Simone de Beauvoir: el destino (I)

Simone de Beauvoir: el destino (I)

          En El otro sexo, Simone de Beauvoir analiza la situación de «la mujer», el eterno femenino, siempre bajo la atenta mirada de una tesis según la cual la mujer es lo otro, la alteridad, que se opone a quien la define: el hombre, el cual es un ser entendido como un ser completo en sí mismo: «la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él» (EOS I, Introducción). Esta es la base de la discriminación patriarcal, entender a la mujer como diferente, como mujer antes que como igual, como hembra antes que como ser humano: «lo que define de forma singular la situación de la mujer es que […] se descubre y se elige en un mundo en el que los hombres le imponen que se asuma como Alteridad» (EOS I, Introducción). Esto le sitúa en una posición inferior, dificultando su incorporación a un mundo que no le pertenece y planteando la necesidad de revisar las bases más profundas de la sociedad, pues el patriarcado no surge en un momento histórico determinado (aunque evoluciona irregularmente a lo largo de la historia), sino que forma parte de la misma esencia y origen de la sociedad.

          Para ello, la autora francesa hace un recorrido por la realidad biológica de la mujer, por su situación en la historia y por los mitos que la rodean en un primer volumen, para posteriormente relatar la experiencia compartida de la mujer, en el segundo.

«el conjunto del “carácter” de la mujer, sus convicciones, sus valores, su sabiduría, su moral, sus gustos, sus conductas, se explican por su situación» (EOS II, II, X).

          Antes de exponer este recorrido, es importante tener en cuenta durante toda la lectura que la perspectiva de Simone de Beauvoir es existencialista, pues al entender que la felicidad es algo subjetivo y difícil de analizar filosóficamente, trata las condiciones de la mujer en relación a su libertad, presuponiendo que el trabajo dignifica al ser humano y que este busca trascender mediante su acción. Bajo esta perspectiva, el ser humano busca trascender su especie, afirmar su propia existencia, ser autónomo y dominar el mundo, y ahí la hembra está atada a su biología mientras que el macho tiene una mayor libertad.

La realidad biológica

          «No todo ser humano hembra es necesariamente una mujer; necesita participar de esta realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad» (EOS I, Introducción), por lo tanto la realidad biológica de la hembra humana es distinta a la identidad como mujer, la cual es mucho más compleja, al estar definida por criterios filosóficos, sociales, históricos… No obstante, a nivel puramente biológico la mujer «es una hembra» (EOS I, I, I), por lo que empieza analizando la relevancia de este carácter. Nótese que la transexualidad no aparece en esta obra.

          Simone de Beauvoir comienza haciendo notar que la diferencia sexual no es universal en la naturaleza. Hay muchas especies que se reproducen asexualmente y por partenogénesis, hay individuos hermafroditas, autofecundaciones… Pero en cuanto hay división sexual, aparecen distintos roles en la evolución. En los insectos y organismos inferiores, los individuos están completamente determinados por su función sexual, quedando incluso la hembra reducida a un abdomen, mientras que un macho, enano en ocasiones, ni siquiera tiene tubo digestivo personal, siendo únicamente útil para la reproducción. En estos sistemas, la hembra vive más tiempo, tiene un lugar destacado en la sociedad (es la reina de la colmena o del hormiguero), pero está completamente subordinada a la especie, mientras que el macho tiene una vida corta y fugaz, pero individual, que le pertenece a él en su totalidad.

«En los matriarcados como los hormigueros o las colmenas, los machos son importunos que se liquidan en cada estación: en el momento del vuelo nupcial todas las hormigas macho se escapan del hormiguero y vuelan hacia las hembras; si las alcanzan y las fecundan, mueren inmediatamente, agotadas; si no, las obreras no las dejan volver, las matan ante la puerta o las dejan morir de hambre; pero la hembra fecundada tiene un triste destino: se hunde solitaria en tierra y a menudo muere de agotamiento al poner los primeros huevos; si consigue formar un hormiguero, pasa en él doce años encerrada poniendo sin pausa; las obreras, que son hembras con la sexualidad atrofiada, viven cuatro años, pero una vida totalmente consagrada a criar larvas» (EOS I, I, I).

