Más ciervo y menos león

Más ciervo y menos león

     Varios de los mayores sesgos de la filosofía occidental tienen que ver con la forma en la que el judeocristianismo entiende al hombre y al animal: «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza», pero no a los animales, algo que ocurre en religiones precristianas como el protohinduismo, donde los dioses son tanto seres humanos como animales. Este, debido a sus facultades intelectuales o espirituales, es decir, debido a su similitud con Dios, está en la cúspide de la naturaleza y puede usar a estos a placer. Se presupone que el ser humano no está adaptado a la naturaleza y que es su carácter semidivino el que le permite dominar a animales mejor adaptados, el llamado «salto ontológico».

     «Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra» (Génesis 1:26).

     No obstante, cabe preguntarse: ¿la cúspide de qué? El éxito biológico es muy difícil de juzgar, porque es una noción sesgada por criterios subjetivos. ¿Qué hace al ser humano más exitoso que a otros seres vivos? ¿Su capacidad para sobrevivir en todos los ambientes? No es cierto, no sobrevivimos en el desierto, como hacen otros animales; ni en las ciénagas, repletas de hongos y bacterias (que también son seres vivos); ni zonas heladas como los polos donde viven osos, pingüinos y peces de todo tipo sin mayor problema… ¿Es nuestro número? Hay muchos seres humanos, pero no somos tantos, especialmente si nos comparamos con las hormigas (hay más hormigas que del resto de animales e insectos de todas las demás especies juntos) o los escarabajos (hay tantísimas especies distintas de estos como del resto de seres en general, es decir, los seres vivos se podrían dividir legítimamente entre escarabajos y el resto).

     ¿Son nuestras capacidades mentales? Ciertamente somos más inteligentes que el resto de especies, aunque los elefantes tienen más memoria, la capacidad fonológica de los delfines es mayor que la nuestra, las águilas ven mejor, los perros tienen un olfato más desarrollado… Los monos también tienen capacidad de pensamiento conceptual, aunque nosotros la tengamos más desarrollada. El salto ontológico no existe, hay una diferencia gradual. Además, ¿intelecto? ¿Qué intelecto? ¿El que nos permite construir universidades e investigar la energía nuclear, o el que levanta fronteras, da lugar a guerras y crea bombas atómicas? Somos una especie tan, pero que tan poderosa que estamos en grave peligro de extinción, pues un simple botón rojo puede acabar con la vida (no solo la humana) en el planeta. Por no hablar de nuestro problema demográfico, de la forma en la que agotamos la tierra y los mares, de los problemas sistémicos de nuestros modelos sociales de base insostenible…

     Es más, ¿por qué valoramos el poder, el intelecto y la razón por encima de otros valores, como vivir de manera sostenible o respetuosa? Pensar que un cerdo es superior al ser humano por vivir en armonía con su entorno sería inaceptable para una cosmovisión judeocristiana, pero sería tan válido como pensar que este es superior por su intelecto. O, mejor dicho, tan incorrecto. La ciencia actual sigue cargada de ideas metafísicas e ideológicas (véase Crisis de la biología teórica), y la palabra «superior» es uno de sus problemas, por ser vacía y discriminatoria por definición.

     Nuestra sobrevaloración de determinadas especies y la comparación con ellas se deriva de un sesgo ideológico según el cual la violencia, la fuerza, el dominio y el individuo son más importantes que otras características como la manada, la comunidad, la igualdad, la solidaridad… De ahí que consideremos como superiores a los tigres que a los castores, a los águilas que a las palomas, a los tiburones que a las sardinas… Los primeros sobreviven por su fuerza y sus características extraordinarias, son grandes individuos dignos de admirar, capaces de someter a los que intenten enfrentarse contra ellos uno a uno (en un supuesto cuadrilátero), al igual que las sociedades humanas basadas en la conquista, el dominio del otro, la defensa de lo propio, el individualismo…

