La última tribu: los sentineleses

La última tribu: los sentineleses

            Nadie sabe cuántos son, ni qué idioma hablan, ni el dios en el que creen. Desconocemos sus cuentos y su música, o si se organizan jerárquicamente. Tampoco entendemos cómo han sobrevivido 60.000 años sin contacto con el exterior, ni cómo han conseguido resistir, en una isla en la cual no hay ningún accidente geográfico, tsunamis formados cerca de sus costas. Ni siquiera sabemos cómo se llaman a sí mismos, sólo el nombre que les hemos dado: sentineleses.

            A más de quinientos kilómetros de las costas de Myanmar, perteneciendo al territorio indio, existe una pequeña isla de poco más de cincuenta kilómetros cuadrados poblada por unos habitantes que nunca han tenido contacto con la civilización dominante y a la cual rechazan ferozmente. Es una de las pocas tribus no contactadas del planeta, y esto se debe a sus esfuerzos por mantenerse aislados. Sin duda, es esa la razón por la que han conseguido sobrevivir a la modernidad, pues las colonizaciones nunca han terminado bien para ninguna de las dos partes. Todas las tribus de las islas de alrededor, en el archipiélago de Andamán, que fueron invadidas por los británicos, están prácticamente extintas, y se cree que los propios sentineleses han sido diezmados por enfermedades que han transmitido algunos utensilios nuestros que arribaron a sus costas.

            Sea por la razón que fuere, a día de hoy atacan violentamente a cualquiera que ose acercarse a su pequeña isla. Es cierto que lanzan flechas de aviso (sin punta) para evitar el conflicto, pero si alguien intenta acercarse a ellos… Se han recogido historias de pescadores que desaparecieron al encallar en sus costas, de predicadores y evangelistas occidentales repelidos antes incluso de desembarcar, de helicópteros atacados con arcos y flechas… Sólo ellos saben lo que ocurrió con el barco cuyos restos siguen varados en sus costas, como recuerdo tétrico de una historia macabra y desconocida. Es decir, desconocida por el resto del mundo.

            Sólo unas pocas fotos tomadas desde cientos de metros de distancia, lejos del alcance de sus primitivos proyectiles, convierten la leyenda en realidad para los más incrédulos. Sólo unas pocas imágenes pixeladas son testimonio de su existencia y fuente de nuestro conocimiento sobre ellos, tan escaso como superficial. Se sabe que adornan su cuerpo con fibras vegetales a modo de collares y pulseras, que construyen pequeños barcos vaciando troncos para pescar en sus costas, que viven en unas tiendas multifamiliares sin paredes y que gozan de un gran estado de salud, por la presencia constante de mujeres embarazadas y niños. Aunque no sabemos exactamente por qué, entonces, la población se mantiene estable…

            Su mera existencia tiene tanto que enseñarnos… Para cualquier amante del conocimiento, la independencia y la libertad, los sentineleses son una tentación intelectual inigualbale, pues están rodeados de un romanticismo y un misticismo irresistible. Y terrible, también, pues esa necesidad de conocimiento no se verá saciada. Nunca vamos a saber cómo viven o piensan. Es más, no debemos ni siquiera intentar conocerles. Sus sistemas inmunes no soportarían una gripe común o un sarampión, al no haber estado expuestos a las enfermedades que el resto del mundo ha padecido durante miles de años. Un simple estornudo podría destruir la vida humana en la isla, incluso introducir un dispositivo con control remoto podría hacerles enfermar, como ya ha ocurrido en los siglos XIX y XX, cuando se les ha hecho llegar regalos en forma de comida o pequeños artilugios para ganarse su confianza. No podemos conocerlos. No debemos conocerlos, como si fuesen un fruto del árbol prohibido del jardín del Edén.

            Sin embargo, esta debilidad no es más que inmunológica, pues han sobrevivido durante decenas de miles de años (que se dice pronto) con una población de apenas unos pocos cientos de habitantes. Sin que degenere la especie por los cruzamientos internos, sin verse arrasados por ninguna epidemia ni diezmados por los depredadores, sin destruirse unos a otros en una guerra civil. Los habitantes de esta pequeña isla, sin montañas ni apenas accidentes geográficos, han sobrevivido a tsunamis, incluyendo el del océano índico de 2004, que acabó con la vida de más de doscientas cincuenta mil personas en más de una decena de países, algunos situados a más de cinco mil kilómetros de distancia del epicentro, mientras que los sentineleses sobrevivieron en sus tiendas de tela sin paredes, a pie de playa como quien dice, a pocos cientos de kilómetros del centro del tsunami. Y nunca sabremos cómo.

            Las tribus no contactadas, entre las cuales la de Sentinel del Norte es el mejor ejemplo, son una muestra clara, aunque anecdótica, de la arbitrariedad de nuestra forma de organizar el mundo. Hay innumerables realidades que se salen de lo que entendemos por «país», como los territorios no autónomos (¿quién es el presidente de Puerto Rico?), los Estados con reconocimiento limitado (ya conocemos el caso de Palestina, pero… ¿y China?), las culturas divididas por fronteras artificiales (como la práctica totalidad de África y Oriente Medio), regiones culturalmente independientes del país que las gobierna (como el Tibet, los Tamiles, los nativos americanos y un largo etcétera) y, como culmen del catálogo de irregularidades del sistema, están las estas tribus. ¿Hasta qué punto forman parte del territorio nacional indio, cuando ningún indio nunca ha pisado sus tierras; cuando los servicios del Estado no llegan, incluyendo la justicia, la sanidad o la educación; y cuando la cultura es independiente quizás desde antes de que los primeros seres humanos llegasen a la India?

            Sólo podemos fantasear respecto a la cultura de los sentineleses, quienes la despliegan bajo las tupidas copas de los árboles de las islas. Apostaría a que respetan la naturaleza por encima de todo, pues sin ello no habrían podido sobrevivir con recursos tan limitados. Supongo que no escribirán ni se dedicarán a la vida espiritual, pues el entorno seguramente les obligue a buscar comida constantemente. Me imagino que comerán todo lo que tengan en la isla, incluyendo animales, insectos, raíces, frutos… Pero, ¿quién sabe? Comerán crudo, pues no parecen dominar el fuego. Tampoco les hace falta. ¿Alrededor de qué danzarán por las noches? ¿Qué historias narrarán a sus pequeños? ¿Compartirán sus cuentos las similitudes que se encuentran en los de la civilización dominante? ¿Qué estructura tendrá su lengua? ¿Creerán en la justicia o en la belleza? ¿Qué posición tendrán las mujeres en la sociedad? ¿Cómo entenderán el amor? ¿Rezarán? ¿Enterrarán a sus muertos? ¿Habrá alguno que quiera salir de la isla? ¿Sacrificarán animales o miembros de la tribu? ¿Cuán grande se imaginarán el mundo? ¿Qué pensarán que son las estrellas? ¿Se preguntarán qué hacemos nosotros o cuántos somos? A diferencia del resto de culturas del mundo, que están al alcance de nuestra mano, nunca conoceremos a los sentineleses.

Puedes compartir esta entrada en tus redes sociales: