Reflexiones sobre el feminismo (III): aceptar e incorporar desigualdades

Reflexiones sobre el feminismo (III): aceptar e incorporar desigualdades

Sociedad industrial y actividades femeninas

       Las sociedades occidentales han sido patriarcales desde hace miles de años, lo que ya se puede ver tanto en los profetas bíblicos (Abraham, Noé, Moisés, Jesús, Mahoma, Buda, Rama, Krishna, Arjuna…) como en ljos textos homéricos, que Horkheimer y Adorno definen como «los textos fundamentales de la civilización europea» (véase la entrada La mujer en las epopeyas de la antigüedad). Y la cultura se ha ido formando alrededor de dicho patriarcado, el cual ha ido a su vez perfilando la cultura, determinando qué tiene y qué no tiene valor cultural, qué nos define… Los hombres decidieron, por ejemplo, establecer museos para estudiar y exponer el arte de una sociedad, y para ello recurrieron a la pintura y la escultura (tareas históricamente controladas por los hombres, pues requieren hacerse fuera del hogar), pero no cayeron en darle valor cultural a los tejidos elaborados por las mujeres. Los propios juegos olímpicos contaban al principio con disciplinas basadas en la fuerza, no en la flexibilidad y en la agilidad: lanzamiento de disco y jabalina, luchas, carreras…

       Si nuestra sociedad estuviera basada, a nivel deportivo, en el yoga o en el taichí, como lo están muchas sociedades orientales, las hembras tendrían una clara ventaja, pero estando basadas en el fútbol, el baloncesto o el rugby, las deportistas que quieren hacer carrera en estos (pues son los que mayor prestigio social ostentan), tienen una dificultad añadida respecto a los varones. La propia fórmula uno no tiene en consideración la menstruación femenina (período en el cual las mujeres tienen muchas dificultades a la hora de competir, pues el diseño de los asientos de los coches y las fuerzas que experimentan en las curvas produce severos riesgos de desangrado por hemorragia). Y no es casual, es patriarcado: la sociedad creada por los varones (esa desarrollada fuera del hogar) se ha acomodado a ellos y la hembra que intenta introducirse en ella tiene ciertas dificultades.

      También es cierto que hay muchos deportes y disciplinas olímpicas (actualmente) que están más adaptadas a las características medias del cuerpo femenino, pero no son mayoritarias ni las más valoradas socialmente y además surgen del feminismo, por lo que son victorias frente al patriarcado clásico, así como que hay muchas mujeres que destacan en deportes tradicionalmente dominados por los hombres, pero no sólo son excepciones, sino que son doblemente valiosas (y como tal son reconocidas), por la mayor dificultad que plantea que, por ejemplo, ellas levanten el mismo peso que ellos.

       Lo mismo ocurre a nivel cultural: los ámbitos a los que se han dedicado tradicionalmente unos y otras son distintos, dando lugar a culturas paralelas. La situación de las sociedades occidentales actuales se ve influida por un componente mucho más moderno de lo que parece: la introducción del capitalismo y la sociedad de consumo, basada en la industria, que quizás encuentre su germen en una Ilustración que busca controlar la naturaleza y sobreponerse a ella. Se empieza a valorar lo productivo, es decir, toda actividad capaz de dar lugar a un producto que se pueda vender. No sólo móviles, coches, perchas, lápices… sino también productos científicos como las vacunas o los cohetes espaciales (causa de la sobrevaloración de las ciencias en nuestras sociedades actuales). Las artes en la sociedad se reducen a su aspecto productivo: mientras puedas cobrar a la gente por ir a verte a un escenario o por adquirir un cuadro, está todo bien: «el arte vale lo que estés dispuesto a pagar por él». Da igual que pintes sin ninguna idea, sin ningún concepto, sin expresar nada. Mientras puedas venderlo… Pero si no es así, artes, ciencias y otras disciplinas quedan relegadas al mero disfrute personal, manteniéndose por simbolismo, memoria o frikismo, como ocurre con la filosofía, la mitología o la literatura, que se eliminan progresivamente de la sociedad.

