Biografía


Permítanme dirigirme a ustedes en esta página para mostrarles un poco mejor quién soy. Mi nombre es Alberto Buscató y nací en Madrid en 1993. Tras la temprana muerte de mi padre, cuando yo no contaba más de ocho años, empecé a sentir la necesidad de preguntar, de buscar. Al principio no sabía dónde encontrar respuestas, ni sabía exactamente cuáles eran las preguntas. Tampoco sabía qué buscaba, ni que buscaba, pero creo que desde entonces empecé a desarrollar una mirada atenta y profunda, sensible con lo que acontecía a mí alrededor. Tuve una infancia y una adolescencia normal para un chico occidental del siglo XXI, entre numerosos amigos, vacaciones familiares y los entretenimientos habituales a los que la sociedad nos expone.

Fue entonces, a los siete años, cuando un amigo puso en mis manos un disco de rap, marcando el inicio de mi amor por esta cultura. Con quince años publiqué mí primera maqueta y en Abril de 2018 mi último disco (paganus), y durante largas temporadas he estado involucrado en cientos de eventos, conciertos y colaboraciones, siempre alrededor de la música rap, la cual conozco bien desde pequeño. Decidí salir del primer plano de producción musical durante seis años, por priorizar mis estudios y salir de una atmósfera cada vez más masificada por la atracción de la moda en la que se convirtió el rap alrededor del 2010. Sin embargo, siempre me mantuve en contacto con la música, escuchando todo lo nuevo que se publicaba en el género. Hasta hace poco no sabía exactamente qué significaba el rap y cómo había educado mis gustos y mis pensamientos. Siempre me atrajo de él su carácter literario, su compromiso social y su valor artístico, pero no había profundizado en esta mi cultura hasta que empecé a escribir sobre ella, dando lugar a Las figuras retóricas en el rap español del siglo XXI, publicado por la Editorial Adarve en la Colección Arquero que recoge las 25 mejores obras del año (siendo la mía el tercer puesto) y La esencia del rap hispano, que publicaré próximamente, donde expongo de la manera más clara y detallada de la que he sido capaz tras casi veinte años de reflexión sobre esta cultura.

Viví hasta los veintitrés años en Torrelodones, un pueblo de clase acomodada con una marcada diferencia generacional políticamente hablando, donde los hijos de una generación conservadora nos identificábamos, al menos en nuestra juventud, más con la rebeldía, la crítica y el cambio social que con la mentalidad de nuestros padres; aunque siempre con un discurso ideológicamente indefinido y perezoso. Estudié en un colegio público de la sierra madrileña, el I.E.S. Diego Velázquez, el cual tenía un elevado nivel de exigencia, lo que garantizó que todos los que caímos en sus aulas adquiriésemos una sólida base en lo que a conocimientos se refiere. Sin embargo, sus profesores no supieron transmitirme el amor al conocimiento y el valor del esfuerzo desinteresado por la cultura. Aunque, quizás fui yo quien no supo aprenderlo de ellos.

Entonces entré en la universidad, y eso cambió mi vida para siempre. Encontré, por primera vez, gente a la que le interesaba la realidad, sea científica o social. Me enseñaron que la verdad tiene muchas caras y que las preguntas complejas requieren respuestas profundas, que solo un pensamiento estructurado puede formular. Así, las asignaturas cobraban un valor que nunca antes tuvieron porque ya no buscaban preparar un examen, sino explicar una parte de la realidad. Y eso me apasionaba tanto como a los profesores que las enseñaban. La palabra “interesante”, que nunca antes estuvo en mi vocabulario, se introdujo en él de lleno, y dicho interés por la realidad empezó a crecer a pasos agigantados.

Estudié una carrera de ciencias (Biotecnología), ya que creí que las respuestas últimas a cualquier pregunta se encontraban en las ciencias empíricas. Es este un mensaje típico de nuestra sociedad marcadamente cientificista, que ahora sé que es falso, pero que el joven de dieciséis años que eligió estudiar el bachillerato científico tecnológico-biológico (la llamada doble vía) se creyó a pies juntillas. Sin embargo, estudié en una universidad que me permitió acercarme a la que siempre había sido mi pasión, aunque por aquel entonces la consideraba más un pasatiempo que una profesión o una dedicación vital: la filosofía.