Superdepredadores

     Esta idea surge de la comparación con un grupo pequeño y muy determinado de seres vivos como son los superdepredadores. El ser humano no tiene garras, ni grandes dientes, ni veneno, ni corre a cien kilómetros por hora, ni tiene una piel gruesa para hacer frente al clima y a otros depredadores, ni tiene buen olfato, ni ve muy bien, le cuesta escalar, apenas sabe nadar… El ser humano es un mierdecilla en comparación con los grandes depredadores naturales, y si entendemos el éxito biológico en función a la depredación (siendo los carnívoros las especies más agraciadas o elevadas), no podemos entender por qué el hombre actualmente puede controlar y matar a cualquier depredador sin el más mínimo problema (con ayuda de la tecnología, claro), a no ser que tengamos en cuenta el desarrollo social y cultural. Parece que en el estado natural el hombre sería incapaz de sobrevivir. Las banderas occidentales están llenas de leones, osos, águilas, serpientes, incluso dragones. 

     Este sesgo surge al pensar que los conceptos de poder, fuerza o violencia son fundamentales para sobrevivir en la naturaleza. Los grandes depredadores o los virus letales son fuertes, agresivos, inmisericordes, como el hombre occidental parece querer ser. O como ha tenido que ser para sobrevivir frente a otros seres humanos, haciendo que nuestra cosmovisión esté basada en el dominio y la destrucción física como muestras del éxito en la naturaleza. No obstante, esta sólo es una de las estrategias que tienen los seres vivos para sobrevivir. Otros se reproducen a lo bestia, como la mayoría de insectos o distintos tipos de plantas, o prefieren camuflarse y pasar desapercibidos, o esconderse de los depredadores, o protegerse de ellos con escamas o un tamaño descomunal (los seres vivos más grandes no cazan, son herbívoros)… Ser una bestia parda no es la única forma de sobrevivir, no obstante, en nuestra cosmovisión parece ser la forma más digna o más elevada, el modelo a seguir.

     Sin  embargo, la cuestión es: ¿por qué compararnos con jaguares y tigres, y no con palomas, ratas, patos o truchas? ¿Está una rana menos adaptada al medio que una hiena? Es más, ¿son más exitosos los superdepredadores que el resto de animales? Muchos de estos están en peligro crítico de extinción: varios tipos de leopardos, cocodrilos, lobos, tiburones, tigres… Lo cual es de esperar, pues son pocos, se reproducen poco, se matan entre ellos, necesitan cazar todos los días… Son seres que sobreviven a duras penas, de hecho necesitan una magnificencia biológica e individual extrema para poder mantener su modo de vida tan ineficaz. Una manada de leonas necesita estrategias grupales, grandes músculos, dientes afilados, habilidades de camuflaje, velocidad, potencia, olfato, vista… para conseguir mantener una especie de pocos individuos tremendamente susceptible. Un koala solo necesita un eucalipto para crecer. Un gusano sobrevive mordisqueando una hojita de un árbol, se reproduce fácilmente y está en infinidad de ambientes.

     El mismo sesgo se encuentra a la hora de juzgar a los virus, pues consideramos que los más exitosos son el ébola, el sida o el tifus porque estos acaban con sus huéspedes. Sin embargo, ¿es eso una ventaja o un inconveniente para el virus? Matar al huésped significa tener que buscar otro o morir con él. Si aplicamos los conceptos de éxito biológico al virus, lo que a este «le interesa» es sobrevivir y propagarse, cuanto menos sea detectado, cuanto más se expanda en el huésped sin matarlo, cuanto más pueda vivir en él, mejor. Los virus anteriormente mencionados llaman la atención inmediatamente, haciendo que el huésped tome medidas contra él, así como la comunidad, aislando al individuo, lo cual dificulta su propagación y favorece su extinción. No obstante, la gripe está en todos los individuos de una infinidad de especies, todos los años, en todas las épocas… Es más fácil erradicar el ébola que el resfriado común. En términos biológicos, podríamos argumentar que la gripe es «mejor» virus que el del ébola.

