Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

Parte V: Kolkata, la ciudad de la alegría

diciembre 9, 2018 1 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 26. Kolkata, la ciudad de la alegría

Día 27. Ekbalpur, primeros slums

Día 28. Los niños de Tangra

Día 29. La flora de Kolkata

Día 30. La crueldad de Dhapa

 

 Día 29. La flora de Kolkata

Sábado. Si de normal es difícil encontrar café, hoy va a ser todo un reto. Desayuno un té con un par de frituras y me dirijo a la parada del bus. Estoy un rato esperando y, como parece que hoy no va a pasar, acabo cogiendo un taxi directamente a Pilkhana, continuando la ruta de barrios chabolistas. Ayer acabé viendo una parte fundamental de Kolkata sin tener plan alguno y hoy quería repetir la experiencia, pero en otro núcleo chabolista, por lo que me puse a andar de aquí para allá. Ese es el plan.

Bueno, a ver… El plan ahora mismo es conseguir café. Pregunto a varias personas que hacen tés en sus pequeños puestos, pero todos me ponen una cara rara cuando pregunto por café, como si pidieses una cerveza en el Starbucks. De repente, cuando le pregunto a el vigesimonosécual hombre (ya a punto de rendirme) me pone una cara de alegría inmensa y me dice que él no tiene, pero que su compañero sí. Le llama a gritos, ya que este está al otro lado de la calle, y le dice algo en hindi. El compañero se alegra también (parece que no consiguen vender café ni a tiros y se alegran de que alguien se lo quite de las manos) y me hace señas para que me acerque mientras se mete en la tienda a rebuscar. Cuando sale de esta… ay madre… saca una bolsa de café soluble y me la da. ₹10. Eso es todo el café que tienen. Hay que quererles como son.

¿Qué hago yo con esto? ¿Me lo como? ¿Lo chupo poco a poco como hacíamos con el Tang de pequeños? Lo de que “quiero café” es una forma de hablar, lo que quiero es una taza con un café preparado en su interior. Aceptaría que no llevase azúcar o que tuviese que beberlo de la misma cafetera, pero… que por lo menos lleve agua, aunque sea templada y tenga los granos de café flotando. Pero bueno, me han solucionado parte del problema: ahora tengo café, solo necesito encontrar una forma de prepararlo.

Pregunto en un par de puestos de té, cuyos tenderos pasan completamente de mí, hasta que un alma caritativa, un chico de unos dieciséis años, me dice que él se encarga. A pesar de estar preparando té en dos cazuelas distintas saca una limpia para prepararme el café. Exclusivamente a mí, porque nadie más quería ese fluido negro. Bueno, lo de “limpia” también es una manera de hablar, entiéndanme. Me ofrece prepararlo con agua o leche, si quiero azúcar o no, una o dos tazas… Lo prepara con gran esmero, mezclando el azúcar con ganas, filtrando los posos con cuidado… Vamos, un máquina.

Con las pilas recargadas me pongo a andar por la zona y, como no encuentro ningún slum, acabo rapándome en una barbería, comiendo algo por ahí y recargando mi tarjeta móvil. Siempre disfruto viendo los artesanos de la calle, hagan tortitas, objetos de recuerdo u hojas de betel.

Ha pasado casi un mes desde que cogí una tarifa de internet móvil en Uttarkashi, por lo que toca renovarla. Hay algún problema en la compañía, que ya me olía yo desde que la hice, porque me contaron no sé que rollo que era un problema pero que pagando unas cuantas rupias dejaba de serlo. No sé hasta qué punto es legal lo que me hicieron en Uttarkashi, pero aquí hacen también la vista gorda. Al parecer necesitas tener un documento de identidad indio para tener acceso a internet móvil, lo cual me parece una soberana tontería que impide a los turistas acceder a este servicio. Creo que está bastante institucionalizado el chanchulleo telefónico, pero el caso es que pagas y obtienes un servicio que no hace daño a nadie. Bueno está…

Tras patear durante un par de horas, acabo encontrando un pequeño barrio chabolista en la zona que se extiende por poco más de cinco o seis calles. Es parecido a Tangra, la gente tiene la misma actitud y los mismos servicios básicos, aunque mucho más pequeño.

Nada especial, excepto la gran cantidad de niños que se dirigían al colegio y que arriesgaban a llegar tarde para pedirme una foto (que, por cierto, ellos nunca ven como ha quedado ni te piden que se las mandes ni nada, solo quieren que se la hagas y se van). A uno de ellos, como se puede ver, le gustaban especialmente…

Por la tarde el plan es visitar el jardín botánico de Kolkata, por lo que pido un Uber desde el mismo Pilkhana. Sorprendentemente, este pasa a recogerme y nos ponemos en camino, aunque no tardamos en perdemos. El conductor empieza a ponerse nervioso, no encuentra la entrada del jardín y está perdiendo tiempo (y dinero). En un momento determinado intenta adelantar a un rickshaw de pedales y se acaba chocando contra él, dañando parte de la chapa del taxi contra el hierro forjado del otro vehículo. El taxista se baja, termina de arrancar el trozo de chapa dañado, lo tira en la cuneta, se sube y continuamos con el viaje… Ok. Es impresionante lo que las condiciones laborales de una empresa pueden causar en una población de naturaleza tranquila.

