Memorias de Guatemala

Memorias de Guatemala

Del vigesimoprimero al vigesimonoveno día. Vida académica y cultural de la ciudad

Antes de la ascensión definitiva, la joya de la corona del viaje y la mayor motivación para venir a Guatemala (el volcán de fuego), pasé unos días en Ciudad de Guatemala, liado con una cuestión relativa a la universidad (que es lo que “profesionalmente” he venido a hacer aquí). Tuve, por lo tanto, la oportunidad de ver de cerca la Universidad Francisco Marroquín, así como la vida en la ciudad y algún que otro sitio turístico (nos escapamos a Ciudad Antigua por un día).

Durante estos días, algunas personas de la universidad tuvieron situaciones complicadas. Atracaron a un chico y otros cincuenta pensaron que les iban a atracar cuando, en verdad, nadie estaba pensando hacerles nada. La sensación de miedo que se nos había inculcado (y que los propios guatemaltecos alimentan) haciendo referencia a la inseguridad de la ciudad, era más fuerte que la realidad (en mi opinión), haciéndonos ver donde no había. Una pareja, por ejemplo, fue a sacar dinero al banco Azteca, una zona comercial del centro de las más seguras de la Ciudad. Un hombre estaba dando vueltas por allí, que lo mismo era un policía de paisano, o un hombre perdido, o un mendigo que no sabía muy bien dónde ir. El caso es que ellos se acojonaron. Estuvieron a punto de llamar a la policía y salieron prácticamente corriendo de la zona solo por la presencia de ese hombre, que pasaba olímpicamente de ellos… En fin.

Aunque es cierto que un día varios de nuestros compañeros vinieron asustados porque les dijeron que se había producido un tiroteo cerca del hotel donde estábamos. También es cierto que hay zonas controladas por las maras y se producen muchos atracos. Sin embargo, esto es algo que ocurre principalmente en las ciudades. En cuanto te alejas de los grandes núcleos poblacionales, la sensación de seguridad (en mi opinión, insisto), aumenta considerablemente. Sientes que la gente no te roba porque no quiere nada que tú tengas. Aunque sean pobres no necesitan el dinero, son personas honestas, buenas, gente normal. Evidentemente…

Hay que ser prudente y precavido, pero no se puede vivir con miedo, atemorizado. El miedo paraliza y acaba con la vida. Si piensas así, al final no viajas, por un miedo que es más infundado que real. Todos pensamos que nuestro país es seguro porque lo conocemos, mientras que los demás países son inseguros (el narcotráfico y la delincuencia en Latinoamérica, los abusos policiales en EEUU, los señores de la guerra en África, la inestabilidad de Oriente Medio, los secuestros en Asia…). Los medios de comunicación generan una burbuja de falsa seguridad frente a un mundo (exterior a esa burbuja) que es el mismísimo infierno… Pero igual que ocurre en España ocurre en los demás países, que creen ser seguros mientras los demás (incluido España) son países inseguros.

Si hablas con un latinoamericano, y le preguntas qué piensa de España, te dirá que es un país peligroso. Hasta hace pocos años teníamos grupos terroristas activos en el norte; hay manifestaciones en la capital donde manifestantes y policías salen heridos en lo que pintan como batallas campales; tenemos una doble amenaza del autodenominado Estado Islámico, tanto por el terrorismo que azota toda Europa como por la amenaza de formar un califato que incluya a España como el antiguo Al-Ándalus; una posible guerra civil a punto de estallar en los lugares con más independentismo… Y todo esto puede ser más o menos verdad, pero no significa que España sea un país para no visitar, por inseguridad o miedo. Lo mismo pasa con el resto de los países.

Es curioso ver como los guatemaltecos, que son conscientes de que viven en una situación de inseguridad, siguen pensando que la gente es buena y confiando en ellos, mientras que nosotros, que creemos vivir en una seguridad prácticamente total, somos más perspicaces que nadie…

En la capital llama la atención (más que en el resto del país) la manera tan servil en la que se comporta el servicio en los hoteles, restaurantes, autobuses… Incluso en sus expresiones se ve una especie de… sumisión, que a mí, personalmente, me incomoda. “Para servirles”, “a la orden”, son expresiones coloquiales (especialmente la segunda) que se utilizan incluso entre amigos. En una ocasión tuvimos que utilizar el ascensor del servicio porque el de huéspedes estaba estropeado y nos encontramos unos chicos de mantenimiento que subieron con nosotros. Nos miraron avergonzados y dijeron: “disculpen la inconveniencia”. ¿Inconveniencia? No sé… No es poco conveniente subir contigo en el mismo ascensor… De hecho, tú estás trabajando, yo estoy aquí haciendo el mongolo, deberías tener prioridad a la hora de usar el ascensor, ¿no? En fin…

Además llama la atención como la totalidad del servicio es indígena, siempre. Cuanto más duro (físicamente) o más desagradable sea un trabajo, más difícil es encontrar a un blanco haciéndolo.

Un día fui andando desde la plaza de la constitución hasta la plaza del obelisco, de la zona 1 a la 10, por la avenida 10. En este camino, de varios kilómetros, se puede ver la desigualdad entre las distintas zonas de la capital. La pobreza en las ciudades es la peor, porque te atrapa. No hay alternativa, no se puede escapar de ella. Las ciudades no están pensadas para el hombre, sino para los coches. Los hombres no pueden pisar sus calles negras reservadas al tráfico, ni respirar su aire contaminado, ni salir de ellas fácilmente a pie… Como decía Michael Ende:

Eso no son casas, son… son almacenes de gente.

La Universidad Francisco Marroquín

Esta universidad privada es de las mejores de Guatemala, pero cara a más no poder. Los pasillos dan al aire libre, igual que las escaleras y varias plazas de la universidad, haciendo que el aire, siempre primaveral, fluya por todo el edificio. Por otro lado, esta universidad está encargada de la difusión de las bondades del capitalismo, siendo un bastión de este en Centroamérica. Está centrada, sobre todo, en la reforma del país desde el punto de vista político, económico y jurídico, aunque la perspectiva liberal permea hasta el último ladrillo de sus edificios.

“Nuestra misión es la enseñanza y difusión de los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables”

Su lema me hace pensar qué creerían ellos de aquellas personas que se rigen por otros principios éticos, jurídicos y económicos… ¿serían libres y responsables? En el contexto en la que esta universidad está situado, Ciudad de Guatemala, rodeada de aldeas, poblados y cooperativas indígenas, este lema es toda una declaración de intenciones en un intento de unificar el país bajo unos mismos principios claramente neoliberales. Sean estos principios correctos o no, no sé hasta qué punto tiene sentido unificar lo heterogéneo. En fin, colonización ideológica moderna.

En sus paredes podemos encontrar posters con información sobre Friedrich Hayek o Israel Kirzner…, frases de Joseph Schumpeter (“la cuestión no es cómo el capitalismo administra las estructuras existentes… [sino] cómo las crea y las destruye”) o Manuel F. Ayau (“el capital […] es aquello que hace fructíferos el esfuerzo y el ingenio humano”), un cuadro de “La Escuela de California”, como una horrenda caricatura de La Escuela de Atenas, que tenía una breve explicación que, a modo de conclusión, sentenciaba: “al final tenían razón” o, cuando hablan de la escuela escolástica, se puede ver como dirigen la atención sobre “un conjunto de ideas sobre precios, salarios, cambio de moneda, teoría del valor, cobro de intereses, etc.,” que ellos desarrollaron. Por lo demás, el auditorio Juan Bautista Gutiérrez y el Milton Friedman, la Plaza de la Libertad, la biblioteca Ludwig von Mises… Todos los poros de la universidad respiran liberalismo.

Nos alojamos en el Westin Camino Real, el hotel más pijo de Guatemala… Hasta me encontré en su puerta a una estrella de la música española, con la cual estuve charlando un rato. La mayoría de españoles que fuimos no nos podíamos permitir ese hotel a no ser que lo pagase la organización, gracias a los patrocinadores y a un importante descuento que aplicaban por llenar alrededor de doscientas habitaciones. Que la organización nos consiguiera alojamiento en ese hotel, al precio que pagamos, es digno de alabanza. Estábamos en la zona 10, o zona viva, donde hay el mejor ambiente nocturno de toda la ciudad: discotecas, bares abiertos, una relativa seguridad… Nosotros pasábamos las tardes en la terraza de Casa Chapina, un restaurante con buenos precios (precios europeos, como decían algunos, ya que cenábamos por el equivalente a diez o quince euros y las cervezas costaban alrededor de tres) y buena comida, especialmente sus platos combinados.

