Ocurrió hace un par de semanas, cuando vino un amigo a visitarme a la pequeña ciudad en la que vivo actualmente, al norte de Alemania. Trajo una botella de vodka del pueblo donde “estudia” su Eramus (en Polonia) y me convenció para salir a dar una vuelta por la noche. “Hoy va a pasaralgo… extraño, ya lo verás”, profetizó mientras cogíamos la botella de Soplica. Fuimos a un parque en el centro de Osnabrück a tomarnos una copa, ya que, como digo siempre, a partes iguales entre la broma y la convicción: “Alemania es un país libre: se puede beber fuera y fumar dentro.” Y entonces, le vimos acercarse a nosotros.
Y esta es la tesis principal de este artículo: el debate acerca de la libertad de expresión no es más que otro ejemplo de batalla ideológica disfrazada tras una falsa discusión. No hay una lucha entre los defensores de la libertad de expresión y los defensores de la censura, sino entre grupos sociales definidos ideológicamente que solo buscan defenderse a sí mismos, haciendo del valor de la libertad un campo de batalla para su lucha ideológica particular.
“Callejuelas estrechas, serpenteantes, pavimentadas con viejas piedras de río que brillaban de una pátina producida por los pies de innumerables generaciones de peregrinos atravesaban el corazón de la ciudad. Una ciudad donde las vacas tenían preferencia desde el alba de los tiempos, y que recorrían santones con el cuerpo cubierto de ceniza y el cabello enmarañado, campesinos recién casados con sus mujeres del brazo, abuelas con sus nietos y ancianos que venían de muy lejos para llegar al templo de Vishwanath, el señor del Universo. Una ciudad considerada el lugar más sagrado del mundo por los fieles hindúes”
Célibe, asceta, esotérico… El gran filósofo griego tenía más en común con un antiguo maestro hindú que con un profesor de filosofía tal y como lo entendemos hoy en día. Renunció a participar en la vida política de Atenas (lo cual era extraño en un hombre de su posición) y decidió fundar una escuela para transmitir sus enseñanzas directamente a sus alumnos. Una vez fundada la Academia, vivía en ella junto con sus discípulos, como si de un áshram se tratase.
Sobre la situación de la cultura en Europa y su importancia: «Detrás de la falta de cultura está el pensamiento débil, desestructurado y maleable; la escasez de conocimiento y la absoluta falta de pensamiento crítico que es el campo fértil para la manipulación.»
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