Parte VI: Rajastán, hogar de maharajás y maharajinas

Parte VI: Rajastán, hogar de maharajás y maharajinas

diciembre 9, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 30. Llegada a Jaipur (Continuación)
Día 31. Jaipur, la ciudad rosa
Día 32. Jaipur – Ajmer
Día 33. Ajmer y Púshkar
Día 34. Ajmer – Jodhpur
Día 35. Jodhpur, la ciudad azul
Día 36. Jodhpur – Jaisalmer

 

Día 35. Jodhpur, la ciudad azul

Azotea del hotel. La ciudad azul a mis pies. En frente, el fuerte de Jodhpur. El sol empieza su travesía diaria a mis espaldas. Por fin, un café y unas tostadas como dios manda. Esto sí, ¡esto sí!

Nada más terminar el desayuno, me dirijo directamente a Mehrangarth, la ciudadela del sol (también llamado el fuerte de Jodhpur) en un rickshaw. Entré por la puerta pequeña, no por la principal, ya que la primera estaba más cerca del hotel, lo cual fue una buena decisión, pues aAunque al final tienes que pasar por la puerta principal del fuerte, desde la pequeña puedes recorrer unas cuantas calles, dentro de la muralla exterior, en completa calma. De vez en cuando te cruzas con un soldado que descansa tranquilamente en su garita, una mujer que sale a rezar a un templito cercano, una ardilla despistada… Poco más.

El fuerte de Jodhpur es espectacular, una de las mejores visitas de la India sin lugar a dudas. Cuesta ochocientas rupias incluyendo una audioguía muy ilustrativa que, nada más atravesar la puerta principal, te avisa de las marcas de antiguos disparos de cañón que intentaron tirar el fuerte abajo.

Sus salas palaciegas; los detalles de sus murallas y la arquitectura general del fuerte; sus museos de pinturas u objetos importantes de la época, como carpas con cientos de años de antigüedad, los famosos howdah, cunas usadas antiguamente en el palacio…

Los howdah son las sillas que se ponen sobre los elefantes cuando estos se usan como transporte. Son un símbolo de distinción social, no solo el uso del elefante, sino el howdah en sí mismo, por lo que solían estar sobrecargados con joyas y demás lujos, a expensas del animal que debía cargarlos…

La audioguía, cuya opción castellana es clarísimamente una voz argentina, te va contando algunas de las historias y anécdotas alrededor del fuerte. Por lo visto, este se construyó sobre una colina que, según cuentan, pertenecía a un ermitaño que, al expropiársele las tierras, maldijo al maharajá de turno con cien años de sequía (lo que, en el desierto, es un asunto que se toman muy en serio) y que hizo que el maharajá ofreciese una víctima humana para evitar la maldición.

Otra triste historia es la del sacrificio de las viudas. Trece de estas se suicidaron cuando cayó en guerra el maharajá de turno que estaba casado con todas ellas y una escultura de sus manos recuerda su hazaña.

El sati, o sacrificio de las viudas, es un ritual por el cual la mujer (viva) de un hombre fallecido se arrojaba a las llamas de la cremación de este, para morir con él. Normalmente ingerían drogas para soportar el dolor y facilitarles tomar la decisión y, en ocasiones, se dice que la droga servía para obligarla a cometer el suicidio. Era propio del Rajastán, que siempre ha sido tierra de guerreros, donde las muertes accidentales eran por ello frecuentes.

Este ritual fue abolido hace años en la India (gracias a la presencia británica, algo bueno tenían que tener) e incluso en los años en los que se realizaba era algo más anecdótico que representativo de la mentalidad india: solo se realizaba en raras ocasiones y en lugares muy determinados. Sin embargo, siempre ha impactado a todos aquellos que han sabido de su existencia, como no es para menos.

Los sati reales, cuando moría un rey o un maharajá, eran más ceremoniosos que cualquier otro. Las mujeres saldrían en procesión desde el palacio, acompañados por sacerdotes hindús y poetas que cantaban las hazañas del recién fallecido. Al llegar a la última puerta del palacio plasmarían sus manos en la pared más cercana, donde más tarde se colocaría una escultura para mantener vivo su recuerdo. Posteriormente bajarían hasta la pira crematoria del marido y se unirían con él para siempre.

Hubo otro detalle del fuerte que, para mi mentalidad occidental, resultó muy curioso. Una de las puertas estaba cubierta de pinchos de unos quince centímetros para protegerla de un posible derribo. Hasta ahí, todo normal para una mentalidad medieval. Sin embargo, me sorprendía ver que los pinchos empezaban a unos dos metros de altura, casi no se podían tocar con la mano, mientras que a la altura de una persona normal la puerta era lisa. El guía argentino me explicó el por qué: está pensado para protegerlas de los cabezazos de los elefantes… Wow…

Es habitual usar la palabra ‘medieval’ para referirse a una época de la historia india, análoga a la occidental. Sin embargo, no es un término correcto, ya que no se corresponde con la realidad india. En Europa, la Edad Media va desde la caída del imperio romano de occidente, a finales del siglo V, hasta el siglo XV, donde acontece el descubrimiento de América (que siempre estuvo ahí, desde la segregación de los distintos continentes) y la mal llamada invención de la imprenta (que ya existía en China en el siglo XI, incluyendo la utilización de tipos). Sin embargo, en la India durante este tiempo se suceden el imperio gupta (del siglo IV al VI), los imperios de los chalukia, los chola y los viyaia nagara y el Sulanato de Delhi (del siglo XVIII al XVI). Como se puede ver, la llamada Edad Media no se corresponde con ninguna parte de la historia india. De hecho, algún político indio, educado en Europa, ha producido algún que otro escándalo al referirse a su historia en estos términos importados de occidente.

El maharajá de Jodhpur, igual que el de Jaipur, fue «degradado» a ciudadano raso por el gobierno de Indira en 1971, que buscaba abolir los privilegios históricos y abusivos de los reyes de esta zona. Desde entonces, empezó a dedicarse a la conservación de las tradiciones del Rajastán y al fortalecimiento de su cultura mediante sociedades no gubernamentales. Gracias a él está abierto y conservado este fuerte en buenas condiciones (aunque también lo estaría si el fuerte fuese público).

[…]

Terminada la visita al fuerte y después de pasar a comer algo por el hotel, me dirijo al centro de la ciudad, a ver sus callejuelas y sus secretos, cogiendo un taxi directamente a la torre del reloj, llamada así porque… Bueno, os lo podéis imaginar.

En el centro de la ciudad no hay mucho más que ver. Fui a visitar varios estanques de los alrededores, pero los encontré abandonados y completamente cubiertos por algas. En uno de ellos, un señor echaba arroz a un lago que, a todas luces, estaba muerto (de peces, digo). Quizás estuviese intentando alimentar a los hongos…

Se me hizo de noche volviendo al hotel, por lo que pude presenciar una de las imágenes más patéticas que he visto en la India: un grupo de unos cinco o seis niños, de entre seis y diez años, bailaban en una especie de discoteca al aire libre, con la música a todo trapo y un par de plásticos haciendo las veces de techo. Eso sí, todo cubierto de luces de neón, para que se viese bien el espectáculo. Los niños levantaban los brazos (mucho) y se movían sin ritmo ninguno. ¿Qué necesidad hay? En fin…

Página siguiente >>

Puedes compartir esta entrada en tus redes sociales:

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7