Marx (VIII): El salario mínimo

Marx (VIII): El salario mínimo

       Para aumentar la plusvalía (y mantener las clases sociales que sustentan el sistema de producción capitalista), el salario de los trabajadores es exclusivamente lo que necesitan para su propia subsistencia «y ni un átomo mayor» (K-2.1.4), es decir, lo estrictamente necesario para el mantenimiento de las condiciones biológicas que mantienen al trabajador con vida y con ciertas capacidades necesarias para desempeñar su función: «la suma de los medios de subsistencia debe ser suficiente para mantener al individuo, en tanto que trabajador, en sus condiciones de vida normales» (K-1.2.4). Con otras palabras: «El valor de la fuerza de trabajo está determinada por el valor de los víveres necesarios habituales del trabajador medio» (K-1.5.15). Y, dada la mortalidad natural del trabajador, hay que tener en cuenta los medios necesarios para el sustento y desarrollo de su progenie, que serán quienes le reemplacen (idealmente), incluyendo la educación que les hará aptos para el trabajo.

       Este es el único límite que tiene la reducción del salario del trabajador, ya que estos son la condición de posibilidad de la concentración del capital: «Si los trabajadores pudieran vivir del aire, se comprarían gratuitamente» (K-1.7.21). Este salario se calcula teniendo en cuenta los medios de subsistencia que se requieren todos los días, los que se reemplazan cada semana o cada mes o cada estación, etcétera.

       Darle al trabajador un salario mínimo para mantener su integridad biológica permite que, por un lado, nunca pueda acumular capital y, por lo tanto, que no sea un posible rival futuro para los capitalistas. Pero, además, permite que estos capitalistas recuperen el dinero que gastan en los propios trabajadores a través del suministro de las mercancías necesarias que estos necesitan comprar y consumir. Es decir, si bien el capitalista paga a los trabajadores, es otro capitalista el que les vende las mercancías que estos necesitan para vivir. Y, en ocasiones, puede ser incluso el mismo, como cuando se ofrece al trabajador un servicio de lavandería que necesita para ir a trabajar, o un ordenador con las funciones que el trabajo requiere, o se pone una cafetería cerca de la fábrica o en el edificio de oficinas. Esto ha llegado hasta el punto de crear viviendas para los trabajadores bajo el mismo arrendatario que es dueño de la fábrica, de tal manera que este pueda imponer el régimen de vida de los primeros, como en los fabricantes de patrones de algodón de la «Fábrica de patrones de algodón de Lowell y Laurence Mills»:

      «Las residencias para las mujeres de la fábrica pertenecen a la empresa dueña de la fábrica; las superioras de estas casas están al servicio de esta sociedad, que les prescribe reglas de conducta: ninguna muchacha debe llegar a casa después de las diez de la noche. Pero la guinda del pastel: una policía especial de la sociedad patrulla el vecindario, para evitar las infracciones de este reglamento interior. A partir de las diez de la noche no se permite a ninguna chica ni entrar ni salir. Ninguna chica debe hospedarse en otro lugar que no pertenezca a la sociedad, a las cuales cada casa aporta 10 dólares semanales. Aquí vemos al consumidor racional en toda su gloria» (K-2.3.21).

       Los trabajadores, por lo tanto, deben gastar todo su salario en bienes de consumo básicos, de tal manera que se mantenga el orden social que sustenta este sistema de producción: «Todo lo que la clase trabajadora compra es igual a la suma del salario del trabajador, e iguala la suma del capital variable adelantado por toda la clase capitalista» (K-2.2.17). Por lo tanto, estos no son propietarios del dinero que ganan igual que los instrumentos y la maquinaria del capitalista no tiene propiedades, aunque reciban agua y carbón para seguir funcionando. Algunos defensores del capitalismo, como Herr Drummond, en Washington, parecen plantear que: «largas horas de trabajo aparecen como el secreto del procedimiento racional y sano, que elevan la situación de los trabajadores a través de la mejora de sus facultades espirituales y morales, y que deben hacer de él un consumidor racional» (K-2.3.21). Así el trabajador pasa a formar parte, de una segunda forma, del ciclo de producción capitalista, ahora como consumidor:

      «el trabajador se ha conservado como fuerza de trabajo para el capitalista I, y para mantenerse así, debe siempre repetir de nuevo el proceso F(M) – D – M. Su salario se traduce en medios de consumición, que él gasta como beneficios» (K-2.3.20).

       No obstante, ni la generación de la plusvalía ni el cálculo del salario del trabajador se presentan de manera tan obscena y explícita como en realidad son. El «trabajo asalariado» [Lohnarbeit] esconde esta fórmula de tal manera que, a diferencia del esclavo o del siervo, se hace imperceptible la diferencia entre el trabajo pagado y el no pagado. El esclavo sabe que todo su trabajo es para su dueño y que únicamente cuando procura su propio alimento está haciendo algo por sí mismo. El jornalero no es consciente de esta diferencia: «La forma del trabajo asalariado elimina cualquier huella de la división de la jornada laboral en trabajo y excedente, en trabajo pagado y no pagado» (K-1.6.17). El sistema de producción capitalista camufla su funcionamiento para que sus individuos lo acepten sin ser conscientes de él, a diferencia de los estamentos sociales de la antigüedad, que estaban muy marcados. Sin embargo, ambos tienen las mismas ataduras: «El esclavo romano estaba atado por cadenas a su propietario, el jornalero lo está por hilos invisibles» (K-1.7.21).

Puedes continuar leyendo Marx (IX): Alienación y maquinaria.

Citas

K-libro.sección.capítulo: Karl Marx. Das Kapital: Kritik der politischen Ökonomie.

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