Nosotros somos bandidos, Pablo…

Nosotros somos bandidos, Pablo…

     Platón prohibió la entrada de los poetas a su república ideal. Esto tiene poco sentido para nuestra sociedad actual pero… pensémoslo un segundo, ¿por qué haría algo así? La respuesta es bastante sencilla: los artistas no están sometidos a la ley. Un letrista consigue gran repercusión independientemente del Estado, con letras que, en muchas ocasiones, pueden ir en contra de lo que una sociedad democrática desea. Un Platón moderno pensaría: «está uno luchando día y noche contra la violencia de género para que venga un reguetonero y convierta a las adolescentes en un objeto sexual de un adolescente pervertido». Normal…

     Sin embargo, el arte también puede ser la contrapartida de un sistema corrupto, ciego o abusivo. Y eso es de lo que quiero escribir hoy, ya que no dejo de ver la proliferación de series televisivas que juegan constantemente con la misma idea: la justificación del contra-sistema. El que está fuera de la ley no es presentado como un loco avaricioso que busca destruir la sociedad… Esta deformación (tan típica a la hora de juzgar al diferente) nos impide entender estos comportamientos y las verdades que hay detrás de ellos. Por eso quiero reflexionar sobre estos contra-sistemas, para intentar esclarecer su sentido y razón de ser. En concreto, voy a hablar de tres series: La casa de papel, Narcos y Breaking bad.

[SPOILER ALERT] Nada grave, pero como sois tan tiquismiquis…

     La casa de papel es una serie española espectacular que trata sobre un grupo de ocho personas que toman por la fuerza la Fabrica Nacional de Moneda y Timbre, es decir, donde se fabrican los billetes. A excepción de uno de ellos (Berlín, que ya saldrá más adelante), los personajes son… buena gente. A ver si me explico. Sí, es cierto que están robando, que entran armados a la fábrica, que disparan en público, etcétera… En ese sentido, la serie se plantea (como todas) sobre una base moralmente reprochable. Los protagonistas son ladrones, en lugar de tener un trabajo más honrado, pero también es cierto que no roban a nadie, sólo fabrican su dinero al márgen del sistema. En un diálogo clave para la serie, el Profesor explica que es lo mismo que el gobierno ha hecho para salvar a los bancos, con el agravante de que ese dinero sí sale de los fondos públicos, es decir, lo pagan los ciudadanos. Sin embargo, a diferencia de lo que estamos acostumbrados a ver en otras películas, donde los ladrones entran en un banco pegando tiros a todo el mundo, torturando a los rehenes y traicionando a sus compinches de fechorías (como si el que comete un pecado ya le diese igual cometer los demás), en esta serie, los personajes son humanos y tienen valores morales muy claros. Ser un ladrón no es ser un asesino ni, en muchas ocasiones, una mala persona.

     La primera regla del meditado plan que trazaron durante varios meses era que nadie debía resultar herido. Y así lo hacen. De hecho, no dañan a ninguno de los presos, a excepción de una rehén que, al intentar escaparse, fue mandada a ejecutar por el ya mencionado «Berlín», ante lo cual su verdugo finjió haberla matado disparándola en la pierna para no levantar sospechas. Posteriormente la curan y la cuidan ocultándola a la mirada de Berlín, que es el verdadero villano sádico de la serie.

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     Los rehenes, por su parte, tienen bastante menos escrúpulos. Uno de ellos («Arturito»), no duda en intentar disparar a bocajarro a uno de sus secuestradores (que pena que la pistola que tenía era de mentira), otros no dudan en darle un golpe en la cabeza a uno de los secuestradores («Oslo») para salir huyendo, dejándole en silla de ruedas y provocando su muerte más tarde y la policía, intentando disparar a uno de los secuestradores, le pega un tiro en el hombro al mencionado Arturito y, posteriormente, se niega a mandar un médico para curar a uno de los secuestradores (herido de bala por la policía) que acaba muriendo. Llega un momento en la serie en el que piensas: «¡Dejad de intentar escapaos y seguid el plan!» Estás unos días secuestrado, sí, es una putada, pero nadie sale herido y los secuestradores te dan un millón de euros que siempre vienen bien. Pues nada oye, no hay manera…

