El Mahabharata: guerra y reencuentro

El Mahabharata: guerra y reencuentro

febrero 10, 2020 4 Por Alberto Buscató Vázquez

     El Mahabharata es la gran epopeya india, y uno de los textos más relevantes de la historia de la humanidad. En ella está contenida gran parte de la sabiduría humana y lo esencial de la mentalidad india, en una historia que se mueve entre la luz del reencuentro y la oscuridad de la destrucción, ambas naturalezas tan propias de la raza humana, que siguen desenvolviéndose en nuestras sociedades actuales, como dos polos opuestos pero inevitables.

     Su similitud con las grandes epopeyas griegas (la Ilíada y la Odisea) se deja ver en cada capítulo, sea por casualidad, por influencia recíproca o por inspiración divina: la presencia de sacrificios, las relaciones cercanas entre dioses y hombres, la inevitabilidad del destino, las profecías y su cumplimiento, la presencia de gigantes cíclopes antropófagos en el mundo salvaje, las transfiguraciones, el uso de epítetos, las duplicaciones de nombres… así como una relativa similitud en los personajes: Bhima y Diotomeo, Atenea y Krishna, Paris y Radheya… Aunque también hay claras diferencias, como entre Yudhishthira y Agamenón o Duryodhana y Héctor, que podrían ser personajes similares, por ser análogos, pero que poco se parecen (representando la rectitud, la disciplina, la maldad y la valentía, respectivamente).

     Aparte de la génesis de los héroes, el Mahabharata narra dos acontecimientos principales: el exilio y la guerra. Estos están intercalados de una infinidad de pequeñas historias que constituyen la obra más extensa de, por lo menos, la Edad Antigua, pues consta de doscientos mil versos (ocho veces la Ilíada y la Odisea juntas). Pero empecemos por el principio.

El exilio: recuperar lo perdido

     Los héroes del Mahabharata, los pandavas, son perseguidos por su primo Duryodhana durante toda la epopeya, el cual les obliga a huir del reino que por herencia les pertenece y a exiliarse en el bosque, para lo cual les reta a un juego de dados trucado. Los pandavas son chatrias, es decir, guerreros, cuyo deber «es proteger al oprimido» (MB 3.18 y 9.1) y entre otros valores y normas de estos está aceptar todo reto que les lancen, por lo que no pueden evadir la perversa propuesta de Duryodhana.

     Además, el líder (espiritual) de los pandavas, Yudhishthira, es la máxima representación del dharma, o la ley sagrada, que recoge el bien en todas sus expresiones, que hoy distinguiríamos entre legal, moral, religioso… incluso físico. Por lo tanto, aunque sepa que el juego está trucado, es su deber no recurrir a excusas para evitarlo, y afrontar su destino de frente, respondiendo con el ejemplo a esa pregunta que plantearía Platón en la República siglos más tarde (quizás, pues la cronología de todos estos sucesos –si es que fueron tales– es tremendamente dudosa) de si hay que ser justos, a sabiendas de que vamos a sufrir un perjuicio por nuestras acciones y no vamos a obtener ni siquiera una justa apreciación por parte de la comunidad. Yudhishthira sabe lo que va a ocurrir, pero igual que Aquiles o Héctor en la Ilíada, se enfrenta a su destino aceptándolo.

     El caso es que los pandavas acaban siendo exiliados por el maldito juego, incluyendo todos los hermanos y la esposa de estos, durante catorce años, de los cuales tendrán que vivir trece en el bosque, alejados de la civilización, y el último pasando desapercibidos, pues si alguien les reconociese durante este tiempo se verían obligados a volver a exiliarse durante otros catorce años. Para ello, deciden pasar este último año inmersos en la sociedad, pero vestidos (y travestidos en el caso de Arjuna) realizando tareas menores para un rey cualquiera mientras ocultan su identidad. Curiosamente, o quizás no tanto, esto nos recuerda a la historia de Ulises, quien después de vagar durante varios años por misteriosos lugares del mediterráneo acaba pasando desapercibido en su propia casa durante cierto tiempo.

     Durante este proceso, los pandavas sufren una infinidad de aventuras y desventuras, siendo sometidos al descrédito y a la humillación. Especialmente duras son las críticas que recibe Yudhishthira de su propia familia, y saber que estos están sufriendo por su culpa. Aunque haya seguido a rajatabla los mandatos del dharma, de la buena conducta o de la corrección, todos quieren, en un momento u otro, hacer caso omiso de lo que consideran lo recto para sobreponerse a una injusticia, incluso el dios y líder espiritual Krishna. Todos, excepto Yudhishthira, cuya férrea convicción hace dudar incluso a sus hermanos. Sea como fuere, acaban los catorce años de exilio, y vuelven a su hogar.

