La última obra de Rafael Lechowski, Quarcissus: el arte de desamar, es una de las pocas que pasarán a la historia de la literatura como cúspide de un movimiento. Estando indudablemente vinculada con el hip hop, supera en belleza y calidad cualquier obra de este género y, sin ser literatura exactamente, forma ya parte de esta.
Cuando ves una batalla de gallos escrita no sabes qué te vas a encontrar. Lo mismo sube al escenario un tío vestido de cuero con una máscara de lucha libre mexicana (el conocido como Ill Máscaras); lo mismo tu rival te suelta sus barras a la vez que se marca un beatbox (como hizo Gino contra Zodiako RDK); o sacan un imitador tuyo al escenario (como el falso Proof de Gino y RC) o a un fan violento y cabreado porque hace años no te quisiste hacer una foto con él (ver Eptos vs. MCklopedia); o tu rival te reta a tirarte unos minutos improvisados (como le hizo Piezas a Hadrian) o a rimar en inglés o en náhuatl (como Ill Máscaras contra Eptos); o rebuscan en tu pasado más oscuro y lo exponen públicamente, humillándote ante tus (hasta ahora) seguidores (como hace el Muelas contra Eric El Niño). O vete tú a saber qué.
El filósofo prusiano es un gran ejemplo de cómo la solución a un problema puede ser el ordenamiento de las ideas anteriores y su superación en una nueva propuesta, haciendo avanzar así a la cultura filosófica europea. En el tiempo de Kant, el panorama filosófico se encontraba en una encrucijada difícil de resolver entre tres polos: empirismo, racionalismo y dogmatismo. Sólo un intelecto como el kantiano podría crear una realidad nueva que incluyese estas tres perspectivas, explicándolas y superándolas a la par.
Los últimos acontecimientos ocurridos en Venezuela, especialmente las reacciones a estos, muestran claramente una tesis que he defendido ya en otro artículo: la utilización de falsos debates para defender el propio interés. Bajo la defensa de los derechos humanos, la democracia y la libertad, se está defendiendo el interés personal, convirtiendo una situación trágica en un campo de batalla donde unos y otros luchan por establecer sus ideas. Estas pueden ser más o menos legítimas, pero no es el tema de este artículo. Lo que quiero mostrar es cómo lo que está ocurriendo en Venezuela es un conflicto entre ideas y valores muy alejados de la defensa del bienestar social.
Son poco más de las siete y media de la tarde cuando llaman a la puerta de mi habitación. Uno de mis compañeros de piso me invita a unirme a ellos a echar una partida a la consola de turno: Halo time? A veces me sumo, más por pasar un rato con ellos que por el interés en la partida, pero cada vez me cuesta más. No porque los videojuegos hayan dejado de gustarme, sino porque cada vez los veo menos con los ojos del niño inocente que siempre he sido. Sorry, still have to write something.
Vivimos inmersos en la cultura del entretenimiento …
¿Cuántos continentes hay? ¿Cuántos colores? ¿En qué época histórica estamos? ¿Estás seguro? Las diferencias culturales son tan marcadas que afectan incluso a las ideas más básicas del día a día. Las onomatopeyas que usamos, el concepto de país o el de continente, los colores que vemos o la división de la historia son artefactos humanos que estructuran la realidad, explicándola de una forma determinada. Siendo, quizás, poco más que anécdotas, nos hacen ver cómo la cultura es una forma (entre tantas otras) de entender el mundo. Cada una de estas formas tiene ventajas e inconvenientes, pero es importante entender cada cultura bajo sus propios conceptos. Veamos algunas de estas ideas.
Y esta es la tesis principal de este artículo: el debate acerca de la libertad de expresión no es más que otro ejemplo de batalla ideológica disfrazada tras una falsa discusión. No hay una lucha entre los defensores de la libertad de expresión y los defensores de la censura, sino entre grupos sociales definidos ideológicamente que solo buscan defenderse a sí mismos, haciendo del valor de la libertad un campo de batalla para su lucha ideológica particular.
Ok, paremos por un momento a pensar. Estoy en un áshram a las afueras de Gangotri, en el que quizás sea el último pueblo de la India por los Himalayas (pues está a escasos dos kilómetros de la frontera con el Tibet). Soy el único extranjero aquí. De hecho, he podido quedarme gracias a que Kadras Mai ha intercedido por mí frente al maestro. No creo que se hayan quedado muchos extranjeros en el áshram en los últimos años. Desde luego, no está preparado para el turismo habitual. Este lugar es absolutamente genuino; la India más pura posible.
Llevo meses planificando este viaje, pero toda una vida esperándolo. Siempre que uno pregunta por la vida espiritual, por los grandes sabios de la humanidad, por el origen del pensamiento… la respuesta es un lugar: la India. El primer hombre que miró al cielo buscando pistas sobre su funcionamiento no fue Tales de Mileto, ni el primer gran maestro fue Sócrates, sino esos eremitas orientales que escribieron los Vedas tras vivir en las cuevas de las montañas del Himalaya.
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