Esta fue la Universidad Francisco de Vitoria, una universidad privada de pensamiento aristotélico-tomista, marcadamente cristiana y con un claro carácter conservador. Gracias a una beca del Banco Santander y el Ayuntamiento de Torrelodones, pude estudiar dicho grado de forma completamente gratuita, siempre que mantuviese unos estándares anuales de calidad curricular relativamente elevados. Su carácter de universidad privada le permitía cierta flexibilidad curricular, que aprovecharon para dar una formación humanística a todas las carreras de ciencias, de hasta cuarenta y dos créditos en asignaturas como antropología, ética, filosofía aplicada o teología. Empecé a preguntarme entonces qué era (o cuál era) la Verdad, la Belleza y la Justicia. Buscaba el Bien, y me preguntaba por su sustancialidad, que creía real aunque difusa al entendimiento humano. Empezaba entonces una etapa de mi pensamiento marcada por un despertar “metafísico”.

También fui uno de los pocos alumnos escogidos por la Escuela de Liderazgo Universitario, una institución educativa de alcance nacional formalmente independiente, aunque asentada en los cuarteles centrales de mi universidad, en la que estudiábamos un programa interdisciplinar con un claro enfoque humanístico estructurado en módulos de Filosofía, Derecho, Religión, Periodismo, etcétera, y asistíamos a diversas actividades formativas como ciclos de conferencias o viajes académicos. La formación aquí recibida profundizó en las enseñanzas propias de la universidad, pero concentrándose en la parte social y activa. Estáis llamados a cambiar el mundo que heredaréis, como todas las generaciones, y tendréis que estar preparados para ello, se os exigirá saber qué hacer.

Además, tuve la oportunidad de participar durante cinco años en la Sociedad de Debates de dicha universidad, la más antigua en activo de España, donde aprendí que lo fundamental para ser un buen orador no es saber convencer, sino saber pensar. Dedicábamos semanas enteras a preparar las líneas argumentales de nuestros debates, lidiando más con tesis, estructuras lógicas y argumentos que con técnicas de comunicación no verbal o normas prosémicas. Y, en alguna de las largas noches que nos quedábamos encerrados en un aula de la universidad, estudiando los dilemas morales entorno al aborto, las causas primeras del terrorismo o los límites de la libertad de expresión, descubrí lo que era un pensamiento recto y elaborado. Empezaba a girar el rostro desde la metafísica a la epistemología, aunque todavía no lo sabía.

Mi pasión por las humanidades crecía cada vez más, lo cual se confirmó cuando empecé a trabajar en un laboratorio, hecho que ocurrió muy pronto. Estando en segundo de carrera, tuve la oportunidad de hacer unas prácticas en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas con el Dr. Guillermo Montoya. Después de las típicas prácticas de verano, me ofrecieron un contrato de becario por tiempo ilimitado con el cual pude ver de primera mano la vida de un investigador. No solo estuve en contacto en primera persona con un laboratorio real y de alto rendimiento, sino que podía acceder a lo que hacían mis compañeros en sus doctorados, siendo jefes de grupo o de proyecto y… yo no quería esa vida. Descubrir la estructura de una proteína, o realizar un test enzimático con ella, eran problemas de gran dificultad técnica, dignos de alabar, pero que no saciaban el ansia de mí búsqueda. Las respuestas últimas a las preguntas que más me acuciaban no eran de carácter científico, sino filosófico.

Un año más tarde, el laboratorio entero donde trabajaba se trasladó a Dinamarca y el Dr. Montoya, apoyado por la Fundación Lundbeck y el Center for Protein Research de Dinamarca, me ofreció una beca de cinco años para estudiar un máster y un doctorado con ellos, en biología estructural. Tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida académica cuando rechacé dicha oferta. Nunca me he arrepentido de estudiar Biotecnología ni del tiempo invertido en laboratorios, ya que aprendí cómo funciona (y cuando no funciona) la mentalidad científica, tan presente en nuestra sociedad occidental moderna. Además, ayudó a formar un pensamiento crítico, riguroso, observador y curioso que todavía conservo. Sin embargo, mi futuro académico estaba en la filosofía.

Tras terminar la carrera y trabajar durante unos meses en el CNIO para conseguir algo de dinero (con el que financié retrospectivamente mi estancia en Harvard Medical School), fui aceptado en un máster en Cognitive Science en Osnabrück Universität, en Alemania, a donde pude mudarme gracias a una beca del Deutscher Akademischer Austauschdienst. Este era un máster interdisciplinar que me permitía estudiar filosofía en una universidad alemana (fundamental para entender el pensamiento filosófico Europeo, tanto históricamente como en la actualidad), poniéndola en diálogo con mis conocimientos científicos. Para mí fue un espacio de libertad, descubrimiento y realización, ya que me permitieron andar mi propio camino aunque guiasen mis pasos. Dado que puedes escoger libremente las asignaturas que cursas, y puedes hacer tantas como desees, pasé la práctica totalidad del máster en aulas de filosofía, incluyendo la tesis final y un proyecto de investigación anual, terminando el máster con casi el doble de los créditos requeridos.

