Memorias de Guatemala

Memorias de Guatemala

Día cero. De Madrid a Guatemala, por Miami

El viaje comienza en el país de origen cuando empiezas a prepararlo. Llevaba un año sabiendo que iba a ir este verano a Guatemala y un par de meses organizando todo lo que pude del viaje ya que hay mucha información, como los transportes (en este caso), que no puedes encontrar online. Los últimos días fueron un poco estresantes mirando sitios a donde ir, excursiones, información sobre hoteles… Y, al final, organizas el viaje a medias, dejando varios elementos a la improvisación.

En fin, que el día por fin había llegado y a las nueve ya estaba en el aeropuerto para coger el avión a las doce y diez. Acostumbrado a volar desde la T1, la T4 me resultó muy estresante. No tiene suficiente capacidad para la enorme demanda que gestiona. Los mostradores de American Airlines funcionaron bastante mal, con largas colas y malos modos, aunque estas pequeñas molestias no tendrían la menor importancia comparado con lo que me ocurriría después.

En el vuelo me entretuve leyendo a Miguel Ángel Asturias, uno de los grandes literatos del siglo XIX de Guatemala. Recomiendo su lectura a cualquiera que quiera entender el contexto guatemalteco de este siglo y las costumbres y lenguajes de su gente. Eso sí, ármense de paciencia para descifrar su vocabulario, ya que explota al máximo la versión más dialectal del castellano de Guatemala.

También leí algún artículo sobre los mayas y los indígenas guatemaltecos que me dejó alucinando. Más del sesenta por ciento de la población es indígena, descendientes de los mayas, y siguen conservando su esencia (valores, tradiciones, leyendas, vestimenta, artesanía…). Son auténticos mayas. Recuerdo haber estudiado en el colegio que las civilizaciones precolombinas se habían extinguido y, si bien es cierto que ya no viven en casas de madera pegadas a la base de una pirámide de sacrificios, ya que sus grandes ciudades están abandonadas, su gente sí que sigue viviendo en su cultura y transmitiendo sus valores, aunque dispersa por todo el país. Alucinante. Quizás conozca a un maya auténtico.

Con estos pensamientos en la cabeza llegué a Miami. Comienzo a escuchar esa llamativa mezcla de idiomas propia de lugares donde conviven dos grupos lingüísticos diferentes: “excuse me, sir. Gracias”. Hacía mal tiempo. Llovía con esa fuerza que solo existe en el trópico cuando embarcamos en el avión hacia Ciudad de Guatemala. Se colocó en la pista de despegue y comenzó a acelerar. Cuando parecía que íbamos a sentir el avión despegándose del suelo y esa típica sensación de gravedad aumentada, de repente escuchamos el silbido del viento en los alerones desplegados del avión y este giró hacia la pista de emergencia. El piloto decidió abortar el despegue. A los pocos minutos dijo por megafonía que la lluvia era tan fuerte que no se atrevía a despegar. Empezaron los problemas.

Estuvimos dos horas metidos en el avión (que aproveché para dormir, ya que en mi reloj interno debían de ser las doce de la noche). Nos bajaron del avión, diciéndonos que nos llamarían cuando pudiésemos despegar, si es que al final podíamos. Pocos minutos más tarde: “el avión destino Ciudad de Guatemala, ha sido cancelado. Repito, cancelado”.

¿Cómo que cancelado? Y yo… ¿qué hago? ¿Compro otro billete? ¿Me recorro 4610 km en autobús hasta Guatemala? Todo el mundo se dirigió a unos pequeños mostradores donde atendían este tipo de cuestiones. La gente empezó a llamar por teléfono a familiares que tenían en Miami, a buscar hoteles… Tardamos varias horas en llegar al mostrador, que aproveché para escribir un correo electrónico a los encargados del hotel que tenía reservado en Ciudad de Guatemala para esa noche. Sé que esto es una situación excepcional, pero considero que la aerolínea no estuvo a la altura de las circunstancias. Acabaron dándome un vuelo para el día siguiente, a la misma hora, pero como no había sido problema de la aerolínea, no ofrecían ninguna compensación ni nos pagaban una noche de hotel… Además, el hotel del aeropuerto estaba completamente lleno, por la cantidad de cancelaciones que se habían producido. Fantástico todo.