     Esto hace que la premisa con la que comienza nuestra comparación con los animales no sea cierta. El ser humano está tremendamente adaptado a la naturaleza, pero no como un tiburón o una cobra. Sin el desarrollo de la tecnología, no sería un animal cazador ni colonizador, no puede vivir en muchos ambientes y no puede hacer frente a muchos animales, pero sí puede sobrevivir perfectamente en climas cálidos y templados, de clima regular, ricos en frutas, raíces e insectos los cuales puede sacar con facilidad de cualquier cavidad o de la tierra con sus manos (algo que un chacal no puede hacer).

     Somos, además, animales bastante grandes, muy superiores a la media, siendo imbatibles para cualquier insecto, reptil, alimaña… Incluso cuando el ser humano vive en entornos naturales (nativos, tribus no contactadas, etcétera) es capaz de hacer frente, con su mera presencia, a grandes depredadores sin más armas que «piedras y un buen palo» como dice Rousseau (Discurso sobre el origen de la desigualdad, primera parte). Somos omnívoros (quizás oportunistas) capaces de alimentarnos de una gran cantidad de seres distintos (algo que no puede hacer un águila), podemos andar, correr, trepar y nadar (aunque no hagamos muy bien ninguna de las tres últimas cosas)… Somos una especie tremendamente adaptada al entorno, si bien no a todos los entornos que colonizamos actualmente y no de la misma forma en la que vivimos ahora. La inteligencia es un añadido que nos permite el dominio de la naturaleza, pero sin ella podemos sobrevivir como cualquier otro ser vivo.

La fuerza de la manada

     Pero hay otra forma de sobrevivir, pues no tiene más fuerza un depredador que una manada. Los típicos documentales sobre la naturaleza tienen como culmen narrativo una caza exitosa, pero normalmente no narran las dificultades que conlleva cazar para un depredador. La mayoría de intentos de caza son fallidos, y algunas acaban con la muerte del atacante, ya que una rotura de un diente (que con una patada de una cebra o de un ñu no es nada extraño), implica la muerte. El guepardo no sobrevive a las infecciones que le produce un diente roto, ni puede estar sin comer hasta que el diente sane. Por eso la superioridad individual tiene que ser abrumadora, para poder tener una posibilidad de hacer frente a una manada siendo uno solo, para poder sobrevivir en el mundo sin necesidad de otro. Además, la caza hay que dirigirla hacia el miembro más débil, o más joven, cuyos padres estén despistados o ausentes, hay que aprovechar un momento de debilidad como el cruce de un río y, sobre todo, hay que sembrar el caos. Si la manada planta cara, no hay depredador que valga. El depredador debe conseguir que esta huya, dejando de ser manada para ser un conjunto de individuos corriendo despavoridos. Solo entonces el depredador tiene una oportunidad de abalanzarse, en ocasiones varios contra uno, contra el miembro más débil.

     La cuestión es, a parte de interpretaciones biológicas cuyo valor es meramente simbólico, qué sociedad queremos ser, especialmente en este momento de nuestra historia. Ahora tenemos la capacidad y la responsabilidad de reflexionar sobre qué futuro vamos a construir, cómo comportarnos con otros pueblos y culturas, tenemos el desarrollo tecnológico suficiente para intercambiar ideas y experiencias, somos más conscientes que nunca de las consecuencias de las guerras pasadas y de los desastres que traerían las guerras futuras… ¿Qué sentido tiene seguir afilando nuestras garras en un mundo globalizado donde la paz eterna es el objetivo? El símbolo biológico ideal de una sociedad futura no es la viuda negra ni el tiranosaurio, sino la manada, el cardumen, la bandada, el conjunto de individuos que, sin necesidad de líder (aunque ese es otro tema), sobrevive protegiéndose unos a otros y organizándose colectivamente. En definitiva, ser más ciervo y menos león.

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