Acabamos encontrando la entrada y, tras despedirme del taxista, pago el poco más de un euro que cuesta (₹100 más ₹20 por la cámara) para adentrarme en sus profundidades. El jardín en sí es enorme, pero está estructurado en función de la flora de los distintos continentes o determinadas regiones, por lo que la mejor opción es coger la rama que más te guste (nunca mejor dicho, hehee) y verla con calma. Yo, como no tengo ni idea de la diferencia entre la flora africana y la australiana, así en general, fui al primero que vi, que era malasia, para llegar a la parte de África y salir por Australia. Sea por la ruta que sea, la variedad floral es espectacular, destacando unos lotos de metro y medio de ancho traídos del mismísimo Amazonas:

Las distintas floras atraen a diferentes comunidades de insectos y animales, por lo que la variedad de ciempiés, libélulas, pájaros y demás es espectacular.

También hay varias edificaciones dentro del propio jardín, incluyendo alguna mezquita o edificios que históricamente tenían otro uso, pero ahora están visiblemente abandonados.

Y, por último, me encontré con algún que otro animal más exótico y peligroso. En uno de los pequeños canales que se usan como desagües públicos vi algo moviéndose: una serpiente huía despavorida de mí. Saqué la cámara mientras corría detrás de ella y le hice una foto como buenamente pude antes de que desapareciera por una pequeña cavidad en la pared. Me pareció increíble, pero no sería nada comparado con lo que me esperaba mañana…

Pasé por el hotel a descansar un rato y, ya de noche, me dirigí al mercado de las flores. Intenté coger un Uber, que tardó como veinte minutos en venir a por mí y cuando estuvo al lado canceló el viaje. Classic. Pido otro que está a un par de minutos de mi posición y empieza a alejarse poco a poco. Voy andando hacia él hasta que consigo alcanzarle, ya que debido al tráfico voy más rápido andando que en coche. No me extraña que los Ubers no funcionen como es debido, ya que teníamos que pasar a recoger a otro pasajero, pero nos olvidamos de él y me llevó, eso sí, conduciendo como un loco, al mercado. En este, cientos de puestos se congregan para ofrecer todo tipo de adornos florales que hacen las veces de ofrendas para una gran parte de los templos de la ciudad. Las hay desde las más humildes, incluyendo las propias flores sueltas, hasta las más elaboradas con formas de animales.

Hay varias cosas que ver en el mercado de las flores. Además de estas se venden especias y comidas, y hay un slum al lado de las vías del tren a unos pocos pasosdel mercado y una especie de albergue social a la orilla del río.

 

Decidí sumergirme un poco más en el barrio chabolista de las vías sobre las cuales, como se puede ver, la gente camina con total tranquilidad. Por la noche no hay peligro, pero durante el día los trenes pasan cada diez o veinte minutos con extrema cautela a pocos centímetros de las casas, lo cual no significa que la gente no haga vida social sobre las vías del tren, solo que tienen que estar pendientes para apartarse cada vez que se acerca uno. Tras andar varios minutos por ellas (allí donde fueres…), encontré un comedor que, para ser honestos, no sabía si era un pequeño restaurante o una casa particular de una familia numerosa. Había un par de fogones con troncos de leña, unos bancos de madera vieja y unos tejados de uralita sujetados con piedras, en cuyo interior comían unas veinte personas platos que básicamente consistían en arroz. Por sus ropas y el lugar, juraría que la mayoría de ellos eran shudrás.

El caso es que me senté en una mesa y expliqué por gestos que quería comer allí. Al principio les hizo gracia, no creo que hayan visto nunca a un turista acercarte al restaurante, pero después me preguntaron que qué quería. No sólo no sabía qué ofrecían, sino que de haberlo sabido no conocía las palabras para referirme a ello por lo que, viendo mis dificultades, uno de los hombres que comía en el albergue me pidió algo. Acabaron trayéndome un plato de arroz con un par de trocitos de verdura y un trozo de pescado. Picaba una barbaridad, pero aguanté el tipo como si no pasara nada…

Llegar al mercado fue un caos, pero salir de él lo fue más todavía. Esta zona es pura anarquía. Hay un montón de policías intentando poner orden en medio de carreteras de cuatro y cinco carriles, pero ni aun así. Miles de personas van de aquí para allá sin respetar ninguna norma de circulación, taponando salidas y entradas, cruzando cuando les parece… mientras los coches intentan abrirse paso entre la multitud.

Es costumbre en India aventurarse en medio de una carretera que quieres cruzar y parar a los coches con un gesto con la mano. Si paran bien, si no… En general, el caos se adueña de todos los elementos de las ciudades indias, con el cual hay que convivir y ya está.

El caso es que pedí un Uber y, como era de esperar, vi con frustración como pasaba completamente de mí. Sencillamente, parecía no haber tenido nunca la intención de recogerme, a pesar de que aceptase el viaje. El segundo que intenté coger parecía acercarse a mi posición, pero pasó de largo y siguió yéndose por el sur de la ciudad sin pensar dar marcha atrás… Al final tengo que ir hasta el puente de Howrah (que es un gran puente, pero está completamente sobrevalorado por los indios, quienes lo comparan con el Golden Gate) para intentar coger el tercer Uber al vuelo. Ni aun así.

Completamente rendido, decido acercarme a un taxi que espera parado en una acera, pero su conductor me dice que no me lleva porque está descansando. Fantástico. Al final, como por arte de magia, un conductor de autobús me pregunta que a dónde voy y, por casualidad, está haciendo una ruta que me acerca a mi hotel. ¡Por fin!

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