Marx (IX): Alienación y maquinaria

Marx (IX): Alienación y maquinaria

La alienación

       En una sociedad gremial, un grupo de personas aprenden un oficio y trabajan para dar lugar a una mercancía determinada. Además de la habilidad técnica y el arte de este tipo de producción manual, los trabajadores gremiales elaboraban la mercancía desde el principio hasta el final: una vez comprados el algodón y las herramientas, ellas mismas lo limpiaban, lo suavizaban, lo hilaban, lo teñían, diseñaban los patrones, tejían una prenda, la confeccionaban, la bordaban… Creaban un traje a partir de una semilla o un saco de algodón. O unos zapatos o cualquier mercancía. El caso es que el artesano podía observar su creación, reconocerse en ella, y sentirse creador de una mercancía que supliría las necesidades de sus vecinos.

       Esto no ocurre en la «manufactura», donde surge de la división del trabajo, que se origina inicialmente por causas naturales, en régimen de «cooperación simple», donde distintos «trabajadores manuales» trabajan en una misma zona, dedicándose a pequeñas actividades, aumentando así la producción. Y es que cuando un trabajador tiene que realizar distintas tareas, pierde tiempo cambiando de una a otra (tanto físico como mental), por lo que limitarlo a una sola función aumenta la productividad. Este trabajo continua siendo artesano, sin embargo, con el paso del tiempo, cada trabajador «pierde poco a poco con la costumbre, también la facultad de realizar su obra en toda su extensión» (K-1.4.12). Es decir, el zapatero que antaño sabía realizar un zapato desde cero, tras llevar años especializado en la realización de una sola operación de todo el proceso de producción (como dar forma a la suela) acaba perdiendo la capacidad de hacer un zapato en su totalidad. Se vuelve dependiente del proceso completo, dejando de ser un maestro artesano para ser un miembro más (reemplazable) de la cadena de montaje.

      «La división del trabajo de las manufacturas subsume la autoridad incondicional del capitalista sobre las personas, que constituyen meros eslabones de un mecanismo completo que le pertenece; la división social del trabajo contrapone productores de mercancías independientes, que no reconocen ninguna otra autoridad que la competencia» (K-1.4.12).

       También se puede establecer una manufactura de manera artificial, dividiendo conscientemente a los trabajadores para aumentar su productividad: «mientras que un fabricante de agujas allí lleva a cabo una serie de, quizás, veinte operaciones una detrás de otra, realizan aquí casi veinte trabajadores en paralelo, cada uno de los cuales realiza una de las veinte operaciones, que, por lo tanto, están muy separados de la experiencia, aislados y llevadas a cabo por trabajadores individuales» (K-1.4.12). Todo orientado al mismo resultado: la elaboración de «un mecanismo de producción cuyos órganos son personas» (K-1.4.12).

       Sin embargo, limitar al trabajador a una única función sencilla y repetitiva produce un alienamiento total. El trabajador ya no puede identificarse con su trabajo, pues no se reconoce en el objeto creado. De hecho, «el trabajador parcial no produce ninguna mercancía» (K-1.4.12). Él no crea un traje, solo corta un trozo de tela, solo gira la rueca que hila el algodón. Durante doce, dieciséis o veinte horas, se dedica a poner un tornillo cualquiera (uno de muchos) en una parte cualquiera del producto final. Y al día siguiente igual. Durante años. Décadas. Su labor queda completamente reducida a una función con la que no puede identificarse, toda su individualidad queda integrada en un mecanismo mayor del que forma parte, la capacidad de realización es nula, igual que el estímulo: «la continuidad del trabajo constante destruye la elasticidad y fuerza motriz del espíritu vivo, que en el cambio de actividad encuentra su esparcimiento y estímulo» (K-1.4.12). Así, el trabajador deja de controlar el proceso de producción para pasar a estar controlado por él: «Mientras que el proceso de trabajo sea puramente individual, unificando el mismo trabajador todas las funciones […] se controla a sí mismo. Posteriormente pasa a ser controlado» (K-1.5.14).

       Las cadenas de montaje aumentan la productividad, pero destruyen todo interés por el trabajo, así como la destreza y los conocimientos de los trabajadores, produciendo una «desvalorización de la fuerza de trabajo», que no solo se produce a nivel espiritual, sino económico, lo que se nota en la reducción del sueldo ya que, entre otras cosas, no hay que pagar el «proceso de aprendizaje» que el trabajador antes tenía que realizar o había realizado por su cuenta. Se divide al individuo, reduciéndolo a un trabajo manual y destruyendo, con ello, su individualidad: «las partes específicas del trabajo no se dividen únicamente entre distintos individuos, sino también el individuo mismo es dividido en el impulso automático de una parte del trabajo» (K-1.4.12).