       Esto afecta a las actividades tradicionalmente llevadas a cabo por las mujeres, especialmente a las que tienen un carácter cultural. Los ejemplos más claros de esto son la costura y la cocina. La primera ha dejado de ser una labor artística y cultural en la cual se recogía la forma de ser de una sociedad como una pintura sobre un lienzo o como una escultura en la piedra (aunque con un carácter mucho más conservador –en el sentido de conservar, mantener la tradición, independientemente de la ideología política– y menos transgresor) y la segunda ha perdido toda su trascendencia (que raya lo sagrado), convirtiéndose ambas en productos industriales, producidos por máquinas que repiten el mismo patrón millones de veces y a toda leche en el primer caso y relegados al ámbito de la comida rápida (que muchas veces no es ni siquiera comida) o bien al ámbito extrahogareño de los restaurantes de lujo (donde mayoritariamente cocinan hombres) en el segundo. «El saber de labores preciosas» (Ilíada. Canto VII. 110-111) que Atenea entregó a las mujeres, según Homero (representante del patriarcado en estado puro, por otro lado), ha pasado a ser industria y sus productos han dejado de ser valorados artísticamente.

Modelos de feminismo

       Teniendo en cuenta todos estos elementos (diferencias biológicas, sistemas basados en la división sexual, segregación de actividades culturales), surge la pregunta: ¿cómo igualar entre desiguales? Porque hembras y varones somos iguales a nivel ontológico y axiológico, pero mostramos determinadas diferencias biológicas sobre las cuales se han fundado pilares de nuestra cultura, explotando estas características y dando lugar a una discriminación patriarcal actual.

La mujer masculina

       Un intento de conseguir la igualdad que, de facto, se da en nuestras sociedades es la transformación simbólica de la mujer en el hombre, lo cual cae en el error que intenta evitar, pues intenta defender el valor de la mujer negando las características tradicionalmente asociadas a ellas para adaptar las asociadas (de nuevo, tradicionalmente) al hombre, por lo tanto aceptamos el statu quo tradicionalista que discrimina a la mujer y nos intentamos convertir en el hombre para no ser discriminadas, por lo que estamos aceptando también la idea machista de que el hombre es superior a la mujer.

       Esta actitud (tan legítima como la que más) se manifiesta en el rechazo a todo lo que tenga que ver con el rol tradicional de la mujer, a lo que ocurre dentro del hogar, como la cocina, la costura o el cuidado de los hijos. También se copia la estética, de pelo corto y pantalones, pero además (y esto es más importante) se importan los valores o actitudes asociadas tradicionalmente al hombre, como el empoderamiento, la autoridad, la rigidez… Modelos de esta mentalidad lo representan, como digo, legítimamente, Soraya Sáenz de Santamaría, Margaret Thatcher, el Colectivo IRA (dentro del panorama del rap)… así como la incorporación de la mujer a estructuras tradicionalmente dominadas por los hombres como los deportes basados en fuerza y resistencia, los puestos de mando y organización pública o privada, el ejército…

La mujer mujer

       El modelo contrario es la reivindicación de la propia feminidad o los elementos tradicionalmente asociados con la mujer, que cae en el peligro de perpetuar los esquemas en base a los cuales ha sido discriminada, dando a entender que no puede competir con el hombre en sus propias categorías porque la mujer parecería más débil y dado que no hay categorías propiamente femeninas (por ejemplo, deportes donde el cuerpo femenino tenga más facilidades), esta se queda en inferioridad.

       La reivindicación de la mujer (y el hombre) que acepta el rol tradicional como cuidar a los hijos o ser ama de casa representa este modelo. El papel de la actriz y la modelo que cuidan su cuerpo al máximo para ponerlo a disposición de un director de cine, obteniendo así el empoderamiento a través del hombre, son representantes de este modelo. También medidas políticas como las cuotas u otras formas de discriminación positiva. La Ruina, en Los ojos de Dios, manda este mensaje, de forma irónica y subversiva, dentro del rap.

