Veganismo: dos vías argumentativas

Veganismo: dos vías argumentativas

«No es natural». «Es un retroceso en nuestra forma de vida». Estas y muchas frases similares se balbucean espontáneamente cuando se critica el veganismo desde posturas más tradicionales. Nada más lejos de la realidad. Déjenme exponer dos formas contrapuestas, aunque complementarias, que recogen las perspectivas desde las que se puede argumentar el veganismo.

La vía naturalista

¿Está el hombre capacitado para llevar una dieta cárnica en su estado natural? Es decir, de facto el hombre come carne, pero, sin el uso de la razón, la tecnología y la civilización, ¿cuál sería nuestra dieta? La antropología científica presupone que el hombre es un omnívoro, capaz de comer todo tipo de seres vivos, incluyendo carne o pescados además de frutos. No obstante, también es cierto que la ciencia no está libre de sesgos y, en este caso concreto, se ha visto cómo el antropocentrismo ha influído en las teorías tomadas como válidas durante décadas en las ciencias más serias y rigurosas (véase Gender and the Biological Sciences).

Dado que nuestro «familiar» más cercano evolutivamente hablando son los chimpancés, tiene sentido que echemos un vistazo a su alimentación y la comparemos con la nuestra. Estos, como la mayoría de primates, son omnívoros (frugívoros, más concretamente) oportunistas. «Omnívoros» porque su dieta está basada principalmente en frutas, hojas y algunos insectos, pero «oportunistas» porque, si encuentran carne disponible en, por ejemplo, un animal muerto, pueden coger un trozo y comérselo (lo digieren sin problemas), aunque su alimentación no se basa en ella.

Esto está en completa armonía con su fisionomía, pues usan sus manos para acceder al alimento presente en el entorno, ya que les permiten trepar para coger frutas, escarbar para encontrar raíces, buscar insectos entre grietas y troncos, recolectar frutos silvestres… Igual que los humanos, están adaptados a la supervivencia en determinados entornos, donde sus manos son un elemento fundamental para proporcionarles comida. Aunque no es el único elemento de nuestra fisionomía que manifiesta que estamos preparados biológicamente para llevar una dieta vegetal, no para el consumo de carne.

Esto también se refleja en nuestra dentadura. No tenemos caninos capaces de agarrar a una presa, sino grandes molares (en proporción) que carecen de filos o capacidad para romper grandes huesos, pero son aptos (relativamente planos) para romper semillas y fibras vegetales,  además de la capacidad de la mandíbula inferior de moverse de lado a lado para triturar estos alimentos, algo de lo que carecen los carnívoros.

Tampoco poseemos garras ni veneno para cazar; nuestro intestino es más largo de lo que se esperaría para un carnívoro (pues la carne requiere menos tiempo de absorción) y la acidez de nuestro estómago igual de baja que la de los frugívoros, así como toda una serie de enzimas y demás estructuras relacionadas con la digestión de la comida que compartimos con los frugívoros; tampoco tenemos la velocidad suficiente para alcanzar a una presa, pero sí la capacidad de andar larguísimas distancias, buscando comida entre los árboles.

La caza surge del desarrollo tecnológico humano, por lo que es una práctica artificial. El hombre es capaz de cazar porque usa herramientas y estrategias sociales, no porque biológicamente esté preparado para ello. El uso del fuego, de palos, piedras y cuchillos es lo único que nos permitió cazar mamuts y nos permite alimentarnos a día de hoy del ganado, que no podríamos matar con nuestras propias manos. Por lo tanto, la dieta basada en carne es una práctica artificial, no un comportamiento natural para la que seamos aptos fisionómicamente hablando.

En la antropología actual hay un debate a este respecto. Siempre se ha investigado desde la perspectiva del hombre-cazador, suponiendo que las sociedades prehistóricas estaban fundamentadas en la acción del hombre, dedicado principalmente a la caza. Sin embargo, los últimos estudios científicos muestran que las mujeres recogían el 8o% de la comida que ingería la comunidad mediante la recolecta de frutos y otros productos de origen vegetal (ver Man The Hunter o Body, Bias, and Behavior). De hecho, parece ser que el consumo de carne masivo no se conocería hasta hace unos mil años, fecha antes de la cual este era más excepcional que fundamental en las sociedades humanas.