     La segunda serie donde se presenta esta idea del contra-sistema es Narcos, que trata sobre los negocios de Pablo Escobar. Esta narra la vida de este famoso narcotraficante pero… desde dentro, es decir, justificando su perspectiva. Voy a exponer una sinopsis desde este punto de vista. Sé que el asunto del narcotráfico es más complejo pero… ojo al dato. Pablo Escobar nace en Medellín, alejado del paraguas de protección que el Estado ofrece fácilmente a las capitales pero que se desdibuja cuando nos alejamos de ellas. Una zona sin servicios públicos, sin seguridad, sin esperanzas ni futuro… Y comienza a montar un negocio de marihuana. Recordemos que esta se vende legalmente en países civilizados sin ningún reparo, igual que otras drogas como el tabaco o el alcohol…

     Cuando tiene una infraestructura montada, un fugaz personaje le ofrece un nuevo producto: la cocaína. Pablo decide venderla en Miami y esto es de vital trascendencia para el análisis moral del caso. Los colombianos no compraban cocaína, por el precio de esta, mientras que los estadounidenses se obsesionaron con su consumo. La desigualdad se vuelve contra las clases favorecidas, dándoles acceso a un veneno que les mata a la par que les va menguando económicamente, mientras que los pobres obtienen los beneficios económicos de los negocios de Pablo Escobar. ¿Cómo? Efectivamente. Ser un narcotraficante no te quita de ser socialmente responsable. De nuevo, partimos de la base de que Escobar hace dinero vendiendo droga, lo cual es moralmente reprochable. Pero los beneficios que obtenía los invertía en su país, bien comprando fincas, bien construyendo hospitales y colegios o barrios enteros (como el barrio Pablo Escobar), bien yendo por las calles más pobres regalando fajos de billetes a los más necesitados.

     Y todo con el dinero estadounidense. Esto le permitió ser nombrado el Robin Hood paisa (digamos, del Eje cafetero), pero también le costó el negocio y la vida, ya que los norteamericanos (bueno, los de Estados Unidos, ya que México y Canadá también son «norteamérica»), se volcaron al cien por cien en la lucha contra Escobar. ¿Por defender la salud de sus ciudadanos? No lo creo… Si así fuera habrían prohibido el alcohol, el tabaco o las armas con las cuales trafica el Estado con total impunidad. No es la salud la razón, es el dinero. Miles de millones de dólares salían todas las semanas de Estados Unidos a Colombia y eso es algo que el gobierno estadounidense no se podía permitir.

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     Entonces extraditan a Pablo y a sus camaradas, empiezan a matar a sus compañeros, prácticamente secuestran a su familia, etcétera. Y Pablo responde. No debía de ser un santo, ya que no dudaba en poner bombas y acribillar a balazos a cualquier policía. Eso está claro. Pero… ¿y el Estado? ¿Está legitimado para ir contra uno de sus ciudadanos por ingerencia extranjera, para acabar con la vida de todo el que se le ponga por delante que pertenezca a un negocio que el propio Estado ha clasificado como ilegal o para secuestrar a la familia (inocente, excepto por complicidad) de un delincuente? ¿Puede el Estado saltarse la ley para cumplir sus objetivos? Al fin y al cabo es lo mismo que está haciendo Escobar (y cualquier criminal), con la diferencia de que Escobar no daña a su pueblo (excepto en tanto que responde al ataque por parte del gobierno) y de que el Estado colombiano actúa por ingerencia estadounidense. Eso es lo que más le molestaba a Escobar (según esta serie).

     Esta situación establece una guerra civil en Colombia: el Estado de un lado y Escobar del otro. ¿No sería un beneficio para Colombia permitir el narcotráfico y dejarle el problema de la drogaadicción a quienes la tenían, es decir, a los miamenses? Sin duda. El negocio de la cocaína podría ser un bien para Colombia, siempre que se basara en la exportación y que fuese legal. Todo el problema se acabaría legalizándolo y, si no se hace es por intereses extranjeros, que es lo peliagudo del asunto. Escobar es un bandido, como su primo Gustavo no deja de reptirle y, como dice Lopes:

En el periódico le llaman ladrón,
en el ghetto es un soldado y se merece un medallón.

     Pero, como Natos se preguntaba en una canción: «¿dónde está la línea que separa al soldado del asesino?»

