Memorias de Guatemala

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Decimosegundo día. Tik’al: El eco de los espíritus maya

El autobús me recogió en la puerta del hotel a las cinco de la mañana. Antes de las seis estábamos en el puesto de vigilancia donde tienes que pagar la entrada para Tikal, que abre a en punto. Al llegar, el guía nos dio unos diez minutos para tomar un café y comprar algo de agua y un par de bocatas, porque la caminata iba a ser larga. El autobús volvería a recogernos a la una de la tarde.

Tikal es una ciudad en ruinas con más de dieciséis mil estructuras, entre pirámides, templos y juegos de pelota. Significa, en maya itzá: el eco y las voces de los espíritus maya. Hace mil ochocientos años se calcula que vivían entre cien mil y ciento cincuenta mil personas, en intensa comunicación (comercial y bélica) con otras ciudades de alrededor, con las cuales se conectaban con grandes calzadas. La ciudad está construida para ser bella a la par que sagrada, pintada con colores rojos que recordasen a la sangre del sacrificio y orientadas respecto a las estrellas y los solsticios. La ciudad respira armonía entre todas las ramas del conocimiento: la astronomía, la arquitectura, la física (por las lagunas de agua natural usadas para iluminar mediante el reflejo de los colores de la ciudad)… Quizás lo único que faltaba en estas ciudades es lo que ahora abunda, la vegetación, que si bien ahora se come las estructuras de piedra, antes “escaseaba” por la presencia de grandes ciudades pavimentadas y de la tala de árboles para conseguir energía con la que producir la cal, tan usada en construcciones.

En fin, que es una gran ciudad, por lo que las distancias entre los distintos sitios que están escavados son relativamente grandes (tardas veinte o treinta minutos andando entre un sitio y otro), por lo que al final del día acabas agotado. Justo antes de comenzar la visita puedes ver una maqueta que te da una idea del tamaño del sitio. Atrás a la derecha, el Templo de la Serpiente Bicéfala, la mayor estructura antigua de todo Centroamérica, en el centro (y en el medio) la plaza central.

Tras andar unos diez minutos llegamos a la primera estructura, una pequeña pirámide que seguramente fuese usada como observatorio astronómico o como lugar de sacrificios. A los pies de la pirámide se observan unas estelas, donde se narra mediante dibujos los distintos mitos y costumbres de los mayas y unos círculos de piedra usados para el fuego (como el que tenía el chamán de Pascual Abaj). Nos subimos a la pirámide mientras el guía nos contaba el significado de esta estructura y, cuando bajamos, nos mostró los trucos y secretos de resonancia que los mayas escondieron en la arquitectura. Estando el sacerdote situado en el centro, justo delante de la pirámide, una palmada suya sólo se escucha con un eco que recuerda la llamada del quetzal cuando estás situado en dirección a los solsticios de verano e invierno. En cualquier otro lugar sólo se escucha una palmada.

Por el camino tuvimos la oportunidad de ver algunos animales, entre ellos los mono-araña y unos mamíferos muy peculiares y asustadizos. Continuamos andando por una calzada que se llama sacbéob, o camino blanco, algunos de los cuales podían llegar a tener tres mil kilómetros de distancia. Por suerte, nosotros íbamos más cerca, y a los veinte minutos andando por mitad de la selva, llegamos a la plaza central de Tikal. Aquí podemos ver dos templos, el Templo del Gran Jaguar y el Templo de las Máscaras o de la Luna, la Acrópolis Norte (con un mascarón incluido) y la Acrópolis Central. Desde el Templo del Gran Jaguar se pueden ver las cúspides de los otros templos sobresaliendo los árboles más altos de la selva.

Continuamos andando hacia el templo IV o de la Serpiente Bicéfala, el templo más grande de todo centro américa. Tardamos unos veinte minutos en llegar a él y unos cuantos minutos más en subirlo. Pero merece la pena: la vista, hasta el horizonte, está completamente cubierta por la copa de los árboles de la selva en la cual sobresalen las cúspides de los templos que, ahora, se observan desde arriba. Toda la ciudad está en ruinas ante tus ojos, con los templos aun sobre las copas de los árboles, apuntando hacia el cielo.

El guía se volvió con los que quisieron pero, como teníamos tiempo libre hasta que llegase el autobús, otros quisimos dar una vuelta más por la ciudad. Decidimos ir hacia el Mundo Perdido, donde se encuentran otras estructuras y plazas muy bellas y bien escavadas, entre ellas la Plaza de los Siete Templos.

Merece mucho la pena fijarse en los insectos, pájaros y animales que pueden encontrarse en esta zona que, por mucho que sea turística, no deja de ser la selva profunda. Una pequeña muestra de ellos: arañas de todos los colores, tucanes esmeraldas y normales, un ciempiés de un naranja intenso y un bicho palo de unos treinta centímetros.

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También hay una flora espectacular, como este árbol, llamado el árbol de la vida, en cuya copa vive prácticamente un ecosistema propio, con plantas creciendo del tronco del árbol propias de la copa de estos árboles, roedores que no se encuentran en el suelo y pájaros de varias clases. Sus raíces profundizan en los nueve pisos del inframundo, mientras su tronco atraviesa la tierra (el reino de los vivos) y conecta con la copa, que alberga siete reinos para los dioses. Las protuberancias del tronco marcan los cuatro puntos cardinales.

Ya después de la excursión, el autobús me dejó en el Remate donde cogí un microbús de camino a Flores que ahora me costó 20 quetzales (si ya lo sabía yo… ¬¬) y fui directamente al hotel para prepararme para la gran marcha: El Mirador.

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