Parte III: Agra, la ciudad monumental

Parte III: Agra, la ciudad monumental

noviembre 18, 2018 2 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 14. De vuelta a Rishikesh

Día 15. Rishikesh, la capital del yoga

Día 16. Rishikesh – Agra, la ciudad monumental

Día 17. Agra – Benarés, la ciudad sagrada

 

Día 15. Rishikesh, la capital del yoga

Me levanté temprano para ir al primer yoga de la mañana, aprovechando el que será mi último día en Rishikesh durante mucho tiempo. Dado que la cantina está cerrada (y no hay restaurantes alrededor, esto es Rishikesh…) voy sin desayunar, como es habitual por aquí.

En efecto, los indios no desayunan. Nadas más levantarse, se toman un té y a funcionar. Esta práctica deriva de un antiguo ejercicio espiritual, ya que ayuda a controlar el hambre y, por lo tanto, el deseo.

Después del yoga vuelvo a la habitación a echarle un vistazo a las heridas: llevan días sin infectarse y parece que empiezan a cicatrizar, pero muy lentamente. Las limpio con cuidado, las cubro con unas tiritas y salgo a pasear por el pueblo. El primer objetivo de hoy es conseguir un billete (de cualquier medio de transporte) para ir mañana a Agra. Intenté usar la aplicación IRCTC (Indian Railway Catering and Tourism Corporation), pero me fue imposible, por lo que acabo consiguiendo un ticket en una oficina de turismo por ₹475 más ₹30 de comisión. Es bastante más caro de lo que el billete cuesta en realidad, pero no supera los seis euros, así que me preparo mentalmente para un viaje nocturno de no sé cuántas horas para llegar a Agra mañana por la mañana.

Para sacar billetes de tren en la India lo mejor es usar la aplicación IRCTC y Cleartrip (necesitas las dos). Es un poco lio hacerse un usuario y sacar el billete, porque necesitas que te envíen un mensaje de texto a tu teléfono o tener una tarjeta de crédito india pero, una vez aprendido el cómo, es lo más cómodo.

Decido ir al llamado áshram de los Beatles, más por la fama del lugar que por un interés auténtico y porque tampoco queda mucho que hacer en Rishikesh. Pensaba que iba a ser una típica visita turística, pero fue uno de los lugares más mágicos que vi en la India. El Chaurasi Kutia se popularizó en los sesenta y setenta por la presencia de la archiconocida banda de rock, quienes fueron allí a aprender un método desarrollado por el gurú de dicho áshram, conocido como meditación transcendental (el método, no el gurú).

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Desde los noventa, el lugar está abandonado, pero hace unos años se abrió al público (lo cual no significa que haya cambiado lo más mínimo su aspecto o que lo hayan restaurado). Y ahí reside su encanto: muchos de los edificios están en ruinas y la selva los está devorando poco a poco. Musgo, hierbas y alguna que otra araña (dicen también que serpientes) crecen por todos lados, mientras los edificios van perdiendo su forma, así como parte de sus paredes, sus techos o sus ventanas, formando de la antigua escuela un complejo en ruinas.

Todo crece con una fuerza espectacular, digna del trópico, mientras las ruinas intentan resistir su embate.

Aprovechando esta estética muchas de las paredes de los edificios se han llenado de grafitis con distintos motivos (imágenes de viejos maestros, frases, animales o símbolos de distintos tipos), pero todos con un carácter genuinamente indio marcado.

 

En el museo que hay en uno de los edificios del antiguo áshram te explican cómo funciona la meditación transcendental. Es un método que no he practicado y quizás lo juzgue inadecuadamente pero, por lo visto en dicho museo, es todo lo contrario a “transcendental”. Parece más una forma de acercar la meditación a la mentalidad estadounidense: rápida, superficial y con resultados inmediatos. Toda la información que dan al respecto hace hincapié en su facilidad: sólo veinte minutos al día, no necesitas aprender sánscrito ni hindi, ni leer los textos sagrados, ni necesitas desplazarte a ningún lugar para realizarlo, en muy poco tiempo notas la mejoría…

No sé… parecía demasiado fácil como para ser verdaderamente serio. Además, el hinduismo o la meditación no suelen “venderse”, porque no son productos que necesiten consumidores. Son ideas o prácticas que están ahí y si quieres conocerlas eres tú el que se acerca a ellas, pero esta forma de exponer las ventajas te hace pensar que estás frente al escaparate de una tienda.

