Marx (XI): Consecuencias del capital

Marx (XI): Consecuencias del capital

       El proceso de centralización y expansión del capital es cada vez mayor, pero no se corresponde con un bienestar social: «el capital puede aquí crecer hasta una cantidad inmensa en unas manos, porque allí se ha despojado de muchas manos individuales» (K-1.7.23). De hecho, esta concentración del capital ni siquiera tiene por qué producir un aumento de la riqueza total«el tamaño de los capitales individuales puede crecer a través de la centralización en pocas manos, sin que crezca su suma social. Es únicamente una división diferente de los capitales individuales» (K-2.3. 18). Y cuanto más centralizado esté el dinero, más capacidad tienen los grandes capitalistas para centralizar más y más dinero en sus manos, de tal manera que «la centralización acelera y aumenta de esta manera los efectos de la acumulación» (K-1.7.23). Esto trae consecuencias en toda la sociedad, especialmente para los trabajadores, pero también para los capitalistas.

Éxodo rural

       Las sociedades tienen su trabajo dividido en grandes sectores (agricultura, industria…), siendo la diferencia entre «lo urbano y lo rural» la más importante en la historia de la humanidad: «se puede decir que la historia económica al completo de la sociedad se resume en el movimiento de esta contrariedad» (K-1.4.12). Sin embargo, la llegada de la industria produce una eliminación total de la vida en el campo, un despoblamiento rural y un éxodo masivo hacia las ciudades. Los campesinos se ven arrastrados a las ciudades: «Una parte de la población rural se encuentra impelida a transformarse en proletario de las ciudades o las manufacturas» (K-1.7.23), y los capitalistas siempre pueden tirar de los que se quedan en el campo.

       Así se consigue concentrar la mano de obra, lo que al aumentar la oferta de trabajadores disminuye su valor. También se desarrollan todo tipo de medios de transporte e instalaciones para poder acumular a los trabajadores, de tal manera que estos «constituye un ejército de reserva industrial disponible, que pertenece tan absolutamente al capital, como si este los hubiera criado a su propio coste» (K-1.7.23). Además, cuanto mayor es la demanda de trabajadores (incluyendo los no cualificados, los menores y las mujeres –que no trabajaban anteriormente en la industria–), mayor la presión que estos sienten para trabajar y sobretrabajar, a la par que se reducen los salarios, llevando a los trabajadores al límite de la pobreza.

       Todo esto son claras consecuencias para los trabajadores. Los que se encuentran en régimen irregular sufren una situación de necesidad tal que se les puede oprimir al máximo: «les caracterizan la máxima jornada laboral y el mínimo salario» (K-1.7.23). Estos forman «la esfera del pauperismo» (K-1.7.23), grupos personas incapaces de trabajar; huérfanos e hijos de pobres; y, por último, pobres y parados. Bajo ellos está el «proletariado lumpen», que son los «vagabundos, criminales, prostitutas» (K-1.7.23). La generación de estas clases es «esta es la ley absoluta y general de la acumulación del capital» (K-1.7.23), de tal manera que «la acumulación del capital causa una acumulación de la pobreza, quejas laborales, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación moral en el polo opuestos, es decir, en el lugar de la clase que produce su propio producto como capital» (K-1.7.23).

       «La primera etapa de esta adaptación [entre la acumulación del capital y el aumento de la población] es la creación de una sobrepoblación o un ejército de reserva industrial, y la última palabra es la miseria siempre creciente del estrato activo del ejército de trabajadores y el peso muerto del pauperismo» (K-1.7.23).

La sobrepoblación

       Cuando todos estos elementos están desarrollados al completo, incluyendo la concentración de los trabajadores en las ciudades, el capital se encuentra otro límite natural: la población, «la creación de plusvalía no encuentra […] otro límite que la población de trabajadores» (K-3.3.15). El consumo por parte de los humanos tiene un límite (llega un momento en el que no puedes comer más, ni beber más, ni ponerte toda la ropa que adquieres). En este momento el capital «promueve la sobreproducción, la especulación, la crisis y el el capital excedente junto a una población excedente» (K-3.3.15). Pero no es un límite que no pueda subsanar.