          En las especies superiores los individuos adquieren una mayor autonomía, especialmente en los mamíferos. Sin embargo, la madre queda relegada al cuidado de la progenie, con quienes está más vinculada tanto a nivel emocional como, especialmente, a nivel biológico. También aquí el macho ostenta la iniciativa sexual y domina el coito: «siempre es él el que toma: ella es tomada» (EOS I, I, I). Incluso en ocasiones, los machos de innumerables especies superiores imponen literalmente la relación sexual, de tal manera que la mujer, incapaz biológicamente de resistirse por tener menos fuerza física, «padece el coito que la aliena» (EOS I, I, I). Así la hembra queda relegada a la pasividad y el hombre se adueña de la actividad, que constituyen los dos prejuicios biológicos relacionados con el sexo, que surgen de la propia naturaleza, pero que también pasan a formar parte de la forma de entender al sujeto y de determinarlo en ambientes no naturales como las sociedades: al espermatozoide «ninguna sustancia extraña lo entorpece, es todo vida», mientras que el óvulo «es un elemento fijo […] espera pasivamente la fecundación» (EOS I, I, I).

          En la especie humana esto está mucho más marcado. El macho se identifica con su individualidad, pues su trascendencia y la de la especie están en harmonía con sus deseos: es él quien consigue comida para su familia o trae el dinero a casa, él conquista tierras y las gestiona, su nombre pasa a la historia junto a sus actos. «La historia de la mujer es mucho más compleja» (EOS I, I, I), pues no carece de individualidad, pero está en cierto sentido subordinada a la especie: su cuerpo pertenece tanto a ella como a la especie. El hombre no aporta nada significativo para él en la reproducción, no nota la pérdida de unos pocos espermatozoides que puede producir cada pocas horas, y la propia actividad sexual, si bien está orientada biológicamente a la reproducción, sacia sus deseos personales, hasta el punto de que la eyaculación y el orgasmo forman una unidad usualmente indivisible.

          La hembra, en cambio, entrega meses de su vida, un gran esfuerzo y un deterioro físico importante, incluso pone en riesgo su integridad física y psicológica para dar lugar a un nuevo individuo de la especie, usualmente tras una relación sexual no satisfactoria, pues (y esto es lo determinante) el placer sexual de la mujer es independiente de su función reproductora, pues ni siquiera es consciente de la liberación del óvulo. Por lo tanto, se descubre como un individuo autónomo que a su vez es esclava de una especie, «es la sede de una historia que se desarrolla en ella y que no la implica personalmente», su ciclo menstrual se lo recuerda cada mes, «con dolor y sangre», pues no hay él «ninguna finalidad individual» (EOS I, I, I).

«engendrar, amamantar no son actividades, son funciones naturales; no suponen ningún proyecto, por esta razón no sirven a la mujer para una afirmación altiva de su existencia; sufre pasivamente su destino biológico» (EOS I, I, I).

La realidad psíquica

          Propio de la especie humana es la realidad psíquica, al que está dedicado este capítulo, donde básicamente se refutan las ideas psicoanalistas de Freud acerca de la psicología femenina, por ser estas un subproducto de las teorías sobre la psicología masculina. Freud se centra en el varón y deduce a partir de su psicología la de la mujer, dando por hecho la superioridad masculina y definiendo a la mujer psicológicamente como un hombre mutilado, en el que las niñas se reconocen como niños castrados. No obstante, para Simone de Beauvoir, esta explicación no es tanto psicológica y científica como social y subjetiva, pues presupone unos esquemas patriarcales:

«la niña sólo envidia el falo como símbolo de los privilegios que se conceden a los niños […] el lugar que ocupa el padre en la familia, el predominio universal de los varones, la educación, todo refuerza en ella la idea de la superioridad masculina» (EOS I, I, II).

          Este capítulo es principalmente una refutación, pues la alternativa a la explicación freudiana de la psicología femenina se dará a lo largo del libro (especialmente en el segundo volumen).

La realidad histórica

          Quizá sea el contexto histórico más importante que la psicología y la realidad biológica para entender estos roles. En una sociedad donde la fuerza bruta es necesaria para protegerse de los depredadores, los machos tienen una superioridad objetiva, al menos en referencia a su importancia, pero en una sociedad moderna, donde los trabajos más pesados se realizan apretando un botón, y donde es más importante saber programar la máquina que manejarla, esta no tiene tanta importancia.

          La realidad histórica y social, por lo tanto, tiene una gran importancia para entender la situación de la mujer, pues es esta la que le sitúa bajo el dominio de un hombre, en especial a partir del surgimiento de la propiedad privada, que el dominio del bronce y los metales se proyecta sobre toda la realidad, incluyendo la naturaleza, otras tierras y los propios seres humanos. Por eso la totalidad de la segunda parte está dedicada al desarrollo histórico de la humanidad.

Citas: El otro sexo Volumen, Parte, Capítulo

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