Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

diciembre 9, 2018 1 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 26. Kolkata, la ciudad de la alegría

Día 27. Ekbalpur, primeros slums

Día 28. Los niños de Tangra

Día 29. La flora de Kolkata

Día 30. La crueldad de Dhapa

 

Día 30. La crueldad de Dhapa

La experiencia que viví hoy fue, sin lugar a dudas, la más impactante a la par que bella que he vivido en todo el viaje. Me levanté a las seis de la mañana y desayuné algo por la calle mientras esperaba al Uber que me iba a llevar a Dhapa, el barrio que pretendía ver hoy. Después de recoger y dejar a un señor con apariencia de adinerado en su urbanización privada con guardias de seguridad en todas las esquinas, nos dirigimos al noroeste de la ciudad, saliendo de la zona céntrica.

Me dejó al lado de unos lagos de agua semiestancada, formados de manera natural pero trabajados por el hombre para crear pequeños caminos sobre su superficie, sobre los cuales empecé a andar. A los pocos minutos me perdí entre os lagos del interior de Dhapa a la par que veía los grandes edificios de oficinas de Kolkata al fondo. Vi un par de serpientes como la de ayer (ya sé de dónde debió salir), varios bancos de peces que se acercaban a la orilla de los lagos y miríadas de libélulas revoloteando alrededor de puntos muy concretos por una razón que desconozco.

Continué andando en medio de un lugar tan bello como salvaje, tan deshabitado como cercano a la gran ciudad. De vez en cuando me cruzaba a algún vecino que se dirigía hacia el exterior y poco más hay que contar hasta que, de repente, me encontré con una de las casas de Dhapa.

No sé cómo explicar la sensación que tuve al ver la pequeña choza sobre los grandes edificios oficinas de Kolkata que todavía se observaban en el horizonte. Allí, aquello, y aquí, esto. Ahí vive gente… Unos días más tarde, al enseñarle las fotos a mi madre me dijo: “eso son estructuras para guardar el grano, como los hórreos asturianos, ¿no?”. “No, mama, no… Ahí vive gente…” Una estructura básica de palos mantenía a la casa alejada del suelo, libre de culebras, peces y animales callejeros, los cuales merodean con total tranquilidad alrededor de esta, mientras un pequeño tejado completamente humilde se encarga de proteger su interior de las lluvias monzónicas en verano. Los mosquitos y demás insectos, sin embargo, podrían entrar fácilmente por la noche.

Continué andando hasta llegar a una especie de pueblo que no es más que una acumulación de dos o tres casas de cemento en una extensión de tierra ligeramente mayor que los caminos en los que se construyen las otras casas. La gente se baña y limpia la ropa en el agua en la que se ven numerosas serpientes, aunque parecen convivir sin molestarse mutuamente. Otros trabajaban en los pantanos quitando las acumulaciones de plantas que acabarían cubriéndolo todo y algún vendedor ambulante traía utensilios tales como fiambreras, chanclas o caña de azúcar para los vecinos. Y poco más que contar pues, aunque sea enorme, con varios kilómetros de diámetro, está mayoritariamente cubierto por lagos, vegetación y caminos desiertos.

Me metí hasta el corazón del distrito desde el norte y salí por la zona oeste aravesando varias casas más, algunas con sus habitantes dentro. Estando todas las casas aisladas unas de otras, con más de trescientos metros entre ellas como ocurre en la mayoría de casas en los manglares y zonas similares, vivirá menos de una persona por kilómetro cuadrado, mientras a pocos metros los pequeños rascacielos de Kolkata acumulan decenas de miles de personas en el mismo espacio. También me crucé con varios hombres que trabajaban en los lagos, con mujeres que cargaban algunas hierbas sobre la cabeza o en unas canastas de mimbre y alguna que otra miríada de mosquitos que volaban de aquí para allá o esperaba agazapada en el suelo al paso de algún individuo. “Este es el sitio ideal para coger la malaria”, pensaba mientras me quitaba decenas de bichos de encima a manotazos.

 

No tenía a nadie con quien hablar, pero aunque así fuese no podría haber articulado palabra. De hecho, estaba en cierto sentido saturado por la cantidad de pensamientos y emociones que me asolaban en ese momento. Trataré de digerirlo todo en la próxima parte del viaje: el desierto del Rajastán.

Siguiente parte >>

Puedes compartir esta entrada en tus redes sociales:

Páginas: 1 2 3 4 5