Memorias de Guatemala

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Del decimotercero al decimoséptimo día. El Mirador: corazón de la selva de Petén

Me levanté a las cinco y salí del hotel recordando que “eso que oyes no es lluvia”. Me dirigí a la oficina de la cooperativa Carmelita, con las cuales había contratado la excursión a El Mirador. Por 1850 quetzales, el precio incluye transporte en microbús privado a Carmelita, guía durante cinco días, para la selva y las ciudades maya, equipo de acampada, comida, arriero y cocinera (que no cocinero). Yo me había unido al grupo en el último momento, por lo que pagué allí (el resto había pagado ya) con tarjeta y listo.

Las caminatas se hacen muy largas, especialmente si no estás acostumbrado a andar. Cada día estamos alrededor de seis o siete horas andando, sin contar las paradas para comer y descansar (que son escasas). Eso sí, por el camino puedes disfrutar de la flora y sus cambios repentinos (en pocos kilómetros el paisaje cambia completamente –dentro de que siempre es selvático–), de una fauna muy rica y de construcciones mayas antiguas que te vas encontrando en medio de la selva. Es muy fácil identificarlas, porque la selva es completamente plana y, de repente, encuentras una pirámide de tierra y árboles bajo la cual es evidente que hay una estructura artificial. Además, pasamos por varias ciudades maya y podemos tomarnos un tiempo para verlas mientras el guía te explica la historia del lugar.

La fauna es difícil de ver, ya que la mayoría de animales huyen al intuir o sentir la presencia humana (y te sienten mucho antes de que tú los sientas a ellos). En mi recorrido pudimos ver monos araña, que te tiran ramas o excrementos (dependiendo de lo que tengan a mano en ese momento); monos aulladores, los encargados de dar por la noche un clima exótico y místico espectacular, pues sus gritos, que parecen salidos del mismísimo infierno, son muy llamativos y se escuchan desde poco más tarde de la caída del sol hasta el amanecer; un ciervo despistado, que se nos cruzó en la noche; varios lagartos, lagartijas, tucanes, copas y pájaros carpinteros, más difíciles de ver.

Entre los animales que nos rodeaban, pero no pudimos ver, se podrían encontrar dantos, anacondas y serpientes de cascabel o jaguares. Al fin y al cabo… esto es la selva.

Sorprende ver la admiración con la que los nativos hablan sobre el jaguar. Es el auténtico rey de la selva. Es el animal más rápido, más fuerte y más ágil del entorno. Incluso puede trepar con suma facilidad a los árboles más altos de la selva. En definitiva, si quiere cazarte, te va a cazar (menos mal que huyen del hombre).

Dentro de la fauna, los insectos son más fáciles de ver. Mosquitos y tábanos desearás no verlos, pero los vas a tener todo el día encima… Más interesantes y menos molestos son los pequeños ciempiés naranjas, de unos pocos centímetros; saltamontes de mil colores, cada uno con una combinación distinta; termitas, mariposas… y muchísimos tipos de arañas, entre ellas tarántulas y arañas látigo, las cuales van a pasar de ti a no ser que tú te metas con ellas. Varios de nuestro grupo, por salirnos del camino marcado, nos dimos de frente con una tela de araña que, por suerte, estaba sin su hospedadora natural. Quizás salieron corriendo justo antes de que nos chocásemos contra ellas… Además, durante la noche, si iluminas el suelo con una linterna en el ángulo correcto, se pueden ver miles de puntos brillantes que, según el guía, son pequeñas arañas inofensivas pero que cubren todo el suelo y, si apagas todas las luces, verás luciérnagas con una luz intensísima e intermitente, además de algún gusanillo y otros insectos luminosos.

Por último, además de hormigas de varios centímetros capaces de inyectarte veneno en una picadura, cada día nos cruzábamos, al menos una vez, con un río de hormigas (de las normales, pequeñitas y sin veneno) de diez o quince metros de largo que cruzaban transversalmente el camino. Teníamos que atravesarlos prácticamente saltando para tirar las hormigas que inevitablemente se te pegan en cada pisada.

El ser más peligroso de la selva, no solo por su potencial dañino sino por la alta probabilidad de encontrarte con él y acabar tocándolo sin querer (algo que con un jaguar es más complicado), es la oruga peluche que también llaman gusano de pollo. Rozar los pelos que cubren su piel provoca urticarias, dolores intensos e incluso eccemas, además de fuertes fiebres y temblores durante varios días… Más de una vez, al apoyarnos sobre un tronco o una piedra, quedamos a pocos centímetros de tocar uno de estos y un amigo mío, en el volcán de fuego, tocó un pelo que se había desprendido de uno de estos gusanos y se había quedado pegado en un tronco donde se apoyó mi amigo. Empezó a picarle la mano y se le llenaron de pequeñas ampollas en pocos minutos. No quiero ni imaginarme lo que debe ser coger un gusano de estos con la mano…

Dentro de la flora, lo más curioso que vimos fue el matapalo, un árbol que, aunque puede crecer por sí mismo, si germina lindando con otro árbol acaba rodeándole y creciendo a su costa, absorbiéndole la sabia hasta secarlo por completo. Hasta los árboles se putean… desde luego, este se ha ganado el nombre.

También vimos árboles de caoba, de los cuales la cooperativa talaba 80 al año para mantener su población, árboles de chicle y de tinto, que tiñen el agua de morado. Cambios más drásticos los producen las palmas de guano (que cambian el paisaje) y las hojas de pimenta que, cuando se acumulan varias producen un olor muy característico.

 

Día primero. El Tintal

Partimos en un microbús privado un grupo joven y heterogéneo: dos chicas suizas (Sophie y Leia), dos chicos londinenses (Oliver y Thomas), una pareja formada por un chico español (Javier) y otro guatemalteco (Daniel) y, por último, yo, que viajaba conmigo mismo.

Tardamos tres horas en llegar en microbús a Carmelita (el pueblo que da nombre a la cooperativa formada por sus vecinos), y el conductor empezó a hablarnos muy orgulloso sobre esta. Yo no sabía nada de ella, pero acabé alucinando y enamorado del proyecto. Han sido capaces de conseguir la gestión de los recursos de la selva y autoabastecerse de ello, sin necesitar la ayuda estatal, que nunca llegaba, ni siquiera para los servicios básicos.

Funcionan como una comunidad, mirando por el bienestar de todos a la vez. Reparten los recursos y el trabajo, se preocupan por llevar recursos a todos los miembros del pueblo y, algo que nos chocó a todos, protegen la autenticidad de la comunidad, evitando que gente que venga de fuera forme parte de ella. Sólo los nacidos allí o que se han casado con alguien de allí y deciden mudarse a este pueblo pueden formar parte de la cooperativa y de la comunidad. Lo hacen para evitar injerencias externas, ya que mucha gente quiere censarse ahí y comprar una pequeña casa para acceder a la explotación abusiva de la selva. Como muchos otros sistemas, funciona a la perfección dentro de la comunidad, pero no funciona hacia su exterior.

Desayunamos en un comedero en Carmelita, a costa de la cooperativa. Cada día llevan a un grupo a una de las tres casas que se encargan de hacer la comida para los turistas, de tal manera que tres familias viven de ello, repartiendo los recursos. Después preparamos nuestras mochilas con lo necesario para el camino y dejamos el resto para que lo llevaran las mulas. Nosotros llevábamos agua y poco más (una gorra, una cámara, Daniel y Javier llevaban sillas ultraligeras para sentarse cuando parásemos y un filtro de café). El guía llevaba agua para él (y un poco de sobra, por si acaso), un machete para abrir camino si hacía falta y equipo médico. Lo típico: tiritas, réflex, antídotos contra arañas y serpientes venenosas…

Partimos a las once hacia el Tintal y no llegamos hasta las cinco y media. Los diecisiete kilómetros de caminata se hicieron muy lentos, ya que el camino muchas veces se estrechaba y se dificultaba el paso, así como por la presencia de lodo en el suelo (y eso que fuimos en la mejor temporada, que es la seca). En la temporada de lluvias hay zonas en las que tienes que nadar en lodo (literalmente) o andar con él hasta la cintura. Las dos primeras semanas de Agosto son la canícula donde, a pesar de estar en la temporada de lluvia, se produce una sequía durante unos días. La suerte, a veces, te sonríe.

Alrededor de las dos de la tarde empezó a llover de manera muy intensa. Sin embargo, pensé que si estás en la selva y no llueve, es que no estás en la selva. Además, fue la única vez que llovió y así, por lo menos, pude usar el impermeable que compré a un chico de la cooperativa por 25 quetzales (que era poco más que un plástico con forma de camisa y una capucha, pero para unos días te hace el apaño).

Tras seis horas de caminata, llegamos al Tintal, donde la cooperativa tiene un pequeño campamento hecho con tiendas de campaña de plástico, un par de duchas muy (muy) modestas y unos plásticos haciendo las veces de techo. También hay una pequeña cocinita hecha con una placa de comal que calientan con madera (de la propia selva, evidentemente). Cuando llegas, te reciben con un fresco (bebida con sabor a frutas) y empiezan a preparar la cena.

Al atardecer, nos acercamos a las ruinas de una ciudad maya cercana, a unos quince minutos del campamento. Subimos a la cúspide de una de sus pirámides a ver el atardecer, al frescor de la tarde. Vimos el sol ponerse tras las copas de los árboles de la selva, que se extendía hasta donde la vista alcanzaba, mientras cientos de libélulas revoloteaban a nuestro alrededor, haciendo piruetas para cazar mosquitos. Benditas libélulas.

Desde aquí veíamos la danta, el nombre que le han dado a la pirámide más alta de El Mirador, nuestro objetivo de mañana. Parecía estar tan lejos…

Día segundo. Campamento El Mirador

El segundo día la caminata era de 28 kilómetros. Sin embargo, el camino era mucho mejor, sin lodo, prácticamente recto y ancho, ya que íbamos andando por encima de una calzada maya de piedra caliza que conectaba el campamento del Tintal con El Mirador. A pesar de que lleve cientos de años cubierta de vegetación, esta crece menos densamente que fuera de la calzada. Salimos a las siete de la mañana y llegamos a las tres de la tarde a un campamento aún más humilde que el anterior. Para que os hagáis una idea, la ducha era un cubo que colgaba de un gancho a unos dos metros de altura, con un boquete abajo. Más que suficiente.

Llegando al campamento de El Mirador, a una hora aproximadamente, paramos en un complejo de construcciones llamado La Muerta. Hay varias pirámides medio desenterradas y una estructura de juego de pelota enterrada, pero perfectamente identificable.

Esta vez, para ver el atardecer, fuimos a la pirámide El Tigre de El Mirador. Esta es la segunda estructura más voluminosa por detrás de la Danta, pero ya es lo suficientemente grande como para albergar, dentro de su volumen, la totalidad de la plaza central de Tikal, incluyendo los dos templos y las necrópolis. Aunque estuviésemos cerca de esta ciudad, tardamos una media hora en llegar a esta estructura, desde donde podíamos ver la Danta, la mayor pirámide y estructura antigua de Centroamérica, a otros cuarenta minutos de donde estábamos. Aun así, el plan de mañana sólo era pasear por El Mirador.

Día tercero. Visita a El Mirador

Descansamos un poco más de lo normal, durmiendo hasta entrada la mañana. Empezamos el día visitando la estructura 34, o templo Garra de Jaguar. Las escalinatas, completamente escavadas, tenían la función de hacer ver al que las subía que ascendía a un elemento suprahumano, por ser parte de la comunidad y representante del poder político, además de obligarte a bajar la vista mientras subes. En la cúspide, edificios con la típica estructura tríadica muestran restos de los mascarones pintados que un día les adornaron.

Continuamos andando viendo varias estructuras hasta llegar a la llamada 313, que se piensa que eran unas termas o baños para los nobles y altos poderes de la sociedad. Los arqueólogos llevaban varios años escavando esta estructura y la temporada de excavación, que solo duraba dos meses por los escasos recursos económicos, ocupaba Agosto y Septiembre, por lo que cuando llegamos nosotros estaban en plena faena. Lorena, la arqueóloga jefa encargada del proyecto que buscaba descubrir la estructura y su significado, tuvo la amabilidad de explicarnos su trabajo, el proyecto y mostrarnos los secretos ocultos (de momento) de dicha estructura.

Lo más espectacular era un friso de Hunahpú e Ixbalanqué, encontrado prácticamente intacto, a pesar de tener más de dos milenios y medio de antigüedad. El friso narra el momento en el que los gemelos regresan de Xibalbá, el inframundo, tras vengar la muerte de sus padres, con la cabeza de uno de ellos como trofeo colgada del cinturón.

Estuvimos varias horas en este lugar, aprendiendo de los arqueólogos, de las estructuras de El Mirador y de los mayas, así como disfrutando del lugar (y de no andar a marchas forzadas). Se hizo la hora de comer, así que volvimos al campamento a descansar un rato.

Para terminar el día, salimos hacia la Danta, la pirámide más grande de Centroamérica, más voluminosa que la pirámide de Keops en Egipto. Está compuesta por tres niveles, donde el inferior tiene una longitud de seiscientos metros de largo por trescientos de ancho (caben diecisiete estadios de fútbol en este volumen). Encontramos a los arqueólogos que estaban excavando las escalinatas, ya que actualmente se sube por unas escaleras temporales construidas por los propios arqueólogos.

Sobre la base hay varias estructuras, entre ellas la segunda plataforma, que sustenta la pirámide en cuya cúspide hay una estructura tríadica hasta la cual se puede subir a ver el atardecer.

 

Objetivo cumplido. Estuvimos varias horas buscando animales en las copas de los árboles y disfrutando del orgullo que sentimos al llegar hasta aquí, mientras esperábamos la llegada del atardecer.

Día cuarto y quinto. El regreso

La vuelta se hizo más amena, ya conociendo el camino y con la sensación de orgullo de haber cumplido el objetivo. Cuando llegamos a Carmelita, comimos y nos recogieron para dejarnos en Flores, donde aproveché para ponerme al día: lavé la ropa de los últimos cinco días, me di una buena ducha con agua caliente, respondí a 1638 WhatsApps (tres de los cuales eran más o menos importantes)… Preparé la mochila para el día siguiente, que partía hacia Río Dulce en un bus directo cuyo billete compré a la cooperativa Carmelita por 125 quetzales (que podrían ser 100).

 

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