Lo más urgente, en estos momentos, era coger algo de comer. Eran las doce de la noche en Miami y en España serían como las seis de la mañana (y yo había dormido escasas dos horas). Fui a un subway a pedirme un bocadillo y me dijeron que no podía pagarlo con las tarjetas porque “estaban en euros”. El hombre ha sido capaz de llegar a la luna pero no somos capaces de cobrar, en Estados Unidos, quince dólares de una cuenta europea. Fui a un cajero a sacar dinero y cuando volví me dijeron que un señor me había pagado el bocadillo. Salí corriendo a ver si le encontraba para devolverle el dinero y darle las gracias pero había desaparecido. Al menos, parece que hay gente dispuesta a ayudar en los momentos complicados…

Salí del aeropuerto a comerme mi bocata, feliz y jodido a la vez. Al salir del aeropuerto, el calor y la humedad de la calle en contraste con el artificial ambiente frío y seco del aeropuerto, sentí como si me hubieran dado un puñetazo en la cara. Las gafas se me empañaron en un segundo. ¡Qué calor! Estaba limpiándomelas cuando me crucé con una señora a la que se le cayeron unos bultos que transportaba. Muy salá me dijo: “ayúdame papi”. “¡Madre mía! ¡Cómo pesa esto! ¿Qué lleva usted aquí?”. “Llevo ropa para Cuba”.

Tras comerme el bocata y reflexionar sobre la situación y las dieciocho horas que me quedaban por delante, decidí preguntarle a alguien qué hacer. Encontré a un guardia de seguridad que había vivido varios años en Tetuán, Madrid, y me sintió como compatriota y se volcó en ayudarme.

  • Mira, aquí lo que hay para ver es la playa. Especialmente si tienes solo unas horas. La forma más fácil de ir es cogiendo el tren interno del aeropuerto que te deja en la estación. Allí coges el bus J (que es el exprés). También puedes coger el 150, pero es más lento. Intenta volver pronto que en cuanto amanece el tráfico es más lento de lo que te parecerá por la noche.

Listo, ahí que vamos. Cogí el tren y, al llegar a la estación, pregunté a un policía para que me ayudase a sacar el billete (había varias máquinas, de tren y bus, yo estaba cansado, las máquinas eran distintas a las que yo estoy habituado… no era tan fácil como parece, ¿vale?). Cuento esto porque me alucina la capacidad de los estadounidenses para resolver problemas. Me llevó ante la máquina apropiada, me preguntó que quería hacer, me sacó el billete del tirón y a otra cosa. Efectivo y rápido (y majo).

Mientras esperaba el autobús, me entretuve leyendo las marquesinas de la estación (no tenía mucho más que hacer) y me llamó mucho la atención la siguiente expresión: “Sevis bis chak 20 minit”. ¿Ein? Yo creo hablar inglés y, aunque me puedo perder con las expresiones coloquiales y dialectales, esto me parecía demasiado extraño. Además, no sabía que había varias lenguas en Miami. El caso es que, una vez que volví de viaje, busqué un poco en internet y encontré que esa expresión es del criollo haitiano, una lengua hablada en Haití, entre otros lugares. El concepto de lengua criolla me parece muy interesante y, aunque la RAE da una definición de ella en una acepción de “criollo”, la definición de Wikipedia me parece más esclarecedora (las cosas, como son):

“es una lengua que nace habitualmente en una comunidad compuesta de personas de orígenes diversos que no comparten previamente una lengua, que tienen necesidad de comunicarse, y por ello se ven forzados a crear una nueva lengua con elementos de las suyas propias”

En fin, que acabé llegando a la playa de Miami. El tiempo era ideal (ya podía haber estado así hace unas horas): la temperatura perfecta, el agua excelente, de tonos azules y verdes, la tierra fina y blanca, el sol entre las nubes… Miami beach. Caminé un rato por la arena hasta tumbarme a descansar y ver el amanecer.

No podía haber salido mejor. Un día que no podía haber empezado peor, y que no tenía ninguna expectativa de mejorar, se convirtió en una oportunidad única para disfrutar de un lugar especial e inesperado. Tras pasar un rato en la playa, pasear y cansarme de ella, volví al aeropuerto tal y como vine.

Y, por fin cogí el avión a Ciudad de Guatemala. En esta ocasión despegó a la primera). El viaje empezó torcido y, aunque acabó mejorando, espero que esto sea para cumplir con aquello que dicen de que “lo bueno, se hace esperar”. Descansé en el avión hasta llegar a Guatemala (en las últimas cuarenta y ocho horas había dormido dos). Por lo demás, Florida desde las alturas es espectacular. Está ya en la lista de futuros viajes.

Llegué a Ciudad de Guatemala sin problemas. Me sorprendió verla desde las alturas porque, a pesar de ser la capital, ves la pobreza en la que deben de vivir. Te das cuenta de que las casas no tienen ventanas, ni puertas, solo tienen un agujero en la pared para ventilar, y los techos son de uralita, esas placas onduladas color metálico. Los encargados del hotel que tenía reservado para el día anterior no tuvieron problema en cambiarme la reserva para el día siguiente y en mandarme un taxista para recogerme por cuatro dólares (los taxistas del aeropuerto estaban cobrando cuarenta y cincuenta euros). Parecía que la mala suerte se había ido, y que ahora el país me sonreía.

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