Escapada a Antigua

Antigua es una de las ciudades más famosas de Guatemala, tanto por sus sitios turísticos como por su ambiente nocturno. Parece la joya de la corona de Guatemala para los guatemaltecos, que hablan con orgullo y fascinación de ella. Ciertamente, la ciudad tiene un encanto especial, sus calles, sus colores, su ambiente… con cierto regusto a antiguo (nunca mejor dicho) por las calzadas de piedra y los desconchones y roturas en las fachadas de las casas. Eso sí, tanto las calles como las plazas están completamente limpias. Es una típica ciudad colonial, lo cual se ve perfectamente en el parque central, rodeado del palacio de los capitanes generales, la catedral y el comercio.

Pasamos el día paseando por sus calles, visitando las casas que se han mantenido durante los siglos con la estructura y el mobiliario colonial, la iglesia de la Merced, con su espectacular fachada… Y el volcán de agua elevándose sobre la ciudad.

A los guatemaltecos les encanta esta ciudad, y a muchos turistas también. Se parece a una típica ciudad europea antigua. En mi opinión, hay cosas más interesantes que ver en Guatemala, especialmente para los que no sean amantes de las ciudades. Pero una escapada rápida merece la pena, desde luego.

Cena típica con Sebastián

Un día pasó a recogerme Sebastián en coche. Sebas es un buen amigo que vive en ciudad de Guatemala, amante de los volcanes que se encuentran disperso por su país y de la política, que le atrae desde pequeñito. Parqueamos el coche justo en frente de un restaurante típico de la zona, en el que entramos a cenar. Pedimos dos caldos, que es típico de varias zonas de Guatemala. “Lo típico de verdad es comerlo con tortitas”, me dijo. “¿Cómo es eso?”, pregunté. “Pues, sin cubiertos, tienes que comerte la carne y las verduras del caldo ayudándote de las tortitas. Y luego te bebes el caldo directamente”. Me pareció muy complejo, así que me lo comí al estilo… occidental, por decirlo así. He de decir que él hizo lo mismo.

Estuvimos hablando de la situación política y social de Guatemala. De la presencia o ausencia del Estado, de la administración de la justicia en las aldeas, de la tensión entre el intento de centralización del Estado y el respeto a la cultura propia de cada pueblo… Él estudia ciencias políticas y siempre ha querido dedicarse a ello, pero le noté cansado y con dudas. Guatemala es un país tan complejo y la política puede ser tan agotadora… Bueno, siempre se acaba encontrando el camino, pensé. Sea aquí o allí.

También hablamos de la visión de la vida y el trabajo de los nativos, que es muy interesante. Me contó una anécdota sobre la que todavía hoy pienso:

  • A mi mamá le ayudaba con la casa una chica joven. Venía unas horas a la semana hasta que se quedó embarazada. Teníamos muy buena relación con ella. Vino a enseñarnos a su niña recién nacida y todo. Mi madre le preguntó que si se quería incorporar, aunque fuesen menos horas o con la flexibilidad que ella necesitase. Se lo preguntaba porque pensaba que a ella le vendría bien tener algo de dinero. Especialmente ahora, con una niña pequeña… ya sabes.
  • Y, ¿qué le dijo?
  • Le dijo a mi madre: “señora, ¿le puedo hacer una pregunta?”. “Claro”, respondió mi madre. “Es que yo no sé por qué trabaja usted tanto. Yo prefiero no trabajar”.

La madre de Sebastián era maestra, una mujer muy trabajadora. De hecho, trabajaba lo que muchos occidentales consideramos normal, es decir, una jornada de ocho o nueve horas, llevándote algo de trabajo a casa, trabajando algunas horas los fines de semana, estando conectado siempre al móvil y al e-mail para las emergencias… Lo normal… ¿no? Bueno, pues esta mujer prefería no trabajar y estar con su hija. Sin dinero, consiguiendo el alimento del entorno o de hacer cuatro cosas aquí y allá para ganar dinero, y ya está. Y no es ninguna tontería. Trabajar en aquello que te gusta es reconfortante pero… ¿merece la pena trabajar tanto? Y ¿si trabajas en algo que no te gusta? ¿Tiene sentido trabajar ocho horas al día y que tus hijos los cuide una (que no un) canguro? Es algo para pensar…

Por lo demás, todavía no teníamos cerrada la excursión al volcán de fuego, y yo notaba a Sebastián algo reticente. Había estado liadísimo el último año y no había tenido tiempo para escalar volcanes. Se sentía inseguro. Le piqué un poco, sabía que en el fondo tenía ganas de ir y necesitaba un empujón.

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