Los mitos que Platón robó

Los mitos que Platón robó

octubre 28, 2018 0 Por Alberto Buscató Vázquez

            Célibe, asceta, esotérico… El gran filósofo griego tenía más en común con un antiguo maestro hindú que con un profesor de filosofía tal y como lo entendemos hoy en día. Renunció a participar en la vida política de Atenas (lo cual era extraño en un hombre de su posición) y decidió fundar una escuela para transmitir sus enseñanzas directamente a sus alumnos. Una vez fundada la Academia, vivía en ella junto con sus discípulos, como si de un áshram se tratase.

            A diferencia de Aristóteles y la mayoría de pensadores occidentales, Platón insistía en la importancia de la presencia del maestro para comprender la filosofía. Y esta importancia no reside en la capacidad del maestro para la oratoria, no es la transmisión de ideas lo relevante, sino la mera presencia del maestro para irradiar el conocimiento de la filosofía. No entendía a esta como una disciplina puramente teórica, sino como un ejercicio o entrenamiento que permitía a los estudiantes ascender a un nivel de pensamiento superior. De hecho, hay una frase de su obra que pasa completamente desapercibida de manera interesada, en la cual Platón le escribe a Dión que no hay escritos suyos sobre filosofía:

          “no hay ni habrá jamás tratado alguno mío sobre semejante materia. No sucede con esta ciencia lo que con las demás, porque no se transmite por palabras […] sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que sale de la chispa, surge la verdad en el alma” (Carta VII, 341c).

          Los famosos Diálogos de Platón no son la exposición de su pensamiento tal y como este se transmitía en la Academia, sino una serie de escritos dirigidos al pueblo. Según los testimonios de algunos de sus discípulos recogidos por varios historiadores griegos (véase Paideia de Jäger Wägner), los diálogos no contradicen el pensamiento platónico, si bien este era expuesto de forma distinta en la escuela (haciendo un gran uso de las matemáticas, por lo visto). Es decir, al igual que su maestro Sócrates, Platón no dejó escrita su filosofía. El mencionado maestro nunca escribió una sola palabra porque no le daba la gana. Es decir, creía que la filosofía debía de transmitirse con la palabra hablada, el contacto, la presencia… para que los estudiantes lleguen a la verdad por sí mismos. Algo que recuerda más a las prácticas hindúes en las que la presencia del maestro es fundamental que a los largos tratados Aristotélicos cuya función es ser leídos.

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            Pero más allá de su personalidad y carácter, su obra también nos recuerda a textos hindúes anteriores al pensamiento griego. La famosa división platónica de la sociedad en gobernantes, guerreros y artesanos recuerda a la división hindú que data del milenio II a. C. en brahmanes (sabios), chatrías (soldados y políticos), vaishias (comerciantes) y shudrás (esclavos); la concepción del alma como una unidad con tres partes o funciones distintas, a saber, la racional, la irascible (o pasional) y la concupiscible (o apetitiva) es análoga al concepto de guna en el hinduismo, que son las tres fuerzas que mueven a los seres vivos, a saber, sattva o fuerza intelectual, rajas o fuerza pasional y tamas o fuerza de la inactividad; la división de la realidad en parte inteligible (o episteme) y sensible (o doxa), es igual que el dualismo base del hinduismo entre Brahman y jāgrat, etcétera, etcétera, etcétera.

          Es verdad que en la sociedad platónica los brahmanes y chatrías están unidos en la figura del gobernante (que debe ser filósofo y político a la vez) y los esclavos no forman un estrato como tal (pues Platón no tenía buena estima de la esclavitud), y es verdad que el concepto de Brahman se divide en los universales y el bien absoluto. Por supuesto que Platón fue un pensador original, pero también es cierto que recogió muchas ideas de una tradición cultural anterior. Las tuneó, como es habitual en el hinduismo, como ya he comentado en Lo que Cristo no entendió.

          El caso es que Platón es conocido por sus mitos, que recogen varias de las enseñanzas del filósofo y estos también están permeados de hinduismo por todas partes. La mera utilización de los mitos recuerda enormemente a las Upanishads, textos que forman parte del corpus principal del hinduismo y que están cargados de metáforas, poemas y demás elementos que resultarían extraños en libros de filosofía occidental. Además, la forma en la que Platón usa los mitos es curiosa, ya que los usa en las argumentaciones y como argumentos. A día de hoy, no nos extrañaría que un pensador argumentase de forma lógica y razonable y luego recapitulara el argumento con ayuda de una metáfora. Sin embargo, no aceptaríamos que la metáfora sustituyese al argumento, que es lo que ocurre en Platón.

            En el Protágoras, por ejemplo, Sócrates le pregunta a este qué arte enseña, a lo que Protágoras responde que enseña la virtud (areté). Entonces Sócrates responde diciendo que no puede ser, ya que la virtud no se puede enseñar. Y Protágoras, en lugar de contra argumentar, y dar una razón por la que la virtud sí se pueda enseñar, o evidenciar su caso recurriendo a testimonios de aquellos a quienes haya conseguido enseñar la virtud, o referirse a otros autores que hagan lo mismo que él… en lugar de eso, Protágoras cuenta el mito de Prometeo, y eso se acepta como una explicación válida. Voy a centrarme en dos mitos en particular, para mostrar su similitud con textos védicos anteriores. Estos son el mito de la caverna y el mito del auriga.

          El ultra conocido mito de la caverna se explica en el séptimo libro de la República, y es como sigue:

          “Imagina una especie de caverna provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante […] detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido construido un pequeño tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público […] A lo largo de esa pequeña pared, unos hombres transportan toda clase de objetos cuya altura sobrepasa la pared […] y cuya sombra se proyecta sobre la pared a la cual miran fijamente los hombres atados de piernas y cuello.”

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            Tras este mito está la idea de que el mundo percibido no es el real, sino una sombra o un sueño de este, pero que el hombre puede liberarse y percibir la realidad como esta es verdaderamente (aunque si después intentase liberar a sus compañeros estos no le harían ni puñetero caso…). Pero lo sorprendente es cómo están nombrados en él todos los elementos que son básicos la teoría del conocimiento hindú. Vayamos por partes:

  • Los prisioneros son todos los hombres que no han podido librarse de sus cadenas. Esta es una metáfora usada extensamente en textos hindúes, “la mente del ignorante es la cadena que le ata” (Maha Upanishad, V97).
  • Los encapuchados que proyectan las sombras sobre la pared representan al sobradamente conocido concepto de māyā, que muestra la realidad a la vez que la oculta: “el mundo es conocido a través de māyā y no de otra forma” (Mandukya Upanishad 3, 19).
  • Lo percibido es únicamente una sombra de la realidad: “identificar el ser con la sombra es la ignorancia” (Brihadaranyaka Upanishad 3, 9, 14) o, en palabras de Platón “tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados”.
  • El hombre que ha salido de la caverna es el samādhi, que se ha librado de las cadenas y contempla de frente el sol (que es Brahman), que ilumina el mundo verdadero y es el último conocimiento posible: “cuando el hombre que duerme bajo el manto de māyā es despertado, entonces pasa a ser libre contemplando a Brahman” (Mandukya 1, 16), según Platón “por último, [podría contemplar] el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo”.

          Más significativo aún es el final del mito. Según Platón, cuando el hombre liberado volviese a la caverna para liberar a sus antiguos compañeros, estos le rechazarían: “si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento […] ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?”

          Mientras, en las Upanishads se dice que: “el sabio debe viajar y aprender. Entonces, al dirigirse a sus compañeros, le tomarán por loco. Será insultado, despreciado, envidiado, mordido, obstruido o se le hará padecer otros sufrimientos. Los ignorantes le cogerán de los hombros y agitarán. El sabio, deseando producir el bienestar a los ignorantes, pero teniendo dificultades para ello, deberá volver a sí mismo” (Narada Parivrajaka Upanishad 5, 53-55).