Sea como fuere, es la tecnología la que, en un principio, nos permite ser carnívoros. No obstante, la civilización que esta conlleva acaba conformando la segunda vía argumentativa del veganismo: la vía cultural.

La vía cultural

El veganismo en Europa se plantea como una posibilidad a día de hoy, es decir, teniendo en cuenta todos los avances tecnológicos, tanto en comunicaciones como en agricultura, que poseen nuestras sociedades. En el siglo XXI, comer carne no es ni beneficioso ni necesario, porque hemos alcanzado un nivel tecnológico que permite que no sea necesario el consumo de carne y un nivel cultural que nos hace conscientes de su problemática.

En primer lugar, se apela a una capacidad intelectual y moral que nos hace percatarnos de los dilemas morales que tiene matar a cien mil millones de animales anualmente (sin contar los marinos, cuyo número es incalculable) para la alimentación humana. Esto es, cada año se matan 100.000.000.000 animales terrestres para alimentar a la población, unos ocho animales por persona, con el sufrimiento, cautiverio y abuso que conlleva la crianza de estos animales en granjas.

Un león o un lobo no tienen otra opción más que comer carne (aunque se sabe que los lobos ingieren frutos en determinadas épocas del año donde las presas escasean), por lo que nadie plantea una problemática en su dieta. Además, tampoco tienen la capacidad de reflexionar sobre las consecuencias o los perjuicios de sus acciones sobre otros seres vivos, como sí tenemos los seres humanos. Sin libertad, no hay responsabilidad moral.

Pero, al margen de nuestra capacidad intelectual y moral, el desarrollo tecnológico y social nos hace independientes del consumo de carne. A día de hoy, hay comunidades humanas que requieren de la caza para su subsistencia, igual que en Europa hemos dependido de ella en otras épocas. En esos casos, en mi opinión, la caza está justificada por una cuestión de supervivencia. Cuando las situaciones son tremendamente desfavorables y el ser humano se ve rebajado a la mera animalidad, la competición pasa a ser ley, por lo que quedan justificadas acciones que, en otras circunstancias, no llevaríamos a cabo. En la guerra, todo vale… pero fuera de ella no.

Igual que no saldrías a pasear al perro, con la bolsita reglamentaria en una mano y la correa en la otra, en medio de un fuego cruzado, no te plantearías el veganismo viviendo en el desierto en un país afectado por la hambruna donde solo hay venado disponible para comer. No obstante, la civilización de la que disfrutamos en las sociedades modernas nos permite sobreponernos a las circunstancias y comportarnos acorde a nuestra naturaleza más loable moralmente. Teniendo alternativas viables al cosumo de carne, incluso pudiendo sustituir la ingesta de carne por una dieta vegana, esto se presenta como una opción no sólo viable, sino beneficiosa para el individuo, para los animales y para el medioambiente.

Como comenté en otro artículo, 1) la ingesta de carne produce las principales enfermedades de las que morimos en occidente (obesidad y cáncer); 2) es una de las principales causas de desigualdad nutricional: el 82% de la gente que sufre y muere de hambre vive en países donde hay comida, pero esta se usa para alimentar al ganado que se consume en Occidente, proceso en el cual se pierde el 90% de la energía; y 3) tiene un gran impacto sobre el cambio climático, pues la industria cárnica produce entre el 60 y el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (muy por encima de los automóviles).

Más allá de los perjuicios de esta alimentación, la cuestión es que no es necesario comer carne a día de hoy. En Occidente no tenemos un problema de acceso a la comida (más bien al contrario) y se podría llevar a cabo una transición (a gran escala) de la dieta carnívora a la vegana, igual que se plantea sustituir los combustibles fósiles por fuentes de energía renovables. Habría que recolocar a los trabajadores que se dedican al sector cárnico (ganaderos, pastores, trabajadores de fábrica…) y adaptar los procesos de producción industriales, pero no es nada que no se pueda plantear.

Teniendo en cuenta los beneficios para el individuo, para los animales y para el medioambiente que tiene la dieta vegana; que no es necesario el consumo de carne en nuestras sociedades; que la muerte de un animal plantea claros (aunque mínimos para algunas personas) dilemas morales; y que no estamos preparados biológicamente para comer carne, el veganismo tiene una base argumentativa muy fuerte para defenderse en un terreno filosófico.

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