Rousseau, por qué te importa

Rousseau, por qué te importa

       ¿Merece la pena vivir en sociedad? Esta, entendida como una forma de organización de los individuos, es una especie de herramienta que debería ser juzgada por su utilidad. Si tiene más ventajas que inconvenientes, merecería la pena, y viceversa. La sociedad es, en su generalidad, inevitable, pero reflexionar sobre su sentido, y la ausencia de este, nos permitirá ver hacia dónde tenemos que construir la sociedad y en qué elementos deberíamos, quizás, desmantelarla.

       Esta es la pregunta que se formula (con otras palabras) Rousseau, para lo cual plantea el surgimiento de la sociedad a raíz del estado natural del hombre, el cual no tiene que entenderse como una realidad empírica o histórica, aunque en ocasiones parezca tener esa pretensión, sino como un proyecto filosófico que busca «distinguir entre lo que forma su propia constitución [la del hombre] y lo que las circunstancias y su progreso han añadido» (DSOD, prefacio). El llamado estado primitivo, el del hombre en la naturaleza independientemente de la sociedad, por ser anterior a su formación, es un estado donde se manifestaría la naturaleza humana pura, es decir, sin las influencias que la sociedad tiene sobre él, pero que «tal vez no haya existido» (DSOD, prefacio). Además de exponer, así, la naturaleza del hombre, este estudio busca reflexionar sobre los fundamentos de la sociedad y los derechos naturales de sus miembros (cp. DSOD, prefacio).

       «Sólo después de haberlas examinado de cerca, después de haber separado el polvo y la arena que rodean al edificio, es cuando se descubre la base inamovible sobre la cual descansa, y cuando se aprende a respetar sus fundamentos» (DSOD, prefacio).

       En Rousseau hay claras contradicciones (más morales o sociales que lógicas) por el objeto que trata. En ocasiones parece criticar a la sociedad por producir desigualdades entre los hombres (cp. DSOD, parte II) y en otras parece ser la que les iguala (cp. CS, I:IX). El estado natural se presenta bucólico en ocasiones (cp. DSAC, parte I) y bárbaro en otras, a veces el salvaje aparece como un hombre libre (cp. CS, I:I) y en otras sólo el ciudadano tiene esta condición (cp. CS, I:VI). A veces critica a las ciencias y las artes y otras veces las estima en gran medida. Para Rousseau tanto el estado natural como el orden social tienen sus ventajas e inconvenientes, pero más allá de eso, busca justificar el orden social (que es un hecho, y seguramente inevitable) y explicar su naturaleza.

Estado natural

       Rousseau presupone un hombre físicamente igual al actual y una tierra fértil y rica en comida. El hombre estaría adaptado a las condiciones climáticas por haber vivido constantemente en ellas, algo de lo que los actuales carecen por falta de exposición a dichas circunstancias. Incluso pueden hacer frente a cualquier fiera, sin más arma que «piedras y un buen palo» (DSOD, parte I), como hacen los africanos y los nativos americanos (al menos en el siglo XVIII que Rousseau conoció). Ni siquiera tendría necesidad de medicina en tantas ocasiones como el hombre civilizado, aunque estaría a su suerte frente a las enfermedades, a las cuales no puede enfrentar.

       En el estado primitivo, los hombres son (esencialmente) iguales entre sí (cp. DSOD, prefacio), y les mueven dos principios anteriores a la razón: la búsqueda de «nuestro bienestar y nuestra propia conservación» así como «una repugnancia natural a la muerte o al sufrimiento de todo ser sensible y principalmente de nuestros semejantes» (DSOD, prefacio). La piedad, por lo tanto, precede a la reflexión y es por eso universal. Sin ella, los hombres «no habrían sido siempre más que monstruos [monstres]» (DSOD, parte I). Es ella la que permite conservar la especie y socorrer al prójimo, sustituyendo a las leyes, a las costumbres y a la virtud en el estado natural (cp. DSOD, parte I), a través de su única máxima: «Haz tu bien con el menor mal posible a los otros» (DSOD, parte I).