La introducción de la maquinaria

       El deseo del capital de que un trabajador trabaje día y noche, sin pérdida de eficiencia en una única tarea sencilla y repetitiva se ve realiado con el desarrollo y la introducción de las máquinas en el proceso de producción industrial, como «móvil perpetuo». De hecho, estas triunfan por su alta capacidad para producir y los beneficios que ello conlleva en un inicio: «este primer periodo, donde las máquinas por primera vez conquistan su círculo de influencia, es decisivamente importante debido al extraordinario beneficio que ayudan a producir» (K-1.4.13). Pero también tienen consecuencias para los trabajadores, pues si las herramientas son usadas por los hombres, las máquinas son movidas por otras fuerzas, con lo que se consigue «la sustitución de la fuerza personal por las fuerzas de la naturaleza y la rutina adquirida por la experiencia es cosificada por la utilización consciente de la ciencia de la naturaleza» (K-1.4.13).

       Es la introducción de las máquinas en las fábricas lo que produce la preocupación de los capitalistas por la introducción de las mujeres (y de los niños) al trabajo, ya que «en cuanto la maquinaria hizo prescindible la fuerza muscular, se convirtieron en un medio para la utilización de trabajadores sin fuerza muscular o cuyo desarrollo corporal estaba inmaduro. ¡El trabajo de mujeres y niños fue la primera palabra de la utilización capitalista de la maquinaria!» (K-1.4.13). Estamos hablando de trabajos industriales, que no desarrollan espiritualmente a la persona, ni la empoderan ni la realizan, por lo que las personas trabajaban en las fábricas por necesidad (y, en un principio, la fuerza bruta de los hombres les hacía más válidos para el capitalista). Ahora pueden ser las mujeres tan efectivas como los hombres, y también los niños, pues el trabajo consiste en mover una máquina (lo cual requiere poca fuerza) durante horas: «El burgués ve en la mujer un mero instrumento de producción» (MK).

       Además, las precarias condiciones de trabajo (incluyendo los salarios) hacía que varios miembros de una familia se vieran obligados a trabajar para mantener una economía familiar. Así pasan a incorporarse familias enteras al trabajo, dando lugar al «tiempo de trabajo necesario para una familia trabajadora», de tal manera que el valor del trabajo de un individuo pasa a repartirse por toda la familia: «en tanto que la maquinaria arroja a todos los miembros de una familia trabajadora al mercado de trabajo, divide el valor de la fuerza de trabajo de un hombre en el de toda su familia. Así, se deprecia la fuerza de trabajo» (K-1.4.13). Esto permite que los salarios bajen más todavía y que, a pesar de que trabaje toda la familia, la economía familiar esté tan maltrecha como cuando trabajaba un solo miembro de la familia. Por no hablar de que sobre las mujeres seguía cargando los cuidados de la casa.

       Además, la introducción de las máquinas no produce una liberación o una relajación del trabajo, sino al contrario. En primer lugar, se aumentan las jornadas laborales y la intensidad del trabajo para rentabilizar las máquinas lo máximo posible antes de que el paso del tiempo las estropee y antes de que salgan nuevas máquinas que la dejen obsoleta. Por otro lado, se introduce la presencia de máquinas que, con la ayuda de un solo operario (que puede controlar varias de ellas) producen tanto como decenas de hombres sin máquinas: «una pequeña cantidad de trabajo es suficiente para poner en movimiento una gran cantidad de maquinaria y materias primas» (K-1.7.23). Esto hace que sobren trabajadores, por lo que estos se ven despedidos, y los que conservan su trabajo se ven presionados por el aumento en la oferta de trabajadores: «una sobrepoblación de trabajadores que deben dejarse guiar por las leyes del capital» (K-1.4.13). Así, las máquinas, que deberían de aliviar el trabajo del hombre, se convierten en un medio más de opresión de los trabajadores en manos de los capitalistas: «el medio más poderoso para la reducción del tiempo de trabajo se transforma en el medio infalible para convertir todo el tiempo de vida del trabajador y su familia en tiempo de trabajo disponible para el aprovechamiento del capital» (K-1.4.13). Por eso pasan a darse diversos movimientos de los trabajadores contra las máquinas, que llegan a destruirlas para defender así sus puestos de trabajo: «una cantidad de trabajadores existentes, que de hecho pasan a ser sustituidos o suplantados por la maquinaria» (K-1.4.13).

       Esto produce una sensación similar al alienamiento, pues el hombre pasa a ser un mero servidor de la máquina. Mientras que en los gremios y manufacturas eran los hombres quienes llevaban a cabo el trabajo haciendo uso de las herramientas necesarias, en la fábrica estos pasan a ser únicamente medios de reparación y control de las máquinas: «las máquinas no han liberado al trabajador del trabajo, sino han vaciado su trabajo de contenido» (K-1.4.13).

       No obstante, téngase en cuenta que la industria también difundió la tecnología como realización de la ciencia moderna, ya que favoreció que se enseñasen y aprendiesen las artesanías que antes estaban rodeadas de misterio y recluidas a las familias que las practicaban: «que hasta el siglo XVIII los diferentes ámbitos profesionales se llamaban misterios, en cuya oscuridad solo podía ahondar el iniciado empírica o profesionalmente. La gran industria desgarra este velo […] crea la ciencia moderna de la tecnología» (K-1.4.13). De ahí surgen las «escuelas politécnicas y agronómicas».

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Citas

K-libro.sección.capítulo: Karl Marx. Das Kapital: Kritik der politischen Ökonomie.

MK: Karl Marx und Friedrich Engels. Manifest der kommunistischen Partei. Proletarier und Kommunisten. 1848.

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