Aristóteles (XIII) – Las críticas a «nuestra» teoría

Aristóteles (XIII) – Las críticas a «nuestra» teoría

       La teoría de las ideas era parte fundamental del pensamiento de la Academia, pero también lo eran sus críticas, que incluso el propio Platón había planteado. Esto también lo recoge Aristóteles, quien critica tanto las ideas como las matemáticas o la teoría de los principios platónicas. De hecho, recoge de manera detallada y concisa el compendio de críticas a los distintos elementos de la metafísica platónica, formulados ya en su mayor parte en la Academia.

       Así, la obra Contra las ideas se «compuso contra las ideas de Platón», igual que varios libros de la Metafísica. Sin embargo, es una crítica interna, en la que Aristóteles se sitúa como platónico, continuando la obra del maestro y representando sus teorías como fiel seguidor: «Aristóteles hizo que está opinión fuera de dominio común refiriéndose a ella como si fuera propia, porque dijo de las relaciones que “de estas no decimos que exista un género en sí”» (Ide. 3). Incluso en ocasiones encontramos una crítica a la teoría de las ideas en primera persona del plural.

       Y es que, «ninguno de los argumentos con que pretendemos demostrar que las Formas existen, lo demuestra con evidencia» (Met. 990b5), incluso «de acuerdo con el supuesto según el cual afirmamos que existen las Ideas» (Met. 990b20) obtenemos conclusiones contradictorias y absurdos. Por ejemplo, «si no se establece que las entidades son separadas, y que lo son a la manera en que se dice que lo son las realidades individuales, se suprimirá la entidad tal como nosotros la entendemos» (Met. 1086b15), pero si se establece, caemos en ciertas contradicciones. En otras ocasiones, sencillamente, no explicamos nada, sino que «proferimos palabras vacías de significado, ya que, como dijimos antes, “participar” no es nada» (Met. 992a25).

       «La aporía más importante con que cabe enfrentarse es: ¿de qué sirven las formas para las cosas sensibles?» (Met. 991a5). No son causa, pero tampoco modelos o paradigmas de la realidad, pues si lo fueran, serían relativas, pues «el paradigma es paradigma de algo» (Ide. 4), por lo que las ideas existirían en relación a aquello de lo que son paradigma, por lo que serían anteriores a ello. Por eso las ideas «no sirven de nada» (Met. 1090b25), incluso dificultan la comprensión de lo que es, ya que, por ejemplo, cuando planteamos la teoría de las ideas, «para cada cosa individual hay “algo que se denomina del mismo modo” y que existe separado de las entidades» (Met. 990b5), con lo cual solo duplicamos la cantidad de entidades que existen sin aclarar nada sobre ellas.

       Pero es que, además, hay ideas de cosas que no parecería lógico que hubiese. Dado que la idea es «lo uno que abarca a muchos» (Met. 990b5), siempre que haya algo en la que participen distintas realidades, tendremos una idea (como hay muchas cosas que son justas, hay una idea de justicia en sí misma; como hay muchas entidades que son caballos, habría una idea del ser en sí del caballo, etcétera), incluso respecto a muchas realidades de las que «no admitimos que haya un género por sí» (Met. 1086b15). Y es que «no es posible establecerlo [la existencia de formas] sobre todas las cosas» (Met. 999b15), sino que «necesariamente tendrá que haber ideas solamente de las entidades» (Met. 990b25). No obstante, con esta teoría «se producen muchas otras cosas —una casa, por ejemplo, o un anillo— de las cuales no afirmamos que haya Formas» (Met. 991b5), por lo que  «resulta que hay Formas hasta de aquellas cosas de las que pensamos que no las hay» (Met. 990b10).

       Así, «habría ideas de las cosas comprendidas en el ámbito de las artes» (Ide. 3), como una silla o una cama, lo cual no solo parecería absurdo, sino que haría que los hombres pudieran crear ideas a placer, al realizar objetos con nuevas formas, por lo que estas ideas serían alterables. Y eso va contra el sentido más básico y la razón de ser propia de las ideas. También se plantearían ideas «de las cosas que no existen» (Ide. 3), de negaciones, pues «no hombre» se predica de caballo, árbol y otras tantas cosas, lo cual era aceptada por los propios platónicos: «de las relaciones los platónicos decían que no hay ideas, porque las ideas para ellos subsisten por sí mismas» (Ide. 3). Además, habría ideas «de cosas que se destruyen y se han destruido y en general de cosas particulares, como Sócrates y Platón» (Ide. 3), por el mero hecho de que podemos pensar en ellas, por lo que tanto nuestro pensamiento como el individuo participarían de la forma de «Sócrates en sí». De la misma manera, «habrá un firmamento además del firmamento sensible» (Met. 997b15) y habrá otra ciencia aparte de la medicina – y aparte de cada una de las demás ‒ y será intermedia entre la medicina misma y esta medicina de acá […] habría también realidades sanas aparte de las sensibles y de lo sano mismo» (Met. 997b25).