     El final del cuento ya lo sabemos. El Estado gana y los demás pierden. Eso es todo. Pero viendo como Escobar daba servicios a sus habitantes con un negocio de exportación que se basa en el vicio estadounidense y que les perjudica a ellos y no a los colombianos, mientras que el Estado empieza una guerra contra él llevándose la vida de varios traficantes por delante (que no dejan de ser personas), produciendo una respuesta por parte de Escobar que acaba con la vida de policías e inocentes… Uno no deja de plantearse qué es exáctamente un Estado y quién es más estado…

     La tercera y última serie donde se plantea la criminalidad como contra-sistema es Breaking Bad. Walter White, cincuenta y pico palos, profesor apasionado de química para unos alumnos a los que les importa un carajo la química, padre de un chico con parálisis cerebral, con un matrimonio estancado en la más absoluta rutina, una hipoteca impagable, un cuñado que se lleva todas las miradas por ser agente de la DEA (la brigada antidrogas estadounidense) y que, para colmo, trabaja por las tardes limpiando coches, entre ellos el del más estúpido de sus alumnos. ¡Ah! Y con un cáncer de pulmón, a pesar de no haber fumado ni un cigarillo en toda su vida, provocado seguramente por sus trabajos en un laboratorio cuya patente dio ingresos multimillonarios justo después de que él saliera del negocio, tras diseñar todo el producto. En fin, un ciudadano de lo más normal.

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     Cuando el diagnóstico de su cáncer se endurece («inoperable») y tras entrar en contacto con un alumno suyo que trapichea con drogas, decide empezar a fabricar metanfetaminas para reunir el dinero suficiente para solucinarle la vida a su familia antes de… bueno, de morir… Una vez más, la base del caso es moralmente reprochable pero… ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejarse morir dando clases a los estultos rostros de sus alumnos dejando a su familia en la ruina? Me recuerda a los versos de Tote King en Bartleby & co:

Podría haberme dejado esas orejeras de burro,
seguir el signo, acabar el CAP, buscar un empleo fijo,
y ser una mierda de maestro pa’ el inútil de tu hijo.

     En fin, que las cosas no son siempre como nos las han vendido, ni como nos las imaginamos. Es fácil juzgar al bandido por estar fuera del sistema pero… también tenemos que plantearnos cuáles son sus razones y cuáles son las nuestras. ¿Tiene sentido formar parte del sistema al completo, en todos sus casos, independientemente de sus fallos solo por hacer «lo correcto»? Quizás, si Platón gobernara un país moderno, acertaría prohibiendo que muchos artistas hicieran estragos a su libre albedrío mientras que repensaría que opción dar a las problemáticas que causa el sistema y sus contrapartidas. Y quizás, bajo esta perspectiva, se podría entender el orgullo con el que Gustavo le decía a Pablo: «Nosotros somos bandidos. ¿Sí o qué?»

 

Post scriptum

          Cuando escribí este artículo, no sabía exactamente cuál era su objetivo. Tras discutir al respecto con varias personas y ver la evolución de los acontecimientos en la política española, he podido formularlo claramente. La idea no es decir que Pablo Escobar es bueno, y el Estado es muy malo. De hecho, el primero seguramente fuese un verdadero… criminal, y la intención del segundo seguramente sea la mejor del mundo.

          El objetivo de este artículo es decir que el Estado funciona muchas veces como Pablo Escobar, mientras que este funciona muchas veces como el Estado. Las amenazas, la destrucción de pruebas, la presión a jueces y fiscales, el entorpecimiento de los procesos judiciales, las negociaciones opacas, comprar el silencio de un testigo e, incluso, la eliminación física del que va contra tus intereses son prácticas habituales tanto del Estado como de las mafias y carteles de narcotráfico de todo el mundo. Por no hablar de que el primero “trafica” legalmente con tabaco o alcohol, que permite los juegos de apuestas, que crea leyes a su favor que se imponen por la ley, que te ofrece servicios (que en muchas ocasiones tú no has pedido) a cambio de una contribución económica obligatoria… El funcionamiento del Estado es más parecido al de una mafia que al de un grupo de gestores.

          Y ahí, la figura del bandido se diferencia del mero criminal, en tanto que delinque, sí, pero ofrece un servicio al pueblo. Es la forma que tienen muchos grupos terroristas y criminales para ganarse un apoyo social que les permita continuar con su actividad delictiva. Construir hospitales y carreteras (incluso barrios enteros), controlar los precios, solucionar problemas a los ciudadanos… son prácticas, en ocasiones, más habituales de los bandidos que de los Estados. Todo depende de dónde estés. En las ciudades de los países desarrollados, el Estado parece estar más presente que los bandidos, pero en los pueblos alejados de la civilización de países en vías de desarrollo, los bandidos constituyen, en muchas ocasiones, la alternativa social al Estado.

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