Capítulo X: La gran sentencia

Capítulo X: La gran sentencia

diciembre 1, 2019 0 Por Alberto Buscató Vázquez

     Y la sentencia llegó. Todos los involucrados fueron condenados a varios años de cárcel y/o inhabilitación. En total sumaban más de media centena de años de prisión, aunque, por lo menos, la suma era inferior a la de otros casos análogos. Y, al menos, la sentencia había salido poco después de las elecciones, por lo que no tendría repercusiones políticas. En cuatro años la gente se había olvidado de ella, como se habían olvidado ya de tantas cosas. Todo estaba saliendo según lo previsto, sólo había que activar la segunda parte del plan. Pedro descolgó el teléfono y pidió a su secretaria que le pusiera en contacto con los líderes de los medios de comunicación afines:

‒Antonio, ¿qué tal? ¿Has visto la sentencia?

‒Sí, Pedro, sí la he visto. Es dura, ¿no?

‒Bueno, es lo que esperábamos. ¿Qué te iba a decir…? Esto hay que ocultarlo, ¿eh?

‒Sí, sí, va a ser lo mejor.

‒Esto hay que ocultarlo porque ahora no nos viene bien a ninguno. Y no le viene bien a España, que es lo más importante.

‒Sí, sí. No te preocupes, que nosotros nos encargamos.

‒Lo dejo en tus manos. Lo demás, ¿qué tal? ¿Todo bien?

‒Sí, sí, todo bien, gracias.

‒Venga, Antonio, un saludo. Confío en ti, eh.

‒Sí, sí, no te preocupes, Pedro, que nosotros nos encargamos.

     Tras colgar el teléfono, Antonio se dirigió a la redacción, donde poco más de una docena de periodistas y becarios se resignaban a pasar la noche completa trabajando. No era lo que habían acordado por contrato ni lo que habían deseado cuando empezaron a estudiar periodismo, pero era lo que tocaba.

‒A ver, la situación es la siguiente: ha salido la gran sentencia. Hay que informar al respecto porque si no perderíamos credibilidad y, además, todo el mundo va a querer saber lo que ha ocurrido. No obstante, no nos interesa ser especialmente críticos, ¿me explico? Mantengamos un perfil bajo, esperemos que pase la tormenta, y todo estará bien. Así que, ¿ideas?

‒Bueno, a mí no me ha dado tiempo a leer la sentencia todavía –dijo Ana, una de las periodistas más veteranas‒, pero me imagino que podremos desvincularla totalmente del gobierno actual, ¿no? Al fin y al cabo, los condenados ya no están en el partido.

‒Eso es –dijo Antonio mientras garabateaba las ideas principales en una pizarra blanca donde dejarían inmortalizado el argumentario a seguir durante la próxima semana‒. Me gusta.

‒Insistir en el respeto a las decisiones judiciales –dijo Marcos, uno de los periodistas más jóvenes, pero de los más avispados.

‒Claro, claro –dijo Antonio, sin parar de escribir‒. Y, «es un caso aislado», ¿no?

‒Bueno, lo del caso aislado yo no lo pondría –respondió Ana‒. Recuerda demasiado al argumentario del bando contrario. Además, es mentira, la sentencia condena a todos los altos cargos de la región.

     Entonces Patricia, una becaria que había llegado hace un par de meses a la redacción, con tantos valores y destreza como escrúpulos, tomó la palabra que había estado conteniendo desde el primer comentario de Ana:

‒P-perdón, pero… Eso quería decir yo. ¿No es, esta, la forma de pensar del bando contrario que tanto criticó el actual gobierno, y este medio, en su momento?

     Se hizo un silencio en la redacción, solo roto por el sonido que hacía el rotulador con el que Antonio escribía sobre la laca de la pizarra. Fueron apenas un par de segundos, pero se hicieron interminables. En cuanto este terminó de escribir («respecto sentenc. judicial»), se dio la vuelta y dijo:

‒Sí, pero ahora es otro momento, ¿verdad?

