Hegel (I) – Fenomenología del espíritu (I)

Hegel (I) – Fenomenología del espíritu (I)

noviembre 5, 2021 1 Por Alberto Buscató Vázquez

       La descripción kantiana de la estructura a priori de la mente humana explicaba cómo el sujeto conoce un objeto, qué estructuras y principios hay en su mente que posibilitan la experiencia. Sin embargo, su exposición es «tabular», inmóvil, un «esquema inerte», lo que no permite entender el desarrollo general del pensamiento, el carácter dinámico de toda mente, su evolución y desenvolvimiento, pues «el entendimiento tabular reserva para sí la necesidad y el concepto del contenido, lo que constituye lo concreto, la realidad y el movimiento vivo de la cosa […] o, mejor dicho, no lo reserva para sí, sino que no lo conoce». El formalismo kantiano nos mostraba una foto fija, «pero el conocimiento científico requiere más bien traspasar hacia la vida del objeto o, lo que es lo mismo, tener ante sí y enunciarla la necesidad interna del mismo».

       O sea, se trata ahora de comprender el objeto en toda su complejidad dinámica, en su desarrollo ontológico, lo cual no quedaba explicado en el sistema kantiano, donde «en parte, las determinaciones sensibles son tomadas de la intuición general, que obviamente deben significar algo distinto de lo que dicen, y en parte se usa sin más, sin crítica y sin reparo lo significativo en sí, las determinaciones puras del pensamiento, como sujeto, objeto, sustancia, causa, lo general, etcétera […] de tal manera que aquella metafísica sea tan poco científica como estas representaciones sensibles». Es decir, Kant explica solo el sujeto, la mente humana, el pensamiento, de tal manera que «en lugar de la vida interna y del movimiento propio de su existencia se enuncia solo tal determinación simple de la representación».

       Algunas escuelas de pensamiento creen que «el absoluto no debe ser comprendido, sino sentido y contemplado; no su concepto, sino su sentimiento e intuición deben guiar la palabra y ser expresados por ella» de tal manera que cercenan el acceso intelectual o racional a este a favor de «la inocencia del vacío de entendimiento», como si la mera ausencia de contenido mental implicase la revelación del absoluto. No obstante, esta intuición primaria, que para ellos parece revelar de golpe el absoluto al completo, no es más que el comienzo de su comprensión, la visión más superficial por primigenia de su entendimiento. De hecho, esta no es en sí misma «comprensión», pues no tiene nada de racional, conceptual o discursivo.

       Esta comprensión se puede alcanzar, pero únicamente a través de la descripción completa del desarrollo de este absoluto. Esto constituiría el sistema científico, única garantía del conocimiento, pues «la forma verdadera en la que existe la verdad solo puede ser el sistema científico de la misma». Es decir, comprender el absoluto es comprender el sistema que lo explica, la ciencia, no la mera intuición de su existencia. Y esta es la tarea de la filosofía, la explicación de lo real en su dinamismo y desenvolvimiento, así como en su totalidad, pues la comprensión de lo real es la comprensión del sistema. Las ideas sueltas y descontextualizadas no hacen justicia a la realidad, y tampoco los sistemas parciales. La filosofía es sistémica. Y científica. Si no, no es filosofía. Y esta es ahora la cuestión: «acercar la filosofía a la forma de la ciencia […] es lo que me propongo».

       Entonces, «lo verdadero es el todo», «pero el todo es solo la entidad perfeccionada a través de su desarrollo». El absoluto es «resultado», es decir, no es movimiento ni actividad, pero se desenvuelve hasta llegar a ser lo que es. «Por eso el resultado es lo mismo que es el inicio, porque el inicio es fin [meta]» o, dicho de otra forma, «lo real es lo mismo que su concepto, porque lo inmediato tiene como fin el en sí o la realidad pura en sí mismo». Aunque todo el absoluto desarrollado, en su plenitud, esté contenido en su concepto o en su inicio, en ese primer momento que puede captar la intuición sin comprensión, aun así, «el fin realizado, o la realidad existente, es movimiento y devenir desplegado», por lo que su comprensión requiere la explicación de este desenvolverse.

       Debido a esta naturaleza como entidad dinámica y móvil, debido a su evolución y desarrollo, se debe «comprender y expresar lo verdadero, no como sustancia, sino en tanto que sujeto», individuo o espíritu. Es decir, no como objeto del pensamiento, como realidad fija e inmóvil que solo tiene sentido al ser conocida, sino como una realidad independiente al pensamiento que la conoce, que tiene sus propias leyes del desarrollo. La palabra «espíritu» describe así al absoluto, recogiendo el carácter de suprema excelencia a la par que su dinamismo, abstracción y vitalidad: «que lo verdadero sea real solo como sistema o que la sustancia sea esencialmente sujeto es expresado en la representación que enuncia al absoluto como espíritu». Este espíritu, por lo tanto, es una noción viva que solo tiene sentido en su desenvolvimiento, pues «el espíritu completo solo es en el tiempo y las formas, que son formas del espíritu completo como tal, se representan en una sucesión, pues solo el todo tiene auténtica realidad, y de ahí la forma de la libertad pura contra otro, que se expresa como tiempo».

       En ocasiones, «el espíritu creador madura lento y silencioso hacia su nueva forma, disolviendo uno tras otro los restos de la construcción de su mundo anterior», para, en otras ocasiones, nacer repentinamente en una nueva forma. Y en cada momento «lo posterior mantiene en sí lo anterior», construyendo un auténtico desarrollo expansivo. Pero tampoco se puede pretender conocer el momento final del desarrollo del espíritu, pues «solo este propio movimiento será el objeto». El objeto fijo e inerte podría ser el absoluto indiferenciado que, precisamente por no tener diferencias ni límites, no puede ser comprendido ni conceptualizado, pero «en este movimiento, aquel sujeto propio en reposo se viene abajo; queda embebido en la diferencia y el contenido y constituye más bien la determinación». Es decir, el espíritu «nunca está quieto, sino que es captado en movimiento siempre hacia adelante». Es una entidad viva, y por eso ningún sistema fijo (o tabular) puede captarlo.

       Explicar el espíritu requiere, entonces, exponer las leyes internas de su desenvolvimiento y los distintos momentos de este desarrollo, y la comprensión de su desenvolvimiento es la totalidad, el todo de lo explicable y de lo real: «este camino comprenderá a través del movimiento del concepto la mundanalidad completa de la conciencia en su necesidad». Y esta es la misión del idealismo (frente a la vertiente dogmática que asevera directamente el objeto): «el conocimiento vuelto al contenido en su propia interioridad».

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