Aristóteles (IX) – Tiempo y espacio

Aristóteles (IX) – Tiempo y espacio

septiembre 10, 2021 1 Por Alberto Buscató Vázquez

       El movimiento local se da siempre en un espacio y tiempo, por lo que «El físico tiene que estudiar el lugar» (Fís. 208a25) y el tiempo. El lugar es algo real y separado de los cuerpos, lo que demuestra «la sustitución de un cuerpo por otro» (Fís. 208b1), es decir, dado que dos cuerpos distintos pueden ocupar el mismo lugar, este no es una propiedad de los cuerpos ni es simplemente una apariencia producida por la presencia o ausencia de estos, sino algo en sí mismo. También el lugar es separable de un cuerpo y los objetos son trasladables en él, por lo que podemos decir que «el lugar es un recipiente no-trasladable» (Fís. 212a15). No obstante, ambos conceptos están estrechamente vinculados, pues «del lugar se dice que es aquello común en lo cual están todos los cuerpos» (Fís. 209a30), de tal manera que «todo cuerpo sensible está en un lugar» (Fís. 208b25).

       «El lugar posee ciertamente las tres dimensiones, longitud, anchura y profundidad» (Fís. 209a5), que son las «partes» que lo componen, y también «posee ciertamente magnitud» (Fís. 209a15), es decir, se puede medir, aunque indirectamente, pues lo que se mide no es exactamente el lugar en sí, sino un determinado cuerpo, que ocupa un lugar (por ejemplo, un codo o un pie). Tampoco se puede modificar. El espacio no se comprime ni se ensancha, no se puede reordenar ni mover, no se puede siquiera tocar ni percibir en sí mismo. Conocemos su existencia únicamente porque los cuerpos se dan en él, es decir, de manera mediada. Además, deducimos sus propiedades del comportamiento de estos cuerpos, que pueden moverse arriba o abajo o, en definitiva, en las tres dimensiones, aunque estas no son características del cuerpo, sino de aquello en lo que se mueve.

       El lugar no es causa del movimiento de los cuerpos «ni como materia de las cosas (pues nada está constituido por él), ni como forma o esencia de las cosas, ni como fin, ni tampoco mueve a las cosas existentes» (Fís. 209a15). No obstante, tampoco es un mero recipiente pasivo, ya que ejerce una influencia sobre los cuerpos, al determinar sus movimientos naturales, es decir, aquellos que se dan sin violencia (o sin aplicar fuerza contra su tendencia natural a moverse). Es decir, el espacio determina que los elementos se muevan hacia arriba o hacia abajo, por lo que si bien no es exactamente una causa del movimiento, es aquello en lo que se da un movimiento determinado en un cuerpo concreto.

       «los desplazamientos de los cuerpos naturales simples, como el fuego, la tierra y otros semejantes, no sólo nos muestran que el lugar es algo, sino también que ejerce un cierto poder. Porque cada uno de estos cuerpos, si nada lo impide, es llevado hacia su lugar propio» (Fís. 208b10).

       Ahora bien, si los cuerpos son separables del espacio, ¿existe el vacío, es decir, «el lugar en el cual no hay nada» (Fís. 213b30)? Algunos filósofos anteriores a Aristóteles planteaban que este era necesario para el movimiento, pues si todo estuviera lleno, nada podría moverse a ningún sitio. Sin embargo, para Aristóteles esto no es un argumento válido, ya que «los cuerpos pueden simultáneamente reemplazarse entre sí» (Fís. 214a30). De hecho, es al contrario: el vacío implica un problema para explicar el movimiento, pues en él no hay nada. El vacío es nada, por lo que, no, «el vacío no existe» (Fís. 214a15).

       En segundo lugar, hay que estudiar qué es el tiempo. Esta es una noción «oscura y difícil de captar» (Fís. 217b30), ya que tampoco se percibe directamente, pero se puede advertir de manera mediada, es decir, por el movimiento se da en él: «Percibimos el tiempo junto con el movimiento» (Fís. 219a1). Por lo tanto, se puede medir, aunque también indirectamente, pues no se mide el tiempo en sí, sino el movimiento: lo que tarda un objeto en recorrer una determinada cantidad de espacio. De hecho, «el tiempo es continuo por ser continuo el movimiento» (Fís. 219a10). No obstante, también medimos «el movimiento por el tiempo […] pues ambos se delimitan entre sí» (Fís. 220b15). Por lo tanto, «el tiempo es la medida del movimiento y del reposo» (Fís. 221b20).

       Nótese que ni lo eterno ni el no ser son en el tiempo: «las cosas que son siempre, en tanto que son siempre, no son en el tiempo» (Fís. 221b1) y «todo lo que no es tampoco es en el tiempo» (Fís. 221b20). Es decir, el tiempo (obviamente también el espacio) son realidades que afectan únicamente al mundo sensible, no al de las ideas. Tampoco las matemáticas se dan en sentido estricto ni en el tiempo ni en el espacio (aunque estos nos sirvan a nosotros para comprenderlas). Sin embargo, todo lo que no es eterno, pero es, es en el tiempo: «todo cuanto es susceptible de destrucción y de generación, y en general todo cuanto a veces es y a veces no es, tendrá que ser necesariamente en el tiempo» (Fís. 221b30).

       Pero, además, el tiempo tiene una existencia aún más extraña que el lugar, pues «algunas de sus partes ya han sido, otras están por venir, y ninguna “es”» (Fís. 218a5). Hablamos, en este sentido, de un antes y un después, que son sus partes constitutivas, de tal manera que «el tiempo es justamente esto: número del movimiento según el antes y después» (Fís. 219b1). Y, sobra decirlo, «el tiempo es en todas partes el mismo» (Fís. 223b10, similar en Fís. 220b5), aunque no es heterogéneo, a diferencia del espacio, pues «el tiempo anterior no es el mismo que el posterior» (Fís. 220b5). Entre ambos, se encuentra el «ahora», que es «el límite del pasado y el futuro» (Fís. 223a5). Cada «ahora» es distinto, aunque todos los «ahoras» son iguales en cierto sentido, por ser lo que son. Estos «ahoras» dividen el tiempo y le dan continuidad, pero no lo constituyen, ya que «es imposible que algo continuo esté hecho de indivisibles, como, por ejemplo, que una línea esté hecha de puntos» (Fís. 223a25) y el ahora «es también necesariamente indivisible» (Fís. 233b30). Por eso mismo no hay movimiento (ni reposo) en los «ahoras», como no hay lugar en un punto.

       Esto provoca determinadas paradojas a la hora de entender el movimiento, especialmente en el momento en el que este empieza y en el que acaba. Si el tiempo es continuo y todo continuo es infinitamente divisible, y si en un indivisible temporal (un «ahora») no hay movimiento, ¿cuándo empieza y acaba el movimiento? Si un cuerpo está en reposo y comienza a moverse en el tiempo T1-T4, habrá un tiempo T1-T2 en el que o esté en reposo (por lo tanto este tiempo no nos interesa para determinar el inicio del movimiento) o haya comenzado a moverse, y también habrá un tiempo T1 y fracciones de T1 (hasta el infinito) en el que el cuerpo todavía no haya empezado a moverse y comience a hacerlo. Lo mismo ocurrirá con el punto final del movimiento: «no hay un tiempo primero en lo que está en movimiento ni en lo que está deteniéndose» (Fís. 239a1). Por eso, entre otras consideraciones, el tiempo es una noción tan oscura.

La próxima semana veremos los elementos en Aristóteles.

Citas

  • Ediciones de Biblioteca Clásica Gredos de las siguientes obras aristotélicas:
    • Fís.: Física
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