Vida de Pitágoras

Vida de Pitágoras

       Pitágoras, quizás el Samio, quizás el Sirio, «emigró de su patria y se inició en todos los misterios, tanto griegos como bárbaros» (D2), formándose tanto con maestros de la Antigua Grecia como de Egipto y de otras regiones, hasta establecerse en Crotona, en Magna Grecia, y formar una secta, esto es, un grupo religioso minoritario (en sus orígenes) alrededor del maestro, que se llamó a sí mismo en una ocasión amante de la sabiduría, es decir, «un filósofo» (D8), legando este término a la historia: «Sabiduría es un conocimiento real que versa sobre lo bello, primero, divino, puro, y que tiene siempre una substancia inmutable, por cuya participación las demás cosas pueden ser llamadas bellas. Filosofía es la aspiración a tal contemplación» (J12).

       Los pitagóricos estaban tan dedicados a la vida intelectual como preocupados por el estilo de vida, por lo que esta secta se basaba en el ascetismo religioso, en la purificación y pureza de carácter: «hay que desterrar la enfermedad de nuestro cuerpo con todo nuestro ingenio y hay que cercenarla con el fuego, con el hierro y con toda clase de medios, pero, igualmente también, la ignorancia del espíritu, el derroche gastronómico, la rivalidad ciudadana, la discordia casera y la falta de moderación en todo» (P22). Esto les llevaba a seguir determinados leyes y normas orientadas hacia la buena acción con los demás y con uno mismo: «No seas desvergonzado ante nadie» (D8), así como «prohibir que recemos por nosotros mismos», incluso Pitágoras «desaconseja cualquier exceso» (D9), tanto con el alimento como con el sexo. En definitiva, enseñaba que «la más importante de las acciones humanas es el persuadir a un alma al bien o al mal» (D32).

       Por ello, entre sus miembros estaba prohibido el consumo de carne, así como determinados vegetales o partes de estos, bajo la prescripción de «no destruir ni dañar planta de cultivo y que contuviera frutos, pero tampoco al animal que, por su índole natural, no fuera dañino a la especie humana» (P39), hasta el punto de que su líder «seguía una línea de conducta tan pura, de aversión a los sacrificios y a los que los practicaban, que no solo se abstenía de los seres animados, sino también que jamás se relacionaba con carniceros ni con cazadores» (P7), ya que «todo lo que de índole animada existía era necesario considerarlo de la misma parentela» (P19). No obstante, se recomendada su uso para los atletas (que anteriormente solían alimentarse «con un régimen a base de higos secos y queso fresco, y con trigo» (D12)).

       Estas prácticas se llevaban a cabo por los miembros de una comunidad que vivía en una cercanía muy estrecha, que incluso compartían sus pocas pertenencias, pues prescribían «No considerar nada como propiedad particular» (D23) y en los cuales la presencialidad era fundamental para la transmisión del conocimiento. Por ello, las doctrinas se transmitían de manera oral a los discípulos: «tú filosofas en público, algo que Pitágoras había rechazado, él, que al confiar sus escritos a su hija Damo, le encomendó no entregarlos a nadie de afuera de la casa» (D42). Estos discípulos «Durante un período de cinco años se mantenían en silencio» (D10) antes de entrar en la secta. Después mantenían una especie de voto de silencio hacia el exterior: «lo que decía a los que con él convivían ni siquiera uno solo puede manifestarlo con certeza, porque se daba un silencio ritual entre ellos» (P19).

       Sin embargo, para Pitágoras la liberación no se consigue a través de los ritos religiosos, sino del conocimiento científico: «‘salvation’ or ‘purification’ of the soul is to be achieved by science (μαθηματα), not by a ritual of ceremonial holiness» (Taylor, 1955: 283), por eso «Practicaba una filosofía cuyo objetivo era preservar y liberar de determinadas trabas y ataduras a la mente que se nos ha asignado, sin la que, en modo alguno, nada sensato ni auténtico se puede conocer ni percibir» (P46). Creía que había un mundo auténtico y uno falso, es decir, una realidad eterna y estable, y otra cambiante y corruptible, y que había que dirigir al estudiante hacia el primero, orientando su alma hacia «la contemplación de los seres incorpóreos, eternos y de su misma raza […] conduciendo con habilidad técnica los ojos del alma, desde los seres corpóreos que jamás se mantienen idénticos» (P46).

