Los pensadores malditos

Los pensadores malditos

febrero 10, 2019 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Si hacemos memoria de nuestros exiguos conocimientos de filosofía, de esas viejas clases que dimos en el instituto, recordaremos la figura del sofista como la de un trilero: manipuladores, demagogos, mentirosos, prestidigitadores mentales capaces de convencerte de una idea y la contraria a cambio de cuatro monedas. A ellos se oponen las figuras de Platón Aristóteles, como sabios inmaculados con fuertes convicciones morales. Intachables. Pero, ¿qué hay de verdad en esta imagen? Es más, ¿por qué? ¿De dónde viene esta minusvaloración del sofista y qué intereses hay detrás? Vamos a ello.

Aclaremos en primer lugar qué es un sofista. Estos eran hombres (que no mujeres, claro) dedicados al estudio y a la enseñanza. Solían saber más o menos de todo ya que en la antigua Grecia el conocimiento era bastante más limitado que actualmente, es decir, una persona podía dominar fácilmente una gran cantidad del conocimiento disponible, algo impensable en nuestra sociedad. Eso sí, tenían sus ámbitos de especialización. Así, Parménides era experto en retórica, Gorgias sería lo que hoy llamaríamos un metafísico y epistemólogo (es decir, hablaba de la verdad y de si podemos conocerla) e Hipias fue un gran matemático y algo parecido a un psicólogo de la memoria (salvando las distancias).

Los sofistas se dedicaban, por un lado, al estudio (leer, reflexionar, filosofar…) y por otra a la enseñanza de este. Iban de ciudad en ciudad enseñando a cambio de unas cuantas monedas, aunque los más famosos podían llegar a cobrar grandes sumas de dinero por sus clases. En la época de Platón y Aristóteles (siglo V-IV anterior a nuestra era) no existían escuelas; la educación quedaba relegada al ámbito familiar y las academias que existían (como las de Platón) dependían de la figura del maestro que las fundaba y desaparecían cuando este moría (al menos en esencia). Ahí es donde la figura del sofista cobra valor como profesor particular, quizás los primeros profesores de la historia (tesis defendida por el propio Jäger Wagner en Paideia).

Fueron (y son) muy criticados por esto, como si ganar dinero por enseñar fuese algo indigno. Parece que “vendían” el conocimiento como si de una mercancía se tratase. Como quien compra limones o berenjenas. Tres ideas, cinco euros (o cinco dracmas, mejor dicho). Esto actualmente no tiene ningún sentido, aunque en la mayoría de profesores de filosofía, a pesar de ser funcionarios en nómina, siguen repitiendo esta crítica a los sofistas, vertida en su momento por Platón y Aristóteles. Claro que, estos dos, aristócratas de nacimiento, podían dedicarse a enseñar gratuitamente en escuelas tremendamente elitistas en las que solo aceptaban a los estudiantes con mayor talento, en grandes academias con jardines por los que pasear compradas con dinero de sus familias. Así, cualquiera critica que otros se ganen la vida enseñando.

La otra razón principal por la que se critica a los sofistas es por una especie de laxitud moral que, como veremos, es discutible. Según sus detractores, los sofistas eran capaces de enseñar, sin ningún escrúpulo, una postura y la contraria. Lo mismo te convencían de que una postura política o ideológica era correcta como te defendían lo contrario. Hay una idea muy generalizada del sofista por la cual tú pagabas para que te formasen en una determinada ideología y estos cumplían tus órdenes, independientemente de las consecuencias morales que se derivasen de esta ideología.

Esto, sin embargo, no es cierto. No del todo. En primer lugar, hay que entender que un buen profesor enseña, no adoctrina. Y para eso tiene que ser capaz de ser libre de espíritu. El pensamiento crítico no surge de la “crítica” de las demás posturas, sino de todo lo contrario: de su comprensión. Sólo cuando se comprenden dos posturas enfrentadas, sólo cuando se ven desde dentro, con sus ventajas e inconvenientes, entonces –digo– solo entonces, es cuando uno puede tomar partido.

Y así hacían los sofistas y lo hacen los buenos profesores a día de hoy. Un día llega a clase y te explica las maravillas del neoliberalismo, hasta hacerte dudar y comprar parte de esta postura. Al día siguiente, te explican la mentalidad contraria (el intervencionismo o el comunismo o la que fuere) y te convencen igual. No porque el profesor no tenga espíritu crítico o porque tú no seas capaz de tomar partido, al revés, porque sólo entendiendo las dos ideologías se puede tomar partido en el debate que constituyen. Si no, estamos siendo adoctrinados. El profesor te da las armas: datos, argumentos, capacidad para analizar unos y otros… y entonces tú tienes que formar un criterio.