            Pero, vayamos un paso más allá. En el mito del auriga de Platón, que es menos conocido pero igual de importante, se explica cómo el alma humana tiene dos tendencias, hacia el bien o hacia el mal, y hay que ser capaz de dominarlas para llevar una vida plena y filosófica. La metáfora usada para transmitir esta idea es la del auriga que lleva un carro de caballos, donde uno se desboca y puede llevarle a la perdición constantemente, mientras que el otro es disciplinado y correcto en todas sus acciones. Dado que es relativamente largo, lo escribo con mis propias palabras (el original se encuentra en el Fedro 253c-257a)

          “El alma consta de tres partes, dos de las cuales tienen forma de caballo y la otra de auriga. De los caballos, uno es bueno y el otro no. El primero es blanco, dócil y sigue la opinión verdadera, mientras que el otro, de color negro, es dado a los excesos y a la desobediencia. Cuando el auriga se enfrenta a un estímulo, el caballo dócil se mantiene firme, mientras que el otro se enfurece y relincha forzando al auriga a abalanzarse sin control sobre el objeto deseado. Si vence la parte mejor de la mente, que conduce a una vida ordenada y a la filosofía, transcurre la existencia en felicidad y concordia, dueños de sí mismos, llenos de mesura, subyugando lo que engendra la maldad en el alma. Si, por el contrario, vence la parte más baja de la mente, la vida se llena de vicios, excesos y enfermedades.”

            Este mito lo podemos encontrar también en el Mahabarata, que es una epopeya de la India, la más antigua y larga de la historia de la humanidad. Narra hechos que ocurrieron entre el 3.000 y el 600 antes de nuestra era, los cuales se transmitieron oralmente hasta el siglo IV a.C., donde se empiezan a recopilar los poemas y a dar forma al libro que ha llegado hasta nuestros días. Es decir, que es más que probable que este mito estuviera en la tradición india mucho antes que en la boca de Platón, y es más que probable que los primeros influenciaran al filósofo y no al revés. En él, encontramos el siguiente fragmento (sección 5, capítulo VII, ‘El discurso de Vidura’) que, como se podrá ver, es idéntico al mito platónico:

          “Un rey debería someter primero su propio ser […] Gran prosperidad aguarda al que ha sometido sus sentidos, o controlado su alma, […] o a quien actúa con discernimiento, o a quien es bendecido con la paciencia.

          Nuestro cuerpo es un carro: el alma interior es el conductor y los sentidos son sus corceles. Conducido por estos excelentes corceles, cuando están bien disciplinados, el sabio pasa por el viaje de la vida placenteramente y en paz. Sin embargo, si los caballos son indomables y no se les puede controlar, llevan al inexperto conductor a la destrucción en el curso del viaje.”

            La comparación salta a la vista. El mito indio se refiere a la capacidad de control sobre los propios instintos para alcanzar una vida plena, lo cual se explica recurriendo a los caballos buenos y malos que tiran del carro, que es el cuerpo. Salvando las distancias, el mito es el mismo.

 

 

          No es difícil ver la forma en la que este mito indio pudo llegar a manos de Platón, si bien es cierto que no hay prácticamente ningún estudio al respecto de la influencia India en la Grecia clásica. No interesa, ya que quienes determinaron los orígenes del pensamiento occidental pusieron su foco en Grecia, olvidando todas las civilizaciones anteriores. No sería difícil que llegasen estos mitos a sus oídos en sus más que probables viajes a Cirene o al mismísimo Egipto, o que los recibiera a través de los Pitagóricos o los Órficos (quienes eran conocidos por Platón y tenían, aún más si cabe, un fuerte carácter místico o semi-hinduista). Tampoco sería extraño que un mercader o un viajero transportase sus ideas, sus historias (muchas de tradición oral, memorizadas a fuego en la mente de los ciudadanos) o incluso pequeñas estampitas o dibujos de los mitos contados en su pueblo.

          Yo mismo me encontré, sin buscarlo, este grabado en mármol en una de las paredes del templo de Shiva de la universidad de Varanasi, en cuyas paredes se narran diversos fragmentos del citado libro. En él se muestra como Arjuna hace las veces de auriga en un carro tirado por cuatro caballos blancos (motivo que se repite constantemente en el Mahabarata). Frente a él se encuentran dos caminos, uno que lleva a escorpiones, serpientes y leones, mientras que el otro conduce hasta el mismísimo sol (que es la idea del Bien en Platón o Brahman en el Hinduismo). Será la habilidad de Arjuna tirando de las riendas de los corceles, es decir, controlando sus pasiones e instintos, la que le llevará a uno u otro destino.

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Qui habet aures audiendi audiat.

 

 

 

 

Nota: las traducciones de las Upanishads son mías a partir del inglés, y las de los textos platónicos son de diversos autores, por lo que para usarlas a nivel académico requerirían ser comprobadas en traducciones oficiales.

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