Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

diciembre 9, 2018 1 Por Alberto Buscató Vázquez

Pobres dándole a la vida gracias

sobre la crueldad de Dhapa

 

Día 26. Kolkata, la ciudad de la alegría

Día 27. Ekbalpur, primeros slums

Día 28. Los niños de Tangra

Día 29. La flora de Kolkata

Día 30. La crueldad de Dhapa

 

Día 26. Kolkata, la ciudad de la alegría

Allí donde hay multiculturalidad hay problemas. Jerusalén, la India, Sudamérica… Detrás de la mezcla, agradable de vivir y de ver para el turista distraído, se esconden deudas de sangre que acaban reclamando su pago entre las distintas facciones. Sean las que sean estas. En la India, musulmanes y sijs son aplastados por una mayoría hindú, masacrados en las calles, sacados de sus casas a porrazos… mientras que estos contraatacaban como buenamente pueden mediante atentados o acciones simbólicas, pero siempre sangrientas. Me fui ayer con esos pensamientos a la cabeza tras leer parte de la historia de la segunda mitad del siglo XX del país y hoy me despierto con ellos. Arrrg… ¿Qué hacer con el mundo?

El origen de esos disturbios era siempre el mismo y solía desencadenarlo un detalle nimio, como una disputa por los lindes de un terreno, por un espacio en una acera, por un cerdo orinando en el muro de una mezquita o una vaca muerta encontrada cerca de un templo hindú. En cualquier caso, en cuanto saltaba la chispa, la violencia se propagaba de manera fulgurante alimentada por rumores, siempre falsos, que magnificaban el incidente original, transformando un simple encontronazo entre dos individuos en una guerra santa entre religiones (Javier Moro, cap. 39).

Son las ocho de la mañana. Deben de quedar varias horas para llegar a mi próximo destino: Kolkata. Los vendedores ambulantes ya pasan cada pocos minutos vendiendo tés, desayunos en forma de sándwich o pequeños recipientes de arroz, frutos secos, dulces… Pido un té chai con un gesto de la cabeza y pago sin preguntar el precio. Te vas habituando al lugar: ₹5 un té, ₹10 en situaciones especiales (como es el caso en el tren). Te lo sirven en un pequeño cuenco de barro desechable que simplemente tiras al suelo cuando terminas de beber. Las lluvias monzónicas se encargarán de volverlo a convertir en tierra.

Hogar de la madre Teresa de Calcuta, Kolkata es la ciudad más occidental de la India. Se nota en el tráfico, en la vida nocturna, en la propia estructura urbanística de la ciudad… Es la llamada ciudad de la alegría, expresión que no es fácil de entender. Se refiere, quizás casualmente, a varias realidades distintas y opuestas, a las contradicciones de toda sociedad, pero detrás de ella residen varias verdades fundamentales de la condición humana. Para entender este apelativo, todavía tendré que patear durante muchas horas las calles de esta ciudad.

Llegamos sobre las diez a la estación central de Kolkata. Esta vez el tren nos deja en el andén, lo cual es un lujo, visto lo visto, y cojo el autobús 12C1 que, según GoogleMaps me lleva al centro, al meollo de la ciudad, por solo ₹6. Me hacen levantarme del asiento porque me he colocado en un espacio reservado para las mujeres… Vaya por dios…

 

Me bajo cuando considero que ya estoy suficientemente en el centro de los distintos lugares que quiero visitar en los próximos días, en el barrio llamado New Market. Este es, casualmente, un barrio prominentemente árabe, lo cual no dejará de notarse en los próximos días. Además, descubro al instante una de las razones por las que, quizás inintencionadamente, el apelativo de “alegre” casa con esta ciudad. Fiesta, alcohol, sexo… están tan presentes aquí como en cualquier ciudad Europea, lo cual contrasta con ciudades como Varanasi donde, por ejemplo, las drogas (incluyendo el alcohol) están prohibidas. De hecho, salta a la vista la gran cantidad de paredes forradas con carteles de masajistas eróticas y agencias de prostitución. La “ciudad de la alegría”… ya, ya.

Dejé los bártulos en el primer hotel que encontré a buen precio (Hotel Afridi International, ₹1000 por noche) y salí a pasear por Kolkata alrededor de la una de la tarde. Primer destino: el Victoria Memorial. Para llegar a él tengo que atravesar una explanada llena de ovejas que pastan tranquilamente mientras, al fondo, los rascacielos crecen poco a poco a medida que la ciudad va necesitándolo. Incoherencias indias.

Frente al memorial se puede observar una escena que sería imposible encontrar en otro lugar de la India. Las ciudades, y sus contradicciones, especialmente en una nación que siempre ha sido definida por su vida rural, se hacen notar. Me refiero a los coches de caballos o calesas que esperan frente al memorial. Poco más atrás, unos cuantos turistas indios se hacen fotos con unos caballos con las costillas marcadas (los caballos, no los turistas, que lucen Rayban y hacen la foto con un iPhone).