«No, Krishna. He hecho algo mal y este exilio es mi expiación por ello. Tengo que pasar por esto, y conmigo también mis hermanos y mi amada reina. Inevitablemente tendré que sufrir por lo que hice» (MB 3.3).

     Quizás todas las grandes epopeyas narren «una historia de ida y vuelta», pero en el Mahabharata es muy claro el significado de este recorrido, especialmente teniendo en cuenta la mentalidad india. La vuelta del exilio es volver al lugar al que pertenecen y el cual les pertenece, es decir, recuperar su reino. Lo que se encuentra tras la separación es algo que ya se tenía antes, pero que se había perdido. No es un encuentro propiamente dicho, sino un reencuentro, una vuelta al origen. Durante los próximos milenios (y durante varios milenios anteriores, posiblemente), la sabiduría india insistirá en que el auténtico encuentro con el absoluto no es un aprendizaje ni un descubrimiento, sino una toma de conciencia. «Yoga», igual que «religión» (de re-ligare), significa unión, o re-unificación, pues se une lo que una vez no estaba separado, y se separó. Volvemos al punto de salida, al encuentro con el absoluto que nunca hemos perdido, pero de cuya unidad hemos dejado de ser conscientes durante un tiempo.

     Esto es diferente en la Ilíada y la Odisea, especialmente en esta última, donde se narran aventuras cuyo final es distinto del principio. Es cierto que Odiseo busca volver a casa, pero la historia comienza estando él perdido, por lo que la vuelta es, a nivel narrativo, una ida. En la Ilíada se cumplen unos objetivos, se persigue un fin (tomar Ilión, recuperar –o raptar– a Helena)… No así en el Mahabharata, donde se busca recuperar la condición primigenia. Esta idea cobra mayor fuerza si nos fijamos en el Ramayana, la otra gran epopeya india, que repite esta idea, pues si Rama sufre un exilio tras el cual recupera el reino del que es heredero, también comienza el exilio con su esposa, Sita, y la práctica totalidad del poema consiste en recuperarla de las manos de su secuestrador, Ravana, es decir, volver a unirse con aquello que se tenía en un primer momento.

     Así, el exilio es momentáneo, aparente, incluso, y su disolución es el encuentro con el inicio, la recuperación del reino. No obstante, la búsqueda del absoluto (o de uno mismo) es tremendamente complicada, una odisea (nunca mejor dicho), por lo que esta ocurrirá, en el Mahabharata, tras una guerra…

La gran guerra

     La guerra es una constante en la historia de la humanidad, especialmente en los textos de la Edad Antigua, que son odas a los valores de los soldados: «No menciones la huida […] no es propio de mi estirpe» (IL V.252-253) o «vayamos al combate, aun heridos: es nuestra obligación» (IL XIV.128) se puede leer en la Ilíada. Los héroes homéricos son aguerridos, incluso disfrutan con la matanza, así como sus dioses: «Añoraba el griterío de la guerra y la batalla» (IL I.492). No obstante, el Mahabharata parece ser un libro sobre unos guerreros (chatrias) que quieren ser pensadores o sacerdotes (brahmanes), pues aborrecen la guerra.

     A ese respecto, Arjuna llega a lamentarse de su condición, que le obliga a luchar (MB 6.10), el propio Yudhishthira se siente relativamente a gusto en el bosque durante el exilio (MB 3.5), viviendo como un asceta. Incluso llega a decir que «odia la guerra» (MB 5.23 y 6.13), algo que también repite Arjuna durante esta (MB 6.10). De hecho, el texto más citado y reconocido del Mahabharata, el Bhagavad gita, narra la escena en la que Arjuna, el mayor héroe y guerrero pandava, se compadece de sus enemigos (MB 6.3) y no quiere iniciar la lucha: «se sintió lleno de compasión por todos ellos» (MB 6.3). Excepciones aparte, como es el caso de Bhima, un guerrero por naturaleza que hace las veces de Diomedes en la Ilíada.