Quizás vuelva a prejuzgar, pero cuando vi las ruinas de la casa del gurú del áshram, Maharishi Mahesh Yogi, me cuadraron muchas cosas. Bueno, llámalo casa o llámalo casoplón. Situado en las alturas, tiene unas vistas privilegiadas al Ganges, y está construida en su vecindad para que el gurú pudiera disfrutar del constante sonido del río sagrado. Además goza de unos amplios salones, marcas de las instalaciones de electricidad y calefacción, grandes ventanales, varias habitaciones de invitados, un sótano estupendo… Hasta columnas griegas decorando la fachada. Vamos, ni la casa de Iglesias y Montero. No parece estar orientada hacia la vida espiritual, sino hacia el disfrute y la apariencia. Habiendo estado ayer mismo con los verdaderos eremitas de las montañas, que viven en cuevas para dedicarse a la vida espiritual lejos de los lujos y las comodidades, esto lo veo falso… Pero prometo no juzgarlo (más) hasta que no entienda al completo el método (aunque, por otra parte, no creo que lo practique nunca).

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Después de visitar la casa del Maharamindundi este, queda por ver las llamadas “cuevas” donde vivían los estudiantes. Estas sí parecen estar pensadas para favorecer una vida dedicada a la espiritualidad y alejada de las comodidades de la vida moderna. Creo que las imágenes pueden mostrar mucho mejor de lo que yo podría expresar:

Después de la visita, vuelvo a donde me hospedo, mi hogar móvil de viaje, a continuar con la lectura de El sari rojo. La Sonia esta… tiene coraje, eh. Irse con el otro, ahí, a la India… Me imagino a su padre, un campesino de las afueras de un pueblo que está a las afueras de una ciudad pequeña del norte de Italia, cuando su hija le dice que se va a casar con una especie de príncipe oriental… Pero el chico parece majo… En fin, ya veremos dónde acaba esto.

Cuando llega la hora del yoga de tarde y me presento en clase más por escuchar de nuevo la canción Asato ma que por otra cosa y, cuando terminamos, me dirijo hacia la estación de autobuses en un rickshaw. Veía como la gente llamaba al taxi y este pasaba de largo, mientras que otros conductores, que viajaban con varios indios, paraban a los viandantes que lo requerían, así que le pedí al taxista que cogiese a todo el mundo que fuese en nuestra dirección. Poco más tarde se subieron un par de mujeres que iban con una chica de unos ocho años.

Es una costumbre de la India, y otros muchos países en los cuales el taxi no es un lujo sino un método de transporte social para los locales, que se monten varias personas desconocidas en el mismo taxi. Uno se sube y dice a dónde va. Si por el camino el taxista se encuentra a otro, le pregunta si va en la misma dirección. Si es así, se suben los dos y comparten gastos. Si no, hay que buscar otro taxi. Sin embargo, cuando nos subimos los turistas no suelen hacerlo, te llevan a ti solo, pero te cobran como si llevasen a cuarenta personas…

Ya en la estación, después de dar varias vueltas y preguntarle a todo el mundo, me dicen que el autobús a Agra se retrasa media hora porque el conductor llega tarde. Para matar el tiempo doy un par de vueltas por la estación y acabo encontrando al autobus a Agra estacionado en lo que podríamos llamar una dársena (aunque no es más que un espacio reservado para los autobuses con hormigón en el suelo). El conductor está dentro, fumando un cigarrillo tranquilamente. Bueno está…

Mientras espero, continúo leyendo El sari rojo (la Indira esta… parece tener una fuerza espectacular y una capacidad política encomiable… Ha dado comida a toda la India ella solita…) y, poco antes de partir, compro algo de cena y de comida para el trayecto. Una de las manzanas la tengo que tirar porque unos gusanos se me han adelantado. Bueno está, nuevamente…

Salimos a las siete de la tarde en un autobús que va completamente lleno. Los asientos son puro hierro con una pequeña funda que amortigua ligeramente el impacto contra ellos y llegan hasta poco más de la mitad de la espalda. A mi lado, un chico duerme a pierna suelta, mientras yo lo intento sin resultados. A las dos horas y media de trayecto miro el móvil y vemo que hemos recorrido 25 km, lo que significa que quedan cuatrocientos más hasta Agra: a esta velocidad llegaremos en dos días. El conductor va con la radio puesta en una emisora de música india al volumen que a él le parece adecuado, que es bastante alto. Porque le sale de los co… Va fumando, pitando a todo el que se le cruza y gritando a aquellos que le hacen frenar a través de la ventanilla. Lo normal. Sin embargo, no pasé mala noche. Era tan surrealista todo, que a pesar de no poder dormir la situación me parecía más divertida que molesta. Una experiencia irrepetible, desde luego.

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