Si algo es indudablemente llamativo y digno de elogio de la India es la forma en la que tratan a los animales. La abrumadora mayoría de la población es vegetariana, los animales campan libremente por las ciudades sin ser expulsados de ellas, de hecho son alimentados por los ciudadanos. No existirían granjas ni pesticidas de no ser por la influencia británica y la industrialización asociada a la creación de grandes ciudades. Los indios no explotan a los animales. Sin embargo, como ya he dicho, Kolkata es la ciudad más occidental de la India…

El caso es que acabo entrando en el edificio levantado a la memoria de la reina Victoria, la cual, por cierto, nunca pisó la India, aunque fue quien puso al país bajo el mando de la corona británica durante ciento cincuenta años. Merece la pena la visita. Desde el exterior ya se puede disfrutar de un edificio y unos jardines espectaculares, con una simetría propia bien del arte mogol o bien de la influencia colonial. Las exposiciones interiores están a la altura de la arquitectura, ya que hay frescos que cuentan la vida de la reina, documentos históricos, instrumentos científicos como una especie de telescopio que se usó para medir la altura del Everest en su reinado, una sala interminable de fotos de grandes personalidades de la época como la familia Tagore, imágenes de época de Kolkata y una sala con exquisitos cuadros de Thomas y William Danniels, quienes a mi personalmente me recuerdan a Claude d’Lorrain, será cuestión de gustos…

En el Victoria memorial nos atendió una guía muy agradable la cual nos estuvo explicando anécdotas muy curiosas (y significativas) en torno a la India y la figura de la reina Victoria. Se dice que la India estuvo conquistada por los británicos, quienes establecieron un régimen colonial, durante ciento cincuenta años. Esto no es del todo cierto, porque es mucho más complejo. La colonización de la India comienza a finales del siglo XVI, por parte de varias potencias europeas como Portugal, Holanda e Inglaterra que llegan a un territorio controlado por el imperio mogol (los del Taj Mahal que hemos visto en la parte III).

Durante doscientos años, la Compañía Británica de las Indias Orientales (East India Company) se va haciendo con el poder en el territorio indio. En 1700 se fusiona con su principal rival, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, formando la Compañía Unificada de Mercaderes Ingleses que Comercian con las Indias Orientales. Por aquel entonces, a principios del siglo XVIII, ya tenían el control de la totalidad del país y (esto es lo más grave del asunto) durante más de ciento cincuenta años la India estuvo controlada en su totalidad por una empresa privada, en manos de individuos particulares, es decir, de los accionistas de dicha empresa. En 1857, tras unas serie de revueltas independentistas conocidas como el motín de los cipayos, entre otras, la reina Victoria pone al territorio indio bajo control de la corona británica. Es lo que, en jerga moderna, llamaríamos una especie de nacionalización o expropiación. No será hasta 1947 cuando la India se independice gracias a un movimiento pacífico encabezado por Gandhi y Nehru, que constituye el único proceso de independencia pacífico de la historia de la humanidad.

En resumen, la India está colonizada durante casi cien años por la corona británica, durante doscientos años más está relativamente controlada por empresas privadas y durante otros ciento cincuenta años está bajo el poder de… ¡una única empresa privada! Guau.

Prendido del lugar, decido quedarme toda la tarde en el memorial aprovechando cada sala hasta que al final me echan los guardias poco antes del cierre del recinto. Estaba tan enfrascado en el museo que ni me di cuenta del hambre que tenía, pero, ahora que ya no tengo la cabeza ocupada… ¡qué hambre! Iba pensando yo en qué comer cuando, aun en los jardines del memorial, un chico se me acerca junto a su amigo y me pide una foto. Yo le cojo el móvil porque entiendo que quiere que le haga una foto a él y a su amigo, pero no. El tío se pone a mi lado y ¡se saca una foto él conmigo! Luego me da las gracias sonriendo y se va. Bueno está…

Es una extraña pero divertida costumbre relativamente extendida en la India (dependiendo de la zona) la de sacarse fotos con los turistas, especialmente con los pelirrojos. Bueno, especialmente con las pelirrojas. Les llama la atención nuestro color de piel, nuestros rasgos y el pelo rubio o rojo natural. De hecho, se han dado casos en los que una chica blanca y pelirroja se ha sacado una foto con un chico indio a la entrada de un museo y, al salir, ¡el chico estaba vendiendo copias de las fotos! Estoy seguro de que la usan para presumir con sus amigos de que han conocido a un tío raro, con la piel de otro color. Bueno está.

Me apetecía tomar algo propio de esta zona, quizás en un lugar con encanto: un restaurante típico, con platos de diferente estilo, música de ambiente… Sin embargo, la comida de un pequeño puesto callejero, sustentado sobre unas pocas tablas de madera, me acaba conquistando. Un hombre prepara con gran destreza una mezcla de patata, cebolla, tomate, un par de salsas cuyos componentes desconozco, especias picantes, guisantes, fideos, anacardos, perejil, coco, otro tipo más de salsa y vete tú a saber qué cosas más, sobre unos panecillos. Abandono, casi sin pensármelo dos veces, la idea de buscar un sitio techado y de mayor atracción turística. ¡Qué sería de los viajes sin la comida callejera!

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