Reflexiones sobre el feminismo (I): la realidad biológica

Reflexiones sobre el feminismo (I): la realidad biológica

       La igualdad real entre hombres y mujeres es uno de los mayores y más importantes retos de nuestra sociedad, cuya trascendencia y completa realización llevará lo menos siglos, pues el pensamiento patriarcal está tan enraizado en nuestra forma de vida, permeando todas y cada una de nuestras expresiones culturales, que pensar una sociedad feminista implica un replanteamiento total de lo que es una sociedad humana. Cualquier cambio de paradigma debe hundirse hasta el nivel más profundo en el que está fundamentado. Y para ello, hay que entender las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer (I), cómo las sociedades se establecen en base a dicha diferencia (II) y la respuesta que damos o no damos al respecto (III).

       Lo humano es el sustrato principal que determina lo que los seres humanos son y cómo deben ser juzgados (o, mejor dicho, no juzgados). A partir de ahí, hay diferencias menores entre determinados grupos, tanto biológicas como culturales, y ambas influyen a la hora de entender el feminismo. Hombres y mujeres somos iguales a nivel ontológico, tenemos la misma dignidad y, por lo tanto, exigimos los mismos derechos y el mismo reconocimiento social. Ahora bien, hay determinadas diferencias biológicas entre el varón y la hembra. Excepciones a parte, es decir, de media, los varones tienen más fuerza bruta, más peso y más resistencia, mientras que las hembras son más flexibles, más livianas y más ágiles. Esto por sí mismo no tendría mayor relevancia, pues no es más importante la fuerza que la flexibilidad, son características neutras con mayor o menor valor dependiendo de la tarea a realizar: si quieres romper un coco a pedradas (porque no tienes otra forma), la fuerza bruta del varón es más valiosa, pero si quieres cruzar un río, la agilidad de una hembra le dará más facilidades. No obstante, estas características se imbrican con la cultura, potenciando y fundamentando una sociedad que determina (o influye enormemente) tu destino en función al sexo.

Menstruación, embarazo, parto, lactancia y menopausia

       Además de las características puramente fisiológicas, sobre las hembras recaen una serie de procesos biológicos: la menstruación, el embarazo, el parto, la lactancia y la menopausia. Todos estos procesos son muy exigentes a nivel biológico, tienen grandes implicaciones psicológicas (muchísimos psicólogos y pensadores, desde Freud a Simone de Beauvoir recogen los cambios de pensamiento que acontecen con la llegada de la primera regla, entre otros), y son exclusivamente femeninos. Algunos, como el embarazo o el parto, pueden no darse, pero si una pareja decide llevarlos a cabo, la carga cae sobre la mujer. Si la sociedad no los tiene en cuenta, y no los integra en sus estructuras, no va a ser capaz de establecer la igualdad sexual.

       Con otras palabras: ninguna sociedad va a ser auténticamente feminista mientras no se tenga en consideración efectiva la menstruación. Muchas hembras pasan cuarenta años de su vida con dolores y malestar generalizado durante de tres a cinco días cada veintiocho (por no hablar de dismenorreas, síndromes premenstruales y demás dificultades, que sufren la mayoría de mujeres ‒alrededor de un 85%‒). Supongamos que una hembra tenga la regla en la semana de exámenes de la universidad, o en la semana en la que se presenta a las oposiciones, o el día que tiene que jugar la final del mundial de fútbol, o durante un fin de semana de selección para un trabajo… Va a obtener peores resultados que un varón al que le iguala a todos los niveles, o si obtiene mejores resultados que él lo hace con una doble carga. Es decir, si una compañera estudia lo mismo que tú y hace las oposiciones con dos paracetamoles en sangre porque no puede aguantar los dolores menstruales, y lleva los últimos tres días sin poder repasar y saca la misma nota que tú, es que es más lista que tú. Hay una desigualdad entre las condiciones del varón y de la hembra, más o menos marcada, y son fenómenos que ocurren constantemente.

       Y, ¿qué hacemos? ¿Debe la hembra no trabajar durante la menstruación, en caso de que tenga dificultades? Si no, se le da al varón una ventaja sobre ella, pues igual que ocurre con el embarazo y las bajas de maternidad y paternidad, favorecen la contratación de ellos frente a ellas. Pero si adoptamos esta medida parece que tratamos a las hembras como incapacitadas, incluso les damos una ventaja frente al varón. ¿Cómo compensar con exactitud las diferencias biológicas? ¿Se le debe permitir trabajar menos? Entonces se la considera débil y, de nuevo, se producirán dificultades en la contratación. ¿Qué hacemos con las fechas señaladas (exámenes, campeonatos, entrevistas)? ¿Se retrasan en el caso de la mujer si tiene la menstruación? Entonces tendrá más tiempo para preparar, digamos, un examen que sus compañeros masculinos. ¿Adelantamos la fecha? Entonces tendrá menos tiempo…

