Cuídate, niño

Cuídate, niño

En ocasiones, alguien me pide que le explique una de mis letras, por qué la escribí, qué significa una frase, a qué me refiero en una estrofa en concreto… y creo que nunca he entrado a explicar ninguna de mis canciones en profundidad, mucho menos en público. Sin embargo, creo que este tema es el ideal para hacerlo, pues en él he intentado cuidar sus palabras, pero, más allá de eso, he sentido que se ha escrito algo a través de mí de lo cual no soy artífice, sino mero vector.

La letra está basada en una conversación que mantuvimos una amiga y yo en un encuentro casual (siempre causal) hace unos meses. La conversación real fue similar a la que aquí trascribo, aunque con la letra y la estructura trabajada para transmitir mensajes que en la realidad fuera del papel suelen ser más caóticos y sinsentidos. De hecho, el título de la canción se refiere a unas palabras que me dijo esta chica al despedirnos, los cuales fueron la fuente de inspiración inicial a raíz de la cual se fue desgranando poco a poco todo el tema.

En él hablamos de esto y de lo otro fluyendo entre distintos temas de manera natural, casual, a la par que se dejan ver las sendas personalidades de los dos individuos que intervienen en la conversación, que son los representantes de dos formas de entender la vida muy distintas aunque complementarias. La primera estrofa justifica la conversación planteando una relación estrecha, tan conflictiva como cualquier relación adolescente, de la cual siguen quedando restos y dejes (como el «pequeña» que desapareció de mi vocabulario hace años).

Por mi parte, empiezo explicando el motivo de mi larga ausencia: un viaje, tan físico como espiritual, en el cual me embarqué hace tiempo, distanciándome (de nuevo, física y espiritualmente) de mis orígenes y de mis seres allí queridos. Le cuento que he estado de aquí para allá, que no he olvidado mis orígenes, pero que me he centrado en el camino, y que no he terminado de encontrar lo que buscaba, pero que sé dónde tengo que ir a partir de ahora. Se insinúa que la visita es temporal, una escala en un viaje que todavía no ha terminado, porque, quizás, mi forma de vida consiste en ir siempre a lo desconocido, buscando aquello que detiene toda búsqueda.

Poco más tarde y, quizás, creyendo haber hablado demasiado (pues no me gusta centrar la conversación en mí), desvío el foco de atención hacia ella, de forma tan vaga como natural, con un simple «¿qué tal por aquí, todo?», a lo que mi interlocutora me responde primero superficialmente, con los típicos resúmenes superficiales que hacemos a un antiguo conocido al que hace años que no vemos («bien, tirando»); luego haciendo referencia al trabajo, que se entiende que realiza en una pequeña tienda de barrio, familiar, quizás, pues se refiere a ella como si yo la conociera de toda la vida, no como si fuese un trabajo cualquiera; y hablándome de sus valores, centrados alrededor de la familia y los orígenes porque «al final, es lo que somos» (lo que también se ve en la preocupación por mi madre).

Esto me hace preguntarle por su hermano, pues me salta su recuerdo a la cabeza cuando ella nombra a la familia, ya que éramos, también, viejos conocidos. Me insinúa que tienen algún problemilla, poco grave, pero lo suficientemente persistente como para que yo ya sepa de qué va a pesar del tiempo transcurrido, y se deja entrever que la importancia de la familia y la necesidad de trabajar para mantenerla puede tener parte de su causa en la situación problemática (y ficticia en la letra) de su hermano. Parece que ella tampoco quiere dedicar mucho tiempo a hablar de sí misma, porque me dirige unas palabras de despedida con la que cerramos la conversación y la canción, con la promesa de que volveremos a estar en contacto «cuando pare tranquilo».

La personalidad de la chica también se deja ver en sus respuestas a mis explicaciones iniciales. Empieza cabreada, lo que se ve tanto en la voz como en la letra: «¿Dónde has estado? ¿Eh?». Me pide explicaciones y me reprocha la ausencia, aunque parece rebajar el tono agresivo cuando yo le doy la razón («no seas tan cruel contigo»), le pido disculpas y le hago ver que, en cierto sentido, me he equivocado yéndome tan lejos. Si bien merece la pena el viaje, también apena la distancia.

Ella representa a un personaje sin deseos, en el buen sentido de la expresión. No quiere salir del barrio e ir a la otra punta del mundo para darse cuenta de que el sentido de su vida siempre estuvo en el lugar donde nació (como le pasará, quizás, al primer personaje). Ella es del barrio, ha vivido siempre en él, trabaja en él, tiene su familia y su negocio en él… Quizás por eso le sienta tan mal que yo me haya ido, y quizás por eso despide la conversación pidiéndome que le llame, siempre y cuando «pare tranquilo», es decir, siempre y cuando vuelva al barrio. Incluso rebusca en mi personalidad para encontrar los resquicios que muestran mi apego por los orígenes: «lo sé, al final siempre vuelves», y se alegra de que le diga que voy a quedarme definitivamente, aunque ambos sabemos que es mentira.

No busca nada, en tanto que ya ha encontrado la plenitud y su razón de ser, que es su comunidad local. «Si el mundo es redondo, no sé qué es ir adelante», decía el maestro Cabral y, conocedora de esa realidad, este personaje no busca viajar y descubrir, sino vivir y «tirar pa adelante» con lo que haya en el entorno inmediato. Estos bellos pensamientos los encarna una interlocutora que representa, quizás, una parte de mí que querría ser y no soy. La ausencia de deseo es mi deseo insatisfecho.

Yo, por el contrario, estoy de paso. Se insinúa que llevo mucho tiempo viajando («estuve en el desierto») y voy a seguir haciéndolo («ahora sé dónde buscar y voy a llegar finalmente»). El disco en el que se enmarca esta canción, Sa’Nguitá, versa sobre la distancia y los viajes vitales, y abre con esta canción, que representa la vuelta después del viaje. Al fin y al cabo, todos los viajes son de ida y vuelta, y consisten en la evolución que uno experimenta en ellos. De hecho, es ella quien insinúa que algo ha cambiado en mi («se te ve distinto»), lo cual no es recíproco, no por culpa suya, pues no es un defecto seguir siendo como era hace años.

Esta evolución está narrada en una de mis respuestas, donde hablo de haber estado perdido en el desierto y acabo asegurando saber dónde tengo que buscar. Esto representa una etapa real de mi vida en la que he estado en un ambiente donde ninguna idea mía encontraba los oídos adecuados para germinar, por no ser el lugar adecuado para ellas. Wrong time and wrong place, que dicen. No obstante, supe salir de ahí y, después de mucho buscar sin saber qué, ahora sé con relativa certeza por dónde mora aquello que busco. Sólo tengo que ir a por ello y, quizás, la parada temporal por el barrio sea para coger fuerzas antes del viaje final. Como dice el mencionado maestro: «me gusta ir con el verano muy lejos, pero volver donde mi madre en invierno».

En su monotonía, el tiempo pasa más despacio («todo este tiempo»), mientras que en mi caso ocurre lo contrario («no ha pasado tanto»); en mis aventuras se perciben dificultades y problemas («poco he conseguido», «me he equivocado»), pero para ella parece ir todo igual que hace unos años («ya sabes, los chicos del bloque…»). Pero, tras esas diferencias, no deja de haber dos personas que siguen su camino y cumplen su destino, «como siempre» han hecho, pues los cambios son más aparentes que profundos («yo creo que sigo siendo el mismo»).

Ella representa uno de los polos de los cuales yo soy el opuesto. Es de donde ha nacido, representa en todas sus facetas y detalles todos y cada uno de los elementos de su entorno, seguramente respete pero sea indiferente a las culturas ajenas, es pura tradición y ortodoxia, en un sentido positivo. Representa a los pequeños héroes desconocidos que sustentan la cultura y la representan en sus carnes. Yo, por el contrario, soy el polo opuesto: la heterodoxia, la constante búsqueda, la interculturalidad. Soy la imagen del buscador que intenta comprender el mundo que le rodea, perdiendo parte de sus orígenes por el camino, pero consciente de que la verdad solo se encuentra tras una ardua búsqueda, aunque esta haya estado siempre delante de ti.

Y, sin embargo, ahí estamos, ella y yo, manteniendo una conversación cordial, amable, alternando risas y bromas con resúmenes de lo más trascendental de nuestras vidas. En definitiva, es una conversación corriente de dos antiguos amigos, que, espero, podría ocurrirle a cualquier en cualquier barrio y con cualquier persona. Y en su normalidad reside su razón de ser. «Cuídate, niño».

 

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