Ni hombres ni mujeres: trabajadores

       Otra opción es buscar igualar las condiciones en las que se desenvuelven las actividades humanas sin ir al problema de fondo de la diferencia sexual, que es el modelo que predomina en la política y en el debate social y mediático de nuestra sociedad actual, porque es el más fácil y el menos subversivo. Se abren las universidades a las mujeres, pero el modelo basado en el rendimiento, la competencia y las jornadas de exámenes siguen intactas; lo mismo ocurre con el resto de instituciones, así como con el deporte. Se crea una liga femenina de fútbol, de fórmula uno y de rugby, en lugar de dar valor a los deportes basados en la elasticidad y agilidad del cuerpo humano (pero, claro, los récords son otros, la popularidad de unos y otras no es comparable, los equipos femeninos y masculinos en raras ocasiones pueden competir entre sí). Se meten a las hembras en las fábricas y oficinas, pero se sigue juzgando al trabajador por su productividad, por no hablar de que la hembra embarazada, recién parida o en periodo de lactancia, tiene que rendir lo mismo que si no estuviera atravesando estos procesos, como hace el varón. Hablamos de «científicos y científicas», pero estas tienen que dejar su carrera investigadora para dedicarse a la maternidad…

La igualdad en la no discriminación

       Es un callejón sin salida, siempre que se juegue con las reglas de una sociedad establecida en base a criterios patriarcales. Si lo que cuenta es la eficiencia, el récord, la competición… en definitiva, la mera productividad, sea en un ámbito intelectual, deportivo o industrial, las mujeres sufren una desventaja estructural. Y no se debe a que tengan menos capacidad intelectual ni artística, ni a que sus cuerpos sean inferiores, sino a que el sistema valora aquello en lo que el hombre es mejor (como la eficiencia física del varón sin regla o la capacidad del cuerpo humano para lanzar una jabalina). No obstante, el sistema no refleja esta diferencia.

       Salirse de esas reglas implica reformular completamente las sociedades actuales, es decir, las sociedades patriarcales. De hecho, parte de los problemas que el feminismo arrastra son por la dificultad de entender hasta qué punto llegan estos esquemas mentales. La propia expresión «empoderamiento femenino» está tintada por ellos, pues el concepto «empoderamiento» ya lleva tras de sí valores patriarcales de fuerza, lucha, subversión… “valores” tradicionalmente asociados con el hombre, importantes para cazar mamuts y matar a los enemigos de la tribu cercana, pero completamente inútiles y ausentes en el hogar, inservibles para afrontar una lactancia o la menopausia. Y quizás no sean los valores que las mujeres quieran reivindicar, ni los valores deseables de una sociedad futura, que quizás no tenga que estar basada en el poder y la discriminación. ¿Tienen las mujeres que tomar el «poder»? ¿Quieren hacerse grandes, fuertes e insensibles como el prototipo de hombre poderosos? ¿Quieren el control sobre la naturaleza, la capacidad de empezar una guerra, el poder para oprimir a sus trabajadores? ¿De qué va el feminismo, de reivindicación, de reconocimiento, de respeto, de justicia o de competición y dominio?

       Cuando valoramos la primera mujer que triunfó en una disciplina científica, o que logró ser directiva de un gran banco, o que batió un récord de fuerza o resistencia, o que gobernó un gran país, o aplaudimos los logros del equipo femenino de fútbol o de baloncesto, ¿qué estamos reconociendo, exactamente? Y, ¿por qué lo estamos haciendo? ¿Aplaudimos que la sociedad sea más feminista o que las mujeres hayan entrado en la estructura patriarcal? Es de admirar que una mujer bata un record mundial de fuerza o que consiga un logro científico, igual que es admirable que un hombre cuide de sus hijos o sea un maestro tejiendo. Obviamente, pero eso no cambia las bases de la sociedad ni elimina la discriminación estructural.

       Quizás la sociedad futura no tenga que basarse en la fuerza, el dominio y la competición, sino en la paz, el respeto y la hermandad. Necesitamos replantear las sociedades basadas en la producción y el capital; cuestionar la discriminación y la meritocracia como formas de estructuración social; plantearnos si el juicio es el mejor método para relacionarnos con el otro; si no es contraproducente el control de la naturaleza a través de la ciencia y la tecnología para superar nuestro miedo ancestral; si la luz que busca vencer a la oscuridad infinita y primordial no nos está deslumbrando, haciéndonos más ciegos… Hay que llegar hasta el fondo y, sinceramente, no estamos preparados para ello. Hay que ser más ciervo y menos león.

Puedes compartir esta entrada en tus redes sociales: