Parte III: Agra, la ciudad monumental

Parte III: Agra, la ciudad monumental

noviembre 18, 2018 2 Por Alberto Buscató Vázquez

Las maravillas del mundo

Día 14. De vuelta a Rishikesh

Día 15. Rishikesh, la capital del yoga

Día 16. Rishikesh – Agra, la ciudad monumental

Día 17. Agra – Benarés, la ciudad sagrada

Día 14. De vuelta a Rishikesh

Desperté a las cinco de la mañana, ya con la mochila preparada, y me dirigí al pueblo. Todavía estaba oscuro y, por supuesto, las nubes habían invadido el valle, pero fueron alzando su vuelo durante la hora y media que estuvimos esperando en la entrada de Gangotri hasta que se llenase el taxi en dirección a Uttarkashi. La carrera de hoy no iba a estar libre de obstáculos…

En primer lugar, paramos frente al clásico derrumbamiento. Había caído un número suficiente de rocas como para cortar la carretera, pero no lo suficiente como para necesitar una excavadora para retirarlos. Cuando llegamos nosotros, había una docena de personas despajando la carretera: las piedras más pequeñas se lanzaban valle abajo, mientras que las más grandes se hacían rodar entre dos o tres personas hasta colocarlas en el arcén.

Me uní a ellos más por emoción que por necesidad. Me gustaba la idea de despejar el camino con nuestras propias manos, hacer frente a una circunstancia real, genuina y pura de la vida sin necesidad de instituciones y procesos pre-establecidos, los cuales nos sobran en occidente. Varios policías que, todo sea dicho, miraban sin hacer nada, no paraban de darme las gracias. Únicamente a mí, como si los extranjeros estuviésemos exentos de hacer aquello que los locales tenían como deber. El caso es que a los pocos minutos habíamos quitado las piedras suficientes como para permitir el paso a los coches (aunque solo fuera en una dirección) y continuamos con el trayecto atravesando los ya conocidos valles, puentes y rebaños de ovejas, cabras o vacas.

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Desgraciadamente, en una de estas ocasiones una cabra intentó esquivar el coche saltando sobre él (no me preguntéis por qué), colpeando la parte frontal de este. La mala pata, nunca mejor dicho, es que una de sus pezuñas quedó bajo la rueda delantera y hubo que dar marcha atrás para liberarla, tras lo cual la cabra huyó ladera arriba asustada y cojeando. Paramos en el arcén y el conductor se bajó del taxi y comenzó a discutir con el pastor. No entendía ni una palabra de lo que decían, pero me imaginaba cómo se echaban la culpa el uno al otro. Eso es universal.

Los dos hombres estuvieron discutiendo durante un buen rato. En un momento determinado el pastor fue a por la cabra y la trajo en brazos para que pudiéramos ver lo que había pasado: tenía una pequeña herida. No era profunda, pero la pezuña es un lugar complicado. Es como un hueso y muchas veces hay que mudarlo entero, en un proceso en el que el animal puede fácilmente morir de septicemia (es decir, por una infección bacteriana en la sangre), algo que teniendo en cuenta las condiciones higiénicas del lugar era bastante probable que ocurriese si no se curaba la herida adecuadamente.

Los taxistas y demás conductores que pasaban por la carretera paraban a mirar qué había ocurrido. El cotilleo también es universal. Llegamos a estar media docena de hombres alrededor de la cabra, discutiendo cual asamblea ateniense sobre la culpabilidad y la responsabilidad moral de cada agente involucrado en el proceso. Digo yo, vamos, igual estábamos hablando de fútbol o insultándonos unos a otros. El caso es que allí nadie hacía nada y los minutos pasaban sin que pareciese que nos aercábamos a ninguna solución. Quizás esperábamos a que alguno de los trescientos millones de dioses hindús viniese a decirnos qué hacer.

Entonces se bajó una chica joven de uno de los taxis que acababa de parar a cotillear. Era delgada, de estatura media y piel autóctona, y lucía unas gafas sin montura, unos vaqueros y un jersey estilo occidental. Dio un par de manotazos al aire diciendo algo en hindi y tres o cuatro hombres salieron corriendo en varias direcciones a buscar esto y aquello. Agarró la cabra y empezó a inspeccionar la herida mientras hablaba con el pastor. Parecía tranquilizarles a ambos. Uno de los hombres volvió con unas tijeras, otro con un poco de algodón y el tercero con una botella de agua. La chica comenzó a limpiar la herida mientras otra mujer, más mayor y vestida tradicionalmente, empezó a romper su propio sari para hacer jirones largos de tela con los que vendar la herida.

De repente, la chica se giró hacia mí y me dijo: “pani, pani” con una voz clara y autoritaria. No me preguntéis por qué, pero lo entendí perfectamente. Fui corriendo a mi taxi, cogí una botella de agua y se la di destapada. La usó para curar la herida y comenzó a quitar la parte más dañada de la pezuña con sus propios dedos. El pastor, ahora en silencio, observaba atentamente la escena. Hasta la cabra parecía tranquila. La chica cogió los jirones hechos sari de la mujer mayor e improvisó unas vendas con las que cubrió la herida. Cuando terminó, se levantó y dio un par de palmadas en el aire mientras volvía a su taxi. La cabra se fue cojeando, pero sana y salva. Los implicados se relajaron, las aguas volvieron a su cauce y continuamos el camino.

Total, que no llegamos a Uttarkashi hasta las diez y media de la mañana. Estamos a medio camino de Rishikesh y, a pesar de que esto haciendo el camino de vuelta, la estación de autobuses de salida no es la misma la de llegada, por lo que me tocó dar tumbos por la ciudad durante un buen rato. Los viandantes me indicaban cada vez una dirección distinta, incluso un policía al que pregunté no parecía estar muy seguro de saber la dirección de la estación…

Después de buscar durante casi una hora y mientras la vigésima persona a la que preguntaba me decía que tenía que volver por donde había venido, el policía que todavía andaba por allí me da un grito mientras señala un autobús que, ya en marcha, va hacia Rishikesh. Según dicen, no puedo comprobarlo ya que los carteles de este están en hindi. Total, que me la juego y salto a su interior cuando este pasó por mi lado… acerté.

Tardamos ocho horas en llegar, pero el billete cuesta solo ₹250 (unos tres euros). Tras parar en varios derrumbamientos y sortear los típicos obstáculos de la zona, llegamos a Rishikesh, donde cojo directamente un taxi para volver al áshram donde estuve la última vez. Después de pasar por decenas de socavones de las carreteras de la zona, después de que el conductor parase a orinar y después de andar un rato, vuelvo a Parmath Niketan.

Después de unas 14 horas de trayecto solo tengo un pensamiento: “a la cama de cabeza… Pero vaaaaamos”.

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