     Patricia se sonrojó por la reprimenda, así que asintió y volvió al papel de espectadora, mientras los demás continuaban discutiendo el argumentario: «no se han llevado ni un euro a su bolsillo», «el gobierno ha colaborado con la justicia», «el partido en sí no está implicado». Con un poco de habilidad podrían incluso usarla a su favor, dando la apariencia de que los líderes actuales habían sido implacables con la corrupción dentro de su partido. Sí, se podría usar. Y, por lo demás, solo había que quitarle hierro al asunto, repetir machaconamente el argumentario y despistar con otras noticias. No era complicado, llevaban años haciéndolo.

‒¿Ideas para cubrir la noticia? ¿Qué ha pasado en la última semana?

‒Ha habido un nuevo recurso menor en el caso máster ‒dijo Ana‒, algo parecido en con las licencias de obra de los otros, ha salido un informe sobre el impuesto de sociedades de las grandes empresas…

‒Perfecto, quiero un par de noticias y un análisis para cada tema ‒dijo Antonio‒. Nos los mandas por inbox, Ana, ¿sí? ¿Qué más?

     Patricia, que se sentía fuerte en este tema porque era la que más prensa leía de toda la redacción, volvió a tomar la palabra:

‒Siguen los incendios en el Amazonas, el presidente de Bolivia continúa exiliado y se ha consumado el golpe de estado, ola de protestas en Irán, EE.UU. toma partido en las revueltas de China…

‒Todo eso a la gente le da igual ‒dijo Antonio en un tono cortante pero indulgente‒, no crispa el ambiente, que es lo que necesitamos ahora mismo.

‒Pero puede ayudarnos a despistar durante los próximos seis días ‒dijo Ana que, tras ver la cara de interrogación de Patricia, añadió‒: Es «la curva de la memoria de Ebbinghaus», el 90% de los televidentes olvidan las noticias en menos de una semana. Si conseguimos aguantar ese tiempo sin que se tomen medidas, el caso se vuelve estéril políticamente.

‒Está bien ‒dijo Antonio, quien prefería no perder el tiempo con cuestiones menores‒. Encargate tú de eso, Paty, querida, ¿sí?

‒Las colgamos en la sección de internacional y ya está ‒dijo Marcos‒. Ahí no hacen daño a nadie.

     Se pusieron manos a la obra. Estuvieron trabajando toda la noche, escribiendo todo tipo de noticias y mensajes en las redes sociales que dejaron programados a altas horas de la madrugada, para que se publicasen a las horas de máximo impacto. Mañana sería un día importante, el primer día siempre es el más duro. Llamaron a los fieles para que inundaran las televisiones con el argumentario recién creado. Entrevistas, editoriales, artículos de todo tipo; tertulianos, comentaristas y «expertos» de todas las áreas llenaban cada espacio publicitario del país interpretando la noticia. Todos los fieles repetían las mismas ideas: «es una cuestión del pasado», «no es tan grave como parece» y «los otros son peores».

     El día siguiente llegó lenta pero inexorablemente. Mientras los trabajadores de la mañana terminaban de montar las calles, los primeros periódicos se acumulaban en los quioscos. La prensa enemiga era demoledora: 900 millones de euros gastados en cocaína y prostíbulos. No era del todo cierto, pero ¿qué más da? Los líderes políticos del bando contrario pedían la dimisión del presidente y las redes sociales ardían con afiladas críticas al actual gobierno. «Malditas redes», pensaban Pedro y Antonio, «no hay quien controle ese invento del demonio».

     Pero el día pasó. La noche parecía calmar los ánimos y al día siguiente el clima de crispación era mucho menor. Se empezaban a mover algunas iniciativas políticas para desgatar al adversario: pedir la dimisión formalmente, una comparecencia en el congreso, exigir responsabilidades a altos cargos… Lo típico. Pero la contra estrategia este día era más fácil: apagón informativo. Ya se había informado el día anterior, los medios ya habían cumplido con su parte. Los afines, claro, pues los del bando enemigo estarían años sacando rédito de esta sentencia.

     Pero no fue suficiente para caldear el ambiente. El segundo día pasó con mayor suavidad que el primero, y casi sin que la población se diese cuenta, llegó el fin de semana, que transcurrió sin mayores incidentes. La noticia se había olvidado, los medios habían hecho su trabajo, el gobierno podía descansar tranquilo.

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