¿De qué va todo esto? El eterno arte de contar historias

¿De qué va todo esto? El eterno arte de contar historias

septiembre 29, 2024 0 Por Alberto Buscató Vázquez






¿De qué va todo esto? El eterno arte de contar historias


Canciones, películas, novelas; fábulas, cuentos, leyendas; chismes, cotilleos, rumores; goliardos, juglares, trovadores; payadores, cantautores, raperos… Todas las culturas y grupos sociales transmiten su forma de entender el mundo, sus valores e incluso modos de actuación específicos frente a situaciones concretas a través de un canal tan antiguo como trascendental: el arte de contar historias.

El eterno arte de contar historias

Y el rap no iba a ser menos. Desde sus orígenes, los raperos han contado las historias que les rodeaban, como harían siglos antes los juglares y goliardos europeos, quienes recitaban desde las grandes epopeyas como el Cantar de mio Cid hasta pequeños poemas de su invención de carácter tanto académico y elevado como obsceno y provocador; o milenios atrás los griots africanos, que aún a día de hoy van de pueblo en pueblo narrando lo que ocurre en los alrededores a cambio de unas pocas monedas con las que continuar su eterno vagar. También unos y otros iban acompañados de música, aunque no la pinchaba un DJ, y de espectáculos, donde los mimos o los zaharrones sustituían al actual breaker.

A todos les une el mismo motivo: contar una historia, saciar la necesidad que tiene el ser humano de conocer, especialmente lo que ocurre en su entorno, desde las grandes gestas de cada época hasta los chismorreos de escalera de cada barrio. Porque no todas las historias son las mismas y cada movimiento tiene una motivación diferente y representa a un determinado grupo. Pero las historias se repiten, al fin y al cabo. Los famosos cantares de gesta del mester de juglaría contaban historias de grandes héroes igual que las «tendencias» de las redes sociales nos muestran lo que hacen los personajes famosos del momento; mientras que los cancioneros populares narraban lo que le ocurría a la gente de a pie, igual que, en teoría, hace la música urbana actual.

Los raperos nos cuentan historias personales o comunitarias; ora detalladas, ora sugeridas; con unos valores u otros, así como omitiéndolos intencionadamente… Y todo ello nos aclara el significado de una obra. Esto es importante porque, aunque es inevitable, en ocasiones es muy sutil. Las historias son absolutamente omnipresentes, pero velan (más que desvelan) un mensaje, por lo que hay que saber descifrarlas. Dicen las malas lenguas que incluso la forma de mascar chicle esconde una cosmovisión tras de sí, que la manera en la que te atas los cordones indica tu bagaje cultural. Cada verso y cada detalle de un video nos cuentan una historia, pero tenemos que ser capaces de leerla. Y, ¿en qué clave deberíamos leer las del rap?

Las historias rapeadas

El valor fundamental del rap es la autenticidad, por lo que las letras siempre hacen referencia al propio rapero o a su comunidad local, que puede ser tanto geográfica como identitaria. En definitiva, las historias siempre son vividas o vistas en primera persona: historias que le ocurren al vecino del quinto, al amigo de la acera de enfrente, a los colegas del bar de abajo… Notorious Big nos cuenta los trapicheos del barrio (v.g. Niggas bleed); Canserbero y Horus denuncian la situación de su país, Venezuela; Rebeca Lane nos narra los problemas de la mujer; y Dano nos insinúa toda una historia de picaresca y decadencia con solo decir:

Ávido de ese cobre,
trágico desenlace…1

Estas historias esconden un discurso de empoderamiento de las clases sociales más desfavorecidas (especialmente en su origen estadounidense), pero también una reivindicación social, política y cultural, que se da en sectores europeos relativamente acomodados, frente a la pereza intelectual de su propia población. La mera exposición tiene un carácter reivindicativo, incluso cuando este no es explícito, por eso sus letras narran lo que le ocurre a personas normales, quienes hacen las veces de héroes de la historia, y nos exponen sus problemas y preocupaciones: nos hablan de las traiciones de los amigos, de la corrupción política, de la hipocresía de la sociedad, de los drogadictos del barrio, de la precariedad, de la decadencia… O, mejor dicho, nos cuentan esas historias.

