Hegel (II) – Fenomenología del espíritu (II)

Hegel (II) – Fenomenología del espíritu (II)

noviembre 10, 2021 0 Por Alberto Buscató Vázquez

       Esta sustancia viva se desenvuelve siguiendo una dinámica dialéctica basada en la creación de su propia negación, el enfrentamiento consigo misma y su posterior superación en un nuevo momento que incluye y supera a ambas partes de la contradicción: «la sustancia viva es, además, el ser que es en verdad sujeto o, lo que significa lo mismo, lo que es en verdad real […] ella es como sujeto la simple negatividad pura, justamente por eso [es] la división de lo simple; o la duplicación que contrapone, la cual a su vez es la negación de esta diferencia igualitaria y su contrario». Es decir, lo real, el espíritu, así como la ley interna de su desarrollo, consiste en ser sujeto simple o entidad individual para posteriormente duplicarse en dos contrarios o dos realidades que se oponen. Aquí «la conciencia se comporta en este desarrollo de tal manera, que establece un momento y a partir de ahí se transporta a otro de manera inmediata y supera el primero; tal y como ha establecido este segundo, se transforma en lo mismo de nuevo y hace ser del contrario», es decir, que esta conciencia que es el conocimiento del espíritu, requiere o utiliza estas contradicciones para la «superación» cada uno de los momentos establecidos, manteniendo así un dinamismo que le es esencial, una vitalidad sin la cual caería a la muerte de la indiferenciación de la que ha surgido.

       Que los distintos momentos de un desenvolvimiento continuo sean diferentes entre sí, incluso que se anulen unos a otros, siendo imposible que se den ambos a la vez, no significa que uno de ellos sea verdadero y el otro falso, como tampoco lo son cada uno de los contrarios de cada momento. Al revés, todos forman el todo, en un constante desarrollo, donde la contradicción de cada momento es disuelta en el superior. De hecho, es esta contradicción la que permite la superación de cada momento, por lo que se describe al espíritu como «negación pura», y la fugacidad de estos es lo que permite el desarrollo, pues «que solo son momentos o magnitudes evanescentes lo ha mostrado su traspaso y vuelta en su razón y ser; y este ser es justamente este movimiento y eliminación de estos momentos». Así, el espíritu evoluciona superando cada momento anterior en un estado superior: «entonces, cuando este espíritu empieza de nuevo su formación, pareciendo salir de sí mismo, se encuentra a la vez en un nivel superior desde el que comienza. El reino del espíritu, que de esta manera se forma en la existencia, constituye una sucesión, donde un [momento] eliminaba al otro y cada uno asumía el reino del mundo del anterior».

       Esto es posible gracias a que en la simpleza del espíritu, en la indiferenciación del absoluto primigenio, están contenidas tanto el ser como su negación (de cuya suma surge esta indiferenciación), lo que permite su «desenvolvimiento». Esta negación de sí mismo a través del otro, su relación con él, es fundamental para el desarrollo del sujeto, pues sin eso es únicamente la unidad indiferenciada consigo misma de la cual nada puede surgir. Es decir, «en sí aquella vida es probablemente la igualdad inalterada y unidad consigo misma; que no se toma en serio al otro y a la alienación, así como a la superación de esta alienación». Hace falta un otro o, más concretamente, un «volverse otro», pues «el movimiento del ser es, por una parte, llegar a ser un otro […] por otra […] hace de sí mismo un momento y se reduce a determinación», generando así un desarrollo, «mediación» o «simple llegar a ser» donde cada momento responde a distintas partes o formas de ser de lo mismo, aunque en diferentes estadios, pues «la mediación no es otra cosa que la igualdad consigo misma en movimiento».

       Si quisiéramos conocer a un roble, no nos contentaríamos con una bellota, aunque en esta se encuentra en potencia la totalidad del desarrollo del árbol, con sus múltiples etapas y sus diversas formas. Si bien en la bellota encontramos el principio generador del roble, esta no es más que eso, el principio indiferenciado de todos los momentos del ser posterior, no el roble en sí. Aunque en su unidad esté contenido todo el desarrollo posible, con una infinidad de momentos y formas distintas (como hojas, flores, ramas…), lo están de manera indiferenciada, por lo que aunque podamos intuir el roble en la bellota (igual que se intuye el todo en el absoluto), no podríamos comprender o captar el árbol en la semilla. Tampoco le haría justicia un único momento de su desarrollo (digamos, a los dos o a los treinta años de crecimiento), sino solo la totalidad de su desenvolvimiento que incluye todos y cada uno de los momentos que constituyen el ser vivo, aunque cada uno de ellos desaparezca para formar el siguiente, como «el capullo desaparece en la eclosión de la flor».