       Las pasiones, por lo tanto, son fundamentales en este primer estado, en el que no habría moral, porque no había deberes ni relaciones entre los individuos: «no podían ser ni buenos ni malos, ni tener vicios ni virtudes» (DSOD, parte I). Tampoco habría justicia porque no había propiedad y, por ello, tampoco habría guerras (cp. CS, I:IV). Además, la calma de las pasiones, junto con la piedad natural, evitaría su maldad.

Surgimiento de la sociedad

       No obstante, las relativas necesidades a las que se enfrentan los hombres en este estado natural, así como sus incipientes deseos de cambiar dichas circunstancias, darían lugar al progreso. Este vendría acompañado por el desarrollo del espíritu: «los progresos del espíritu han sido absolutamente proporcionales a las necesidades naturales» (DSOD, parte I), pero también traerían la maldad al seno del hombre: «La razón engendra el amor propio y la reflexión la fortifica; es ella la que reconcentra al hombre en sí mismo» (DSOD, parte I). Esto da lugar a un tipo de ser humano completamente racional, es decir, insensible al sufrimiento ajeno, más falto de piedad cuanto más civilizado es:

       «Impunemente puede degollarse a un semejante bajo su ventana, le bastará con taparse los oídos y argumentarse un poco para impedir que la naturaleza se rebele y se identifique con el ser que asesinan» (DSOD, parte I).

       Esta razón le llevó a considerarse superior a los otros animales y a intentar ponerse por encima de otros individuos de su misma especie. Colaborando con ellos por su propio interés, aunque desconfiando la mayoría de las ocasiones, llegó a formar las primeras chozas que permitieron la vida comunitaria en pequeñas familias y poblados (cp. DSOD, parte II). En ese momento surgieron las luchas y problemas entre los hombres:

       «El primero que, habiendo cercado un terreno, descubrió la manera de decir: «esto me pertenece», y halló gentes bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil» (DSOD, parte II).

       Las primeras sociedades permitieron la esclavitud del hombre a manos de otro hombre, pues mientras vivían independientes, nadie podía subyugar a nadie: «es imposible avasallar a nadie sin haberlo antes colocado en situación de no poder prescindir de los demás» (DSOD, parte II). Si tienes un problema con otra persona en el estado natural, o si quiere esclavizarte y tiene la capacidad física de hacerlo, no tienes más que irte a otro lugar a buscar comida y seguir con tu vida. Cuando los hombres empezaron a vivir en comunidad, comenzaron a usarse unos a otros, porque se necesitaban unos a otros:

       «desde el instante en que un hombre tuvo necesidad del auxilio de otro, desde que se dio cuenta que era útil a uno tener provisiones para dos, la igualdad desapareció, la propiedad fue un hecho, el trabajo se hizo necesario y las extensas selvas se transformaron en risueñas campiñas que fue preciso regar con el sudor de los hombres, y en las cuales se vio pronto la esclavitud y la miseria germinar y crecer al mismo tiempo que germinaban y crecían las mieses» (DSOD, parte II).

       De una división del trabajo primitiva surgió la mayor eficiencia, que permitió el tiempo desocupado, que se pudo emplear en las comodidades y el esparcimiento, lo cual no es algo positivo para Rousseau, sino el primer yugo que se impuso al hombre, pues no daban la felicidad al hombre, pero le preocupaba perderlas. El hombre quedó atado a sus nuevas necesidades y a sus semejantes, que las satisfacían.