Esta vida no es perfecta
y tampoco ejemplar, pero es la nuestra…2

Cabe hacer una mención especial a los raperos que destacan por dedicarse a contar historias de manera explícita, es decir, con una estructura muy marcada y clara. Este movimiento fue especialmente significativo en el rap de los noventa, con temas como Brenda’s got a baby, de 2pac, donde nos cuenta la aterradora historia de una niña embarazada; I gave you power, de Nas (similar a El billete de Nethone), en la que se narra la vida de toda una comunidad a través de la perspectiva de una pistola (o de un billete); y unos años más tarde, en Europa, con una temática más suave y centrada en la decadencia de la que hablábamos anteriormente, Nach saca temas como Taxi driver, Mario o Chico problemático, mientras que Abram nos cuenta su propia historia en Me dijeron. Y un inconmensurable etcétera.

Los cuentos modernos

Últimamente, el panorama ha cambiado mucho. Las instrumentales suenan más rápidas, las voces tienen los efectos más exagerados, hay más silencios y repeticiones en las letras y, especialmente, se ha producido un giro en el mensaje. O, mejor dicho, un cambio de historia. Los traperos y raperos más modernos están contando otros cuentos y, con ello, transmitiendo otros valores pertenecientes a grupos sociales distintos, a saber, los de la sociedad capitalista neoliberal actual y el individuo en la que se encarna.

El héroe de la música urbana actual (entiéndase por ello las últimas tendencias) es el propio rap- o trapero, y su historia es la de un vencedor cubierto de gloria. La victoria puede ser real o ficticia, pues la autenticidad no es un valor importante para esta nueva forma de entender el movimiento. Es el llamado fake it till you make it, es decir, «aparenta hasta conseguirlo». Así, la mayoría de los cantantes urbanos actuales no nos hablan de lo que son, sino de lo que quieren ser, que es lo que el capitalismo reclama de ellos: cantores de sus gestas, representantes de su estilo de vida, transmisores de su mensaje. Representan, así, el triunfo de los poderes fácticos, como hace el cantante de trap que se sube en un Ferrari o se rodea de modelos en sus videos; o la visión hedonista del mundo que hace que, en lugar de contar las penurias, se prefiere ensalzar los placeres mundanos.

Esta mentalidad elitista está representada en el poder (v.g. dinero, fama, influencia…), idea central y casi única alrededor de la cual gira toda la temática: la casa y los coches que se pueden comprar, el número de seguidores o reproducciones que ostentan sus videos, la cantidad de prostitutas cuyos servicios pueden contratar, las drogas que consumen y el poder permitirse derrocharlas…

Ahora vivo en la mansión a pocas cuadras [de] mi avenida,
casi que la veo desde el balcón mientras estoy quemando porquería. […]
Cojo putas como un rockstar,
como pastillas como un rockstar.3

Que nadie se asuste por este lenguaje provocador y hedonista, no hay nada nuevo en estos movimientos aparte de los plugins. Quien lea el Cármina Burana, un recopilatorio de canciones callejeras del siglo XII y XIII escrito por varios goliardos, es decir, jóvenes liberales con tantas dotes artísticas como vicios, verá que no tienen nada que envidiar las últimas tendencias del trap cuando hablan del alcohol (no existía la codeína por aquel entonces), de la alabanza a los vicios y el desprecio a las virtudes o del deseo carnal del hombre por la mujer, expresado en un latín poco cuidado, repleto de faltas gramaticales.

Vellet deus, vellent dii
quod mente proposui:
ut ejus virginea
resarassem vincula.

Quiera Dios, quieran los dioses
lo que en mente decidí:
que sus lazos virginales
sean disueltos por mí.4

Tanto el rap como el trap, en tanto que géneros de música urbana, forman parte de una tradición tan larga como el propio ser humano basada en contar historias. La cuestión es: ¿qué historias nos están contando? O, ¿qué historia queremos contar? De eso ha ido siempre todo esto. No es lo mismo narrar los problemas de tus semejantes que alardear de tus logros, el discurso de empoderamiento y el del empoderado tienen naturalezas muy distintas y representan a grupos antagónicos. Así que, quizá, debamos replantearnos estas preguntas para entender el movimiento, pues de ellas depende todo lo demás.

  • 1 Dano. Aleluya. En Mudra. 2017
  • 2 Natos. Generación perdida. En Cicatrices. 2018
  • 3 Duki. Rockstar. 2018.
  • 4 Cármina Burana, Suspiros. Traducción de Tarsicio Herrera Zapién sobre el texto de Carl Orff.


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