       Todo sujeto tiene una finalidad o, mejor dicho, quizás, solo puede ser entendido en base a su finalidad (como Kant había explicado). Y en el caso del espíritu absoluto, esta finalidad es no solo desenvolverse en toda su plenitud, sino adquirir la comprensión de sí mismo. Para ello, «la existencia inmediata del espíritu, la conciencia, tiene los dos momentos [siguientes, el] del conocimiento y de la objetivación negativa para el conocimiento», gracias a los cuales el espíritu puede ser experiencia de sí mismo, porque «la conciencia ni sabe ni concibe nada de lo que está en su experiencia; pues lo que está en esta es solo la sustancia espiritual y por cierto como objeto de su en sí», pero con su realización como objeto, puede conocerse. Cuando la conciencia capta al objeto primario «en sí» surge el objeto secundario, es decir, el objeto que se aparece a la conciencia o el «ser para la conciencia del en sí», que es el inicio a partir del cual se desarrolla todo de manera necesaria, y «a través de esta necesidad, este camino a la propia ciencia es ya ciencia y, por tanto, según su contenido, ciencia de la experiencia de la conciencia».

       Aun así, los distintos momentos del absoluto son solo «fenómenos», es decir, son lo falso, lo cual no hay que leerlo de manera peyorativa, sino como negativo (es decir, inverso) del contenido del conocimiento (que sería lo positivo): «lo falso […] sería lo otro, lo negativo de la sustancia que es lo verdadero como contenido del conocimiento». Así, el contenido positivo del conocimiento es diferenciado, mientras que «la negatividad es la indeterminación». Por lo tanto, para conocer el absoluto o este espíritu en sí mismo, hay que conocer la realidad de tal manera que no haya diferencias entre la conciencia y el objeto, como las que hay en el conocimiento positivo. La comprensión de esta indiferenciación revierte la duplicidad inicial y la multiplicidad de los momentos, que quedan como lo que son, instantes en el desarrollo de un espíritu vivo. Si bien en el conocimiento de la realidad se presupone la existencia de un ser y la diferencia entre el ser y el conocer, esta diferencia quedará finalmente superada en el conocimiento de la propia conciencia: «ambos momentos, concepto y objeto, ser-para-otro y ser-para-sí, en el conocimiento que buscamos, caen en sí mismos y, por tanto, no necesitamos tomar medidas […] conseguimos observar la cosa como esta es en y para sí misma». El objeto externo captado por la conciencia y el objeto en sí mismo quedarán unidos: «se produce la ambigüedad de lo verdadero».

       Este proceso es tanto personal como colectivo, tanto individual como histórico. Es decir, el «individuo general» es el «individuo particular» en general, ya que la generalidad está configurada por individuos particulares, cada sociedad por sus personas, cada etapa histórica por sus episodios, por lo que «lo individual debe recorrer también los niveles de formación del espíritu general en base al contenido», o sea, cada ser humano recorre la misma historia que la totalidad de la humanidad, que es el desarrollo del espíritu, en el que cada momento fugaz y temporal es fruto del pasado, pues «esta existencia pasada es ya la propiedad adquirida del espíritu general». Con otras palabras, el individuo recorre individualmente la totalidad de momentos que le constituyen tanto a él como a la cultura humana en general, pues no son realidades distintas, y de esta manera se consigue llevar la conciencia (tanto la individual como la general) a su máxima expresión, pues «la serie de estas formas, que recorre la conciencia en este camino, es más bien la historia detallada de la formación de la misma conciencia como ciencia».

       El desenvolvimiento del espíritu tiene cuatro momentos principales: «los momentos son la conciencia, la conciencia propia, la razón y el espíritu», cuya unión es la totalidad del espíritu, el absoluto completamente desarrollado, pues «su totalidad sinóptica constituye al espíritu en su existencia mundana sin más; el espíritu como tal contiene las formas anteriores en las determinaciones generales, de los así llamados momentos». Así, «este llegar a ser de la ciencia sin más o del conocimiento es lo que la fenomenología del espíritu representa»; «lo que hemos añadido aquí es solo parte de la recopilación de los momentos individuales, cada uno de los cuales representa en su principio la vida del espíritu completo».

Y eso veremos en las entradas siguientes.

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