La nueva estrella

La nueva estrella

          Tycho Brahe fue uno de los astrónomos más importantes, y ciertamente el más extravagante, del siglo XVI. Durante muchos años realizó numerosas observaciones astronómicas en el Uraniborg (o Castillo de Urania), un castillo que mandó construir para tal uso en la isla de Hven, donde disponía de todos los elementos necesarios para la observación astronómica (por ejemplo, los cuadrantes, pues esto es anterior a la invención del telescopio), a la cual se dedicó durante años noche tras noche acompañado de un buen número de trabajadores que le ayudaban con las mediciones. También realizó numerosos estudios de alquimia, como la influencia que la posición de los planetas pudieran tener en los metales (eran otros tiempos…).

Acuarela del Uraniborg en el Atlas maior de Joan Blaeu.

          El gran valor del trabajo de Tycho Brahe reside en la exactitud con la que midió, de manera rutinaria y paciente, las posiciones de distintos astros, como los planetas respecto a las estrellas fijas. Estos datos fueron fundamentales para la elaboración de ideas posteriores, como las leyes de Kepler o la teoría de la gravedad de Newton, pero también sirvieron para configurar el nuevo sistema del mundo que se estaba gestando con las obras de Copérnico. Por ejemplo, las mediciones de la posición de un cometa le permitieron plantear que estos fenómenos no ocurrían en la atmósfera terrestre, sino en la esfera de los planetas; sus mediciones sobre la posición de los planetas mostraron que éstos no giraban en órbitas circulares (y por lo tanto tampoco en esferas sólidas, aunque esto no lo propondría él, sino Kepler a partir de sus datos); las mediciones sobre las estrellas comprobaron que estas no se movían unas respecto a otras lo más mínimo.

          No obstante, uno de sus mayores descubrimientos fue la visualización de una nueva estrella en el cielo en las inmediaciones de la constelación de Casiopea, es decir, el surgimiento de un nuevo astro que antes no existía: «se observó el fulgor de una estrella […] que no existía anteriormente en esta posición o con un brillo tan nimio que antes no se percibía» (SN). Esto era incomprensible para la mentalidad de la época que entendía que el cielo debía estar formado por materia incorruptible. La regularidad de sus movimientos, su calma y estabilidad, desde mucho antes de que el hombre tuviera memoria, vincularon los astros con la divinidad. Y en ello parecían estar de acuerdo todos los filósofos de la historia y con las observaciones más ancestrales, por lo que la aparición de una nueva estrella exigía plantear un cosmos cambiante, fundamentalmente diferente del que se creía:

          «todos los filósofos han constatado sin ningún género de dudas, que en las regiones etéreas del mundo celeste, no ha surgido ninguna corrupción ni alteración, sino que el cielo y los cuerpos que contiene su éter ni aumentan ni disminuyen, ni varían en número, ni en magnitud, ni en luminosidad, ni en ningún otro aspecto, sino que son siempre iguales» (SN).

            Esto, ahora, dejaba de ser cierto, pero para ello había que plantear con gran seriedad y rigurosidad científica la certeza de este descubrimiento.

Dibujo original de Tycho Brahe sobre la constelación de Cassiopea y, marcado con una I, la posición y el brillo relativo de la nueva estrella.

¿Dónde está la estrella?

          Uno de los elementos importantes de este descubrimiento es la determinación del lugar donde se encuentra el fenómeno celeste que, recordemos, desde la Tierra, y sin ningún dispositivo de visualización como los telescopios o la fotografía, no es más que un punto brillante que aparece en el cielo y que puede responder a varios fenómenos: planetas, estrellas, lunas, asteroides… incluso fenómenos atmosféricos. Por eso es especialmente importante determinar si la nueva «estrella» está en la atmósfera terrestre, más allá o más acá de la Luna y del Sol, y si está en el mismo plano que los planetas.

          Para ello, en primer lugar, Tycho Brahe señala la constelación en la que aparece. Esta estrella se encontraba bajo la silla de la constelación Casiopea, donde, como podemos ver, ahora no hay nada (a simple vista), y no lo hubo desde 1574, cuando la nova stella dejó de observarse, ni desde (se pensaba) el inicio de los tiempos.

Superposición de la constelación de Cassiopea sore el dibujo de Tycho Brahe. Las distancias de H y G han sido modificadas para adaptar el dibujo –hecho a mano e impreso con una maquinaria rudimentaria–  a las distancias relativas reales.

          Pero, más allá de su posición en las constelaciones, Tycho Brahe quiere saber en qué esfera se encuentra, cuál es su movimiento relativo a otros astros y a cuál de estos se parece. En primer lugar, parece que no es un fenómeno atmosférico, ya que no se veía alterada por la atmósfera terrestre: «la densidad del cielo no la oscurece ni la afecta» (SN), ni por el paralaje (una técnica basada en el movimiento de la Tierra que permite medir la distancia de los objetos celestes) menos que la Luna (apenas perceptible para la época), por lo que debía encontrarse más allá de la esfera lunar (en el mundo supralunar, división que proviene de Aristóteles, todavía vigente). Esto mostraba que no es causa de la materia corruptible y cambiante de la Tierra (la atmósfera más lejana, quizás, suprema aëris), sino que es un fenómeno celeste:

          «es necesario colocar a esta estrella, no en las regiones infralunares, sino mucho más arriba, en un círculo respecto al cual la Tierra no tendría una magnitud sensible» (SN).