       Para continuar aumentando la producción y el consumo, se da lugar a una «sobrepoblación», ya que el crecimiento del capital es tan brutal, que ni siquiera la evolución natural de la población le es suficiente: «A la producción capitalista no le es suficiente en absoluto con la cantidad de fuerza de trabajo disponible que el crecimiento natural de la población dispone» (K-1.7.23). Esto se potencia de manera cultural y social, por ejemplo, favoreciendo los matrimonios tempranos y la promesa del beneficio económico que se obtiene del trabajo infantil (de los hijos), lo cual es fundamental en muchas ocasiones para la supervivencia en una ciudad masificada: «esta necesidad social se liberará a través de los matrimonios tempranos, consecuencia necesaria del comportamiento del cual viven los trabajadores de la gran industria, y con la prima que establece la explotación del trabajo infantil en su producción» (K-1.7.23).

Concurrencia

       Aunque los trabajadores sufran la peor parte del desarrollo del capital, no son los únicos que son arrasados por este, pues una vez el capital está suficientemente desarrollado (habiendo creado el sistema de crédito), la concurrencia se vuelve feroz. Esta es la lucha que se da entre los capitalistas ya establecidos por la apropiación de mercados controlados por otros. Esta concurrencia acaba con muchos de ellos, especialmente los pequeños capitalistas, que pasan a formar parte del proletariado: «acaba con el hundimiento de muchos capitalistas pequeños, cuyo capital en parte en las manos de los vencedores y en parte desaparece» (K-1.7.23).

       Así, ni siquiera los capitalistas pueden estar tranquilos en este tipo de producción. Se ven obligados a crecer constantemente, no pueden acomodarse con un cierto nivel de producción, pues de hacerlo serán devorados por otros capitalistas que continuaron expandiendo el capital y que consiguen muchos más medios que el capitalista acomodado (y, por ejemplo, mejores sistemas de producción, por lo que producen mejores mercancías con mayor rapidez y menos costes). Tampoco podrían tomar (si quisieran) la decisión de mejorar las condiciones de sus trabajadores, de subirles el sueldo o reducirles las jornadas laborales, pues entonces el capitalista que decida no hacer eso producirá mercancías más baratas y producirá la quiebra del primer capitalista. La concurrencia es una herramienta del capital para forzar a los capitalistas a expandir el propio capital a costa de sus trabajadores.

       La única opción que le queda al capitalista es continuar aumentando y expandiendo el capital, y hacerlo más que cualquiera de los otros capitalistas. Se establece el esquema de de matar o morir, la ley de la selva, de la cual nadie puede escapar. Solo pueden sobrevivir aquellos que sean los mejores jugando con estas reglas: «cuando los grandes capitalistas se hacen espacio en los mercados, los pequeños son desalojados, como [ocurre] en tiempos de crisis» (K-3.3.13). Todos se ven obligados a participar en este proceso, [… pues] «el efecto del mecanismo social del cual él es únicamente un elemento más […] la ley del método de producción capitalista es una ley impuesta desde fuera. Le obliga a expandir su capital para mantenerlo» (K-1.5.22). Y, aun así, al final el capital acabará con la mayoría de ellos para centralizarse en menos manos. El sistema de producción capitalista solo beneficia, al final, a una persona que conseguiría (idealmente) acumular todo el dinero en su poder. Mientras se llega a esa situación, puede haber capitalistas que consigan mantenerse durante toda su vida dentro de esta clase, porque el desarrollo del capital es más lento que la vida humana. Pero el final es claro para todos. Excepto para uno.

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Citas

K-libro.sección.capítulo: Karl Marx. Das Kapital: Kritik der politischen Ökonomie.

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