Parte II: siete días con los eremitas

Parte II: siete días con los eremitas

octubre 31, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 6. Gangotri (continuación)
Día 7. ¡Gangotri! Primer día en el áshram
Día 8. Vuelta a Uttarkashi a por suministros
Día 9. Gangotri, el kathá
Día 10. Gangotri, reflexiones
Día 11. ¿Gaumuk? Gangotri y el maestro
Día 12. Gangotri… ¿y el puente?
Día 13. Gangotri, último día

 

Día 12. Gangotri… ¿y el puente?

Me levanto temprano por la mañana y busco al guía, ya que los días van pasando sin novedades y en algún momento tendré que continuar con el viaje. Me lo encuentro en el patio, contando unos pocos billetes que seguramente ganase el día anterior con algún trapicheo y aprovecho para preguntarle vamos a ir a Gaumuk. Parece que el asunto del puente no se ha solucionado todavía… Me comenta que han venido unos chicos del ejército a ayudar a construirlo y todo, es deir, que es más grave de lo que parecía. Al principio no le creo, no sé por qué no me inspira confianza, pero a la hora de comer veo que se unen varios militares a nosotros. Son chicos jóvenes que charlan entretenidamente con el maestro y el guía mientras reponen fuerzas para continuar con sus labores.

Dado que no podemos hacer nada más, paso gran parte del día leyendo El sari rojo, de Javier Moro, un buen libro que empieza con una historia de amor para acabar usándola como excusa para contarte la historia política de la segunda mitad del siglo XX de la India. Rajiv y Sonia se enamoran y esta, italiana, se marcha a vivir con él a la India, a la casa de su madre, Indira Gandhi, primera ministra del país. Es un buen libro. Por lo demás, sigo vigilando las heridas de los pies, que parece que van a tardar bastante en sanar.

La rutina en el áshram es siempre la misma. 1) Té a las 6:30-7, ya que amanece sobre las cinco de la mañana, el maestro fuma sus cigarros mientras charlan y se asean; 2) despendole general hasta las doce y media, donde 3) se come en comunidad; 4) siesta (quien quiera); 5) té y despendole general, segunda parte; 6) preparación del pan chapati en semi-comunidad; 7) rito agámico a las ocho; 8) cena a las ocho y media; 9) lavar los cacharros, cigarros del maestro y charla general y 10) a dormir. Durante los despendoles generales, unos van al pueblo a hacer sus cosas, otros se quedan por el valle meditando o cultivando su huerto y yo escribo o paseo por ahí.

El cocinero, que se llama Puneet, me sorprende esta mañana con un té distinto que me ofrece con una sonrisa pícara en la boca. Dice que es bueno para la salud, ‘ayurvédico’, lo llaman. Por esta y otra experiencia que ya contaré (en Benarés), puedo decir que todo lo que lleve la palabra ‘ayurvédico’ consiste en sufrir para estar bien. El té del que hablo era verde y denso, frío y con olor a césped recién cortado. Le di un pequeño sorbo y, efectivamente, sabía… a hierba pura. Imagínate que le das un bocado a un trozo de césped de un campo de fútbol. Pues así. Puneet y el nepalí me miraban entre risas, pensando que no me lo iba a tomar, así que, como soy más macho que nadie, me lo bebí de un sorbo (aunque no pude evitar poner una cara de disgusto al tomármelo). Ellos hicieron lo propio con sendos vasos del mismo té que habían preparado para ellos y, he de decir en mi defensa, que pusieron la misma cara de desagrado que yo.

Puneet es un chico joven, de veintiocho años, que interacciona bastante conmigo aunque no conocemos ningún idioma en común. Como vamos cogiendo confianza, me va mandando pequeñas tareas de las que se suele encargar él (que van más allá de la cocina), porque entiende que así distraigo un rato la mente. La verdad es que se lo agradezco. Tampoco hay grandes cosas que hacer: poner la mesa, preparar un té, hacer el pan chapati… pero hoy, por ejemplo, le echo una mano quemando unos rastrojos en el patio.

El chapati es un pan plano, hecho sin levadura, del tipo que se prepara en todos los lugares donde no se usan cubiertos, ya que la comida se suele coger o con las manos o con ayuda de dicho pan, que se pone entre las manos para hacer pinza sobre las verduras o la comida que quieras coger. El aroma que desprende es duro, pero agradable. Rudo y suave a la vez, ni dulce ni salado. Es como… como el tronco de un árbol, resistente y áspero al tacto, a la par que lleno de vida.

La elaboración de este pan se convirtió, para mí, en una de las experiencias más sagradas y ceremoniales que he vivido en India. Desde el primer día que les vi hacerlo, no pasó una sola noche sin que me uniese a la ceremonia:

            “Cansado de mirar al valle, me dirigí a la cocina, donde se escuchaba el ajetreo. Estaban preparando pan chapati para la cena, ya que quedaba poco para que fuese la hora. El tipo de pan de un pueblo le define: en occidente usamos hornos industriales para hacer cientos de panes a la vez, aunque seguimos conservando algunos lugares donde se sigue elaborando tradicionalmente, innovando según cada cual. Aquí, la elaboración del pan es totalmente artesanal, y tiene un halo de rito entre místico y familiar, ya que siempre participan varios en su elaboración.

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            Esta comienza con elaborando unas pequeñas tortitas a base de harina de trigo y agua. Se mezcla y amasa sin añadirle ningún otro ingrediente hasta formar unas bolitas que caben en un puño y que se van acumulando en un cuenco. De dos en dos se harinan y se estiran con las manos, aplastando una contra otra o usando un pequeño rodillo de madera para posteriormente colocarlas en un comal donde se tuestan durante unos segundos. Se les da la vuelta una única vez. Suele haber tres tortitas a la par sobre el comal, y cuando se juntan cuatro es motivo de burla para el que se encarga de realizar el siguiente paso, ya que se supone que va muy lento. Cuando se coloca la tercera o la cuarta tortita se retira la primera, colocándose sobre unas brasas preparadas para la ocasión. Entonces el pan se hincha durante unos pocos segundos, quedando levemente tiznado de negro allí donde ha caído directamente sobre una brasa, las cuales se avivan constantemente para que el pan suba lo máximo posible. A los pocos segundos se recoge con unas pinzas, se golpea suavemente para sacar el aire de su interior y se coloca en un cuenco”.

Dentro videos:

Un comal es una placa de metal, normalmente de hierro, que se usa para cocinar en muchos lugares de Sudamérica, África y Asia. Es especialmente bueno para hacer tortitas de pan, bien sea el chapati de la India, las tortillas de Guatemala, las popusas de El Salvador…

Y después, a comer. Cómo sabe la comida cuando la prepara uno… Aunque, por lo que puedo ver, aquí siempre comen más o menos lo mismo. Hay unos elementos base, que son el pan chapati, arroz, una especie de sopa y verduras. Si bien estos son constantes, las verduras (y ligeramente la sopa) cambian de un día para otro. Y, algún que otro día, hacen un dulce después de comer o una salsa de esto o de aquello para acompañar. De hecho, el nepalí preparaba una salsa concentrada a base de hojas de menta que iba machacando manualmente que estaba… Increíble.

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