostración ni ciencia sin más» (AII 75b25), por lo que «tampoco es posible tener conocimiento científico a través de la sensación» (AII 87b30). Puede haber verdad y demostración sobre los particulares, pero son pasajeras y, por lo tanto, el suyo no es un conocimiento científico, pues «lo que es objeto de ciencia es necesario. Luego es eterno» (EN 1139b20) y por eso se requiere la utilización de los universales: «llamo universal a lo que se da en cada uno en sí y en cuanto tal» (AII 73b25), que son la forma en la que se da la ciencia, pues «la ciencia es universal» (AII 88b30). Y «lo universal y lo que se da en todos los individuos es imposible sentirlo» (AII 87b30), sino que se capta con el intelecto. En definitiva: «se siente lo singular, mientras que la ciencia es conocer lo universal» (AII 87b35).

       Los principios, por otro lado, se obtienen por una facultad intelectual propia, llamada «intuición de los principios» (Tóp. 100b10). Es decir, son precientíficos, incluso anteriores al razonamiento, pues este surge de aquellos. No obstante, la intuición es «siempre verdadera» (Tóp. 100b5), además de ser el conocimiento más exacto: «ningún otro género del saber es más exacto que la intuición» (Tóp. 100b5). En definitiva: «la intuición será [también] el principio de la ciencia» (Tóp. 100b15).

       Por eso hay dos formas principales de razonamiento científico: la demostración y la inducción (o comprobación [ἐπαγωγή]): «la demostración parte de las cuestiones universales, y la comprobación, de las particulares» (AII 81b1). Mientras que la demostración queda recogida en las figuras de los primeros analíticos, la inducción «es el cambio desde las cosas singulares hasta lo universal» (Tóp. 105a10). Esto es fundamental, porque solo se puede acceder o comprender los universales a través de los singulares, pues estos nos remiten a aquellos (por ejemplo, cuando vemos un hombre concreto pensamos en la idea del hombre), pero el conocimiento sobre los singulares no es en sí mismo ciencia, ya que esta se da únicamente a través de los universales: «Está claro, entonces, que nosotros, necesariamente, hemos de conocer por comprobación pues así es como la sensación produce en nosotros lo universal» (Tóp. 100b5). Por lo tanto, son los casos particulares lo que nos permiten obtener ideas universales a partir de las cuales surge un conocimiento científico aplicable al resto de particulares (prediciéndolos o expandiendo el conocimiento más allá de la experiencia).

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Citas

  • Ediciones de Biblioteca Clásica Gredos de las siguientes obras aristotélicas:
    • Tóp. Tópicos
    • AI: Analíticos I
    • AII: Analíticos II
    • EE: Ética a Eudemo
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