Parte III: Agra, la ciudad monumental

Parte III: Agra, la ciudad monumental

noviembre 18, 2018 2 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 14. De vuelta a Rishikesh

Día 15. Rishikesh, la capital del yoga

Día 16. Rishikesh – Agra, la ciudad monumental

Día 17. Agra – Benarés, la ciudad sagrada

 

Día 16. Rishikesh – Agra, la ciudad monumental

Con un cincuenta por ciento de población musulmana, la diferencia entra Agra y Rishikesh salta a la vista. Turbantes y saris dan lugar al típico fez árabe y niqabs mientras los saris dan paso a las chilabas; los bindi y talika desaparecen, dejando la frente limpia y sin marcar el tercer chacra; las mezquitas empiezan a copar el terreno, así como las carnicerías, que impregnan el aire de un fuerte olor a óxido y a grasa; los puestos de comida empiezan a surtirse de carne (incluyendo la de vaca) y los maestros hindús que solían deambular por las calles son reemplazados por imames que se recluyen en lo más profundo de las mezquitas a estudiar el Corán, esas que los infieles no podemos pisar.

Además, en los vendedores y mercaderes de la zona surge el deseo (extraño a la mentalidad india) de vender, por lo que se vuelven extremadamente pesados. En un día, alrededor de doscientas personas entre tenderos, taxistas y supuestos guías te saludan insistentemente para, después, ofrecerte algo. Algunos te miran con cara de estupefacción cuando les dices que no quieres coger un taxi, como si estuvieses rechazando una oferta irrepetible. Otros empiezan a bajar el precio de lo que sea que te ofrezcan a pasos agigantados, como si una rebaja te fuese a hacer comprar como loco un set de imanes para la nevera con imágenes en digital del Taj Mahal en colores chillones. Llegan incluso a suplicarte que les compres o se encojen de hombros y fruncen el ceño cuando rechazas un paraguas o un par de chanclas. Amo la cultura árabe, pero desprecio a los mercaderes y los suyos son excesivamente insistentes, especialmente en las zonas alejadas de su particular núcleo irradiador donde olvidaron el arte del regateo y la sibilina sutileza de los vendedores de Fez, Rabat o Casablanca.

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Acabamos llegando a las siete y media de la mañana a vete tú a saber en qué punto de Agra. Tras esquivar a los típicos vendehúmos que te intentan engañar nada más bajarte del autobús, cojo un rickshaw directamente al Taj Mahal. Me deja a unos tres kilómetros, donde tienes que cambiar a un rickshaw eléctrico ya que los de gasolina tienen prohibido acercarse al monumento, para intentar evitar que se pierda el blanco característico de las piedras de mármol por culpa de la contaminación. El caso es que tengo que volver a pagar otra vez… Bueno está.

Agra es una ciudad para dejarse los billetes. Aunque las entradas de los distintos monumentos no cuestan más de cinco o diez euros cada una, es caro en comparación con otros lugares de la India, y hay muchos lugares que ver, así que decidí empezar el día cuanto antes. Cojo el primer hotel que veo (Hotel host, ₹800) a dos minutos andando del Taj Mahal (not bad), pido un desayuno a voleo (“un purha bharat con biriti majat y de postre un barabitú, por favor”) y dos cafés y voy directo a ver una de las maravillas del mundo. En la puerta se me acercó el típico guía cuyos servicios nunca suelo aceptar (la mayoría no te cuentan más que dos o tres anécdotas y la información que tú puedes leer en internet), pero este chico hablaba un poco de español y me dijo de hacerme un descuento (típico) ya que conmigo practicaría este idioma. Acabamos acordando ₹600 por una visita guiada.

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Pagué la entrada (otras ₹800) y me dirigí con el guía hacia la entrada. Evidentemente, está ultravigilado por el ejército indio (que son bastante serios) y, dado que es un edificio musulmán, me pusieron problemas por llevar un cuaderno con un pequeño símbolo de Ganesha (una diosa -o dios, según cada cual- hindú). Miré a la policía como diciendo: “anda ya…” y, con una cara muy seria, me lo devolvió y me dijo: “bueno, bueno, te dejo entrar con él, pero ¡no lo uses eh!” Aléjate de la cultura que no te permita leer o escribir pero, por hoy, está bien…

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El Taj Mahal es el edificio más conocido de la India y se utiliza como su símbolo más representativo, pero no es genuinamente indio. No es un edificio hindú, sino musulmán, y no es indio, sino mogol (que no mongol, ni mongolo). Los mogoles fueron un imperio desde el siglo XVI hasta la llegada de los europeos a la India que deriva de la región de Turquía y alrededores, así como de uno de los tátara-tatara-tatara… nietos de Gengis Khan.

El imperio mongol, fundado por Gengis Khan, ha sido el mayor de la historia, llegando a ser cinco veces más grande que el imperio romano. El imperio mogol, por otro lado, fue mucho más modesto, pero dejaron construidas una de las maravillas del mundo.

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Es bien conocido que el emperador Shah Jahan I construyó en el siglo XVII el Taj Mahal como mausoleo para una de sus cuatro mujeres (la que más le gustaba, por lo visto) a las orillas del río Yamuna (afluente del Ganges). Los restos fúnebres de esta residen en el centro exacto del complejo que forma el Taj Mahal, mientras que él descansa a su lado, en una tumba más pequeña (sin embargo, el que reinaba era él, no ella, y el que tenía varias mujeres era él, no ellas). ¿Bueno está?

El imperio mogol fue posterior a la invasión árabe (ya musulmana) de la India, y heredaron la religión de estos, así como la tradición de tener cuatro mujeres (que, a diferencia de lo que a veces se piensa, solo es seguida en ámbitos muy reducidos y en condiciones muy limitadas).

El Taj Mahal significa “edificio corona” y recibe su nombre tanto por la forma que tiene como por estar construido para una emperadora (o, mejor dicho, para la mujer de un emperador). Además del archiconocido edificio central blanco hay todo un complejo alrededor incluyendo una mezquita orientada a la meca (que, a diferencia de lo que ocurre en Europa, se encuentra al oeste), una sala de visitas, jardines y varias puertas que también son dignas de ver, aunque queden completamente eclipsadas por el edificio central.

La grandeza del Taj Mahal reside en dos elementos: su simetría y su delicadeza. Todos los monumentos mogoles lucen una simetría exquisita (y Agra es una buena muestra de ello) y, en el caso del Taj Mahal podemos ver una doble simetría lateral, es decir, es un cuadrado con cuatro caras iguales. Cuatro puertas, cuatro minaretes, cuatro cúpulas pequeñas… Además, el centro del edificio, donde está enterrada la difunta Mumtaz Mahal, la esposa del emperador, está en línea con la entrada principal, el corredor central del jardín y con todo lo demás. Todo está dispuesto acorde a la más exigente simetría, la cual es un canon de belleza determinante en muchas culturas.

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El otro elemento que le da al Taj Mahal su importancia y reconocimiento mundial es la delicadeza con la que está construido. Piedras preciosas, mármoles seleccionados, figuras suaves y una arquitectura elegante se combinan para formar esta maravilla del mundo. El blanco característico del edificio se debe a un tipo de mármol especial de Makrana, un municipio del Rajastán, especialmente valorado por sus propiedades: es más duro que otros mármoles; es translúcido, lo que le permite reflejar ligeramente la luz de la luna llena; y no absorbe agua, por lo que aguanta su brillo durante mucho más tiempo que otros tipos de mármol.

Todo el edificio está adornado con numerosos motivos florales, así como versículos del Corán (recuerden que es un mausoleo islámico). Para incrustar las piedras preciosas en el mármol, se tenía que perforar este con la forma exacta donde luego se colocarían las distintas piedras rellenando los huecos, formando flores, jarrones, trazos de letras… Estas provienen de todo el mundo, mostrando el poderío del imperio mogol a traves de la interculturalidad: el color naranja es cornalina de Yemen, el verde lo dan las malaquitas de Rusia, ojo de tigre de Sri Lanka para el amarillo, ónice negro de Bélgica, lapislázulis para el azul de Afganistán y coral rojo de Irak.

 

Para cada una de las florecitas que se ven dispuestas en fila una detrás de otra se tardaban catorce días y se utilizaban 64 piedras preciosas distintas. Esa fue una de las razones por la que fueron necesarios 20.000 trabajadores.

Tanto las puertas que dan paso al recinto como las mismísimas puertas del mausoleo están enmarcadas con versículos del Corán que, como siempre en este tipo de construcciones, refieren a los cien nombres de Allah (el misericordioso, el benevolente, el omnipotente…), cuya comprensión te abre la entrada al paraíso.

Dentro del mausoleo se pueden apreciar unos espectaculares tallados de mármol que hacen las veces de paredes y de ventanas para ventilar el interior, así como varios relieves decorativos.

Como es bien sabido, el emperador tenía planeado construir otro edificio igual, pero en negro, en la orilla opuesta del río Yamuna. ¿Qué le impidió hacerlo? Fue detenido por su hijo Aurangzeb, que tenía una visión del estado que a día de hoy llamaríamos más socialista y menos monumental que su padre y no soportaba la idea de que el pueblo estuviese pasando miserias mientras todo el dinero del imperio se destinaba a hacer edificios bonitos. Como se dice en mi pueblo: tenía más razón que un santo. Hoy no podemos disfrutar de los dos Taj Mahales, pero seguramente el pueblo viviese mejor bajo las órdenes de Aurangzeb que bajo las de su padre, que fue encerrado en el fuerte de Agra, el cual será mi próxima parada de hoy.

Si no existiese el Taj Mahal, el fuerte de Agra sería suficiente como para justificar una visita a esta ciudad. Construido a base de piedras de arena roja alberga en su interior mezquitas de mármol con piedras preciosas (infinitamente más humildes que la maravilla del mundo, evidentemente), vistas al Yamuna, animalillos por aquí y por allá… Es una visita agradable donde merece la pena pasar un par de horas.

Desde una de las celdas de este fuerte, el creador del Taj Mahal podía observar su obra. La mitad de ella, al menos.

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Después de terminar con las visitas por hoy me fui al hotel a descansar y entonces viví una de las experiencias más surrealistas que he han pasado nunca (y ya van varias en este viaje). Subí a la terraza del hotel desde la cual se puede ver perfectamente el Taj Mahal sobre los tejados de Agra. Llevaba conmigo la riñonera con el pasaporte, la tarjeta de crédito, el dinero… y el ebook. Lo dejé todo sobre un pequeño muro que hacía las veces de barandilla de la terraza, mientras cotilleba algo en el móvil. De repente, escuché unos pasos apresurados a mi lado y tuve el tiempo justo de girarme para ver dos monos corriendo hacia mí. El primero le dio un manotazo al ebook, que cayó sobre un tejado más bajo, mientras que el segundo intentó apropiarse de la riñonera, pero conseguí cogerla a tiempo. El ebook, sin embargo, lo alcanzó el primer mono antes que yo y se lo llevó un par de casas más allá. Me quedé con la cara de: “pero… ¡¿qué c…?!”

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Salí corriendo tras el mono por los tejados de Agra, no pensaba alcanzarle pero pretendía asustarle para que dejase delicadamente mi ebook en el suelo antes de salir corriendo. Si me hubiese pillado en mi época de traceur… pero fue imposible. No lo soltaba ni a tiros y en cuanto me acercaba un metro a él, se alejaba dos, sentándose en un tejado a mordisquear el cacharro. Lo de los tiros es literal, ya que uno de los vecinos que andaba en los tejados sacó una escopeta (de perdigones, supongo) y, tras remangarse la chilaba, le disparó al mono para que saliese corriendo. Pero nada.

