Hegel (V) – La conciencia propia

Hegel (V) – La conciencia propia

noviembre 25, 2021 2 Por Alberto Buscató Vázquez

La conciencia propia

       La «conciencia propia» es el segundo momento en el desenvolvimiento del espíritu. Aquí se pasa por primera vez de la certeza que obteníamos en la conciencia al concepto de verdad, que se da en la igualdad entre la conciencia y el objeto, es decir, cuando la conciencia se identifica con el objeto de su conocimiento, porque se conoce a sí misma.

       La conciencia propia se manifiesta en un primer momento los individuos que encarnan una conciencia propia capaz de pensarse a sí misma, lo cual constituye la base de la vida. Esta es tanto individual como general, pues los individuos perpetúan las especies a las que pertenecen, dando lugar a unas identidades colectivas. Esta dialéctica entre el individuo y la comunidad se supera en la relación entre conciencias.

       Aquí la conciencia propia se expresa frente a otra conciencia propia, pero en primer lugar se establece una diferencia entre la conciencia del señor y la del esclavo, donde la primera es lo esencial frente a la segunda, que es comprendida como un objeto para el servicio. Estamos ante una nueva dialéctica, que se supera con el reconocimiento del otro como conciencia propia.

       Cuando el individuo se reconoce como conciencia propia libre, afirma su libre pensamiento como fundamento de su ser (lo cual desarrolla es estoicismo). No obstante, este pensamiento libre no tiene objeto que pensar, es solo libre, pero no es nada más porque descubre la imposibilidad de pensar en este nivel de conciencia (lo cual desarrolla el escepticismo). Aquí reconocemos una nueva dialéctica. Esta, en esta ocasión, se supera mediante el sacrificio de la voluntad individual por la general, es decir, el reconocimiento de la colectividad.

La verdad de la certeza de sí misma

       Lo que ocurría en la conciencia, primer momento del desenvolvimiento del espíritu, es que el objeto opuesto a la conciencia se disolvía cada vez que se intentaba captar, ya fuera a través de la certeza sensible, de la percepción o del entendimiento, pero al hacerse consciente de sí misma, entra en el ámbito de la conciencia propia, y aquí la «certeza» se transforma «verdad». La certeza es inmediata, es la captación de un objeto, pero la verdad es una relación de la conciencia consigo misma. Así, «con la conciencia propia hemos entrado así en el reino autóctono de la verdad». La unificación del objeto con la conciencia es el primer movimiento que realiza la conciencia propia, su momento fundacional, en el que «la conciencia propia se representa así como el movimiento en el que esta oposición es superada y se le convierte en la igualdad de ella consigo misma».

       Esta conciencia propia es «vida» y deseo de vida, pues «el deseo inmediato es un algo vivo», una «corriente» de instantes separados que constituyen la vida (como la semilla, el árbol o el fruto), «pues la sustancia simple de la vida es la duplicidad de sí misma en formas y a la vez la solución de estas diferencias existentes». Pero también encontramos una vida en general, que surge de los propios individuos particulares, los cuales son realidades limitadas, pues mueren, pero constituyen una realidad más ilimitada, más general, que les supera: la vida de una especie o un género, conformados por una multitud de individuos. Encontramos aquí una relación dialéctica entre la vida general y la particular se resuelve en relación interpersonal: «la conciencia propia alcanza su liberación solo en una otra conciencia propia».

Conciencia propia dependiente e independiente

       La conciencia propia no es únicamente una conciencia que se percibe a sí misma, sino que se expresa para otro, una conciencia que es en el reconocimiento del otro. O sea, que «la conciencia propia es en y para sí, en tanto y de manera que es para un otro y para sí; es decir, es solo como un algo reconocido». El individuo se conoce a sí mismo, pero también es conocido por otros individuos. En este momento, la conciencia propia se sitúa frente a otra conciencia propia, de tal manera que se pierde a sí misma para encontrarse en el otro y encuentra al otro en sí misma o, dicho de otra forma, supera al otro para encontrarse a sí misma y el otro le supera a ella para volver a sí. Esto se presenta como «el hacer de uno», que es también «el hacer de otro».