       Escribí las siguientes reflexiones en clase: estoy sentado junto a una chica a la cual desconozco y me desconoce, pero nos sentamos juntos todas las semanas para atender a la misma clase. Una hora y media tomando notas y haciendo preguntas esporádicamente. Y de vez en cuando, en una de cada cuatro clases, ocurre la misma historia: tras una hora sentada, se levanta y sale sin decir nada. Va al baño. Yo no tengo esa necesidad, por lo que continúo atendiendo durante los diez minutos que ella tarda en hacer sus asuntos. Porque, son «suyos» exclusivamente, de su sexo. No los ha elegido, igual que yo no he elegido no tenerlos, pero ella los tiene y yo no. Vuelve, se sienta y continúa atendiendo, sin dramas ni lloros, sin pena ni gloria, sin que nadie se haya dado cuenta de lo ocurrido. La clase ha seguido como si nada, el profesor ni siquiera ha detenido su discurso, las preguntas se han seguido sucediendo y las explicaciones han seguido aclarándolas. A todos, menos a ella, quien acepta la situación como si la hubiese causado. Se acepta que las cosas son así.

       Algo parecido ocurre con el embarazo, pues aunque requiere la unión del varón y la hembra, sus exigencias recaen biológicamente sobre esta, que es quien sufre todas las dificultades asociadas a este proceso. Durante varios meses, ella puede trabajar y hacer vida normal, pero con un hándicap que no tienen los varones (mayor cansancio, irritabilidad, dolores, molestias, náuseas…). Como tal, es menos productiva, lo cual es un problema para las sociedades capitalistas, y si produce lo mismo que un varón lo hace con una carga extra, lo que es una desigualdad con respecto a estos. La hembra embarazada, para una empresa, «vale» menos que el varón, porque tiene menos capacidad productiva.

       Y, ¿el parto? No sólo el trauma físico, sino la cantidad de horas que puede requerir, el postoperatorio, las infinitas posibles dificultades… Tras lo cual llega una lactancia, que si bien a día de hoy puede ser suplida con leches artificiales o con dispositivos que permitan que el padre de la leche materna al hijo, ni las primeras tienen el valor biológico de la leche natural ni los segundos eliminan todo el trabajo que tiene que hacer necesariamente la madre. La lactancia recae sobre ella, durante meses o incluso años, igual que el parto, igual que la regla, por lo que ella tiene que estar necesariamente atendiendo a los hijos, lo que implica quedarse en el hogar (no puedes llevar al niño a la obra, y si lo llevas a una guardería –palabra horrible, que trata al niño como un trasto que hay que guardar para que no moleste–, lo único que hace es trasladar los cuidados a otra persona). El hombre puede formar parte de la crianza, pero difícilmente podrán repartirse las tareas de manera equitativa (quien pare, es siempre ella), por lo que puede compensar el trabajo que la hembra realiza biológicamente, por ejemplo, encargándose de la casa mientras la mujer da de comer al niño, donde ya vemos una diferencia sexual similar a la tradicional por la cual el varón sale a trabajar y la hembra se queda en casa (además, ¿quién está ganando dinero para mantener el ritmo de vida occidental?), o puede estar completamente ausente de estos cuidados, continuando su carrera laboral, opción por la que optan muchísimas parejas, incluso en nuestras sociedades modernas, a la hora de determinar quién se queda en casa cuidando al recién nacido y quién va a trabajar. Obvio, por otro lado, dada la naturaleza del trabajo en las sociedades occidentales y la biología femenina.

       ¿Qué ocurre si una pareja quiere tener tres o cuatro hijos? Entre una cosa y otra te pasas alrededor de diez años embarazada o en periodo de lactancia o pariendo. Y luego vuelve a tu empresa a retomar tu actividad profesional, o intenta retomar tu carrera académica y competir con varones que han estado diez años trabajando sin náuseas, sin dolores menstruales, sin lactancia y sin dar a luz. ¿Y si quieres tener tantos hijos como sea posible? Esto no es solo común en los del Opus Dei de las sociedades occidentales modernas (bueno, “modernas”, entiéndanme), sino en muchas comunidades no occidentales o en la misma Europa durante milenios de nuestra historia, lo cual conforma nuestra forma de ser actual. En las familias dedicadas a la crianza continua la hembra no puede trabajar, y aunque una pareja sólo tenga uno o dos hijos, eso implica muchos años de hándicaps. Pero para entender estas implicaciones hay que analizar cómo se estructura la sociedad en función a estas diferencias biológicas.

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