       Y dado que las entidades espirituales son inmortales e incorruptibles, Pitágoras creía en la doctrina de la transmigración de las almas, según la cual «el alma, que muda de cuerpos en el ciclo de la fatalidad, está incorporada unas veces en uno y otras en otro en distintas especies de animales» (D14). Por eso era el cultivo del alma tan importante para el ser humano, ya que esta sobrevivía a la muerte, reencarnándose en el cuerpo de distintos seres (metempsicosis): «el alma, en primer lugar, era inmortal y, luego, se trasladaba a otras especies de seres vivos, y, además de esto, que lo que había sucedido en alguna ocasión, en ciertos ámbitos temporales, de nuevo acaecía; y, sencillamente nada nuevo había» (P19).

       Por eso las matemáticas (y la música) se cultivaban con devoción, como el conocimiento más apropiado para elevar el alma. En este ámbito Pitágoras «encontró el canon (musical) de una sola cuerda» (D11) y los pitagóricos descubrieron las relaciones musicales entre los intervalos de las notas producidas por las cuerdas de una lira. En el ámbito de la geometría, es posible que hasta los libros 1, 2, 4, 6 y quizás el 3 de los Elementos de Euclides (la gran recopilación de geometría griega) hayan sido descubiertos por los pitagóricos, incluyendo que los ángulos interiores de un triángulo suman dos rectos (y su generalización a otros polígonos regulares) o el descubrimiento de la inconmensurabilidad de la diagonal del cuadrado.

       En este ámbito Pitágoras descubrió que «en el triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa equivale a la suma del cuadrado de los catetos» (D12), lo que pasará a llamarse el teorema de Pitágoras, el más útil y citado de las relaciones matemáticas griegas. Pero este teorema traía consigo un problema grave, y es que la diagonal de un cuadrado de lado uno no puede expresarse como un coeficiente de dos números enteros, por lo que la diagonal del cuadrado es inconmensurable, algo incomprensible e indeseado para la matemática griega.

       Así continuaron estudiando la presencia de relaciones matemáticas en el universo, llegando a la conclusión de que toda la realidad podría expresarse en dichas relaciones y, más allá, que los números eran las cosas. El uno es el punto, el dos la línea, el tres la superficie y el cuarto el sólido, incluso las líneas se forman por la yuxtaposición de puntos, la superficie por las líneas y el sólido por la de las superficies, con lo cual se construyen los cuerpos que conforman el mundo sensible. Anaximandro, maestro de Pitágoras (cf. P2), había propuesto que todo se produce de la indeterminación, a lo que Pitágoras añadió el concepto del límite, que junto con lo ilimitado produce el mundo, incluyendo los sólidos, es decir, el mundo sensible.

       «Que el principio de todo es la unidad (o mónada). Que de esta unidad surge la dualidad (o díada) infinita, que se establece frente a la unidad originaria como la materia (frente a la forma). De la unidad y la dualidad infinita se originan los números, y de los números los puntos; y de estos las líneas, de las que se forman las superficies planas, y de las superficies nacen los volúmenes sólidos. De ellos se producen los cuerpos sensibles, cuyos elementos son justamente cuatro: fuego, agua, tierra y aire. Estos se alteran y voltean en todos los conjuntos, y de ellos mismos se origina un universo animado, inteligente, esférico, que rodea a la tierra, que ocupa su centro, siendo también ella esférica y estando habitada» (D25).

       Si bien las características básicas de los números son la paridad y la imparidad, observamos que lo par es la propiedad de lo ilimitado, mientras que lo impar es la limitación, y obtenemos que el 1 proviene de ambos, pues es tanto par como impar. Este uno es «la razón de la unidad, de la identidad, de la igualdad, y a la causa del acuerdo y simpatía del universo y de la conservación de lo que se mantiene en una identidad inmutable» (P49). Por otro lado, la dualidad es «la razón de la alteridad, de la desigualdad, de todo lo divisible que se sustenta en el cambio y en la inestabilidad» (P50), siendo ambas también fuente del bien y del mal: «entre las potencias contrarias, llamaba a la mejor mónada, luz, derecho, igual, permanente y recto; a la peor, díada, tiniebla, izquierdo, desigual, circular y móvil» (P39). Y así surgen también el resto de números, siendo el tres todo aquello que tiene un medio, o un fin, hasta llegar a la década, que es el número perfecto. También es llamado número cuaternario, o tetraktýs, lo que da lugar a una figura con un significado religioso que muestra que la decena se forma con la suma de los cuatro primeros números.

 

Citas

D: Diógenes Laercio. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Pitágoras.

P: Porfirio. Vida de Pitágoras.

J: Jámblico. Vida pitagórica.

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