       Sin embargo, en este momento no hay una igualdad de reconocimiento entre ellas, pues cada conciencia propia se comprende a sí misma como lo esencial, y al otro como «no esencial» o «negativo», lo que establece un nuevo esquema dialéctico (entre el yo y el otro, lo esencial y lo inesencial). Pues aquí el otro se percibe como conciencia, pero no como conciencia propia, sino como ajena. Es decir, el yo se identifica consigo mismo, pero no con el otro, que es un extraño a sus ojos. Esta conciencia propia tiene así dos momentos, el de conciencia pura e inmediata para sí misma y el de conciencia como objeto para otra conciencia: «la una es la conciencia independiente que es el para sí, la otra la dependiente, para la cual la vida o el ser para otra es el la entidad».

       Esta es la diferencia entre «señor» y «siervo». El señor es la conciencia para sí que usa otra conciencia (la del siervo) como un objeto. Esta otra conciencia es también conciencia propia para sí misma, pero es dependiente del señor, y concibe también a este como lo esencial, la conciencia independiente y la propietaria de la conciencia propia del esclavo, que es el objeto, y que «en el servicio se realiza realmente». Esta postura dialéctica se elevará a verdad con el reconocimiento del otro.

Libertad de la conciencia propia

       La superación se da ahora en la «conciencia propia libre». En este momento la conciencia deja de reconocerse como señora o esclava y pasa a entenderse como conciencia libre en tanto que pensante, pues «en el pensamiento yo soy libre». El estoicismo representa este estado del desenvolvimiento de la conciencia, pues el estoico es libre, entiéndase: libre pensador, independientemente de los comportamientos de «señorío y esclavitud»: «es por consiguiente negativo frente al comportamiento del señorío y la servidumbre», porque incluso «es libre en toda dependencia de su existencia individual». La libertad se alcanza al superar el esquema de «señor» y «esclavo» anterior, y ahora tenemos una conciencia propia libre.

       No obstante, «la libertad en el pensamiento tiene solo el pensamiento puro como su verdad, que se da sin el contenido de la vida», es decir, esta libertad de pensamiento está vacía. Cuando el estoico se pregunta por el contenido del pensamiento, por el bien y la verdad, solo responde que son «lo bueno y lo verdadero», puras formalidades sin materia. Es libre, pero no sabe para qué.

       La realización de este contenido se da en el escepticismo, que capta dicha indeterminación del pensamiento como «lo completamente inesencial y dependiente de este otro». Es decir, la imposibilidad del conocimiento defendida por el escepticismo plantea una contradicción dialéctica con la libertad del sujeto pensante. Este diría que en el estoicismo se puede pensar libremente, pero que de cualquier manera no se puede pensar ni conocer la verdad. Estamos ante una dialéctica entre el pensamiento libre y la posibilidad del pensamiento, una dialéctica que afirma que se es libre para pensar pero que no se puede pensar.

       La «conciencia infeliz» es la superación de este momento en la unidad inmediata de ambas conciencias (la propia y la ajena), aunque tadavía se entienden como «contrarias», donde una es la esencial y otra la inesencial, de cuyo conflicto y reconocimiento de la diferencia surge la conciencia del «sufrimiento».

       El sacrificio y el agradecimiento permiten superar esta contradicción, pues acaban con «su infelicidad alejada de ella», es decir, liberando a esta conciencia de la infelicidad, permitiendo que el rechazo de la voluntad propia se eleve a la aceptación de una voluntad general: «entonces, la cejación de la propia voluntad es negativa solo en parte, respecto a su concepto o en sí, pero a la par positiva, a saber, el establecimiento de la voluntad como de un otro y de modo determinado de la voluntad como un no individual, sino general». Aquí entramos en el reino de la razón.

La próxima semana veremos el reino de la razón.

Puedes repasar los momentos de la conciencia.

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