Platón y Aristóteles, por ejemplo, tenían posturas muy definidas respecto a los temas que trataban y estaban posicionados claramente en contra de la postura contraria. Lo cual no es malo, es otro perfil. Estos eran pensadores originales, que no se preocupan por entender la postura contraria (que también) sino por fundamentar al máximo la suya. Sólo hay que leer cualquier libro de Aristóteles (los de metafísica, por ejemplo) para ver cómo las críticas que hace a las posturas contrarias a las suya están completamente injustificadas en la mayoría de casos.

Esto no significa que los sofistas tuvieran una laxitud moral respecto a los temas que trataban. En absoluto. Si bien es cierto que gran parte de lo que entendemos que son los sofistas (a partir de los debates filosóficos –que no sofísticos- al respecto) tiene que ver más con una técnica que con una enseñanza. Es decir, gran parte de su discurso, especialmente lo que hacía referencia a la retórica, tenía que ver con enseñar a debatir, a convencer, a argumentar. Y las técnicas son neutras. Tú aprendes cómo cambiar una tubería y luego decides si ser un fontanero honrado o timar a tus clientes. Pero primero tienes que saber cómo cambiar una tubería, si no, no eres un fontanero. Este pasaje de Gorgias, en un diálogo platónico del mismo nombre, es muy claro al respecto:

“es preciso utilizar la retórica del mismo modo que los demás medios de combate. Por el hecho de haberlos aprendido, no se deben usar contra todo el mundo indistintamente: el haber practicado la lucha no autoriza a golpear, herir o matar a los amigos. Si así fuera, no se debería odiar a sus maestros en lucha. Estos les han enseñado sus artes con la intención de que las emplearan justamente contra los enemigos.

El orador es capaz de hablar contra toda clase de personas, hasta el punto de producir en la multitud mayor persuasión que sus adversarios sobre lo que él quiera, pero esta ventaja no le autoriza a privar de su reputación a dichos adversarios. La retórica, como los demás medios de lucha, se debe emplear también con justicia. Si alguien adquiere habilidad en la oratoria y, aprovechando la potencia de este arte, obra injustamente, no por ello hay que culpar al maestro que le instruyó” (compárese con 456a-457b)

Y, ¿de dónde viene este menosprecio? La palabra sofista viene del griego sophós (σοφός), es decir, sabio. Tiene la misma raíz que la palabra filósofo que, como sabemos, significa amante de la filosofía. Fue Platón, quizás Pitágoras, quien introdujo esta segunda palabra separándola de la primera ya que, en esta época, la diferencia entre una y otra no estaba muy clara, aunque para los llamados filósofos griegos era un tema muy serio. Sin embargo, se convierte en una cuestión ideológica (o cultural) mucho más tarde.

Como ya he comentado en otra ocasión, la determinación de los orígenes de la cultura occidental proviene de los padres de la iglesia medievales, quienes interpretan la historia anterior y determinan cuáles son las raíces del pensamiento occidental y quiénes no. Así, como ya comenté en Lo que Cristo no entendió, determinan que la cultura hindú no tiene nada que ver con occidente y que nuestra historia empieza en Grecia (a pesar de que gran parte del pensamiento griego viene de Egipto y la India). También elevan a Platón y a Aristóteles a la categoría de fundadores de nuestra cultura, de primeros pensadores, de ejemplos a los que hay que mirar, despreciando a sus contemporáneos.

¿Por qué Platón y Aristóteles? Estos son pensadores precristianos (vivieron antes que Jesús de Nazaret), pero pueden transformarse en cristianos fácilmente. La idea de un bien universal en el primero o la de un primer motor inmóvil, que mueve sin ser movido atrayendo mediante el amor (idea primitiva a todas luces), del segundo pueden interpretarse fácilmente como inspiraciones descontextualizadas de un ser superior. Es decir, como dios. De ahí surge el neoplatonismo y el neoaristotelismo.

Pero, claro, ¿qué haces con un pensador que te dice que la verdad no existe, si existiese no se podría conocer y si se pudiese conocer no se podría transmitir? Difícil de unir esta mentalidad con el monoteísmo, por lo tanto, lo mejor que se puede hacer con estos malditos sofistas es llevarlos a la hoguera o al destierro del ostracismo.

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