       Y también surgió la comparación. El que bailaba mejor, el más fuerte o el de mayor talento eran admirados y envidiados por quienes sentían vergüenza de no ser como ellos, dando lugar a la vanidad fruto de la supuesta superioridad. Surgen los vicios y la desigualdad, así como los conflictos constantes y las guerras, que son producto de la «relación de las cosas y no la de los hombres» (CS, I:IV), cuyo origen se encuentra en el abuso de poder, es decir, que dependen de órdenes sociales determinados, porque en el estado de naturaleza no se dan. Entonces fue necesaria una unión entre los hombres, un pacto social, y este «está fundado sobre convenciones» (CS, I:I), pues la fuerza no fundamenta ni la moralidad ni el derecho. «La fuerza es una potencia física, y no veo que moralidad puede resultar de sus efectos […] no hace el derecho» (CS, I:III). Si los hombres son libres y están agrupados en pequeñas sociedades que la fuerza no puede legítimamente regir, «quedan sólo las convenciones como base de toda autoridad legítima sobre los hombres» (CS, I:IV).

       «“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes”. Tal es el problema fundamental cuya solución da el contrato social» (CS, I:VI).

       Aquellos que más propiedades tienen, por lo tanto más poder pero también más que perder, plantean la creación de una serie de instituciones que establezcan la paz (garantizándoles a ellos también el mantenimiento de sus privilegios). Plantearon la creación de unas leyes justas que les protejan de los enemigos, y «todos corrieron al encuentro de sus cadenas» (DSOD, parte II). Con este establecimiento de la sociedad y de las leyes, la libertad natural de la que gozaban los hombres quedó destruida, la propiedad y la desigualdad se hicieron imperio, y se establecieron las clases, con todos los vicios que de ahí derivan: «las gentes más honradas contaron entre sus deberes el de degollar a sus semejantes» (DSOD, parte II).

       En este punto, los conceptos débil y fuerte, que diferenciaban relativamente a los hombres en el estado natural (que eran, en esencia, iguales) pasan a ser pobre y rico, que constituyen una desigualdad política que se instaura con la sociedad. De estos dos tipos de desigualdades, la natural y la política (DSOD, discurso), la primera es meramente física y no tiene mayor importancia para la vida del ser humano, pero la segunda determina la vida de este, esclavizándolo.

       Aquí el individuo y la comunidad se confunden, pues la voluntad particular pasa a ser la general, y esta se impone porque, además de ser impositiva por su misma constitución, representa el bien de la comunidad, que está por encima del bien del individuo. Sin embargo, tras esta apariencia de legalidad, parece que Rousseau cree que hay una ausencia total de legalidad real, pues sigue imperando la ley del más fuerte, en «un nuevo estado natural […] fruto de un exceso de corrupción» (DSOD, parte II). El hombre sigue comparándose con los demás e intentando esclavizarles y obtener beneficio de ellos, solo que ahora tiene que sortear la ley para conseguirlo.

Justificación de la sociedad

       Así, concluye Rousseau que «la mayor parte de nuestros males son nuestra propia obra […] los habríamos casi todos evitado conservando la manera de vivir sencilla, uniforme y solitaria que nos estaba prescrita por la naturaleza» (DSOD, parte I). Parece que para el autor francés la sociedad no mereciese la pena, que su resultado global es negativo: «considerando la sociedad humana con mirada tranquila y desinteresada, me parece que no se descubre en ella otra cosa que la violencia de los poderosos y la opresión de los débiles» (DSOD, prefacio).

       No obstante, hay un pequeño recodo en las teorías de Rousseau, donde tiene cabida la esperanza, pues si bien la razón trae consigo los vicios, como la vanidad o la vergüenza, también es fruto de lo más elevado que hay en el hombre. Hay una cierta justificación de la sociedad: la cultura como potencia última del ser humano, que le lleva a su mayor y absoluta realización, pues «el orden social constituye un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás» (CS, I:I). Entre estos encontramos «los más dulces sentimientos que hayan sido jamás conocidos entre los hombres: el amor conyugal y el amor paternal» (DSOD, parte II), así como la paz que garantiza (relativamente) este orden social. Sin embargo, la justificación última es el surgimiento de las actividades espirituales.