La Universidad Francisco de Vitoria me enseñó la importancia de la metafísica, de buscar respuestas sustanciales a preguntas absolutas sobre el hombre, el mundo o la divinidad. Sin embargo, era una universidad anclada en el siglo XIII, cuya filosofía era meramente exegética, claramente anacrónica y descolgada de la realidad de nuestra época. La Osnabrück Universität, por el contrario, me enseñó el valor de una filosofía viva, moderna, actual, una filosofía que puede responder a cuestiones de nuestra realidad, a debates culturales que siguen vivos esperando una respuesta, a los dilemas que surgen en el desarrollo natural de toda sociedad y que le afectan a usted que lee esta carta, y a mí que la escribo. Me enseñaron que para comprender sustancialmente las respuestas, hay que entender formalmente las preguntas y quien las formula. Produjeron así un giro copernicano en mí (muy alemanes, ellos) hacia la epistemología y el pensamiento.

Actualmente, creo que tengo una sólida base en filosofía. He estudiado cursos introductorios a todas sus disciplinas, he profundizado en autores clásicos desde Platón hasta Searle o Frankfurt pasando por Descartes, Hume o Leibniz, he estudiado las relaciones de la filosofía con otros campos como el derecho o la ciencia… En total he cursado alrededor de 250 ECTS en tres idiomas (castellano, inglés y alemán), además de la formación no titulada en otras instituciones. Sin embargo, nunca he cursado un programa estructurado en filosofía de principio a fin. Las clases a las que he asistido siempre han sido cursos sueltos sobre uno u otro filósofo, dentro de programas formativos de filosofía, o clases generales de filosofía para alumnos de otras carreras. Por eso quiero completar mi formación predoctoral en filosofía con un programa de máster que me ofrezca una visión estructurada a nivel histórico y sistemático de la filosofía occidental.

Actualmente vivo en Heidelberg, donde estoy estudiando un máster en filosofía. Además, dedico gran parte de mi tiempo a leer, estudiar de forma autodidacta y escribir (sobre lo cual se puede leer en esta página). Estoy terminando la publicación de mi segundo libro, La esencia del rap hispano, mientras compongo varias obras de diverso carácter, publico semanalmente artículos en mi página web, aprendo latín y sánscrito, profundizo en la meditación y el yoga a la par que estudio diversos textos hindús como las Upanishads o el Mahabarata.

Por último, no me gustaría dejar en el aire una cuestión que recorre transversalmente tanto este escrito como la historia personal de cada uno: ¿cuáles son esas preguntas a las que siempre he estado buscando respuesta? No son cuestiones que se puedan, sencillamente, formular entre dos signos de interrogación, pero déjenme referirme brevemente a ellas, ya que creo que muestran parte importante de mí.

La filosofía me ha mostrado su capacidad para potenciar el pensamiento humano, y desarrollar la libertad del individuo. Esta te permite ser consciente de cómo nuestra cultura nos constituye, lo cual nos permite despegarnos de las tradiciones con las que no nos identifiquemos y abrazar aquellos valores que reconozcamos como propios. Esto es fundamental en una época de democracia, donde sólo el espíritu crítico y formado de los ciudadanos nos puede alejar de los populismos y demagogias. La democracia no funciona en una sociedad desinformada, y la formación de la sociedad pasa indispensablemente por el desarrollo filosófico a nivel personal.

En un país como España, enmarcado dentro de una Europa en decadencia cultural, esto es fundamental. Nos encontramos en una sociedad culturalmente indefinida e intelectualmente perezosa, que atraviesa un proceso de desmantelamiento cultural, donde cada vez se leen menos los textos fundadores de nuestra cultura, donde las artes y las humanidades han sido relegadas a un segundo plano, donde se han perdido los valores que antaño nos guiaban (excepto una idea perezosa y superficial de libertad, a lo sumo). Y, si hay algo que caracteriza a Europa, algo que en África y Asia no está presente y en América y Oceanía solo existe por influencia colonial, es la filosofía. Nuestra tradición cultural siempre se ha encarnado en y desarrollado a través de la filosofía.

Y por último, si esta revitalización cultural es importante para recuperar y reforzar nuestra identidad, esto no debe entenderse como una fuente de divergencia respecto al resto de culturas, sino al contrario. Sólo desde una identidad definida podemos hacer frente a los problemas actuales, que son conflictos globales y que, debido a ello, requieren soluciones interculturales, sin vernos arrastrados por otra cultura ni imponernos a las demás.

Por lo tanto, creo que la filosofía es fundamental para el desarrollo del individuo, la revitalización de la cultura europea y la confraternización a nivel global. Esas son las preguntas y las propuestas en las que se enmarca mi personal proyecto filosófico. Por ello dedico todo mi esfuerzo a su estudio y a su difusión.

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