     De hecho, intentan evitar la guerra a toda costa, proponiéndole más de una docena de veces antes y durante la guerra un pacto al antihéroe Duryodhana, al que llegan a pedirle que les entregue solo «cinco ciudades» pequeñas, y así evitarán la guerra (algo que sería un insulto para quien ha sido emperador del mundo –esto es, del mundo conocido, por aquel entonces, por los personajes–). Incluso con cinco pueblos se conformaría, dicen. Pero Duryodhana se niega y la guerra se vuelve inevitable.

     Y, cuando llega, oscurece todo. No es solo que «la guerra signifique la muerte de los más allegados y queridos» (MB 6.9), sino que todo atisbo de bien moral y rectitud (que incluso en las guerras tienen su haber) desaparece: los personajes empiezan a enloquecer, a saltarse todas las normas del sentido común y de la buena conducta, la decencia y la corrección desaparecen de los personajes, quienes discuten y se atacan entre ellos, dejan de respetar las treguas nocturnas, comienzan a espiarse, intentan envenenarse mutuamente, fallan a su palabra (algo impensable durante el resto de la epopeya)… Incluso Krishna, un dios encarnado en un cuerpo humano, intentaría faltar a su promesa, lo que habría hecho de no ser porque otros personajes se sacrifican por él. No hay valores en la guerra, nada positivo se puede extraer de ella, la decadencia cada vez es mayor, se pierde «todo sentido del Dharma»… (MV 7.30).

     Esto tiene su culmen narrativo y conceptual en la mentira de Yudhishthira. El adalid de la pureza moral, de alma limpia y luminosa, que incluso pareciera estar por encima de los dioses (que no dejan de tener cierto carácter humano y son, en cierto sentido, farfulleros), miente. Ante la imposibilidad de matar a Drona, le proponen una estrategia: digámosle que su hijo ha muerto, y cuando le sobrevenga la pena y se despiste, acabamos con él. Durante toda la obra se ve que la palabra tiene un valor sagrado y que la mentira es impensable, solo propio de hombres miserables y condenados. Por eso Yudhishthira se niega en un principio, buscando otras alternativas que no le hagan realizar una acción a todas luces reprochable, pero incluso Krishna le dice que es una buena idea. Y, ¿el dharma? cabría preguntarse…

«Incluso en la guerra, los primeros nueve días transcurrieron regidos por la rectitud, pero a partir del décimo día, el tono de la guerra cambió. La pureza comenzó a oscurecerse con pequeños actos de adharma y día tras día eso fue creciendo» (MB 9.8).

     Cuando llega el momento, Bhima mata a un elefante de guerra (esto es la India, recordemos), con el mismo nombre que el hijo de Drona, y se presentan ante él y le dicen: «Drona, Aswatthama ha muerto», sin especificar si se refieren a su hijo o a uno de los cientos de miles de elefantes que no juegan ningún papel en la historia y que a Drone no le importan lo más mínimo (más allá del valor de todo ser vivo). Una trampa en toda regla. A Drona se le parte el alma desde el primer momento, seguro de que su hijo a fallecido porque, ¿por qué iban a mentirle? No hay honor en la mentira. Sería impensable que los pandavas, almas bondadosas por naturaleza, le mintieran de manera tan vil incapaces de hacerle frente. No obstante, con la esperanza de que fuese falso, se gira hacia Yudhishthira, pues sabe, o mejor dicho cree, que él no mentiría nunca, aunque fuesen enemigos. Y pregunta: «¿es eso cierto?».

            «Sí, es cierto. Ashwatthama ha muerto», responde Yudhishthira. Miente, porque, al fin y al cabo, es humano.

«Se dice que el carro de Yudhishthira estaba siempre a diez centímetros del suelo por su Dharma, pero que tan pronto como dijo estas palabras, su carro descendió a la tierra y tocó el suelo. Yudhishthira aquel día se puso al nivel de cualquier otro mortal que anda sobre la tierra» (MB 7.30).

Conclusiones

     El Mahabharata, por lo tanto, es «una historia de ida y vuelta», en la que se recupera la conciencia con el absoluto que se había perdido, se vuelve al todo, pero únicamente después de librar una guerra y huir de la oscuridad que ciega a los hombres, de la cual no se puede sacar nada bueno. Grandes enseñanzas entre un sinfín de otros relatos, pues «lo que no se encuentra aquí no se encuentra en ninguna parte» (MB 0.2 y últimas palabras).

 

Notas: Ilíada (IL canto.verso), Mahabahrata (MB libro.capítulo) [versión de Kamala Subramaniam].

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