       Solo del trabajo conjunto de una comunidad pueden salir determinadas realidades como la agricultura, las artes y las ciencias, que además requieren una seguridad frente a la naturaleza más favorable en las sociedades que en el estado natural, donde también se da, pero a costa de que el hombre se enfrente constantemente a la naturaleza: «se consagra todo a la magnificencia cuando no se teme a los elementos» (CS, III:VIII). En el estado primitivo, que por ser más teórico que histórico es anterior incluso al establecimiento de pequeñas comunidades y familias, el conocimiento no se puede transmitir, pues no se reconocen como tales ni a los propios hijos. Así, «el arte perecía con el inventor» (DSOD, parte I), aunque, según el pensador francés, cabe plantearse si esto es algo positivo o no.

       En el Discurso sobre las ciencias y las artes, Rousseau muestra su desprecio a estas por considerar que de ellas surgen o se potencian los vicios del hombre: «las letras y las artes […] extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro que nos agobian» (DSAC, parte I). Al leer un pasaje como el siguiente, uno puede entender la frase de Voltaire, que le escribe en una carta donde confirma haber leído dicho discurso: «he recibido, señor, su nuevo libro contra el género humano; le estoy muy agradecido por ello» (Carta del 30 de agosto del 1755).

       «La astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, del odio, de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; de la física, de una vana curiosidad; todas, incluso la moral, del orgullo humano» (DSAC, parte II).

       Las artes y las ciencias, como la máxima expresión de la humanidad, potencian la naturaleza humana, tanto sus vicios como sus virtudes, frente a su ausencia, que haría lo contrario: «antes de que el arte hubiera moldeado nuestras maneras […] nuestras costumbres eran rústicas pero naturales» (DSAC, parte I). No obstante, no deja de mostrar una alta estima en los sabios de cada época y en el valor de estas: «potencias de la tierra, amad los talentos y proteged a aquellos que los cultivan» (DSAC, parte I). Pero parece que esto debe estar reservado para unos pocos que verdaderamente puedan hacer avanzar las ciencias y las artes e iluminar a los pueblos:

       «Si hay que permitir a ciertos hombres el librarse al estudio de las ciencias y de las artes, es a aquellos que tengan fuerzas para andar solos en su busca y para adelantarlas […] Que los sabios de primer orden encuentren asilos honrosos en sus cortes. Que obtengan de ellas la única recompensa digna; la de contribuir con su crédito a la felicidad de los pueblos a los que habrán enseñado su sabiduría» (DSAC, parte II).

       Además, todos los miembros de la comunidad pasan a elevarse espiritualmente al formar parte de esta, dejando su parte más primitiva y bárbara atrás para pasar a formar parte de algo más elevado, que les trasciende y les hace transcender:

       «La transición del estado natural al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad de que antes carecían. Es entonces cuando, sucediendo la voz del deber a la impulsión física, y el derecho al apetito, el hombre, que antes no había considerado ni tenido en cuenta más que su persona, se ve obligado a obrar basado en distintos principios, consultando a la razón antes de prestar oído a sus inclinaciones. Aunque se prive en este estado de muchas ventajas naturales, gana en cambio otras tan grandes, sus facultades se ejercitan y se desarrollan, sus ideas se extienden, sus sentimientos se ennoblecen, su alma entera se eleva a tal punto que, si los abusos de esta nueva condición no le degradasen a menudo hasta colocarle en situación inferior a la en que estaba, debería bendecir sin cesar el dichoso instante en que la quitó para siempre y en que, de animal estúpido y limitado, se convirtió en un ser inteligente, en hombre.

       Simplificando: el hombre pierde su libertad natural y el derecho limitado a todo cuanto desea y puede alcanzar, ganando en cambio la libertad civil y la propiedad de lo que posee» (CS, I:VIII).

       Con otras palabras, se cambia «la independencia natural por la libertad» (CS, II:IV). Por lo tanto, si bien es cierto que el estado natural ofrece una serie de ventajas al ser humano capaz de afrontar sus dificultades y sin los problemas que surgen de la sociedad, también es cierto que no le permite su máxima realización. Ahí es donde tiene sentido la sociedad humana frente a la mera naturaleza: en la realización cultural o espiritual.

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