Parte II: siete días con los eremitas

Parte II: siete días con los eremitas

octubre 31, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 6. Gangotri (continuación)
Día 7. ¡Gangotri! Primer día en el áshram
Día 8. Vuelta a Uttarkashi a por suministros
Día 9. Gangotri, el kathá
Día 10. Gangotri, reflexiones
Día 11. ¿Gaumuk? Gangotri y el maestro
Día 12. Gangotri… ¿y el puente?
Día 13. Gangotri, último día

 

Día 7. ¡Gangotri! Primer día en el áshram

Me levanto temprano a tantear la senda a Gaumuk, la fuente del Ganges, escondida en lo más profundo del valle. Las rozaduras que me hice en Rishikesh no mejoran, pero tampoco me molestan demasiado. Salgo de la habitación y cierro la puerta para evitar que entre cualquier animal más que por otra cosa, ya que solo tiene un cerrojo por fuera. A los pocos metros me para el guarda diciendo que necesito un permiso sin el cual sólo puedo entrar en el parque hasta el áshram (ya están haciendo una excepción, de hecho). Parece que sigo sin ser consciente de dónde estoy… Esto es un parque nacional, con leopardos, osos pardos y negros, desprendimientos de tierra, riadas… Total, que no se puede entrar.

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Vuelvo al áshram y me siento con los otros huéspedes, que charlan entretenidamente. A saber de qué… Uno de ellos, el único que habla un par de palabras en inglés, me propone ir a Gaumuk en dos días. Resulta que es guía. Dice que no me preocupe por lo del permiso, que él lo arregla. Así que, asunto solucionado.

“Mientras los huéspedes se van aseando y el cocinero comienza con sus labores diarias, el baba observa tranquilamente sentado. Mete la mano en un bolsillito de la chaqueta y saca un paquete de tabaco. Coge un par de cigarrillos, los enciente y empieza a fumárselos. A la vez. Los coloca entre los dedos índice y corazón y hace una especie de cavidad con las manos. Abre un hueco entre el dedo pulgar y el índice en el que coloca la boca y bombea rápidamente.

Uno de los chicos empieza su aseo matutino en medio del tinglao, mientras el maestro fuma y el cocinero pica un cuenco enorme de no sé qué tipo de verdura. Empieza lavándose los dientes concienzudamente, con pasta y cepillo mientras llena uno de los cubos grandes de acero de agua. Está por lo menos quince minutos frotándose a conciencia. Luego se pasa un palo por la lengua para limpiársela también. Entonces se desnuda, quedándose únicamente con el doti (que son una especie de calzoncillos, como los que llevaba Gandhi a modo de pantalón), coge el cubo ya lleno de agua caliente y comienza a ducharse. Lo hace sin jabón ni esponja, echándose agua por encima y frotándose fuertemente con las manos.

Cuando termina, limpia el cubo y lo deja secándose. A los pocos minutos lo coge otro huésped y empieza a llenarlo. El maestro saca otros dos cigarros”.

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Los cigarros del maestro son los típicos biri de la India, que consisten en un poco de tabaco seco enrollado en una hoja, también seca, evidentemente, de tabaco. Se mantienen enrollados por un pequeño hilito de algodón y se lían a mano. Por las calles te puedes encontrar a gente que, tras un montón de tabaco seco, un pequeño ovillo de algodón y una pila de hojas, se dedica a hacerlos uno a uno.

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Decidí bajar al pueblo a sacar dinero, ya que me quedaban solo unos pocos euros en rupias pero no iba a ser tarea fácil. Tras dar varias vueltas sin encontrar nada, decidí preguntar a los viandantes. Todavía no era muy consciente de donde estaba. En Gangotri no hay bancos, ni cajeros, ni Western Union, ni casa de cambio… Ni datos móviles, ni internet de ningún tipo. Los pocos hoteles que hay en el pueblo tienen un libro de huéspedes en el que apuntan las reservas o cancelaciones. A mano, como se ha hecho siempre. Aquí hay carreteras de milagro…

Sólo una tienda ofrece cambiar dinero a extranjeros. Sin embargo, cuando pregunté al dependiente si podía cambiar rupias por euros, me dijo que no, que no hacían cambios. Le señalé el cartel de la puerta en el que lo indicaba con total claridad. Se rio y se puso a hablar con sus compañeros, pasando absolutamente de mí. Le insistí y empezó a hablarme en hindi con cara de desprecio. No iba a conseguir nada… En fin.

Otra característica de los indios que choca con nuestra cultura es que indican el “sí” moviendo la cabeza hacia los lados. No es exactamente como el “no” que usa el resto del mundo, donde la cabeza rota hacia un lado y otro, sino que esta se bambolea, como cuando marcas la expresión “más o menos”. Además, solo hacen uno o dos movimientos antes de parar, pero no deja de ser desconcertante para un occidental. Sin embargo, esto solo ocurre en pueblos alejados de las ciudades, pues en estas se ha sustituido por el gesto más común.

Como por arte de magia, me encuentro de nuevo con Tulchi Sai, en hombre nepalí que nos acompañó a Kadras Mai y a mí el primer día. Llámalo ‘arte de magia’ o llámalo ‘pueblo pequeño’. Le pregunté si podíamos cambiar dinero en algún sitio y me dijo que sí sin pensárselo dos veces. Me llevó a la tienda en la que ya había preguntado yo antes pero esta vez entramos sin mediar palabra y subimos directamente a la segunda planta de lo que parecía ser una casa particular. Un señor esperaba tras una pequeña mesa de madera en la cual sólo había un teléfono móvil y una caja de metal en la que más tarde pude comprobar que había dinero de todo tipo. Olía a clandestinidad por todos lados, pero conseguí cambiar ochenta euros por 5440 rupias (con lo cual se quedó casi un 10% de comisión). Bueno está, me hizo un favor y sacó dinero con ello.