Animación del movimiento de las estrellas (a lo largo del año), es decir, de su paralaje, creada por la Agencia Espacial Europea en base a los datos del satélite Gaia. Los movimientos están aumentados 100.000 veces para que sean fácilmente perceptibles.

          En segundo lugar, su posición, «a 61 grados y 58 minutos» (SN), es un indicio de que no pertenece al resto de planetas, ya que no se encuentra en la eclíptica (el plano que recorren todos los planetas, además del Sol y la Luna), pues Casiopea está cerca de la estrella polar, es decir, del norte: «el nuevo astro está en el equinoccio de invierno, y muy lejos de la latitud de la eclíptica» (SN). Pero, además, a diferencia de los planetas, no se mueve respecto a las estrellas fijas: «no varía ni un minuto su distancia a las estrellas fijas» (SN). Por lo tanto, no es un planeta.

          Pero tampoco se parece a un cometa ni a un meteoro («muy distinto a la figura de un cometa»), pues ni se mueve como ellos (mucho más rápidos y fugaces), ni tiene la forma alargada e inmensa de aquellos, ni tiene el espectacular fulgor de estos: «no es de la peculiar especie de los cometas, ni se parece a un meteoro ardiente» (SN). Y, además, estos se creían que eran fenómenos atmosféricos, y parecía que este nuevo fenómeno no pertenecía a la Tierra.

          Podemos concluir, por lo tanto, que es un fenómeno celeste que se encuentra más allá del mundo infralunar, es decir, que es una estrella de la octava esfera («una estrella situada en la octava esfera» (SN)), pues no es ni un planeta, ni un cometa, ni un meteoro, sino un astro a gran distancia de la Tierra que tilila tanto como las estrellas fijas («tilila tanto como las estrellas fijas» (SN)). Y esto, no solo era nuevo, sino impensable:

          «Concluyo, por lo tanto, que esta estrella no es un cometa, ni un meteoro, ni infralunar ni supralunar, sino que brilla en el firmamento como una estrella, lo cual no hemos observado nunca antes desde el inicio del mundo» (SN).

Cambios en la estrella a lo largo del tiempo

          Pero, más allá de ser una nueva estrella que parece haber salido de la nada, de un día para otro, que plantea la posibilidad de un cosmos dinámico e irregular, es una estrella fija particular, pues cambiaba sensiblemente (sensibiliter mutaverit) sus características visibles a simple vista a lo largo de varios meses, lo cual también estaba «contra todas las sentencias y decretos de los filósofos (SN).

          En primer lugar, cambiaba su luminosidad, ya que si bien al principio «superaba visiblemente no solo la de todas las estrellas fijas, sino también la de los planetas» (SN), fue poco a poco perdiendo brillo (algo que no le ocurre a las demás estrellas): «finalmente se volvió tan diminuta […] que no excedía a las estrellas de segundo grado» (SN). También cambiaba su color, transitando entre el blanco de Júpiter hasta el rojo de Marte y el de Aldebarán, la estrella más brillante de tauro: «inicialmente aparecía blanca, con el esplendor de Júpiter, pero progresivamente fue perdiendo luminosidad y degenerando en el fulgor de Marte o de Aldebarán» (SN).

¿Qué está pasando?

          Por último, Tycho Brahe reflexiona sobre el posible significado que puede tener la aparición de una estrella en el cielo. Recordemos que en esta época la astrología y la astronomía estaban enormemente vinculadas, como la alquimia y otras disciplinas, una forma de pensar ajena a la mentalidad occidental moderna. Este «rarísimo y máximo milagro» sería interpretado como un mensaje de Dios, pues solo él tendría capacidad de producir tal fenómeno en el cosmos, pero es difícil dilucidar qué anuncia la aparición de estrella. Se produce en un tiempo de «grandes movimientos violentos», y la degeneración de su color, de la blancura de Júpiter (dios supremo del Olimpo) en el rojo de Marte (dios de la guerra), anunciaría según Brahe «grandes catástrofes y calamidades» (SN).

          No obstante, la aparición de esta estrella y su documentación por un pensador europeo marca simbólicamente un punto importante en la historia de la humanidad, que durante varios siglos anteriores había sido desarrollada por el mundo árabe. Tycho Brahe no sabría que este siglo vería nacer a Lope de Vega, Cervantes, Shakespeare y Quevedo en literatura; a Galileo y a Kepler; a Rubens, Van Dyck, el Greco, Caravaggio; a Descartes, Hobbes y Spinoza; así como la muerte de Durero, Da Vinci, Miguel Ángel o Rafael; de Lutero, Eramos de Rotterdam y Maquiavelo; vería el fin del Renacimiento y el inicio de la Revolución científica, la construcción del Monasterio del Escorial y la celebración del Concilio de Trento, el inicio de los grandes (y colonizadores) imperios europeos… Esa nueva estrella que aparecía en el cielo marcaba, quizás, el florecimiento de una de las culturas más ricas de la historia de la humanidad que se desarrollaría durante los próximos siglos dando lugar a personalidades como Newton, Hegel, Darwin, Chejov, Chopin, Picasso, Einstein… una civilización que colonizaría otros planetas y que escudriñaría el espacio para entender (y ver) lo que Tycho Brahe observó en su momento. Pero para eso faltan varios siglos.

Citas: SN. Tycho Brahe, Stella nova.

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