A los pocos minutos había unas cinco o seis personas intentando cercar al mono. Uno de ellos me recomendaba no hacer nada, lo cual era inviable porque en ese momento yo vivía cada paso del mono hacia la inmensidad de los tejados con gran frustración. No era tanto por el valor del objeto, que se puede volver a comprar, ni por los documentos que contenía, que se pueden volver a conseguir. Era… lo incomprensible (para un occidental) de la situación… El pensar: “un mono me ha robado el ebook y ¡está intentando comérselo!”

En la persecución, un compañero del mono ladrón empezó a amenazarme. La culpa era mía: era yo quien estaba persiguiendo a su colega, o a su pareja, o a su primo, vete a saber. Dado que ellos no entienden el concepto de propiedad privada que es tan claro a los humanos, no entendía que mi única motivación para perseguir al mono ladrón era recuperar mi objeto. Ellos no entienden eso de “mi objeto” y quizás tengan razón. El caso es que empezó a acercarse a mí enseñándome sus poderosos dientes y haciendo aspavientos con las manos. Durante unos segundos dejé de perseguir al mono ladrón para salir huyendo del mono asesino. O, mono gánster, mejor dicho. No me preocupaba su capacidad física ni su dentadura (no deja de ser un mono de medio metro, en el cuerpo a cuerpo tenía la batalla ganada), pero me preocupaba la rabia. Un pequeño mordisco significaría tener que volver a España a vacunarme, o todo el lío de ir a un hospital indio y quedarte dos o tres días en observación, o vete tú a saber. En ese momento, solo pensaba que una mordedura significaría el final del viaje.

Cuando te vacunas de la rabia, no te inmunizas contra ella. Te ponen una parte de la vacuna que, según dicen, es difícil de encontrar en determinados países, pero si algún mamífero salvaje te muerde (murciélagos, perros callejeros, monos gánster…) tienes que ir al hospital a ponerte la última dosis de la vacuna. O sea, que pese a estar vacunado, es un lío.

“Putos monos”, pensaba mientras corría por los tejados de Agra. En un momento llegué a un callejón sin salida y el mono gánster seguía acercándose a mí enseñándome los dientes. Tuve que saltar un pequeño muro y colarme en la terraza de la casa particular de una familia india. La mujer estaba fregando unos cacharros y el hombre, en cuanto me vio cogió un palo largo que tenía preparado para estas ocasiones y se puso a mi lado a asustar al mono, que se fue rápidamente. En la recepción de uno de los muchos saltos que di en este proceso me hice una herida en el pie (otra más para la colección) lo cual hizo que la mujer de la casa en la que me había colado me ofreciese un cubo con agua y una barrita de jabón para que me limpiase cuanto antes. Yo les pedía disculpas todo el rato, mientras el hijo de la familia se reía de mí (con razón).

El mono ladrón se perdió de vista. Debía de estar cerca de la entrada sur del Taj Mahal, por lo que decidí ir a la puerta principal a pedir ayuda a los guardas de seguridad, quienes pasaron de mí completamente. No pareció sorprenderles la historia del mono. Además, estaban muy liados cerrando el recinto, ya que tenían que sentarse en una silla a observar como salían los últimos turistas. Me imagino que estarían cansados de llevar todo el día sentado. El caso es que no iba a conseguir ninguna ayuda por su parte.

Volví a las callejuelas de Agra y le pedí a un vecino que me dejase subir a su azotea, desde donde divisé a unos diez monos en una casa cercana. Ninguno tenía nada en sus manos, lo que podía significar que no eran el mono que buscaba, o que había tirado mi ebook por ahí, o que se lo había conseguido comer. Decidí acercarme a dicha casa a preguntar, pero en cuanto puse un pie de nuevo en la calle un chico llamó mi atención y me pidió que le siguiese. Se mostraba muy convencido, así que le hice caso sin más preguntas. Me llevó hasta una casa cercana, donde estaba el señor del palo que espantó al mono gánster, quien había conseguido recuperar el ebook (no me preguntéis cómo, porque nadie allí hablaba inglés y no pudieron explicármelo). Funcionaba. Eso sí, estaba lleno de marcas de guerra. Prefiero pensar que, como diría una amiga mía, “le dan historia”.

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