       Y es que la forma en la que entendemos que se plantean las ideas da lugar a una regresión infinita, lo que constituye el argumento del tercer hombre (Ide. 4), que ya había propuesto el maestro (aunque sin llamarlo así) y que dice que si bien una idea se dice de muchos particulares (incluso por ello existe), también existiría una idea que se predicase de esta primera idea y de los particulares a los que ella se aplicaba. Por ejemplo, dado que Sócrates, Calias y muchos otros son hombres, existe una idea de hombre que engloba la similitud «del ser hombre» de ambos (digamos, por ejemplo, la hombría en sí misma). Ahora bien, ¿no habría algo superior y anterior a la idea de hombre que recogiese la similitud entre Sócrates, Calias y la propia idea de hombre en sí mismo? Habría, entonces un «tercer hombre», y podríamos postular un cuarto y un quinto, y así hasta el infinito, que englobase las similitudes de todos los «hombres» anteriores.

       Estas críticas también afectan a las realidades matemáticas, pues estas no ejercen el papel de ninguna de las causas en la formación de lo sensible: «el número no es causa productiva […], ni tampoco es materia, ni tampoco proporción y forma de las cosas. Ni tampoco es causa entendida como fin» (Met. 1092b20). Además, si fueran entidades surgirían muchos «absurdos relacionados con la generación y la corrupción» (Met. 1002a29), como que «cuando dos cuerpos se juntan o se separan, [las superficies] resultan una al juntarse y dos al separarse» (Met. 1002b1), a pesar de que las realidades matemáticas son eternas.

       Además, si están en las cosas sensibles, no explican nada, pues lo mismo es decir que hay un sólido a decir que hay un cuerpo en el que se da el sólido: «¿qué diferencia hay entre afirmar que estas son naturalezas de este tipo y afirmar que estas otras no, pero que en ellas se dan naturalezas de este tipo?» (Met. 1076b5). Ninguna, «no sirven para nada» (Met. 1090b15), pues «los teoremas de los aritméticos se cumplirán igualmente en las cosas sensibles» (Met. 1090a15). Pero si no están en las cosas sensibles, sino aparte de ellas, «se produce un amontonamiento absurdo» (Met. 1076b25), ya que además «se hace necesario introducir un segundo género de número –aquel de que se ocupa la aritmética» (Met. 991b25), por lo que complicamos la explicación de la realidad igual que hicimos con las ideas.

       Por lo tanto, «ni son entidades en mayor grado que los cuerpos, ni son anteriores a las cosas sensibles en el ser, sino solo en la definición, ni pueden existir separadas en modo alguno […] no son en el sentido absoluto del término» (Met. 1077b10), «esas cosas [lo grande, lo pequeño, etcétera], más bien que sujetos, son afecciones y accidentes de los números y de las magnitudes» (Met. 1088a15). Es decir, la existencia que tienen las realidades matemáticas es la de características de lo sensible, como magnitudes y formas, que si bien solo existen en lo sensible (no independientemente de ello), se pueden separar conceptualmente, y como tal se pueden estudiar: «existen las cosas matemáticas, y tales cuales las describen» (Met. 1077b30). Es decir, no hay un principio del número en sí mismo, sino hay cosas en el mundo que son de cierta magnitud, que tienen superficies y volúmenes, etcétera.

       Y, por último, respecto a los primeros principios, también hay contradicciones graves. En primer lugar, «si son universales, no serán entidades» (Met. 1003a5), pues si lo fueran no podrían predicarse de nada (las entidades no se predican de las cosas, sino que los atributos se predican de ellas), por lo que no serían principios de nada. O, de otra forma, nada más podría ser entidad, pues solo serían predicados de los principios, ya que todo participa de ellos. Además, los principios de «grande y pequeño, y todas las cosas tales, son necesariamente términos relativos. Ahora bien, lo relativo es, de todas las categorías, la que tiene naturaleza y entidad en mucho menor grado» (Met. 1088a20).

      En definitiva: «todo esto es absurdo» (Ide. 4), por lo que «váyanse a paseo las especies: pues son música celestial» (AII 83a30). Es necesario explicar el mundo de otra forma. Pero… ¿cómo?

Puedes continuar leyendo Aristóteles (XIV) – El estudio de los seres vivos.

Citas

  • Ediciones de Biblioteca Clásica Gredos de las siguientes obras aristotélicas:
    • Met: Metafísica
    • AII: Analíticos posteriores
    • Fragmentos
      • Ide.: Περὶ ιδεῶν

Puedes compartir esta entrada en tus redes sociales: