Parte I: los primeros choques con la India

Parte I: los primeros choques con la India

octubre 31, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

Día 0. Preparación
Día 1. Nueva Delhi – Haridwar
Día 2. Haridwar. Los ghats; el templo de Ganga
Día 3. Haridwar – Rishikesh
Día 4. Rishikesh, la capital del yoga
Día 5. Rishikesh – ¿Gangotri?
Día 6. ¿Gangotri?

 

Día 2. Haridwar. Los ghats; el templo de Ganga

Si hay algo fundamental que ver en la India es el Ganges. Más concretamente, los ghats. Estos son accesos escalonados al río usados diariamente por cientos de millones de indios para bañarse en sus aguas y, así, expiar los pecados, limpiar las impurezas del cuerpo (físicas o espirituales) y adorar a sus dioses. El Ganges es la diosa Ganga, enviada a la tierra por Brahma y recogida en esta por Shiva para aliviar recoger las cenizas de los cuerpos de los hombres (y mujeres, claro). Javier Moro define con justas palabras la importancia de los ghats para la cultura india:

“los ghats, esas escaleras monumentales de piedra que se hunden en las orillas como raíces gigantescas, sellando así la unión de Benarés [y gran parte de la India] con el más sagrado de los ríos” (cap. 20).

Consciente de ello, lo primero que hago nada más despertarme es dirigirme a la orilla del Ganges. Nada más llegar vi a cientos de personas en ellas. Los más jóvenes se lanzaban al corazón de sus aguas, siendo arrastrados con facilidad por la diosa para, a los pocos segundos, nadar de nuevo hacia la orilla. Los más mayores, hombres y mujeres, bajan las escaleras que flanquean sendas orillas agarrados a las barandillas dispuestas para tal uso. Los escalones se introducen literalmente en el Ganges, perdiéndose en sus profundidades, por lo que es fácil para todo el mundo acceder a él. Solo sus dioses saben la labor que hace el Ganges, arrastrando hacia el mar toneladas de basura, restos de las cremaciones e infinitos pecados.

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“Mientras escribo estas líneas, sentado en los escalones de un ghat cualquiera, una mujer mayor se baña sujeta a una pequeña barandilla. Se sumerge una y otra vez, ya que cada vez que la cabeza (o los hombros, al menos) se hunden en el agua, desaparecen varios pecados. Un poco más allá, una chica joven y bien vestida se acerca al río y, en cuclillas, comienza a echarse agua por encima con un pequeño cubo de plástico. La siente fría y lo hace ver entre sonrisas. Mira al padre preguntándole si es suficiente, a lo que el padre responde con un tono jocoso que continúe un poco más. A los pocos segundos el padre baja y se bañan juntos. El Ganges no entiende de castas.

Unos pocos pasos tras de mí, un grupo de brahamines se prepara. El maestro les da la última enseñanza antes de realizar el rito para el que han venido. Pocos minutos más tarde se acercan al río y dejan sobre sus aguas una ofrenda floral, con incienso y un pequeño montón de cera haciendo las veces de vela, sobre unas hojas de hiedra. Un poco más allá, un señor mayor y ajado hace lo propio con una ofrenda más humilde que compra a una mujer que, sentada en el suelo, las prepara con cuidado pero sin mayor preocupación. ₹10. Poco más tarde un hombre lanza descaradamente una botella de plástico sobre el Ganges, mientras unos niños juegan con unos ganchos artesanales a pescar algo del fondo. Mientras, cientos de águilas sobrevuelan el río, cogiendo de aquí y allá trozos de basura arrastrados por la corriente.”

Tras pensármelo un rato, decidí bañarme. He escuchado todo tipo de historias sobre el Ganges: que es el río más contaminado del mundo, que hay restos de personas a medio incinerar en sus aguas, que transporta todo tipo de enfermedades… Pero pensé: “hemos venido a jugar, ¿no?”, así que pa dentro. Cateto de mí, me metí con las sandalias que llevaba, por lo que me llamaron la atención. Cateto, digo, porque el Ganges no es un río en el que te bañas, es una diosa en la que te introduces, y quitarse los zapatos es una muestra de respeto fundamental en cualquier templo hindú. En otras palabras, el Ganges es un templo.

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Después de comer algo en un puesto callejero, decidí cruzar a la otra orilla y perderme por sus calles. Pasé por uno de los famosos “templo del mono” de la India (hay casi uno por ciudad), atravesé el caos de un bazar, seguí durante un rato a unos peregrinos… Al final, acabé entrando en un templo en el que había un par de maestros sentados alrededor de un fuego frente a media docena de lo que parecían ser estudiantes. Me invitaron a sentarme con ellos, y eso hice. Pensé que empezarían a dar una clase, o a rezar o algo similar pero, sencillamente, continuaron con lo que hacían, que era fumar en silencio. Tenían una especie de pipa artesanal de arcilla en la que ponían el tabaco y se la pasaban entre ellos dando un par de caladas cada uno. Prácticamente en silencio, aunque intercambiaban comentarios de vez en cuando. Ninguno hablaba inglés. Después de un rato con ellos decidí marcharme, no tenía pinta de que me fuese a ofrecer nada interesante esa reunión. Habrá que seguir buscando.

[…]

Tras descansar un rato, salgo a tomarme un café antes de ir al Har Ki Pauri ghat, a ver las ofrendas nocturnas. Me paro en el primer puesto que veo, donde una docena de indios toman té. Uno de ellos deja caer un poco de líquido sobre el borde de la taza, recogiéndolo en el pequeño platito que suele acompañar una taza para beberlo de este. Así consigue enfriarlo rápidamente. Mientras veo como la docena de indios hacen lo mismo, nos sorprende el monzón con toda su fuerza. Empieza a llover a cántaros en cuestión de segundos, por lo que nos refugiamos en un edificio cercano y esperamos tranquilamente a que amaine, lo cual tarda unos quince o veinte minutos. No es pa tanto…

Dado que faltan todavía unas horas para la noche, decido subir a Mata Mansa Devi Mandir (el templo en las alturas dedicado a la diosa Mansa Devi). Desde arriba se puede contemplar toda la ciudad, incluyendo los vericuetos del Ganges a su paso entre los numerosos ghats de Haridwar. En el sancta sanctórum, donde se guarda la figura del dios (uno de tantos), veo como una mujer mayor se zafa de un par de policías despistados que custodian una campana de casi un metro de diámetro para, con ayuda de su bastón, tocarla lo más fuerte que pudo (que tampoco fue tanto). Los guardias le echaron la bronca con la mirada, pero la mujer se fue más contenta que cualquiera de los demás, que parecían mirarla con envidia.

El ruido está presente en la India, si-em-pre. Todo hace ruido. Se utiliza para conducir casi más que la vista, ya que te permite percibir coches que tienes a la espalda o en un ángulo muerto. También en los templos y áshrams, donde suele haber una o varias campanas para que los devotos atraigan la atención de los dioses hacia sí y así, quizás, conseguir sus bendiciones.

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La mayoría de templos hindús son un caos. Nada de una entrada principal, un altar y santas pascuas. Aquí lo mismo te encuentras una figura de un dios, que siete o ninguna; en varios recintos o en el mismo. Igual hay un árbol sagrado que la gente recubre con cordeles, o una pared santa donde la gente intenta pegar monedas, o lo mismo hay un pilar a todo color rodeado de dioses, o un par de cocos hacen las veces de figura divina… Igual les sobran figuras de un dios y le montan dos o tres altares en el mismo sitio. O te encuentras el lingam de Shiva, una de sus formas más representadas en toda la India, que consiste básicamente en el pene de dicho dios y se simboliza con una piedra relativamente alargada sobre la que se echa todo tipo de ofrendas, especialmente leche (¬¬), flores y dulces. O un ioni, que es el equivalente femenino. O, igual, los monos o perros de un templo son los avatares de los dioses a los que hay que presentarles respetos (o darles comida, aquí cada cual…), o igual el dios es un río, o vete tú a saber.

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En el Har Ki Pauri ghat nos volvió a sorprender el monzón. En esta época (Agosto) en India, hace siempre calor, por lo que la lluvia no es un problema. De hecho, de no ser por la cámara de fotos y el móvil me daría igual que lloviese. Malditos objetos… Nos guarecemos bajo un puente que nos cubre lo que buenamente puede esperando a que amaine. Puede llover durante veinte minutos o durante veinte horas, por lo que tienes que jugártela. Al cabo de una hora más o menos, viendo que no amainaba lo más mínimo, decidí salir corriendo hacia una carretera cercana para coger el primer tuc-tuc que viese, mientras cubría la cámara como mejor pude. Acabé llegando empapado al hotel, pero con mis pertenencias sanas y a salvo.

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