Parte II: siete días con los eremitas

Parte II: siete días con los eremitas

octubre 31, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 6. Gangotri (continuación)
Día 7. ¡Gangotri! Primer día en el áshram
Día 8. Vuelta a Uttarkashi a por suministros
Día 9. Gangotri, el kathá
Día 10. Gangotri, reflexiones
Día 11. ¿Gaumuk? Gangotri y el maestro
Día 12. Gangotri… ¿y el puente?
Día 13. Gangotri, último día

 

Día 10. Gangotri, reflexiones

Ha estado lloviendo toda la noche. Se supone que mañana partimos hacia Gaumuk, la auténtica fuente del Ganges, aunque no sé si puedo confiar en la palabra del guía. Sea como fuere, hoy tengo poco que hacer. Decido ir al pueblo por la vera del Ganges, unos veinte metros por debajo del camino principal, ya que he visto algunos baba shadus por ahí. Como no tengo nada mejor que hacer, decido aventurarme. Por el camino te encuentras con media docena de cuevas en unos dos kilómetros, las cuales están escondidas en la roca y conectan con el camino principal por unos estrechos senderos. Tengo la sensación de que sólo te encuentras con ellas si sabes dónde están, ya que en ocasiones pasé a dos metros de alguna de ellas casi sin percatarme de que estaba ahí.

El kathá seguía con su programa, ya que dura diez días. En ocasiones tienen rezos de varias horas que consisten en la repetición de un mantra una vez, y otra vez, y otra vez… Me acerco a escuchar un rato al maestro y cuando me canso paseo por el pueblo. Para un occidental es imposible aguantar este tipo de rezos y eventos durante todo el día. Además, no entiendo el idioma. En el camino de vuelta a áshram me encuentro al guía comprando cigarrillos naturales como los que fumaba el maestro. ₹10 un paquete con unos cuantos cigarros y ₹2 por una caja con treinta cerillas.

Ya de vuelta en el áshram me los encuentro comiendo a todos. Son las doce y media. Me ponen la comida y  poco a poco se van yendo los que terminan de comer hasta que nos quedamos solos el maestro y yo. Como gesto de buena voluntad le recojo sus platos y los friego junto a los míos, lo cual me agradece con un gesto con la cabeza casi imperceptible.

«Mi mente está mucho más calmada, más relajada. Quizás con más orden. Bien es cierto que ya estoy acostumbrándome a la vida en el áshram, que los que hablan un poquito de inglés me dirigen la palabra con más cercanía, que el cocinero me trata como a uno más y se tira todo el día ofreciéndome tés… Me siento más integrado y eso ayuda.

Pero hay algo más. Te vas habituando a los ritmos de Gangotri, a su calma, su lentitud, su sencillez… La vida de recogimiento y espiritualidad que tanto reporta al alma. Bien es cierto que me gustaría saber hindi, hablar con el maestro, que me enseñase a meditar y a entender los Vedas… Tengo que aprender hindi y volver. Pero, sea como fuere, el mero hecho de estar aquí, alejado del ajetreo de la vida occidental, ya es una enseñanza. El hecho de pasar un día sin hacer nada, más que vivir, conectar con tu cuerpo mediante el yoga o liberar tu mente mediante la meditación (mejor dicho, intentarlo)… Escuchar al Ganges y observar cómo los pajarillos picotean la tierra sacando restos de arroz de la comida de ayer, o a los lagartos de casi veinte centímetros que merodean por aquí, o ahuyentar a los ratoncillos que se meten donde no deben… ducharte mirando los picos de los pequeños Himalayas, limpiar la ropa a mano, pasear por el pueblo, cuidar un pequeño huerto… Comer bien y sano, dormir lo que tu cuerpo necesite…

Y todo ello sustentado por las donaciones de una cultura que mantiene y respeta a sus sabios, maestros y estudiantes, gracias a pequeñas contribuciones de los viajeros que pasan unos días allí, gracias a lo que la tierra les permite cultivar, gracias a que el gobierno no les sangra a impuestos… Porque se entiende (todavía) que todo esto tiene un valor, más allá de su aporte en términos económicos. No es tanto lo que produces, sino lo que eres, la importancia de lo que tu ser respeta, lo cual sirve de ejemplo a tus ciudadanos. Como decía Tote King: “no hay nada más aburrido que un hombre que no se aburre” (una frase que me costó mucho entender, pero que ahora le veo cada vez más sentido).

Es una vida agradable, ¿verdad? ¿Qué hacemos en occidente en nuestro día a día? ¿Qué es eso que nos mantiene tan ocupados que no tenemos tiempo para cocinar como es debido, ni para visitar a la familia o quedar con los amigos? ¿Qué es? ¿El trabajo? ¿La vida social (o las redes sociales)? ¿Los vicios? No tiene sentido trabajar ocho horas al día, que acaban siendo nueve, en algo que no te gusta y que en muchos casos no tiene mucho sentido ni aporta nada al mundo dejando el resto de las facetas de la vida subdesarrolladas. Y, aunque trabajes en tu vocación, a nadie le gusta una actividad que repites durante cuarenta horas a la semana, más el transporte a tu lugar de trabajo, más el papeleo de esto o aquello, más los correos de última hora que tienes que responder, más las redes sociales, más… poco más, porque tenemos una agenda tan apretada que no tenemos tiempo ni para dormir las horas necesarias. Y, así, la vida que de forma natural podríamos vivir, la hemos pasado a considerar como un lujo. Y la pregunta es: ¿merece la pena?»

[…]

Cuando me despierto de la siesta, veo un grupo de unas veinte personas en el áshram, todas mujeres, que son recibidas por el maestro, quien parece enseñarles el lugar. El cocinero prepara unas galletas de hojaldre más secas que la mojama, diría mi abuela, pero agradables. Pasan la tarde charlando y viendo el lugar, hasta que, poco antes del ritual de las ocho, se marchan.

Este es un viaje de tanteo. Quería ver si la vida espiritual está tan presente en la India como dicen y quería saber dónde encontrarla. Y, hela aquí. Los maestros, ascetas y peregrinos están por todos lados. También es cierto que usan móvil, que tienen un mínimo de electricidad en las cuevas, que bajan de vez en cuando al pueblo o a la ciudad más cercana a hacer recados… pero eso no les resta espiritualidad a su forma de vida. Es el siglo XXI y todo el mundo accede a un mínimo de tecnología. Solo te hace la vida más sencilla. Le quita un poco de encanto, pero hay que saber ver el estilo de vida más allá de las apariencias.

Además, soy consciente de que debe de haber cientos de lugares similares donde encontrar este tipo de vida. Pero… por aquí van los tiros. Aquí hay algo que merece la pena vivir, un lugar donde perderse una temporada. Aquí se busca algo que es fundamental encontrar. Y ello bien merece la pena. Hay que seguir buscando y preparándose bien para ello, conocer el idioma, saber qué estás buscando, estudiar los Vedas, el yoga y la meditación… pero por aquí van los tiros”.

En las últimas horas de la noche, antes de irnos a dormir, llega un hombre nepalí. Es tímido, extremadamente servicial y siempre quiere ser el último en todo. No mira a nadie directamente a los ojos, siempre agacha la cabeza cuando se dirigen a él, se coloca el último de la fila cuando comemos, es el que más trabaja de todos en las tareas comunes… Tiene la mirada perdida y parece tener miedo constantemente. Cuando se ríe, por ejemplo, intenta tapar su sonrisa y cortarla cuanto antes, como si no se considerase digno de ella. Muestra, sin lugar a dudas, un pasado duro y la creencia de pertenecer a una casta baja. Es un shudrá.

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