Tulchi, que me había ofrecido tomar un té antes, me llevó al lugar donde se quedaba a dormir. Por el camino me contó que vivía en Nepal, donde tenía mujer e hijos, seis meses al año. Los otros seis los pasaba aquí. Vete tú a saber por qué y haciendo qué… Entendía y hablaba poco inglés así que no pudo explicarme muchas cosas con el detalle que me habría gustado, pero me contó que sobrevivía haciendo esto y aquello. Yo creo que daba vueltas por el pueblo ofreciéndole a la gente ayudarla con las bolsas o cargando bombonas de butano (cuando llegaba el camión, que era, como se dice en mi pueblo, de higos a brevas) y cosas así por unas pocas rupias.

Cuando llegamos al lugar donde se hospedaba me enseñó su habitación. Era lúgubre, sin ningún tipo de iluminación o ventilación. De hecho, parte del techo está tapada con plásticos, ya que la madera se ha ido pudriendo poco a poco. No había ni instalación para la electricidad, ni mobiliario, ni calefacción, ni nada. Unas pocas mantas yacían en el suelo, haciendolas veces de cama y abrigo por las noches. Eso sí, no faltaba una estampita de Shiva en una suerte de altar adornado con varias barritas de incienso siempre humeantes y unas velitas que amenazaban con reducir la poca madera que quedaba en pie a cenizas.

Bajamos a tomarnos el té al “restaurante” del “hotel”. Unos chicos cocinaban algo al fondo de una habitación sin ventilación llena de humo proveniente de los troncos con los que hacían fuego. Entonces empieza a contarme algo acerca de una especie de evento llamado kathá. No consigue explicarme muy bien en qué consiste y cuando le pregunto me responde que sí a todo, sin criterio ninguno. No creo que me entienda y yo tampoco le entiendo muy bien a él, pero deduzco que viene algún maestro hindú a dar una serie de charlas al pueblo en unos días. No sé si el dieciocho de Agosto, o mañana a las dieciocho, o si va a estar aquí durante dieciocho días… Iré probando las distintas combinaciones posibles a ver si consigo ver lo que sea que me esté recomendando. Total, en el pueblo no parece haber mucho más que hacer aparte de meditar y pensar.

En un momento determinado, estoy escribiendo en mi cuaderno algo que me recomienda y, al escribir su nombre, se lo enseño para que vea si lo he escrito bien o no. Lo mira con total indiferencia y me dice: “yes, yes”. Entonces me doy cuenta de que no sabe leer. Seguramente no sepa escribir su nombre y ni siquiera lo haya visto nunca escrito o no lo habrá reconocido como tal… Al poco tiempo nos despedimos y me vuelvo al áshram.

Llegando, me encontré al maestro cuidando un pequeño huerto a la entrada, una práctica muy extendida entre los eremitas, que las usan como disciplina mental. Sin mediar palabra, me senté a unos pocos metros, a mirarle. Transmitía paz y sosiego, calma y tranquilidad. Se colocaba con las piernas completamente estiradas y ligeramente abiertas y arqueaba la espalda hasta que sus manos llegaban al suelo, con una flexibilidad propia de alguien entrenado en el yoga. Quitaba poco a poco las caléndulas secas y las llamadas malas hierbas (que ni son ni dejan de ser más malas o buenas que el resto, solo que no son útiles para nosotros). Las primeras las guarda en una bolsa y las segundas las tira valle abajo.

Estoy más de una hora y media (quizás más de dos) mirándole, sin decir nada. No tengo nada mejor que hacer y a él no parece importarle. De hecho, parece que le da igual todo. Termina y se va a otra cosa. Como quedan un par de horas para la cena, decido sentarme frente al valle a dejar la mente en blanco, lo cual es un auténtico fracaso, dada mi inexperiencia. Meditar consiste en eliminar todos los esquemas de pensamiento para obtener un estado mental puro, parecido a la vida contemplativa que describen los autores occidentales. Y, si no tienes experiencia en meditación, los pensamientos te asaltan, te inundan, impidiéndote relajar la mente y vaciarla de contenido. Por lo menos me relajo un poco y consigo ordenar algo mis ideas.

“Soy consciente de los problemas derivados de un pensamiento occidental que sufro. Necesito estar siempre ocupado, siempre trabajando o haciendo algo, anticiparme a las circunstancias, evolucionar, tenerlo todo bajo control… Pero la vida, a veces, no es así y hay que ser capaz de aceptarla como venga, manteniéndose feliz sin requerir estímulos externos (como una pareja, una nueva compra, una droga, un videojuego…)”.

En definitiva, que paso el día sin moverme del sitio pero yendo de aquí para allá mentalmente. A las ocho en punto repetimos el ritual de ayer, cenamos y lavamos los cacharros mientras el maestro nos mira sentado y fumando sus dos cigarrillos. En un momento dado me echo agua demasiado caliente sobre las manos e intenta avisarme con un grito de “¡oooouh!” Me quemo, se ríe… Parece un tío majo, me gustaría poder hablar con él.

Tienen cierta adversidad (razonable) al jabón. Usan lo necesario y se toman muchas molestias para eliminar cualquier resto que quede en el plato. Algunos se duchan sin usarlo, o lo usan un día sí y uno no, pero se frotan con las manos a conciencia. Hay que tener en cuenta que el jabón se usa para desinfectar porque es tóxico y que su contacto excesivo con nuestra piel puede acarrearnos problemas en esta.

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